A las buenas, criminal.
Antes de empezar a relatarte la obra y milagros de un nuevo asesino en serio, quería contarte que éste será mi último artículo en este blog. ¿La razón? Las obligaciones, que me impiden darle por un lado la continuidad que me gustaría y por otro el rigor que intento impregnarle siempre. Esto lo consigo tras muchas horas de investigación, que ahora no puedo emplear. Me gusta contrastar los datos que encuentro porque no es bueno quedarse con lo primero que uno ve —lo sé por experiencia—, así que necesito emplear en esto un tiempo que ahora mismo no tengo. Ni voy a tener en los próximos meses, pues voy a lanzar nueva novela a comienzos de la primavera. ¿Quiere decir que dejo Zenda?
¿De verdad crees que puedo? No, no se puede dejar Zenda. Zenda no es un blog, Zenda es algo que acompaña siempre a los que pertenecemos a esta gran familia. Y, además, aunque pudiera, no lo dejaría jamás. ¿Qué coño? Volveré con un blog algo menos exigente, pero no por ellos menos interesante. Ya verás, ya.
Y ahora vamos con lo que de verdad importa. El relato sobre Ted Bundy, uno de los asesinos en serie más famosos de toda la historia.
Theodore Robert Cowell nació un 24 de noviembre del año 1946 en Burlington, una pequeña localidad perteneciente al estado de Vermont (Estados Unidos). Nunca conoció a su padre biológico —aunque años más tarde su madre acabaría relatando que era un veterano de guerra— ya que su madre, de nombre Eleanor Louise Cowell, se quedó embarazada siendo muy joven y su amante se desprendió de toda responsabilidad con la paternidad. A ella no le importó y decidió seguir adelante.
Ted nació en un albergue para madres solteras. Ella trabajaba en unos grandes almacenes, y cuando quedó embarazada tenía unos veintitrés años y residía en Philadelphia. Ella se informó de que en ese albergue podría tener a su hijo en unas mínimas condiciones de seguridad y apoyo, así que se desplazó a Vermont para parir allí. Pasados cuatro años volvió a Philadelphia. No es la primera vez —de hecho, sólo tendría que irme al caso de Aileen Wuornos— en el que la madre, en la situación especial en la que se encuentra, decide no hacerse cargo como tal y delega esa responsabilidad en los abuelos. Esto generalmente se hacía para evitar un escándalo en la sociedad por haber tenido un hijo tan joven y fuera de un matrimonio. En este caso, hicieron creer a Ted que sus abuelos eran sus padres —al igual que con Aileen— y ella su hermana mayor —aquí está la diferencia—, aunque al igual que en el caso de Wuornos, su infancia fue bastante dura —quizá no tanto— porque tuvo que soportar a un abuelo-padre, adicto a la pornografía, agresivo y con tendencias homicidas, que maltrataba física y psicológicamente a su abuela a diario. Ésta última, a causa sin duda de estos episodios, arrastraba una larga depresión, sufría de ataques de pánico y se pasaba la mayor parte del día medicada y, casi, fuera de juego. El abuelo no sólo era agresivo con su mujer, ya que si, por ejemplo, su hija no se despertaba a la hora a la que él consideraba idónea, la tiraba escaleras abajo para darle una lección. Ted ya demostraba desde pequeño una extraordinaria inteligencia porque, a pesar de que nadie le dijo nada y de que nada podía hacerle sospechar de lo contrario, intuía que sus supuestos padres en verdad no lo eran. También tenía claro que su hermana era en verdad su madre.
Ted no tardó demasiado en empezar a mostrar signos preocupantes de inadaptación y otras rarezas varias. Lo hizo a la temprana edad de tres años. Por ejemplo, en la escuela era un muchacho ejemplar. Un magnífico estudiante y muy predispuesto a ayudar a los demás siempre que se lo pidieran, pero a pesar de ello siempre se mostraba muy distante en las relaciones afectivas con otros niños. Años más tarde él mismo acabaría confesando que no entendía ese tipo de relaciones. No sabía qué llevaba a otros seres humanos a querer crear ese vínculo afectivo. No lo comprendía, y esto le hacía alejarse de los demás emocionalmente. Hace nada te he hablado de rarezas y, quizá, la que te voy a contar vaya un puntito más allá. Ted tenía también una tía bastante joven, la cual se despertó un día en su cama rodeada de cuchillos que apuntaban directamente hacia ella. Esto es preocupante de narices, sobre todo teniendo en cuenta que Ted los había sacado de un cajón y colocado ahí minuciosamente. Pero quizá, lo más preocupante es que atribuyeran este acto a una chiquillada y no le dieran la importancia que merecía. Cierto es que no podían saber en lo que se acabaría convirtiendo, pero puede que el niño mandara una serie de señales que no fueran tomadas en consideración.
