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Televisión, publicidad y doña Rosa

Televisión, publicidad y doña Rosa

Me gusta mucho encender la televisión para ver, con generosa abundancia, la publicidad que suelta a borbotones. Me gusta ver gente feliz, que es la gente que puebla todos los anuncios. Todos menos los de la DGT, que anuncian drama, tristeza y muerte para evitar dramas, tristezas y muertes. Es justo y necesario.

La publicidad es la piedra de toque de la sociedad actual. Dime qué publicidad haces y te diré quién y cómo eres. TVE y Radio Nacional de España son las únicas cadenas que mantienen el tipo y no dan publicidad, renunciando a la suculenta tajada que se reparten los otros medios privados, que no tienen vocación de “servicio público” y han de dar publicidad para sobrevivir y, en ocasiones, para facilitar y entontecer la vida al sufrido cliente.

"Quien dice una película, dice un capítulo de una serie. Películas y series son las longanizas más cortadas en la cocina de la tele"

Para cumplir con el anterior propósito de “facilitar la vida” del espectador, conviene que el primero de los cortes publicitarios de la sesión de tarde, por ejemplo, en cualquiera de los canales comerciales televisivos, sea generoso —entre 10 y 15 minutos— para que nos dé tiempo a prepararnos un sándwich mixto en la cocina, abrir una cerveza y colocarlo todo sobre una bandeja. Los actuales tiempos de publicidad nos dejan corto el sándwich; y la cerveza, por las prisas, la echamos con mucha espuma.

Recuerdo que la novelista doña Rosa Chacel, cuando venía desde Madrid para ver cómo iban sus asuntos editoriales y, de paso, dar buena cuenta de un cuarto de lechazo en restaurantes de Valladolid y Segovia, me mostraba su enfado por la cantidad de veces que en la televisión se interrumpía una película para dar publicidad. ¡Eso la sacaba de quicio! No entendía que la publicidad, con el beneplácito de los directores de los canales de televisión, se mostrara tan destructora con la obra de arte que entraña una película, en la que el Autor y el Director sufren un corte en el argumento narrativo creado conjuntamente, para meternos, por la fuerza, una docena de anuncios con mensajes imprevistos. Consideraba la gran novelista que la publicidad estaba menoscabando la obra artística de los autores y actores, impunemente, con el consentimiento de los directivos de la tele. El espectador ha relajado las emociones transmitidas por el argumento que le ha servido la película, y cuando, después de los minutos de publicidad se reanuda la emisión, el enganche argumental es difícil porque se ha distraído con los relampagueantes anuncios de argumentos inconexos.

Y quien dice una película, dice un capítulo de una serie. Películas y series son las longanizas más cortadas en la cocina de la tele.

¿Sería aceptada esta fórmula en la transmisión de un partido de fútbol?  Por ejemplo, publicidad al principio, al descanso y al final del encuentro no molesta. Pero si tenemos que meterla con calzador y le añadimos un par de cortes en el transcurso del primer tiempo y otros dos en el segundo, ¿qué tal caería a los telespectadores?

"En los cortes publicitarios programados durante el encuentro, los jugadores descansarían para refrescarse con una bebida isotónica (en verano) o para entonarse con una copita de ojén (en invierno)"

En los cortes publicitarios programados durante el encuentro, los jugadores descansarían para refrescarse con una bebida isotónica (en verano) o para entonarse con una copita de ojén (en invierno). El argumento del partido no se rompería, se pausaría (como se hace en las películas y las series) en beneficio de los anunciantes. Lo mismo que hace la publicidad al trocear una película. Es una broma, de momento inconcebible, pero válida como ejemplo.

Doña Rosa, que nació en una casa modesta, a dos pasos de la mía en la que escribo estos garabatos, pasó algunos años de su infancia en Rodilana, un pueblo pequeño y entrañable. Fue una estupenda novelista, injustamente olvidada en nuestros días, pese a la película que se rodó sobre su novela Memorias de Leticia Valle, y al esfuerzo de la Fundación Jorge Guillen, de la Diputación de Valladolid, que editó su obra completa en nueve magníficos volúmenes con pasta dura, de cartoné revestido de tela azul mar, al cuidado de Carlos Pérez Chacel, hijo de la escritora, y Antonio Piedra, su devoto, con prólogos de Ana Rodríguez Fischer, su estudiosa.

Memorias de Leticia Valle fue dirigida en 1979 por Miguel Ángel Rivas e interpretada por Ramiro Oliveros, Jeannine Mestre, Fernando Rey, Emma Suárez, Esperanza Roy, Héctor Alterio, Queta Claver y Francisco Casares, entre otros. Un reparto de campanillas que se quedaron mudas. Con esto queda demostrado que el cine también es efímero.

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