Pronto se cumplirá un año desde que leí Te me moriste, de José Luis Peixoto. Pronto se cumplirá un año desde que falleció mi abuelo. Hoy lo recuerdo, transitado por el dolor velado que la pérdida distante abandona en nosotros para siempre, con motivo de una noticia mucho más alegre: Minúscula, esa editorial que crea experiencias literarias inmensas a través de libros pequeñitos, reedita esta joya del autor portugués en lengua catalana. Desde finales del mes de octubre, Te’m morires ya está disponible en las librerías catalanas. Y eso me reconforta. Me agrada saber que la paz experimentada por mí aquel día triste trascienda otra frontera más del lenguaje. Y me permite contaros, con la pausa que sólo el tiempo ha logrado proporcionarme, lo que sentí yo al leer ese librito que fue un amigo íntimo.
La pérdida se cruza contigo en momentos inesperados. Desde que me marché de casa, hace ya más de seis años, siempre me había acompañado la congoja permanente de despertarme con alguna mala noticia. Era inevitable que aquel día llegara, y el hecho de saberlo solo apresuraba el miedo insoportable. Al final llegó. Un día ordinario me sobresaltó escuchar a mi compañera de piso en mi habitación, meneándome para que me despertara, diciéndome que mi padre llevaba un rato tratando de contactar conmigo. Me lo dijo y se sentó a mi lado, en un acto gélido, un movimiento que congeló los tiempos. Coger mi teléfono no ayudó. Allí estaban: más de diez llamadas perdidas, de intentos frustrados de comunicarme lo incomunicable.
Escucharlo solo certificó el terror más inmenso que había palpitado en mi cuerpo durante años. Y lo más doloroso de todo no fue el hecho de saber que había perdido a una de las personas más importantes de mi vida, a mi abuelito dulce, uno de mis mayores motivos de alegría. Lo más terrible fue la pausa, el espacio roto entre la noticia y el regreso a casa, siempre dilatado, siempre extendido terriblemente en el tiempo por esa cosa infernal que es la distancia que te separa de tus seres queridos. Fue uno de esos días de febrero en los que nevó. Y fueron cuatro horas, cuatro largas e interminables horas hasta el primer tren que cruzase los campos nevados camino a Galicia. Así que salí fuera, oprimido por todo, por el cielo, por la tierra, por las paredes húmedas de mi casa, por la lejanía de mi familia quebrada de dolor.
Recuerdo que lo hice de manera casi instintiva, como buscando un consuelo desesperado, completamente solo en una ciudad transitada de gente indiferente, de personas a las que me resultaba absolutamente insufrible no ver llorar. ¿Cómo podían no estar llorando, si una persona tan hermosa como mi abuelo, mi diamante sagrado, el amor más cálido del universo, se había extinguido de repente? Me metí en una librería y busqué a Peixoto. Había escuchado hablar de él a mucha gente y, aunque no lo había leído previamente, intuía en la forma que todo el mundo se refería a él que podría tener algo, una ventanita siquiera, de empatía que brindarme. Te me moriste estaba escondido, trémulo, entre tantos libros gruesos y de tapa dura. Era un libro minúsculo, valga la redundancia con el nombre de la maravillosa editorial que lo publica; apenas del tamaño de mi mano extendida, apenas de cincuenta páginas de extensión.
Me escondí en un Vips al que no he vuelto a entrar desde entonces. Y empecé a leer. La forma en la que José Luis Peixoto describe lo indecible de la ausencia tras la muerte de su padre no me cautivó de forma ordinaria, como sin duda lo habría hecho de cazarme en un instante de máscaras activadas, en un momento normal de un día rutinario. Lo que hizo fue distinto: se adentró en mi dolor ardiente, lo acarició pese al fuego, calmó las tempestades terribles y me dijo que, efectivamente, lo que sentía era lógico y normal. Simplemente estuvo ahí, sin pretender explicarme nada, sin tratar de convencerme de cosas extrañas. Fue una voz compañera, una presencia tangible en un mundo totalmente oscuro.
Creo firmemente que aquel día me quebró de por vida. Perder a mi abuelo me hizo sentir arrancado de mí mismo, y desde entonces noto en mi casa y en mi caminar una tristeza impregnada, una soledad que ya está en mí por definición, algo de lo que nunca voy a escapar, pues él no estará ya conmigo para ayudarme a hacerlo. Fue como morir un poquito. Pero también sé que, sin Te me moriste, aquellas horas habrían sido un lugar temporal inhabitable. Y el agradecimiento que siento hacia Peixoto por haber caminado conmigo a través de uno de los senderos más horribles que jamás he atravesado es algo que nunca olvidaré. Que, igual que el vacío de mi abuelito querido, siempre vivirá conmigo. Como una mancha hermosa en mi pasado.
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Autor: José Luis Peixoto. Traductor: Antoni Xumet Rosselló. Título: Te’m morires. Editorial: Minúscula. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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