Su madre, harta de las vejaciones diarias del abuelo y pensando que éstas influían en que Ted se comportara algo raro, tomó al niño del brazo y se fue de casa hacia Tacoma (Washington), a vivir con unos familiares.
El pequeño quedó muy afectado por esto, pues consideraba esta separación del que decían que era su padre como una traición por parte de su hermana —en verdad su madre, sí, sé que es algo lioso—. Esto hizo generar en él un sentimiento que, añadido a su predisposición al mal, que tenía desde el mismo momento en el que nació, creó un cóctel explosivo al que se le siguieron añadiendo elementos con los años. A pesar de este sentimiento en su interior, el joven Ted no lo mostraba de puertas afuera. Al contrario. Era un muchacho ejemplar que seguía sacando buenísimas notas, que se enroló en los boy scouts y que todas las madres soñaban para sus hijas. A pesar de su buena marcha en el colegio, sus compañeros lo veían como a alguien extremadamente tímido. Su único contacto con chicas durante la primaria y secundaria se limitó a esas fiestas en las que ellas sacaban a bailar a ellos, pero poco más. Su propia madre —a la que él consideraba su hermana— contrajo matrimonio a los años con John Bundy, que lo adoptó como hijo propio y del que Ted aceptó gustoso el apellido. A pesar de esto y de los esfuerzos de John de crear un lazo afectivo con Ted —a través de un sinfín de actividades padre-hijo—, esto no pasó de ahí y sólo el apellido los llegó a unir realmente. Incluso se dice que el pequeño Bundy lo despreciaba por ser de lo que él consideraba «baja extracción social» —era cocinero—. Ted llegó a tener más hermanos fruto de este matrimonio —dos hermanos y dos hermanas— y, sin embargo, a pesar de sentir lo mismo que por su padrastro, los cuidó de manera ejemplar, haciendo de hermano mayor.
Durante todos estos años, como ya te he contado, Ted no llegó a mantener una relación puramente afectiva con alguien, pero sí es cierto que a la persona que más se acercó y que se podría considerar un referente para él, fue su tío abuelo Jack Cowell, con el que vivían cuando su madre y él se mudaron a Tacoma. Jack era un erudito y Ted se quería parecer a él. Necesitaba destacar, digamos, sentirse especial y que se le reconociera por ello.
Su lado criminal no tardó en emerger a la superficie. Lo hizo cuando empezó a sentir la necesidad de robar. Con solo quince años ya era todo un experto en este dudoso arte y hasta habría efectuado dos asaltos domiciliarios. Se dice que esta cualidad la desarrolló y perfeccionó con una rapidez asombrosa. Esto, añadido a que consiguió despistar a su antojo a la policía, contribuyó a que su autoestima —ya por las nubes— creciera de manera desmesurada y se desarrollara en él un narcisismo extremo. Otro elemento más al mencionado cóctel.
A esa misma edad, Ted comenzó también con una afición al voyeurismo debido al único elemento que todavía no conseguía ni entender ni controlar: la relación con las mujeres. También se dice que pudo cometer su primer asesinato, aunque ni él lo reconoció ni se puede probar que fuera así. El caso es que en esa época trabajaba repartiendo periódicos. Se dice que en mitad de su trabajo se cruzó con una niña de tan solo 8 años llamada Anne Marie. No se sabe a ciencia cierta si él fue la causa, pero Anne Marie nunca regresó a casa ese día.
En 1965, Ted finalizó sus estudios de secundaria con una media de notable y se matriculó en Psicología, en la universidad de Puget Sound. En ella es donde decidió reforzar todavía más su máscara social y mostrarse como el joven encantador, apuesto, locuaz e inteligente con el que siempre sería identificado.
