Entre París y Quito vivió una vida llena de aventuras y encuentros culturales con personajes tan destacados como Jean Cocteau. A continuación reproduzco Tempestad secreta, de Alfredo Gangotena.
Tempestad secreta, de Alfredo Gangotena
Para ti, profundamente.
Para David García Bacca,
esta «desvergüenza».
I
Las razones de la vista: aparecen consiguientes las llanuras, el cárcavo de las selvas.
Encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;
Las consabidas alas de este mirar,
La luz naciente que en soledades llevo a los más altos ayes,
Juntad las de vez segura ya en su común medida, en su cenit secreto.
Me devora, del espíritu, la absoluta permanencia de estos polos.
Te escucho, como el ámbito a sí mismo de los cielos,
Allá en cuantas las miradas, en el golpe a ciegas de mi paso.
Sangre desnuda que vertiré en tu flanco:
De ella mi sudor de angustia, de cesación y noche.
Con el ceño adusto al trasluz de las sienes,
Toda inquieta en cima de voces,
De pronto me acusas a deudas, a más rehenes.
¡Habrá espacio de cabida
Junto al labio gota a gota de tus senos?
¡Mente, de flores tan vacía!
Afuera el grito, los deleites;
A darte encuentro, las brisas relucientes.
Me mantuve afuera, en suelo de leones:
Deseando el cumplimiento de tu sexo,
De cuanto jugo a altas horas de este cuerpo seminal,
De cuanto crece en la pendiente.
Ya no miro. Me golpea la sangre de los ojos.
En trances tales de denuedo como el párpado de los héroes,
Ya no asiento el calcañar.
¡Oh vientre, oh boca en la frontera!
Pecho absoluto de mis ansias,
Me vacías, pecho mío, de substancia y tiempo en derredor.
Y reparos, valladares y provincias
A cuanto supe desear.
¡Abridme! llevo el ala fatigada
De arrecios tantos, de espumas y de celos.
Estoy de pena y resonancias,
Más aún: de gala y esponsales.
Os diré ayes como un latido de aguas.
Abridme las urnas, al conjuro de estas lágrimas.
¡Oh vehemencias! mis venas agolpadas en su cúmulo.
¡Oh huésped mía de delicias:
De monte en valle, de noche en claro, de tienda en tienda,
Cabe el temblor seminal de las rodillas,
Como el ámbar del estío en la cepa de la vid,
¡Te acrecientas de presencia, -penetrante y temblorosa de substancias seculares!
Su contorno en mis sabores: ¿me estuvo acaso, me está vedado?
Van mis órdenes: a su merced, la hacienda.
¡Y jugos tales en mi cuerpo, de aquella prenda oculta tan deseada!
Crecida noche, en su caudal de luna, ¡oh gargantas de blancura!
¡Ay! decidme cuánta savia de mi lecho.
Más adentro la pupila, las moradas, cuánto lo escondido.
De vivas flores, en la cumbre, abierta al calor de mis entrañas.
Ya podrá Ella entonces desnuda luego palpitar.
¡De riberas adelante! ¿Dónde están los montes, las otras potestades?
En tela de su dicha, ¿dónde cabe más algo desear?
Ni seda otra, ni tal soporte.
Me conoces, me presentas en campos desatados.
Oh primicias de este único menester!
Mi frente airada, Amor, los ayes, ¡oh cuenca eterna de salivas!
De moradas me regalan.
Y tu vientre abierto en mi pesadumbre de caricias.
E! labio sumo mío cae de los siglos, a tu boca concebida,
¡A la herida declarada de tus senos!
II
¡Abrid de juntas, de par en par las puertas,
Y las alas tiernas del encuentro, abridlas!
De llegada me sorprenden tu latido,
Las urgencias consabidas de la noche.
¡Oh mundo, cuán cargado está mi pecho!
¡Ay! tan corto voy de brazos,
¡Corto y lento en poquedad de mis primicias,
Poquedad de las miradas!
Ni lámparas en zaguanes,
Ni las flores en su asunto.
¡Qué ceñiglos, qué albañales!
Daos prisa de esponsales, dadme al punto
Acicalada de umbrales la morada,
Las delicias de encontrarla
Toda adentro de jardines y rumores.
No hay pregón de luz que la compare.
Ya se cumplen las edades.
En las huellas de su paso reverberan los leones;
Ya sus senos encendidos me circundan de inmanencia.
¡Heredad tan seca, oh tienda de desierto!
Acudid, vosotros todos los del soto, con palmeras y cristales,
Con la fiebre de los ojos y otras tantas claridades.
