Presentación en la librería La Central del Reina Sofía, Madrid. Entradas impares, Gallero; pares, Parreño.
El 3 de diciembre de 2024 José Luis Gallero y José María Parreño protagonizaron un diálogo en la presentación del libro Tantas cosas, de Pedro Casariego Córdoba (1955-1993), en la librería La Central del Reina Sofía. Llevaban sus textos escritos, y los fueron leyendo con un ritmo constante y de un modo teatralizado, con comentarios y réplicas ensartados en una cadencia dramática y llena de sentimiento. Cada entrada quedaba marcada por un número consecutivo, del 001 al 046, jugando con los cien y un destellos del libro, que también van ordenados con un número de tres dígitos. Antes, Antón Casariego (hermano del autor y editor de Ladera Norte) hizo un breve apunte biográfico de los presentadores del acto, con estas palabras:
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José Luis Gallero y José María Parreño son una pareja mítica de la cultura española. Poetas en cuerpo y alma, incansables agitadores culturales, perpetuos buscadores de la belleza en la palabra y en el silencio, reflexivos sin pedantería, generosos en el saber y parcos en la publicación. Absolutamente individualizados, están sin embargo tan unidos como Hernández y Fernández o los ayudantes del agrimensor K., o como el Gordo y el Flaco. Y esto último, a pesar de ser ambos de la estirpe de los hombres delgados que no flaquearán jamás. Éste del “hombre delgado” es uno de los destellos que incluimos en el libro, y es una de las maneras que tenía Pedro de definirse a sí mismo. Desde luego, Gallero y Parreño no han flaqueado nunca en su altruismo ni en su entusiasmo… ya no juvenil, pero siempre joven.
José Luis Gallero (Barcelona, 1954), además de poeta, es estudioso del pensamiento breve, editor y antólogo. Fue camarero y redactor de dos revistas míticas del Madrid de la Movida, Sur Exprés y El Europeo, y autor de Sólo se vive una vez. Esplendor y ruina de la movida madrileña (1991). Pero ese movimiento no es más que uno de los ámbitos en los que ha puesto su mirada, y no el más importante. Anterior es su Antología de poetas suicidas (1989; la reimpresión de 2006 está dedicada a Pedro). Quizá el gusto por la brevedad y las máximas o los aforismos, su inmersión en la literatura sapiencial de todos los tiempos, esté más cerca del foco de sus intereses. En esa línea se inscriben El camino más largo (2006), su estudio Heráclito. Fragmentos e interpretaciones (escrito al alimón con Carlos Eugenio López, 2009) y su investigación acerca de los filósofos presocráticos, en progreso continuo. Empeñado en enfrentarse a la eternidad, su testamento poético descansa en Quodlibet (2018), un hermoso libro del que yo diría, simplemente, que es puro. Seis años después puedo añadir una reflexión, quizá anecdótica: los testamentos son una materia de lo más inestable, y nada está nunca del todo dicho. Vive entre Madrid capital y una preciosa casita en Titulcia, en la confluencia de los ríos Jarama y Tajuña. Para que conecte el móvil hay que mandarle un correo con horario e intenciones.
José María Parreño (Madrid, 1958) es, además de poeta, ensayista, gestor cultural, investigador, profesor universitario (actualmente en la Universidad Complutense de Madrid), comisario de exposiciones y crítico de arte contemporáneo, con presencia en los principales suplementos culturales de España. Es especialista en la obra del pintor Esteban Vicente, cuyo museo en Segovia dirigió. En su obra poética destacan Fe de erratas (1990), que reúne trabajos anteriores, y Pornografía para insectos (2014), que se podría haber llamado El desvividor. Escribió una novela muy peculiar (Las guerras civiles, 1995, premio Torrente Ballester) y ha publicado un libro lúcido y triste con aires de diario, Viajes de un antipático (1999), en el que el autor, al recordar sus estancias en China y Estados Unidos, se hace realmente simpático, de puro cascarrabias. Él dice que le gustaría tener siempre el humor que destila ese libro, y yo creo que muy a menudo lo consigue. Un humor aparentemente cínico y desesperado, siendo en realidad todo lo contrario, muy humano y lleno de vida. Implacable, pero compasivo hasta consigo mismo. Estuvo en Sur Exprés, creo que también en El Europeo y en La Luna. Me refiero a la revista, aunque sea cierto que le gusta jugar al despiste. Vive en Segovia y cuando baja a Madrid lo hace en autobús.