De hecho, dejó atrás al Ted retraído y tímido del colegio, y ahora era ingenioso y decidido, por lo que la gente se empezó a mostrar interesada en pegarse a su lado. Lo describían como un imán para todo. Esta farsa —o fachada, como lo queramos llamar—, le hizo conocer a Stephanie Brooks. Él mismo dijo que le impresionó de ella su larga melena morena peinada con la raya en medio. Este detalle carecería de importancia si no hubiera acabado convirtiéndose en un patrón a la hora de elegir víctimas. Pero no adelantemos acontecimientos.
Ella reunía, además, una serie de cualidades que le recordaban a lo que admiraba de su tío abuelo Jack y que él quería para sí mismo, así que no pudo sentirse más atraído por esta joven. Estuvieron juntos durante un año. Era la primera vez que Ted, de algún modo, se relacionaba de una manera íntima con alguien y hasta creyó estar enamorado de ella. Esto quizá es un poco atrevido por mi parte, porque recordemos que los psicópatas no gestionan sus sentimientos de la misma manera que lo podríamos hacer el resto; así que no es descabellado decir que él lo creía así, aunque en realidad no lo sintiera de la manera real, hasta quizá quedaría mejor decir que estaba obsesionado. La muchacha, sin embargo, lo consideraba solo un —digamos— rollete universitario y decía de él que era inmaduro. Esto hizo que ella lo dejara, alegando que él era una persona sin ambición en la vida y que nunca llegaría a nada. Ted quedó desolado tras esto y hasta decidió abandonar sus estudios. Después de esto volvió a Philadelphia con su familia. Una vez allí, las dudas de si su vida era real o no lo volvieron a asaltar. Seguía con la sospecha de que sus padres no eran tal y se desplazó hasta el registro de Vermont para hacer una comprobación. Allí se empapó de la verdad y esto provocó en él un profundo rechazo y una ira desmedida. Todo lo focalizó hacia su madre, a la que consideraba artífice de todo el embuste. Era la segunda vez que se sentía traicionado por una mujer en muy poco tiempo, y en su cabeza el bullir de ideas macabras contra éstas era casi lo único que circulaba.
Decir que éste fue el único motivo por el que se desencadenó lo que vino después es harto injusto, como también decir que todo se debe a una infancia marcada por la violencia de su no-padre, pero como tantas veces he repetido, esa mezcla de ingredientes que se fueron añadiendo fue la que trajo unos actos tan deleznables como los que te voy a contar a continuación. Aunque sí es cierto que si la mecha ya estaba construida y preparada, esto pudo ser lo que la prendió, porque lo cierto es que Ted actuó claramente a modo de venganza.
Ese ansia de venganza le llevó a volver a la universidad y, de nuevo, matricularse. Puede que esto le diera alas, pero la verdad es que volvió, en lo estudiantil, con una fuerza renovada que lo impulsó a obtener notas brillantes en todas las asignaturas en las que estaba matriculado.
Quizá lo que quería era demostrarle a Stephanie que se equivocaba en eso de que nunca llegaría a nada. Con ella se seguía viendo. Ojalá esa vendetta hubiera quedado en lo que pretendía en un primer momento, que era enamorarla cuando viera que era un hombre de provecho y luego dejarla rota en pedazos, como hizo con él. Para llegar a demostrar esto, participó activamente en campañas políticas a favor de los republicanos, e incluso era voluntario en un teléfono de la esperanza que disuadía a posibles suicidas de su empeño en quitarse la vida. Los que trabajaban a su lado veían imposible que una persona tan buena, tan responsable, tan educada y tan preparada como Bundy hubiera hecho lo que acabó haciendo.
Al final logró su objetivo y, cuando Stephanie vio al «nuevo» Bundy, se enamoró perdidamente de él. Ted pudo consumar su venganza y la dejó cuando más enamorada estaba de él.
Lo malo es que, al parecer, esto le supo a poco, porque el 4 de enero de 1974 su carrera criminal se tornó mucho más oscura. Te recuerdo que ya tuvo sus flirteos con el crimen en su juventud, cuando le dio por robar. Ahora iría un paso más allá.