¡Oh ímpetu total de ansias
En los senos temblorosos de la espera!
Las manos agobiadas a expensas de este peso duro de los montes.
Vedme el pecho jadeante,
Y la boca en su premura.
Cerrado bosque, atiende unánime al sol de mi llamada,
Como un solo golpe de alas.
El velamen se acrecienta
Yalza vuelos en mi sangre.
A sien de muros el cortinaje oscuro de la estancia
Tal se empaña en los alientos
De un sudor sanguinolento.
Altas horas de este mundo,
Dadme aviso: ¿cuánto llega?
Vuestro péndulo mortal de movimiento
Únicamente late en la cavidad de mis latidos.
Con rojo mirar de sentimiento,
A poco, la veréis:
Bajo el indijado manto de sus párpados,
En la oculta transparencia de los muros.
Dadme esfuerzo.
¡Ya en la sed de los ijares
Un derrame tan profundo
De estos senos!
Y aquel rayo de los altos,
Desnudo y devorante como el tiempo, de parte en parte me atraviesa.
¡Perdí, en ascuas, cuánta imagen de la vista?
Y las puentes alabadas;
Grandes plazas y caminos, los cerrojos;
En gonces de alas, las puertas entornadas.
¡Oh quejido de mis ansias!
¡Qué profundidad de soplo!
Adentro, tan adentro, me sorprendes, me das caza.
El mundo está a la mira, la noche en vela,
Y el espíritu
Desatado en los arrecios, Adorada, de tu cuerpo.
¡Sobrada noche de cuita y menester!
iOh secretos esponsales de este sumo conocer!
Ni la sal de mis heridas,
Ni entrañas éstas como pulso de sangre de otras lágrimas,
Nada queda de poder si hoy aliño mis enojos:
¡Abridme a vida las puertas, los portales,
Cuantos lechos,
Los holanes!
¡Dadme aliento!
Es de cena la holganza:
Ya en mi cauce, a grandes vasos,
Se desborda, a plena fuente,
Tan adentro,
La inaudita, deseada,
Sangre viva de la Amada.
III
Soledad de luces, soledad de alientos.
¡Oh lágrimas me dais voces
De su presencia en solar de mis adentros
Más remoto!
Arrobado en tales ansias,
Ora a vuelta de desmayos,
Ora en tela de lamentos,
Pasaré la noche en prenda
De soledad,
con el alma ahita, a tientas,
Con el alma enjuta en sienes de sudores y tormentas.
Voy clamando en graves ayes el deseo de mi boca.
En todo tu cuerpo te grité mis quejas
Porque a fuer de tus enojos ni siquiera supísteme escuchar.
Y no es de pan, ni es de vino el menester;
Ni sed, ni ganas de aquesta colación.
En el jugo, fuente y gota de tus senos:
¡Oh prueba sin consejos
del ansia viva!
¡Sequedales!
¡Cuánto padecer! ¡Cuánta cosa he roto,
Y cuántos golpes en busca del alivio!
Manos mías en el huerto,
Derramad las flores llenas,
Derramadlas
Y dad sustento
a esta sien que palpita en mi costado.
La pasión que me desangra:
Un tal querer enclavado en las entrañas.
Y los muslos entornados, derramando de ellos su cabal fortuna.
Desde el otero
acudo al llano de tantas bajas tierras escondidas.
Mas, ¿dónde están los senos que apetecen mis sentidos?
¿Dónde el pecho de mi boca?
En sus altas horas,
y en el gozo, en la cima de estambres y deleites,
Vino el Huésped.
Abrió cuentas,
Ya vuelta de sorpresas no pudo menos que gritar,
A todo ámbito,
la voz de su desmayo,
Que gritar:
¡desolación, desolación!
Este cavilar nocturno.
Esta llaga atroz de su presencia,
abierta en todo el rostro.
¡Soledad de luces, soledad de alientos!
Ni siquiera en sombra sus miradas me cubren ya.
Alimañas en mi senda.
¡Cuántos cuervos en la noche!
Atado al peso de lo oscuro, al clamor de mis entrañas,
Pronto dormiré mis sueños, bajo el sediento párpado de este insomnio.
¡Oh moradas de cal viva!
Allá vuelo en desatino,
Con toda la mirada en trances de soslayo, arriba de estos grandes vuelos corporales.
Vino el Huésped,
Y desnudo me encontró:
Los oídos sin respuesta,
Tan reseco el albihar.
Desnudo de hambre, de venas y de espíritu.
Vino el Huésped, en sazón
De esperanzas y clamores,
Y único en las praderas de su huella, no pudo menos que se exclamar,
-Los ojos encendidos en la prenda de sus ayes-,
A su vez que se exclamar:
¡desolación, desolación!