Como pareja, Gallero y Parreño firmaron en 1988 las preguntas de la entrevista a Pedro en Sur Exprés, de la que en este libro recogemos algunos fragmentos. Y ambos son los antólogos de 8 poetas raros (1992; Pedro era uno de ellos) y el alma de Árdora, la editorial que publicó ese libro, fundada un año antes por un numeroso grupo de “lectores apasionados”, tenaz difusora de obras imprescincibles de la vanguardia histórica europea y Premio Nacional a la mejor Labor Editorial en 2020.
También son el núcleo de otras muchísimas iniciativas poéticas, entre ellas el colectivo Compañía Poética Momentánea, cuyo momento debe de durar ya unos cuarenta años, o el ciclo Ódradek, a uno de cuyos actos en su enclave favorito les fui a buscar hace bien poco para entregarles este libro. En la dirección y en la consumación de esos y otros afanes los ha acompañado un conjunto de personas muy compacto, pero a la vez volátil; algunas de ellas están por aquí, otras no. Todas mantienen un ardor incombustble y siguen en la brecha.
Leo en una entrevista: “La palabra favorita de Gallero es Silencio. La de Parreño es Gracias”. Bien, ellos son así y creen en la amistad. Por eso están aquí. Les doy las gracias y me sumo en el silencio. Tienen la palabra:
001
Para no arrojar la toalla, se arrojó a un tren. Para no sucumbir a la enfermedad de la cultura, eso que llamamos exterioridad en contraposición a interioridad —«Solo existe el artista interior» [Manifiesto, 1983]—, hacen falta dos cualidades, audacia y lucidez, consustanciales entre sí. Pedro Casariego Córdoba desapareció, pero entre las vías de los trenes nos dejó la semilla de su insatisfacción, los frutos de su indisciplina.
002
PeCasCor, que figuró en la antología 8 poetas raros, pasó imaginariamente a la Antogía de poetas suicidas, que también publicó Árdora Ediciones. Sin embargo, con el paso del tiempo, PeCasCor ya es solamente uno de nuestros poetas favoritos. Bien es cierto que todos los poetas tienen algo de raros y de suicidas. Con lo que volvemos al principio. Para este viaje, no cojo el hidroavión de K, hubiera dicho PeCasCor.
003
Desde hace cuatro décadas seguimos el juego sin él. Ese juego consiste en garabatear signos sobre la pizarra callada del universo.
004
Juego es una palabra apropiada para hablar de él. Algunos de sus libros, Cuaderno amarillo, rojo, verde y azul, por ejemplo, son un juego. Pero, en general, su poesía tiene el desenfado y el humor que caracteriza a los buenos jugadores. Y el fair play de los buenos perdedores.
005
Quizás no tuvo tiempo ni tentación de leer una obra de Rilke —Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910)— que contiene uno de los pasajes literarios que más me han obsesionado nunca. Dice así: «Los versos significan poco cuando se escriben de joven. Más valdría atesorar sentido durante toda una vida —a ser posible, larga—, y al final, acaso escribir esos diez versos que merezcan la pena. Porque, contrariamente a lo que se cree, los versos no son sentimientos, sino experiencias». Rilke escribe esto a los 35 años, edad a la que Casariego había abandonado la escritura y renunciado, por tanto, a esos diez versos áureos finales. Había jugado ya lo bastante con el lenguaje, arriesgado lo bastante su vida para tener la seguridad de que solo nuestra libertad libera realmente a los otros. Nunca llegué a visitar el bello paraje donde Pedro salió al encuentro de su último tren, pero puedo imaginar que lo hizo con un ramo de flores en la mano.