Los motivos que le llevaron a cometer este acto solo los pudo saber él, pero la realidad nos muestra que, tal y como te he contado antes, siempre siguió un mismo patrón de víctimas que, curiosamente, se parecían en ciertos detalles a Stephanie.
Fuera como fuese, ese 4 de enero se coló por una ventana de una residencia estudiantil. Eran las doce de la noche y allí golpeó con una barra de hierro a Joni Lenz, de dieciocho años. Una vez inconsciente, arrancó un trozo de madera del cabecero de la cama y la violó, penetrándola vaginalmente con él. La encontraron al día siguiente sus compañeras de habitación. Por suerte, no la mató. Eso sí, ella estuvo en coma más de una semana y, cuando despertó, su cerebro quedó tan dañado que no pudo aportar nada de información a la policía.
Tan solo pasó un mes para que Bundy volviera a las andadas, aunque esta vez, si el primer ataque no fue ya lo suficientemente grave, fue más allá.
La chica, de veintiún años, se llamaba Lynda Ann Healy, y el modus operandi fue exactamente el mismo. Lo malo, que Lynda no sobrevivió al ataque y Ted tuvo que deshacerse del cuerpo. Sus restos fueron encontrados casi un año después en una montaña cercana a la universidad.
Bundy se vio en estos momentos a él mismo como a un ser poderoso, capaz de someter a esas mujeres a su voluntad aunque fuera a base de golpes y logrando tan nefasto final para ellas. Su carrera, evidentemente, no acabó aquí.
A partir de este momento, pensó que podía acceder a ellas de otro modo, no solo asaltándolas en mitad de la noche, así que optó por idear una treta para que ellas fueran las que se acercaban a él. Bueno, en verdad hubo dos que se convirtieron en sus preferidas.
Una de ellas era hacerse el débil. En algunos casos, hacía uso de un cabestrillo e iba cargado de libros que se le acababan cayendo al suelo —¿has visto El silencio de los corderos?, porque es el método que utiliza Buffallo Bill para raptar a una de sus víctimas—. Una vez se acercaban a él a ayudarlo, usaba su increíble encanto para que acabaran acompañándolo a su coche para que le ayudaran a echar los libros dentro, y una vez ellas se inclinaban para esto, él las golpeaba con una barra que tenía oculta en la rueda y las echaba dentro para llevárselas a casa —o a veces a un bosque— y estrangularlas. Si habían sobrevivido al golpe que les daba, abusaba sexualmente de ellas. La otra treta era fingir que su coche se había estropeado. Esperaba junto a él, con rostro muy preocupado, hasta que alguna mujer se le acercaba a preguntar. Igual que antes, cuando ya las tenía en el bote, las golpeaba y metía dentro del maletero para acabar haciendo lo mismo con ellas. En todos casos, las maniataba, bien con un trozo de tela, bien con unos grilletes. Quitó hasta los asientos traseros de su coche para poder llevarlas acostadas en él.
Entre sus prácticas con ellas hubo de todo. De todo, créeme. Su sadismo fue incrementando según su número de víctimas también lo hacía. A Ted le gustaba esposarlas, atemorizarlas y convencerlas de que iban a morir. Estaba desatado y, como tuvo la astucia de moverse entre varios estados para elegir a sus víctimas, la policía no era capaz de relacionar las desapariciones, pues las jurisdicciones de cada cuerpo intervenían de una manera diferente. Un caos total que hizo que Bundy dejara un reguero de muerte a su paso impresionante. Solía deshacerse de los cadáveres en el bosque, pero su nivel de sadismo ya era tal que volvía una y otra vez para ensañarse con los cadáveres. Incluso llegó a llevarse a un cadáver de vuelta a casa para maquillarla y devolverla al bosque.
En julio de 1974 ya llevaba ocho víctimas en su haber —que constaran—. Estaba tan desatado que incluso llegó a matar a dos mujeres una misma tarde. Lo malo es que hubo personas que repararon en haberlas visto hablando con un hombre que parecía lisiado. Gracias a estas descripciones, se logró hacer un retrato robot y su imagen se difundió en televisión. Se recibieron más de tres mil llamadas con las que se pudo hacer una lista de sospechosos. Ted aparecía en esa lista.
