Cuando descubrí que Después de Claude, de Iris Owens, se publicó en 1973, y que fue traída a la orilla editorial del siglo veintiuno en 2010 por The New York Review, y que ahora, en una tercera ola, traducida por Regina López nos la publica la editorial Muñeca Infinita en 2024, dentro de mí salta un resorte: buscar obras publicadas en España en ese mismo año. Así descubrí, por ejemplo, que cuando en Estados Unidos se publicó en 1951 El guardián entre el centeno, de Salinger, aquí en España se publicaba La colmena, de Cela. Y que en aquel ahora de 1973 el Premio Eugenio Nadal se lo llevó El rito, de José María García Blázquez, novela que he tomado prestada de la biblioteca pública y que he empezado a leer —¡vaya historia tan desconcertante y suculenta!— para comparar, en este caso, las actitudes femeninas de varias protagonistas. Entre ellas la de una americana, Harriet, la de una belga, Claire, y la de una española, Elsa. Qué productiva es siempre la literatura comparada. Pero además de El rito, en ese mismo año se publicaban en España Azaña, de Carlos Rojas (que fue Premio Planeta); Adagio sentimental, de Mercedes Salisachs (finalista del Premio Planeta); El río, de Ana María Matute y, otra vez, Cela, con Oficio de tinieblas 5. Muchos lectores se preguntarán por qué me enreveso de esta manera, y la respuesta es sencilla: comparando literaturas del mismo año descubro tonos y calibro lo sápido de unas literaturas frente a otras. Incluso encuentro semejanzas y aplaudo las diferencias estilísticas e idiosincráticas. Disfruto, en definitiva, comparando savias literarias.
La novela es una secuencia de las representaciones mentales y contradicciones de una mujer desquiciada que es narradora protagonista. Y para que empaticemos con ella, realiza un aparte singular que se atreve a incrustar dentro del torrente narrativo, y dialógico —¡los diálogos brillan mucho y bien!— de la novela: «Porque permitidme que os hable de los maravillosos amigos de Claude…». Harriet quiere quedarse con Claude, casi como lo haría RoRo, pero ella denigra constantemente a Claude con lengua bífida y viperina, como si ya fuera su ex. La toxicidad que emana de sus pensamientos y propuestas machacan la relación de pareja.
Harriet tiene amigas y se despacha con ellas acerca de su relación con Claude. A la pregunta sobre cómo van las cosas, Harriet contesta expeditiva: «Estupendamente, si tu ambición en la vida es ser un burdel con patas». Antes, Harriet le había aconsejado a esa misma amiga que le cuenta los sueños: «Rhoda, hazte un favor a ti misma y métete en la cama con un hombre de verdad, verás como dejas de malgastar tu tiempo en pesadillas». Harriet es antitética y así nutre esta ficción.
Además, destila paroxismo. Su personalidad se desborda en cada página y en los monólogos trata de convencerse a sí misma de que no es como se percibe, de que no es una concubina y esclava sexual de Claude. Por ese motivo le recrimina que quiera abandonarla si «¿ha sido la misericordia lo que me ha tenido clavada a tu colchón hasta ahora?». Harriet propone reiniciar la relación continuamente con el fin de cambiar la intención de Claude, pero este le espeta: «han pasado seis meses y aquí sigues, como una sanguijuela, como un parásito, destruyendo mi apartamento y mi vida». Pobre Claude. Harriet no quiere ser una acosadora psicológica, y lo intenta página tras página, incluso lo trama, pero cuando aparece otro hombre, Roger —que parece traído desde el Mayo del 68— en el Chelsea Hotel, la naturaleza promiscua de Harriet recobra su incandescencia: regresa su agitación, su exasperación, su encono y arrebato hacia el hombre que vino después de Claude, justo después de Claude.
Iris Owens, la autora, utilizó durante su etapa como escritora el seudónimo de Harriet Daimler. Iris Owens escribe Después de Claude cuando tiene 44 años, con cama y vida suficientes para armar una novela con una protagonista como Harriet, con ciertas semejanzas biográficas —¿quién nos lo va a negar?— a Harriet Daimler, escritora de novelas eróticas en Olympia Press, editorial que publicaría la primera edición de Lolita, de Nabokov. Pero hay que respetar las leyes de la ficción: una novela autobiográfica no es tu autobiografía, es decir, Después de Claude no es la autobiografía de Harriet Daimler, seudónimo de Iris Owens. Porque Iris Owens, la no narradora protagonista, no está sometida al pacto de veracidad, sino al de la verosimilitud. Es aquí donde Después de Claude asombra. Y es que hay que recordar lo que nos aconsejaba Kierkegaard: «Todos los hombres —también las mujeres como Harriet— son aburridos. Aquellos que no se aburren a menudo aburren a los otros, mientras que aquellos que se aburren entretienen a los otros. Aquellos que no se aburren por lo general son gente que, de una forma u otra, se mantienen extremadamente ocupados; son precisamente por esta razón los más fastidiosos, los más insoportables». Desocuparse y no aburrirse; así que se trataba de leer a Iris Owens en Después de Claude, ¿verdad?
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Autor: Iris Owens. Título: Después de Claude. Traducción: Regina López Muñoz. Editorial: Muñeca Infinita. Venta: Todos tus libros.
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