006
Respeto mucho la opinión de Rilke. Sin embargo, tengo razones para creer que a la hora de escribir poesía no siempre es necesaria la edad o la experiencia. Es en la primera juventud cuando los poetas y —al parecer— los matemáticos, tienen mayor capacidad de renovar y descubrir. Y la pierden después. En todo caso, estoy plenamente de acuerdo en el diagnóstico de la poeta Wisława Szymborska: «De sus confesiones se desprende el convencimiento de que a un escritor lo forman únicamente las circunstancias externas, de que la calidad creativa depende directamente de la cantidad de experiencias vividas. Lo cierto es, sin embargo, que un escritor se forma en su interior, en el corazón y en la cabeza: gracias a una innata (lo subrayamos, innata) predisposición a abstraerse, a vivir de forma emocional las cosas más pequeñas, a asombrarse incluso ante aquello que a los demás les parece normal». Esa es la condición sine qua non. No puedo imaginarme a Pedro Casariego sesentón, como tampoco puedo imaginarme a Rimbaud. La poesía de ambos, trágica y leve, destila desconfianza, cuando no repulsión, por la edad adulta.
007
En ese sentido, los dos representarán siempre un comienzo. «No me muevo ni me he movido / y vosotros cubriréis los Huecos / que la Nada abrió en mi Tiempo», leemos en el destello 007 de Tantas cosas. «Cubriréis los Huecos [con mayúscula] / que la Nada [con mayúscula] abrió en mi Tiempo [con mayúscula]». Tal parece el encargo que Pedro nos tenía reservado a todos los que estamos aquí, aunque quizás nos incumba de una manera misteriosa a ti y a mí, que en la noche del 8 de enero de 1993 deambulábamos juntos por la ciudad tras conocer la noticia de su muerte, que tú me trajiste hasta la puerta de mi casa; a ti y a mí, que en el número 7 —noviembre de 1984— de una revista llamada Amén, que durante quince años nos sirvió de campamento base, publicamos un poema de Pedro titulado “El suicidio es solo tuyo”; a ti y a mí, que en febrero de 1988 le hicimos una entrevista que cuatro años más tarde abriría la antología 8 Poetas raros, donde Casariego declaraba: «Un hombre inteligente no se dedica a escribir. Un hombre inteligente se hace príncipe del silencio».
008
Nos incumbe también porque en aquellos años Pedro era una estrella fugaz que a los dos nos deslumbró. Tenía el don de poner en palabras nuestras intuiciones. Algunas de las frases que oí entonces siguen dando vueltas en mi cabeza: «Un buen poema quizá sea el lado valiente de un cobarde», por ejemplo. Sabía sobre el amor y sobre la poesía cosas que todavía sigo tratando de entender.
009
Era el hombre delgado que no flaqueó jamás.
010
En estos destellos se revela lo consciente que era de la tragedia que es la vida y su excelente humor para sobrellevarla. En el número 13: «¿Te salvaste? La pregunta es estúpida: nadie se salva». El 7: «Sastres, si lo sois, vestid de belleza mi rabia». También me sorprende y me alarma leer en el 20: «Tu dolor no es muy grande si puedes pedir ayuda».
011
¿Crees que «nadie se salva»?
012
Sí, eso creo, que nadie se salva.
013
Yo me pregunto si esa declaración de Pedro —que figura en un relato de 1983 titulado “El juego”— podría interpretarse en el sentido de que nadie se salva del capitalismo y en última instancia del dinero como destructor de los más elevados sueños de la humanidad, una destrucción que William Burroughs consideraba consumada a mediados de los años 1980, que es cuando nosotros conocemos a la familia Casariego y cuando Burroughs entona el réquiem por la sociedad capitalista en su escalofriante “Oración del día de Acción de Gracias del 28 de noviembre de 1986”.
014
Esa declaración de Pedro yo la interpreto en un sentido más existencial: nadie se salva del amor, de sus éxtasis y sus tormentos. Ni de la soledad, ni del miedo al fracaso… En cuanto a lo que dices, creo que los poetas (los artistas en general, pero sobre todo los poetas) hacen como si el dinero no existiera. La creación artística es profundamente antieconómica, por cuanto constituye una inversión brutal de tiempo en pos de algo completamente prescindible. Es un desperdicio. Para que existan poetas tiene que existir un excedente de riqueza que les sustente, aunque ellos solo contribuyan a la sociedad con sus cantos. Los poetas, desde el punto de vista económico, viven en y de los intersticios del sistema.