En 1973 había estado trabajando como funcionario para el estado, y pudo conocer las medidas y los protocolos a seguir por la policía a partir de ese momento con objeto de apresarle. Esto le hizo ir un paso por delante y consiguió desaparecer para la policía. En el año 74, aparte de las ocho mujeres desaparecidas, aparecieron cinco cadáveres en un avanzado estado de descomposición.
No pensemos que por esto se escondió en una casa y no salió de allí, qué va, cambió de estado, se fue a vivir a Utah y allí se matriculó en Derecho, en la universidad. Sus profesores no paraban de repetir que hubiera sido un estupendo abogado de no ser por esa psicopatía que siempre lo acompañó hasta el final de sus días.
Por fin llegó su primer gran error. En noviembre de ese mismo año, se hizo pasar por policía en un centro comercial e intentó ayudar a una chica a la que le acababan de robar el coche. Él le dijo que la llevaría a la comisaría más cercana y, una vez dentro de su coche, intentó esposarla. Ella comenzó a resistirse y a dar patadas y, de manera milagrosa, consiguió escapar. Por fin una superviviente en condiciones para poder dar una versión de los hechos de viva voz. Lo describió perfectamente, pero Bundy era bastante camaleónico y supo modificar su apariencia a conveniencia con cada víctima.
Llegó 1975 y Bundy expandió su radio de acción a varios estados más —Idaho y Colorado, además de Utah—. Entre los meses de enero y agosto mató a ocho mujeres más, pero la policía seguía incapaz de relacionarlos entre sí.
Como muchas veces ocurre en estos casos, su detención fue producto de la casualidad. En agosto de 1975, un policía detuvo a Ted por conducción temeraria con su coche. Una vez lo registró, comprobó que éste llevaba varias herramientas, además de unos grilletes y un pasamontañas. Bundy es detenido de inmediato y es acusado de asalto. Tras un primer registro a su vivienda, se le encuentran tickets de gasolinera que lo relacionan con los lugares donde se cometieron los crímenes, aunque sigue sin poder probarse. Además, la víctima que logró escapar de él lo identificó como autor del intento de rapto. El 23 de febrero del 76, Bundy es procesado y condenado a 15 años de prisión por lo que relató la única víctima que podía identificarlo. Ya encerrado, la policía sigue pensando que es el culpable de todas las atrocidades que se han ido sucediendo en los distintos estados. Se le llega a relacionar con un asesinato, aunque él sigue defendiendo su inocencia tras las rejas. De hecho, su actitud cada vez es más arrogante en prisión. En 1977 fue trasladado a Colorado mientras esperaba a que llegara el juicio por esta acusación.
Ted estaba tan seguro de sí mismo que hasta llegó a despedir a sus abogados para defenderse a sí mismo. Gracias a esto consiguió que la vista se pospusiera. Una vez llegó el día, saltó por la ventana de la biblioteca del juzgado y logró escapar.
Solo pasaron seis días hasta que lograron dar con él, aunque, en verdad, no volvió a estar recluido por mucho tiempo, ya que en nochevieja de 1977 volvió a escapar metiéndose por un conducto de ventilación de la prisión de Colorado. Ted estaba otra vez libre y su ansia de sangre era mayor que nunca. Ya ni siquiera meditaba demasiado su proceder a la hora de abordar a una víctima, iba a por ella sin más. Cambió de nombre, se instaló en Florida y se dedicó a pasear por el campus de la universidad de Florida para elegir nuevas víctimas. En una noche, tan solo dos semanas después de haber escapado, llegó a abordar y matar a cinco muchachas —en realidad solo fueron cuatro, ya que una de ellas sobrevivió—.
Lo peor de todo era que su sadismo ya no conocía límites. Se ensañaba con cada una de las mujeres que agredía, descargando en ellas una cantidad de rabia desmedida. Tres semanas después volvió a matar. En esta ocasión, su víctima fue una niña de tan solo 12 años. Ted ya no se saciaba con nada. Era como un drogadicto en busca de una dosis que nunca lo llegaba a satisfacer del todo.