IV
Repitiendo, ora a cuántos muros,
Mis desmayos de lágrimas, de espesuras,
Con pupilas de mi sangre velaré
Tu noche, en prenda de soledades, en paso de tormentas.
Con el alma ahita,
A tientas,
Con voces en lo alto y la vendimia adentro,
Toda en el lagar.
Ni de siesta, ni de pan o adobada colación
Y menos aún de vino me cabe el menester.
Cuando las piernas tuyas entornadas, cuando el cuadril arriba en la cumbre desnudo se decide,
Derramando de él primicias contenidas:
A zaga, atónito, voy de tus enojos.
En el cuerpo te gritaré mis ansias,
Porque a fuer de tal caída ni siquiera entonces supísteme escuchar.
Desatado en la violencia y los arrojos
De este caudal que me desangra:
¡Cuánta cosa he roto!
¡Cuántos golpes en busca del alivio!
A fuente,
¡Oh vida!, corres en las aguas tiernas del encuentro.
Manos mías en el huerto, deshojad las tantas flores llenas,
Deshojadlas en sustento de esta creciente sien que palpita en mi costado.
¡Con el ímpetu de morir,
Romped el canto de la anchura!
¡Oh vida,
Me retienes en cuarteles de cal viva,
Cabe la morada que de pronto asedias, y luego fortaleces!
Las fieras cruentas de Diciembre
Huyen trasijadas.
Al trasluz de arteros vientos reverberan los senos míos de la espera,
De ellos tal, ya del vientre y la junciana, se arranca un grito tal,
¿Cuál, decidme? ¿ Y dónde están los senos que apetecen mis sentidos?
Abridme, ¡oh puertas!, al jugo que divierte,
Al goce, a zumos del ijar,
A la boca ésta de su cuerpo, henchida de salivas.
Tantas salas abultadas en los párpados,
Cuando el Huésped,
Con el ala turbulenta de los bosques,
Llegó airado en sumo enojo de las frutas.
Majado el puño de la fuerza,
Tal vertiendo su esplendor de capiteles,
Con el mando enhiesto de miradas, a solares acudió,
En praderas de su hacienda se extendió;
Y dando voces de amargura,
De heredades semejantes,
No pudo menos que se exclamar: ¡desolación, desolación!
Este cavilar
Nocturno.
¡Abridme el pecho! ¡Oh dolencias: su epidermis tan de cerca ataviada en mis contornos!
Con el párpado ensangrentado me devuelvo a los lamentos de cuantos mis deseos.
Desnudo, bajo el peso de tu inmanente corazón,
Desnudo, me devoran las fatídicas sombras de los astros.
El Huésped recibiendo, ¿qué vida lleva en telas de este mundo?
¿Qué fuerza le retrae en la alta ceja de su vuelo?
Los mares separados, sin dominio, sin respuesta;
La lluvia golpeando, a noche llena, los cerrojos;
El desmayo de este labio en las tablas de la muerte,
Y la espesura ardiente del que llega.
Sopla un hálito de lúgubres espejos.
Manos de mi golpe,
¡Oh manos desteñidas, como un flujo de la mente!
¡Oh tierra abierta a más desastres!
Amada mía. Los ojos tan de lleno dados a la vista,
Tal de huestes y celadas compelido,
Tal el Huésped no pudo menos, del Cenobio
Y de mi labio conseguido ya en otras cuencas escondidas,
Que se exclamar a todo ámbito: ¡desolación, desolación!
V
Llama adentro, a merced de cimas claras en tu vuelo,
Va mi sangre herida en busca de un ala de frescura.
Implacable Esposa, ceñida llegas de trofeos.
Con el pulso de la fiebre atraviesas cal y canto;
Anhelante como el fondo de los mares
Te acuestas en mi noche, en la humedad de mis entrañas.
Tan duro de reflejos, el peso corpulento de la luna.
A crecientes de Diciembre se desata el viento cargado de un ave de los polos.
Tu voz perenne en el pecho de las flores,
No la acarician ya las altas brisas de rocío,
Mas el flujo pertinaz de aquellas ondas de belladona y de espesura.
¿Qué vigilancia me detuvo:
La sombra inerte de las armas;
Acaso un golpe de llamada;
La densidad de mi garganta?
Ya los bosques de la tierra se mecen apartados.
¡Oh baja frente! sudores semejantes,
Ni la fiebre de estas sienes los desata,
Ni en mi talar de sangre la reverberación de las espinas.