015
El mayor de los cuales descubren en el firmamento, en las nubes, donde se sienten como en casa. Cuanto más cerca del cielo, más solos, pero menos ciegos…
016
Me interesa profundizar en esa condición anómala del poeta. Según una teoría, el nombre de Homero proviene de una sociedad de poetas llamados los Homéridas, que significa «hijos de rehenes», es decir, descendientes de prisioneros de guerra. No eran enviados al combate, porque se dudaba de su lealtad. Permanecían en la ciudad con el encargo de recordar la épica local. Así, el poeta queda al margen de la actualidad, pero es depositario de la memoria, del honor y de los sueños de futuro.
017
Depositarios de la memoria y de los sueños. Es decir, de lo que pasó y de lo que podría haber pasado, para continuar con las resonancias helénicas. Y, por lo tanto, doblemente heridos.
018
Por concluir en clave clásica: el arte es producto del otium, no de su contrario, el nec otium. El arte no es un negocio. El artista no es un profesional, sino un aficionado, un amateur. Y el arte es como la vida, para cuyo desempeño también somos siempre meros aficionados…
019
Simples diletantes. Y yo me pregunto: ¿hay algo más serio que un verdadero diletante? «Soy un diletante y, como es propio de los diletantes, he llevado mi propósito, sin ufanarme de ello, más lejos que muchos profesionales», afirma Lichtenberg en 1780. «Diletantes. Así es como suelen llamar con desprecio a quienes ejercen una ciencia o un arte por afición, per il loro diletto [‘por su propio placer’]» (Schopenhauer, Parerga, 1850). «No logro dar con una buena definición de diletante», se lamenta Unamuno en un artículo de 1912. Un año más tarde, su discípulo predilecto le echa una mano: «Siempre te ha sido, ¡oh Rector / de Salamanca!, leal / este humilde profesor / de un instituto rural. / Esa tu filosofía / que llamas diletantesca, / voltaria y funambulesca, / gran don Miguel, es la mía. / Agua del buen manantial, / siempre viva, / fugitiva». Miguel Sáenz, brillante traductor, señala: «Los italianos nos han regalado la palabra diletante, que es quien se deleita. Nosotros tenemos la castiza palabra aficionado, que viene de afición, es decir, inclinación o amor».
020
Me parece que diletante tiene una connotación de falta de seriedad y rigor. Quizá es lo apropiado si se trata de alguien no profesional. Creo que esta es una buena ecuación: tomarse poco en serio a uno mismo y tomarte tu trabajo con la mayor seriedad.
021
Tomarse el trabajo con amor y a uno mismo con humor…
022
Hay otro asunto en los poemas de Pedro que también me llama la atención: la idea de que el artista perfecto debe ser silencioso y secreto. En “Manifiesto”, define al poeta que escribe como un «poeta de segunda». Y en el Destello 091, leemos: «Oh Dios perdónanos: Tu belleza es un bosque y cuando hablamos de ella nuestras palabras lo talan sin querer». Pedro entiende la poesía fundamentalmente como una forma de vida y la escritura como sus cenizas o tal vez como una concesión a las costumbres de la tribu. O incluso como un desliz de vanidad, una amenaza más de la que, como antes dije, no nos salvamos. Pero, entre tú y yo, te hago una pregunta que nunca te he hecho: ¿dónde diablos, dónde ángeles, está la poesía?
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Allá donde huela a hierba recién cortada…
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Esa respuesta me recuerda a un poema tuyo que utilizamos para la primera tarjeta de la Compañía Poética Momentánea, allá por 1990 o 1991: «¿cuándo hemos sido felices? // ¿de niños, en el prado solitario / donde imaginábamos lo que sería nuestra vida?». Esa hierba recién cortada es el aroma de la libertad sin bordes que era la infancia, la adolescencia, la primera juventud.