Por suerte, su reinado de terror estaba a punto de llegar a su fin. Robó un Volkswagen y esto fue denunciado. Un policía lo llegó a divisar y le dio el alto. Ted intentó escapar, pero el policía logró apresarlo. Volvió a la cárcel y, en esta ocasión, les fue muy fácil relacionarlo con los asesinatos que cometió en el estado de Florida. Los otros estados solicitaron su extradición para juzgarlo con lo que tenía cada uno de ellos, pero Florida consiguió ser el primero de ellos que lo haría. Este juicio tuvo lugar el 7 de julio de 1979. Ted volvió a pedir defenderse a sí mismo. Se le concedió. Él mismo interrogó a los testigos, pero fue al llegar a interrogar a una agente que vio una de las escenas del crimen cuando los miembros del jurado pudieron ver la verdadera cara de Bundy, la que nadie creía que existiera dentro de alguien tan encantador.
Él preguntó a la agente y le pidió que lo contara con todo lujo de detalles. Él parecía disfrutar, recrearse, por decirlo así, con el relato. Entonces a nadie le quedó duda de que él había sido el culpable de aquella atrocidad, pues se mostraba orgulloso de lo que la agente había visto.
Fue condenado a la pena capital por estos asesinatos. A pesar de esto, fue juzgado de nuevo en otro estado donde también se le condenó a la misma pena. En total se sabe a ciencia cierta que mató a treinta y cinco mujeres, aunque se habla de que la cifra podría ascender hasta el centenar, pero esto era algo que Bundy se iba a llevar a la tumba. Cuando se le condenó corría el año 1980, pero la ejecución de Bundy se retrasaba por una cosa o por otra —sobre todo por apelaciones—. Otra de las cosas que hizo fue comenzar a soltar información con cuentagotas sobre otros casos irresueltos en los que se creía que él podría tener algo que ver. Esto hizo que pasara los siguientes nueve años sin que llegara el fatídico día. Pero llegó. Fue en enero del año 1989, cuando tenía cuarenta y un años. Ocurrió en la silla eléctrica. Cuando iba a ser ejecutado, había mucha gente esperando fuera para celebrarlo. Una vez llegó la noticia de que había muerto, hubo vítores y cláxones. La gente estalló en un clamor popular que celebraba la muerte de uno de los peores asesinos en serie que había tenido la historia de los Estados Unidos de América.
Mientras estuvo preso hay dos curiosidades dignas de remarcar. La primera, que su madre fue una de sus más acérrimas defensoras. Siempre estuvo a su lado durante todo su cautiverio, hasta el mismo momento en el que lo ejecutaron. Ella negaba que su hijo pudiera haber hecho esto. Fue el propio Bundy el que hizo que entrara en razón cuando la noche antes de su ejecución le relató todos los hechos.
Otra era que tenía una legión de admiradoras que seguían todos sus pasos. Le enviaban docenas de cartas a la cárcel y, en los juicios, suspiraban cada vez que hablaba y mostraba su falsa sonrisa impostada. Esto ha sido objeto de debate durante mucho tiempo, pues poca gente comprendía cómo el mal podía atraer tanto hasta el punto de solo ver el encanto que desprendía este psicópata y no lo deleznable de sus actos. Esto no es nuevo: sin ir más lejos y quedándome en casa —en mi país, España—, ocurrió lo mismo con José Rabadán, «el asesino de la catana», que mató a sus padres y a su hermana de tan solo 9 años en Murcia en el año 2000.
La mente es fascinante, para bien y para mal.
Sea como sea, ésta es la historia de Ted Bundy y espero que la hayas disfrutado. En el buen sentido, claro. Y nada, tal y como te he contado, éste es el último artículo de este blog, pero por supuesto no será la última vez que me verás en esta mi casa, Zenda. No puedo escapar, soy prisionero y así lo voy a ser por siempre. Volveré, por supuesto, con un nuevo blog siempre que mis obligaciones me lo permitan. Sé que no tardaré demasiado en contarte nuevas historias. Y, claro, por supuesto seguiré indagando en el lado oscuro del ser humano. Pronto nos vemos, criminal. Por lo pronto, te aseguro que en nada te daré nuevas sorpresas relacionadas con mis libros. Si quieres contarme algo, lo que sea, tienes mi email: blas@zendalibros.com. Si quieres, también me puedes seguir en Twitter y contarme lo que quieras por allí, siempre contesto y es más rápido: https://twitter.com/BlasRuizGrau
¡Hasta pronto!
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