Otro veinte de octubre, el de 1967, hace hoy cincuenta y cuatro años, la Gran Revolución Cultural Proletaria, la Revolución Cultural, sume a China en un nuevo baño de sangre. El país no se ha recuperado aún de las medidas impulsadas por Mao Zedong entre 1958 y 1961. Un pasado aún reciente en el que, bajo el lema del Gran Salto Hacia Adelante y el objetivo de promover la industrialización de una sociedad eminentemente agraria, los comunistas han provocado una hambruna que, dependiendo de las estimaciones, ha causado la muerte por inanición a entre quince y cincuenta millones de campesinos.
El genocidio de clase —“hay que acabar con todos los burgueses”— que los comunistas llevan perpetrando, impunemente y con la complicidad de toda la izquierda internacional que no lo condena, desde las primeras matanzas de la revolución soviética, durante la Revolución Cultural, además de por las ejecuciones arbitrarias, pasa por el escarnio público, la tortura, los trabajos forzados y, por supuesto, la expropiación de los bienes. Dentro del también consabido ruralismo maoísta, miles de jóvenes son obligados a desplazarse de sus ciudades de origen al campo.
En medio de semejante delirio antiburgués, antioccidental, anti todo lo que resulte foráneo o revisionista, Tchang Tchong Yen, un artista de Shanghái que en 1936 recién regresó de un periplo europeo, abrió en su ciudad una escuela de arte según el modelo del Viejo Continente, echa de menos a un amigo belga. Su academia ha funcionado durante treinta años. Comunista convencido como ha sido, incluso supo adaptarse, llegado el momento, al nuevo canon maoísta. Así ha realizado numerosos retratos de los nuevos paladines de la república popular. Pero para los guardias rojos, siempre con el Libro rojo de Mao en la mano, no es suficiente. Para ellos, siempre tan poéticos como su líder, Tchang Tchong Yen sólo es un “tigre de papel”, como el resto de los reaccionarios. Y Tchang aún puede decir que ha tenido suerte. Desde luego mucha más que los casi ocho mil asesinados brutalmente en la masacre de Daoxian —y mil cuatrocientos más impelidos al suicidio—, todos ellos “enemigos del pueblo”, que entre el trece de agosto y el diecisiete de octubre han sido víctimas de los campesinos, los guardias rojos y la milicia local.
Es 1966, mientras empiezan las matanzas y las persecuciones, cuando los verdaderos maoístas le acusan de no serlo él —el arte que imita la estética occidental es burgués inexorablemente— y cierran su academia después de expoliarla, Tchang Tchong Yen es enviado a un campo de reeducación. Allí es obligado a recolectar arroz, descalzo y con los pies en el agua, antes de ser enviado a empaquetar clavos a una acería. De esta manera, el artista burgués occidentalizado aprenderá a ser obrero y campesino, el paradigma comunista.
Mientras empaqueta clavos en aras de la revolución proletaria, Tchang Tchong Yen ignora que también es un personaje de las aventuras de Tintín. Junto con Al Capone, el único que aparece en las viñetas favoritas de millones de jóvenes de siete a setenta y siete años del mundo entero con su verdadero nombre. Es un tributo del gran Hergé a su viejo amigo.
Mas de treinta años antes, el gran maestro de la bande dessinée, el cómic franco-belga, se dispone a llevar a Tintín a China para su nueva entrega. Consciente de ello, el abate Gosset, capellán de los estudiantes chinos en la universidad de Lovaina, advierte a Hergé sobre lo peligroso que sería caer en los prejuicios europeos sobre los chinos. A tal fin le sugiere que se ponga en contacto con Tchang Tchong Yen, un joven estudiante de arte, natural de Shanghái. Católico convencido y practicante, Hergé hace caso al cura y el 10 de mayo de 1934, el dibujante y su esposa, Germain, reciben a Tchang en su casa de la calle Knapen de Bruselas.
Lo que surge entonces es una amistad que conmueve a cuantos tienen noticia de ella. Tchang no sólo ensancha el carácter de Hergé, haciéndole superar todos sus prejuicios hacia los chinos, comunes a los europeos de la época —y viceversa—. También será el principal personaje de El Loto Azul (1935), una de las aventuras de Tintín más emotivas y una de las obras maestras de la historia del noveno arte. Todo un alegato en favor de China durante el ataque japonés a Manchuria (1931) y la ocupación de Shanghái del año siguiente. El primero además que se publica en Europa, mayoritariamente favorable a Japón en aquel conflicto. A instancias de Tchang, en esos caracteres chinos que se incluyen en los carteles que aparecen en algunas viñetas, ininteligibles para el común de los jóvenes de siete a setenta y siete años occidentales, pueden leerse consignas como: “¡Abajo el imperialismo!”. “Boicotead los productos japoneses”.
Tchang y Hergé se despiden en una estación de Bruselas en el 35. El joven chino vuelve a Shanghái cuando El Gran Timonel ya ha finalizado su larga marcha. Mas de treinta años después, el veinte de mayo de 1967, mientras Tchang sufre los rigores de la Revolución Cultural, se acuerda de su amigo belga al empaquetar los clavos. Después, los maoístas le convierten en barrendero y le obligan a delatar a otros artistas. No sabe que también ha inspirado otro de los grandes álbumes de la serie, y ya es decir, considerando que en las aventuras de Tintín todo es excelencia: Tintín en el Tíbet (1959).
En esta segunda ocasión, el infatigable reportero de Le Petit Vingtième parte en busca de su amigo Tchang, al que conoció en El loto azul e imagina perdido en el Himalaya tras un accidente aéreo. En numerosas ocasiones, Hergé ha mandado al verdadero Tchang los dos álbumes a la dirección de Shanghái que tiene de él. Pero le llegan devueltos: los comunistas le dicen que está prohibida la distribución de cómics occidentales en el país.
Hergé no desfallece. Pregunta por Tchang siempre que va a comer a un restaurante chino en Bruselas. Al cabo hay uno en que sí, que conocen a Tchang. Ya en el 76, al final de la Revolución Cultural, el amigo de Tintín y de su autor convalece de una paliza que le han dado los guardias rojos cuando el hijo del embajador en Bélgica, dueño además de un restaurante chino en Bruselas, pregunta a Tchang por un tal Hergé. La alegría es tanta que le hace olvidar las heridas.
Ya al final de la Revolución Cultural, Tchang Tchong Yen es rehabilitado y nombrado director de una escuela de Bellas artes de Shanghái. Con la apertura impulsada por las nuevas autoridades chinas, se le permite viajar.
Finalmente, Hergé y Tchang Tchong Yen vuelven a encontrarse en el aeropuerto de Zaventem, el 18 de marzo de 1981. En su regreso a Bruselas, la ciudad de Tintín, Tchang, su mejor amigo, es recibido por Hergé y por toda Bélgica con honores de jefe de estado.
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