025
Respecto al artista silencioso, de vocación cartuja, tan despreocupado del hecho literario como disponible ante el hecho poético, yo diría que fue precisamente ese rasgo el que nos condujo a establecer un parentesco de rareza entre ocho poetas de los que hoy siguen vivos tres: Miguel Ángel Bernat, Joseba Sarrionandia y Eduardo Scala…
026
Bien visto. Me recuerda a lo que escribió otro de los 8 poetas raros, Blai Bonet: «Un literato es un turista de la palabra». A diferencia del literato, para el poeta las palabras son su tierra natal.
027
Y en el caso de Pedro, el pintor constituye la prolongación del poeta que se queda sin palabras, que pierde su tierra natal…
028
Y, sin embargo, el poeta ya era pintor. Pocos poetas tan coloristas, tan descriptivos. Destello 048: «Una escuela pictórica es un edificio invisible y amarillo en medio del campo». Aunque, en conjunto, se referirá a menudo a la escritura y apenas a la pintura.
029
A su vez, el músico se convierte en prolongación del pintor cuando este se queda sin colores, sin imágenes. ¿Escuchas la melodía de Pe Cas Cor? ¿Oyes al Príncipe del Silencio?
030
Lo escucho con los ojos.
031
Entre tantas cosas como estamos tratando de evocar esta noche, no podrían faltar aquellos versos de Miguel Ángel Bernat escritos “En recuerdo de Pedro Casariego”, publicados en el último número de la revista Amén, hace veintidós años, pero que todavía me ponen la piel de gallina: «Hojas de otoño, / día de los muertos, / que están vivos, / de una dulce manera. / Hojas de otoño / en mis pasos, / en mi mirada; / días de los que viven / y aprenden de los muertos / a vivir».
032
Hablemos entonces también de familias. Ardora Ediciones ha publicado dos libros de Pedro y le ha incluido en una Antología. Formó parte desde el primer momento de nuestra familia de autores. Además de con sus congéneres raros, creo que se le puede emparentar con otros: Julia Castillo, Quico Rivas… Y siguiendo con lo familiar: Pedro pertenece a una familia de escritores que como primogénito inauguró. En España, ha habido otras recientes: los Trueba, los Panero, los Haro Ibars. En la generación anterior, los Saura, los Goytisolo. ¿Hay genes artísticos, hay fertilizantes artísticos? Nosotros, como editores, no seríamos más que jardineros.
033
Yo creo en el contagio, lo cual no deja de resultar paradójico, pues todo creador es por definición un solitario. Pero como dice Pedro en su Cuaderno verde (1988): «Nos conocemos tan mal que nuestro mejor autorretrato siempre lo hace otro».
034
El destello 057 se titula “Hermano mayor”, pero no se refiere a él mismo sino a su hermano Nicolás, cuando corrió la maratón con 12 años: «Hoy eres el hermano mayor del viento de los pies santos y de la lluvia».
035
Hemos hablado bastante de Pedro, pero quizás no lo bastante de este libro editado por Ladera Norte, testimonio de la continuada atención prestada a la obra del poeta por parte de sus hermanos de sangre, la Pe Cas Cor Sociedad Imaginada. Además de un emocionante tributo, el volumen es una constelación de fragmentos e iluminaciones poéticas, una pinacoteca, un álbum fotográfico y, a mi juicio, un tesoro documental para la memoria generacional y colectiva.
036
Vaya, iba precisamente a corregir una de mis anteriores entradas haciendo la distinción entre hermanos de tinta y hermanos de sangre… pero creo que este libro es mestizo, resultado de la mezcla de líquidos.
037
Y de géneros. En una reciente entrevista, Berta Vias aseguraba que el género que a Pedro «le inspiraba a la hora de escribir su poesía era la novela». Y quien haya leído sus singulares series de poemas encadenados estará de acuerdo. Casariego inventó un híbrido. Él mismo estaba cortado por la mitad. Era un zurdo en un país de diestros…
038
Lo narrativo es una constante en su escritura. El hidroavión de K y algunos otros textos son cuentos en verso, no poemas en prosa. Creo que esa es también una de las razones de su ligereza: carece de cualquier clase de recurso o retórica del poeta adrede.
