El escritor puede elegir el tema del cual va a escribir,
lo que no puede elegir es lo que va a poder crear.
Flannery O’connor.
Me comentaba hoy una amiga y lectora, en un mensaje privado, que acababa de terminar de leer mi novela El poder de la Sombra. Decía que le había gustado mucho, pero que lo había pasado muy mal leyéndola por el tema que trata: los abusos sexuales, y más cuando ocurren dentro de la familia. No es la primera lectora que me comenta algo así y lo mismo me ha sucedido con las otras dos novelas de la Trilogía del Mal que versan sobre el maltrato psicológico y la pedofilia en las redes sociales.
Después de un rato sin poder apartar el comentario de mi mente, recordé que un rechazo similar sentí yo, cuando el pasado mayo, la directora del programa de radio de la cadena SER Contigo Dentro me invitó a participar en un programa en el que se iba a hablar de las declaraciones realizadas por un tal Shin Takagi, director de la empresa Trottla.net. Este señor es el dueño de una fábrica de muñecas sexuales con aspecto de niñas para pedófilos, apodadas en inglés pedo-dolls y manifestaba que su negocio servía para ayudar a la gente: «Tienen que expresar sus deseos legal y éticamente. No merece la pena vivir si tienes un deseo reprimido» y dejaba bien claro que entre sus clientes había médicos, jueces, profesores, fuerzas del Estado, famosos… Esto último no me pilló de sorpresa, basta con leer los periódicos a diario.
La búsqueda de documentación me produjo una gran repulsión. Es cierto que para cada persona hay temas que llegan al alma, que tocan nuestra fibra más sensible. Para mí, sin duda, es todo lo que tenga que ver con niños y su manipulación, seducción, agresión, abuso sexual… por parte de un adulto y, sin embargo, escribo sobre ello. ¿Por qué lo hago? ¿Tenemos los escritores derecho a tratar cualquier tema, por duro que sea, nos guste o no, en nuestras novelas?
Mi primera respuesta fue que debo de ser algo masoquista para escribir sobre un tema que me crea tanto rechazo. A continuación, recordé por qué decidí centrar en el tema del Mal mi trilogía y por qué escogí determinados aspectos del mismo. Quería hacer una denuncia social de ellos, por su frecuencia en nuestro entorno y, además, al abordarlo de manera novelada podía llegar a una población más amplia.
Dice Mario Vargas Llosa que toda novela es un acto moral y, en este sentido, yo quería esclarecer la maraña de responsabilidades que se esconde tras delitos demasiado frecuentes, que acaban formando parte del acervo popular, con lo que terminan perdiendo su connotación delictual.
Creo que no soy la única que opina así.
El tema de una novela, la idea principal, el centro como dice Orhan Pamuk en su libro El novelista ingenuo y sentimental es: «una opinión o una idea perspicaz sobre la vida, un punto de misterio arraigado en lo más profundo, ya sea real o imaginario. Los novelistas escriben para poder investigar este tema, para descubrir sus implicaciones, y somos conscientes de que las novelas se leen con ese mismo espíritu […]». El tema es el fondo, el asunto sobre el que versará la futura historia. El tema es aquello que quieres ensalzar, denunciar, transmitir, propagar, mostrar simplemente…; en definitiva, lo que opina el autor sobre algo que ha preocupado desde siempre a la humanidad. Por algo se dice que los temas universales son tres: el amor, la vida, la muerte y todas aquellas variaciones que se deriven de los mismos al concretarlos en las personas; lo que diferenciaría a una novela de otra, como resalta la escritora Mayte Esteban en su libro La arquitectura de los sueños, es solo la habilidad del autor para contar la historia, se refiera al tema que sea.
Volviendo al principio, es evidente que la pedofilia, un tema bastante problemático, ha sido ampliamente tratado desde un punto de vista filosófico y, también, con relativa frecuencia, se ha ocupado de él la narrativa de ficción.