De noche oscura en boca tuya
¡Oh peso adentro, sin cabida!
En el pecho y en la dicha, la pupila en los tendones:
Adorada, de tus piernas las sumas potestades, y la lengua recóndita en la vera:
de caída, de reparto y de saliva, en el grito de la entrada, en el jugo abierto de tu seno.
¡Oh espacios y venturas tantas de tu cuerpo para siempre en mis entrañas!
Me dejaste suspenso en ayes
De estas ansias, con los labios entornados.
¿Dónde habré de hallar contornos
Al propio pecho mío de tu presa, de tu vuelo?
¿Perdido en la transparencia de mi retirada desnudez,
En la ajena noche,
Harta de vigilias, de espesuras, cuánto más sobrada de banquetes?
Golpe, este golpe en las sienes, que la mente agrava,
A despecho de tus muros, ¿no lo escuchas,
De mi pupila dilatada?
Chorreando venas de lo alto, me ilumina Venus en el rostro mismo de tu sangre.
¡Oh pesada lejanía de los montes!
¡Oh labios tiernos de la cita!
¿Verá el suelo de estas lágrimas la presión
De tu inmarcesible cuerpo sobre el mío?
A tus recintos llegará, en potencias suyas de la selva, el Esposo trashumante.
¡Ay!, atada al grito de tu ardiente cabellera,
El alma atenta a mil sabores,
Donde te reclama su rojo espacio de él, irás.
¿Quién soy yo de este mundo entonces fuera de tu pecho?
Como el hambre, como el tiempo,
Los peldaños me conducen de caída.
Tan henchida de reflejos, de miradas;
Vuelos de brisa te sostienen;
¡Como la luna en holanes, tan creciente!
De inmanencia permaneces en el centro mío de todo lo creado.
¡Oh premura devorante de tu boca, de tu sexo, de los ares, de lo eterno!
¡Oh mundo concebido, la avenida en los adentros!
Adelante bien me guardas en celadas.
Tan cercana y no me tocas,
Y tu frente, de su altura, como el alba;
Y más primicias se estremecen en la acidez de tus entrañas.
Ventanas perdurables: chorreando venas, me confundo con la espesa arcilla de la noche.
¡Oh Esposa mía, de soledad en soledad repercutes en mis golpes!
Los senos tuyos, leche adentro, tan cargados de mis labios, de mi prenda:
Me arrancas y me devuelves a esta plaza;
Me deshaces en sudores, años, mares y otros continentes.
¡Oh muerte fiera, oh golpe de ángeles!
Las bestias gimen, perseguidas;
El lobo, bajo el cierzo de la luna, se desangra a vista de sus ojos.
al me implicas, Adorada, en la absoluta permanencia de la Nada.
VI
Ni la sed es cosa tanta.
Ni sudores de la mente me trasijan de manera semejante.
¿Qué reposo habré de hallar en cabidas de tu presa, de este anhelante cuerpo mío
Que desnudas y ensombreces a la vez?
Apretada, oculta noche.
¡Oh vena, venas de mi sangre en la esfera absoluta de los astros!
Me despierto a toda voz, dando gritos de llamada;
En tu espacio me despierto, con los ojos agolpados.
Mi corazón de entrañas y lamentos, como un haz de ensangrentadas cabelleras.
Cuan clara es la pupila, llega el mundo, ¿dónde estoy?
Y los mares de esta fuente, llegarán.
Los cuervos persistentes;
Entre muros, mi espesura.
Y te desmandas a merced, como el fuego, de estas órbitas:
A despecho entonces te hablaré en tu vientre de agitado corazón,
Con la lengua de mi altura,
En tu sexo sorprendido,
A mayores firmamentos con mi voz de noche oscura.
Mas, a todo lo adelantas.
¡Oh Mía de mi celo, pusiste a prueba tanto empeño en el calor de mis sentidos!
¿Cuándo me abrirás presente las dulzuras tuyas llenas, de la tierra?
¿Cuándo el pecho?, ¡a deshora!, y me detienes con el ímpetu del océano
sobre el párpado de mi desolada desnudez.
El espacio de tu fuerza.
Mis ojos lentos brillarán del fragor de las ciudades.
Por donde va mi grito, voy, ¿por afueras de este mundo?
La boca densa, aún llena de la muerte.
En subidos aires salgo de mi aliento.
El jardín contiguo, en manos de las flores.
Y van pasos, desnudos pasos en mi alma;
Que te busque, toda mía, amén persiga con las ansias consiguientes del desierto.
Ni la sed es cosa tanta.
Afuera en claro sestean los leones, corre franca la pradera de los ciervos.
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