039
En el destello 065, encuentro una de las mejores definiciones que conozco del amor. Pertenece al Cuaderno azul y blanco, fechado en 1989: «Amar / consiste / en / creer / haber encontrado / una tortuga veloz».
040
Pedro fue un gran poeta del amor, de hecho, un renovador de la poesía amorosa española del fin del siglo pasado. Mis dos favoritos: 085 «Si el corazón de tu amada es gris, aprende a venerar los días lluviosos»; 046: «Enciende una vela cuando te enamores; y apágala cuando la mujer de la que te has enamorado se enamore de ti, porque ya no necesitarás otra luz que la de sus noches».
041
Recapitulo. Casariego era plenamente consciente de que La vida puede ser una lata —como titula su libro de 1987, admirable híbrido de textos y dibujos, traducido al francés por Marceau Vasseur y Loreto Casado (C’est peut-être du toc, la vie, 1996)— y de que para hacerse sabio, para alcanzar una ignorancia sabia, un ser humano solo dispone de sus propios errores. La obra de Pedro, llena de cicatrices tatuadas y tatuajes sin cicatrizar, representa un lugar común desprovisto de estereotipos. Para juzgarla, es preciso tener especialmente en cuenta aquella observación formulada por Rilke en una carta de 1903: «Las obras de arte son de una infinita soledad, y con nada se pueden alcanzar menos que con la crítica. Solo el amor puede captarlas».
042
Recapitulo también yo: Pedro Casariego Córdoba, nació en Madrid en 1955 y murió por voluntad propia en 1993. Entre 1978 y 1986 publicó seis libros que componen el ciclo Poemas encadenados; entre 1986 y 1988, cuatro libros ilustrados con sus particulares dibujos. De varios de ellos se han hecho reediciones posteriores. Han escrito sobre su obra tres generaciones de lectores, lo cual abarca desde Pedro Laín Entralgo a Javier Mateo Hidalgo, pasando por Ángel González. Podemos decir que su obra interesa a lectores entre los 8 y los 88 años.
043
En esta presentación de Tantas cosas, yo fantaseaba con la quimérica posibilidad de alcanzar los 101 intercambios dialécticos. Aunque el tiempo no da más de sí, sigamos, al menos, la invitación que los editores cursan en la nota inicial: «En este libro hay cien destellos. Seleccionar el ciento uno al que alude el título es competencia del lector».
044
Destello 019: «Los días del suicido son días de un azul derramado. Antes una plaga de horas tristes ha labrado mi alma». No sé si en la estación de tren de El Barrial, en Aravaca, de la que parten las vías en las Pedro encontró la muerte, hay algún recuerdo permanente. Debería haberlo. Es, en realidad, uno de los pocos lugares sagrados de nuestra generación. Tal vez deberíamos construir una capilla invisible para los poetas muertos, para los poetas vivos, para los poetas enamorados.
045
Mi 101. ¿Puedo hacer una pequeña trampa? Dudo entre dos pasajes de sendos poemas publicados en Amén, uno en marzo de 1993, otro un año más tarde. Son dos perlas de amor y de humor. El primero, reza: «tú puedes ayudarme complicándome la vida / complícame la vida / complícamela». El segundo: «Te he relatado miles de veces mi historia: / Recibí el Título Europeo de Bondad Natural, / acabé sexto en los Mundiales de Verdad sin Paliativos, / me lesioné en la Prueba Clasificatoria de Compasión hacia los Débiles / y no te encontré para poder competir en Amor mutuo, / ya sabes que es una competición de Dobles».
046
Mi 101: «Es tarea fácil lograr que los otros te tomen por un pensador o un filósofo. El engaño consiste en hablar poco, callar mucho, sonreír una o dos veces al año con la mitad de la boca, callejear solo, mirar fijamente, ser un estrafalario, en fin. La tarea es casi eterna, pero el éxito está asegurado». (Entrevista con Pedro Casariego en 8 poetas raros: conversaciones y poemas. Antología de J. L. Gallero y J. M. Parreño. Árdora Ediciones. Madrid, 1992).
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Autor: Pedro Casariego Córdoba. Título: Tantas Cosas. Editorial: Ladera Norte. Venta: Todostuslibros.
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