Se dice que la primera novela que se escribió sobre con este fondo fue Sebastian Roch de Octave Mirbeau, (Ediciones Dauro, 2016), publicada sin éxito en 1890. En ella encontramos la historia de Sebastian Roch, un niño víctima de pedofilia en un colegio católico de Vannes (Bretaña). Como botón de muestra no podemos olvidar la famosa Lolita, la novela más conocida del escritor ruso Vladimir Nabokov, en la que se recrea la obsesión sexual de un hombre de mediana edad por una niña de 12 años. O la macabra El fin de Alice, de A. M. Homes, en la que asistimos a un morboso y escalofriante cruce epistolar entre un pedófilo que cumple condena y una universitaria que le pide consejo sobre la manera de seducir a un chico de 12 años. Los tiempos cambian, las sociedades también. En los últimos años venimos asistiendo al auge de las web 2.0 y, como no podía ser de otro modo, estas redes sociales se han visto afectadas por la actuación criminal de los pedófilos y pederastas. Como tal han sido temas principales en novelas como: Alba Cromm de Vicente Luis Mora, La fuerza de Eros (la tercera novela de mi Trilogía del Mal) y una de las más crudas, basada en un hecho real, El niño que se desnudó delante de la webcam de José Serralvo.
Sin lugar a dudas, a cualquier lector que haya llegado hasta aquí, se le habrán venido a la cabeza muchos más títulos referentes a este tema y a otros más que exploran la parte más oscura del ser humano y por ello, de primera instancia, despiertan cierto rechazo. Así es, los escritores o por lo menos algunos, hacemos girar nuestra narración alrededor de temas que a gran parte de la sociedad les horroriza leer y hablar de ellos.
En el año 2002, dos novelas sobre pedofilia y violencia sacudieron los cimientos de la sociedad francesa, del mundillo literario galo y hasta de la política. Una de ellas era protagonizada por un pedófilo obsesivo (Rose Bonbon de Nicolas Jones-Gorlin) y la otra por un asesino en serie, encantado con mujeres muy jóvenes incluso con su propia hija (Il entrerait dans la légende de Louis Skorecki). La lucha no se hizo esperar. De un lado, los intelectuales, a favor de la libertad del escritor para abordar temas de relevancia social, como la pedofilia y, de otro, las fundaciones en defensa de los Derechos de los niños, que estaban dispuestas a acudir a la Corte para conseguir que este tipo de literatura no prosperara. Al final, las editoriales tuvieron que claudicar y situar las novelas en estantes escondidos para no ofender la sensibilidad de los lectores. No tengo constancia de si tuvieron muchas ventas (ya sabemos el morbo que da lo prohibido) o no, pero esta confrontación me sirve para fundamentar las preguntas que me hacía anteriormente.
Centrándonos en la pedofilia y la pederastia, si hay algo que las mantiene en alza es el secretismo (gran parte de los pederastas pertenecen a la familia de la víctima). Con anterioridad, en otro medio, denuncié que los «pactos de silencio» son la lacra de nuestros días, en relación a los abusos sexuales y que los adultos debemos saber que existen, proteger a nuestros infantes mediante la educación y la enseñanza de estrategias para defenderse y que nunca pasarán por olvidarse de lo ocurrido.
Es desde esta perspectiva que como escritora me sitúo del lado de la libertad. Libertad para escribir sobre lo que es real, lo que nos atormenta, nos hace daño y, sobre todo, puede y debe evitarse.
Considero que el escritor tiene en sus manos un arma poderosa, una herramienta sublime: las palabras. Palabras escritas con las que dejar constancia, denunciar lo que ocurre en la sociedad en la que le ha tocado vivir, de la que forma parte y para la que tiene ciertas responsabilidades.
El escritor suele mostrar, la mayoría de las veces, en sus novelas, de manera más o menos explícita (eso ya forma parte de la preferencia en cuanto al género de que se trate, el estilo y el interés de quien lo escribe) lo que sucede en la realidad y si sobre ese hecho real, estructura y arma una buena trama, conseguirá que el lector se sienta, como le ocurrió a mi amiga, impelido a pesar del dolor a leer página tras páginas para llegar al final.
En este tipo de lectura hay momentos de disfrute, de angustia, de desenmascaramiento, de conocimiento de una realidad, de proyección, de identificación, de sobrecogimiento..; en definitiva, proporciona al lector unas vivencias que van más allá del sincrónico y espurio entretenimiento.
Por eso algunos escribimos lo que escribimos, porque no me cabe ninguna duda de que estas novelas, a pesar de su dureza, son de las que perduran en la mente de los lectores.
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