El martes se entregaban los premios Zenda y tuve que sacrificar el sarao por el cuidado de mis hijos. Además, era mi cumpleaños. Cumplir 50 y no ser de delegación fácil me llevó a perderme un evento que, vistas las fotos, fue apoteósico. Qué rabia. Con todo, el jueves se daba otro premio, donde yo era finalista. Durante semanas, me pareció que mi cumpleaños y mi evento eran esa comida que se celebraba el jueves. El 14 de enero transcurrió prácticamente como un día normal. El jueves 16 de enero cumpliría de verdad 50 años y podría deprimirme a conciencia. Bastaría con perder el premio para ver la vida como un gran sufrimiento sin el menor sentido, y con medio siglo a cuestas.
Como gané, atendí (y les juro que este artículo no va de lo que creen que va) decenas de requerimientos, estreché muchas manos, cabildeé, posé para las fotos, fui entrevistado, no comí nada, bebí un poco de vino por precaución psicológica, hablé por teléfono y me quedé en el salón del acto hasta que se vació por completo para poder hacer la última entrevista sin que hubiera ruido. También escribí treinta o cuarenta mensajes a la gente a la que le hace feliz saber que yo gano cosas.
Luego (repito: no vamos a eso, vamos hacia otro sitio), acudí a un pub cercano donde el evento se precipitaba hacia el estado líquido. Llevaba conmigo el busto de Julio Camba, unos cinco kilos de peso. La gente estaba muy animada en el pub, aunque hubiera ganado yo. Pedí una cerveza Alhambra y me cobraron 8 euros. Luego me los devolvieron porque seguía pagando Julio Camba. Me senté a una mesa junto a Manuel Jabois. Llegaron presentadores de televisión. Acabé mi cerveza y decidí marcharme a casa. Mis hijos volvían de las extraescolares en una hora y media. Tenía muchas ganas (casi era lo más importante) de que vieran a su padre cuando le dan un premio.
Ya estamos en casa. Los niños juegan con el busto de Julio Camba, juegan con el dinero del premio, 10.000 euros, creen que el dinero está o es el busto de Julio Camba. Que el busto vale 10.000 euros. Les explico que vamos a cambiar las ventanas de la casa gracias a Julio Camba.
Sigo contestando emails y mensajes directos de Twitter. Felicidades/Gracias. Cansa mucho ser feliz, incluso sólo ganar un premio gallego, que es mi coordenada superior. A ser feliz hace tiempo que he renunciado.
Alberto Olmos gana el premio Julio Camba con un artículo publicado en El Confidencial https://t.co/0B6veYX0Yi
— Alberto Olmos (@alb_olmos) January 16, 2025
Y aquí vamos. Entre los emails de felicitación, y los mensajes de lo mismo, hay algunos que no lo son. Son de trabajo. Me anuncian: “Se ha muerto David Lynch, ¿te escribes algo?”. Ese es el momento culminante del trabajo de columnista. No el premio Julio Camba: ¿te escribes algo?
La paliza que llevaba encima era monumental, el premio, el cumple, los niños, las semanas soñando con ganar el premio. La vida a partir de los 50. “Se ha muerto David Lynch, ¿te escribes algo?”.
Por supuesto.
En dos segundos, contesté que escribía algo.
Acababa de ganar 10.000 euros con un artículo que escribí hace más de un año. Si de algo andaba harto, es de escribir artículos. Además, por el obituario de David Lynch no gano dinero, pues El Confidencial me quiere como soy a tanto el mes. Nadie me ordena escribirlo, es sólo una amable sugerencia. Puedo decir que no, tengo todas las excusas posibles; y dos niños encima. De hecho, en ese momento debería estar ahogando mi ego en whisky sours y pagando copas a desconocidos en el Cock. Algo de alcohol me marea aún la sangre. Los niños, a mis espaldas, piden de cenar; se pelean; me interpelan; me cuentan cosas. Escribir con niños es más difícil que escribir con una persona dándote con un mazo en la cabeza.
Por supuesto.
Jorge Bustos ha afirmado que ser columnista consiste en “ser capaz de escribir en una hora una columna decente sobre cualquier cosa”. Es una definición fantástica, a la que debemos añadir: “y bajo cualquier circunstancia”. Aunque tengas a tu madre enferma, aunque tengas una cita con Ana de Armas, aunque el termómetro señale 40 de fiebre. Aunque se esté muriendo tu hermano de cáncer. Escribes una columna decente sobre cualquier cosa en una hora.
Así que me puse a escribir una columna decente sobre David Lynch en una hora. No se había muerto un don nadie, se había muerto un gran director de cine, y buena parte de las ganas de escribir esa columna me vinieron de la obligación que sentía de defender a David Lynch. Hace tiempo que no rueda películas, quizá la gente no sabe lo importante que es. Hay que hacerle justicia. Hay que ponerle en su sitio. Hay que honrarle.
También es un honor, un absoluto privilegio, poder escribir de David Lynch el día que se muere.
Me dolió mucho no poder escribir sobre Javier Marías el día que se murió, en The Objective, y contemplar la entusiasta escoria que le publicaron a otro sobre Javier Marías.
Como me ha dolido la desmayada escoria que le han publicado a Carlos Boyero sobre David Lynch en El País.
No podemos dejar la muerte en manos de aficionados.
Pero sigamos.
Porque la ironía de estos esfuerzos (sin exagerar) épicos por “escribirse algo” es que a nadie le importa lo más mínimo lo que te ha costado escribir ese artículo. Nadie conoce las circunstancias de tu escritura, lo bueno que sería el artículo si lo midiéramos por lo difícil que ha sido completarlo. El artículo es bueno, malo, regular; la gente juzga. Es increíble la cantidad de articulistas con todo a favor (sin hijos, sin medio siglo encima, con plenas comodidades en casa; con criada) que nunca son capaces, ni de casualidad, de hacer ese artículo decente, no digamos buenísimo, ni aun contando con toda la semana para ello. Serán los primeros en juzgarte sin piedad.
Mandé el artículo sobre David Lynch, que me llevó hora y media escribir, 45 minutos sólo para dar por bueno el primer párrafo. Luego, di de cenar a los niños y los metí en la cama. Cuando se durmieron, hice café y me senté de nuevo ante el ordenador. Me quedaba escribir el artículo del lunes que entrego la noche de los jueves.
Y lo escribí.
Alberto Olmos escribe muy bien. He leído el comienzo del obituario de David Lynch, pero no pago El Confidencial (sí La Vanguardia). Me quedo sin saber cómo fluye el humo tóxico de su cine. Como decía, Alberto Olmos escribe muy bien, y además es de Segovia, una de las pocas ciudades que España que no ha sido salvajemente violada por la piqueta. Solamente un poquito. Lo mejor del artículo es la verdad brutalista sobre los niños. En estos tiempos, cualquier otro habría acompañado las frases de los niños de otras cinco aclaraciones llenas de diarrea emocional. Las frases de Alberto Olmos son de hormigón armado. No hay que hacer comparaciones, quien comprenda esto afortunado es, y si no, que el tiempo le descomponga hasta el olvido.
(Me gustaría recibir el artículo de El Confidencial sobre David Lynch)
En definitiva, que está encabronado porque hubo uno que no lo felicitó por el Julio Camba, y porque no le encargaron las remembranzas de Javier Marías y David Lynch a él, que lo habría hecho mucho mejor que los dos desdichados que finalmente las escribieron. Qué vida ésta…