Águilas es mi tercera novela manuscrita y la primera en ser publicada. Recuerdo el clic exacto cuando mandé su última versión a la editorial Dos Bigotes, la sensación de alivio y vértigo al oír el pequeño chasquido del ratón.
Águilas relata la fuga de dos muchachas francesas que escapan de un internado a mediados de los ochenta. Yo fui una de ellas, y quise escribir esta historia de amor entonces. Desde lo alto de mis quince años, ennegrecí con letra minúscula cincuenta folios de una prosa ampulosa y dolida. Fue mi primer intento fallido.
Para lograrlo ahora, busqué con casi cincuenta esta voz de mi adolescencia, con su cóctel torpe de pedantería y ternura. Recrearla desde tal distancia, tanto en la forma como en el fondo, me supuso reflexionar mucho sobre las relaciones que se establecen entre memoria y ficción. Pocos recuerdos fidedignos me quedaban de esta aventura, solo algunos flashes, en su mayoría visuales. Decidí usarlos como si rascase una cerilla que iluminara brevemente la escena. Los convertí en los títulos de entradas que bauticé “polaroids”, cuya colección conforma el relato. Al darles nombres acudieron más recuerdos, en forma de sueños, pero también caminando por la calle, sin más aviso. Muchas veces me paré a pensar si eran ciertos o si simplemente encajaban en el relato. Como estas memorias de infancia que yacen atrapadas en fotos mil veces manoseadas. Plasmé estas instantáneas en riguroso orden cronológico, apegada a un presente estricto sin apenas saltos temporales, “como si estuviera ahí”. Quizás estuve.
Asomarse a los recuerdos de la pubertad en plena menopausia fue un ejercicio vertiginoso, pero de alguna manera muy coherente. Ambas son épocas bisagra que se inscriben en el cuerpo, producen transformaciones palpables en la propia carne. Quiebros, caídas, nuevas curvas que apuntan hora al cielo, hora al suelo.
En este proceso de escritura me topé con algunas evidencias propias del dinosaurio de Monterroso: mi voz de los 15 años chapurreaba en su intento de aprender castellano. Esta conquista de la lengua se tornó erótica; la doble erre, un redoble que clama libertad. Hoy escribo en un idioma conquistado, hora a caricias, hora a codazos. Nunca me pertenece del todo, se construye sin mí, pilla palabras de camino sin preocuparse de su contexto. Volver a sus inicios me hizo percibir de lleno la carnalidad del lenguaje, su capacidad de crear voces que no necesitan rostros.
Las voces de Águilas me tuvieron atrapada un buen rato, me trastornaron lo suficiente como para sentarme a escribir con la fruición del que retoma un libro para saber “cómo sigue”. Aquí sigo, en Madrid.
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Autora: Fló Guerin. Título: Águilas. Editorial: Dos bigotes. Venta: Todostuslibros, Amazon, y Casa del Libro.
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