Para encontrar una anécdota sobre la relación entre el alcohol y el arte, máxime si pretendemos hallarla en esa faceta autodestructiva tan bohemia y literaria, sin duda el abanico de autores y personajes entre los que podemos elegir es casi infinito. Permita el lector que me quede con uno de mis favoritos: Francis Scott Fitzgerald. Pocos han reflejado la decadencia del exceso como él. En un magnífico volumen publicado por Círculo de Tiza, que tiene por título El arte de perder, y que recoge un gran número de cartas escritas por el genio de Minnesota, se puede ver trazada esa decadencia de primera mano. En una de sus últimas cartas escribe a su hija, Scottie, a quien tanto ama: por favor, pequeña —le suplica—, no hagas nada de lo que tu madre y yo hemos hecho, y haz todo lo que nunca hicimos. Sólo así alcanzarás la felicidad. Pocos días después de enviar aquella misiva, Fitzgerald moría con el corazón fulminado. En su lápida puede leerse una cita de El Gran Gatsby: «Y así seguimos luchando, como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado».
Este fin de semana nos dejó Matthew Perry, el entrañable Chandler de Friends. Se ha hecho viral estos días la última escena de la serie, cuando todos los amigos se despiden para siempre emplazándose a tomar un último café, plan ante el que Chandler deja la última y definitiva palabra: ¿Adónde? Así, con esa gracia inocentona del personaje, se cierra la extraordinaria y legendaria historia de los seis amigos: ¿Adónde? Hoy esas últimas sílabas resuenan más que nunca en las cabezas de los millones de fans que lloran la muerte de Perry, un tipo que más allá del Chandler que lo inmortalizará resultaba igualmente afectuoso, cordial, dicharachero y amable. Me paseo ahora por sus redes sociales y veo que hay algo de tristeza, algo de tragedia en esos ojos por lo demás graciosos, ocurrentes. Observo su último post, sumergido en el mismo jacuzzi donde pocas horas después sería hallado muerto.
Hay algo de amargura en esa foto, como lo hay en la última carta de Fitzgerald para su hija. Como si en esos ojos o en esos renglones se deslizara, quizá entre líneas, una mezcla entre la llamada de auxilio y la llamada del perdón. Veo también en redes una entrevista bastante graciosa donde Perry cambia el semblante para hablar del alcoholismo que padece. Lo llama «enfermedad». Mastica bien las sílabas: en-fer-me-dad. Habla de cómo es incapaz de sacarse de la cabeza un Martini cuando está sobrio. Cuando cede, cuando sorbe el Martini que tanto le atormenta, entonces comienza la segunda fase: ha desaparecido la obsesión, es feliz. Y para celebrarlo su mente responde bebiendo tanto como la última vez, aunque siempre añade una porción más. Es el mismo personaje famoso, poderoso, pero ahora se desnuda y se nos aparece frágil, mortal. Pienso en los millones de personas que se hallan en una situación similar, que padecen a diario esta en-fer-me-dad, y que quizás a esta hora estén enviando su última carta o subiendo su último post a Instagram. Como barcos contra la corriente. Me pregunto si alguien será capaz de percibir la llamada de auxilio en esa frase, en esa mirada. Descansa en paz, Matthew.
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