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Tentativa frankensteiniana

Tentativa frankensteiniana

La reseña es un género literario en sí mismo. De ahí que no sea tan infrecuente que un crítico compile todas las piezas periodísticas dedicadas a analizar la obra de otros autores y las publique bajo un mismo título. Eso es precisamente lo que ha hecho Gema Monlleó con las “criaturas” que ha ido publicado a lo largo de los dos últimos años en diversos medios de naturaleza cultural.

En este making of Gema Monlleó explica cómo elaboró las reseñas ahora recopiladas en Criaturas galvánicas (Franz).

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Escribir sobre lo escrito. Escribir sobre lo leído. Escribir sobre la lectura. Escribir sobre el impacto de la lectura, la seducción, el hechizo, el delirio, la turbación, el dolor, el conflicto. Escribir sobre cómo y desde dónde he leído un libro y escribir desde el lugar al que me ha conducido. Escribir para fijar la revolución molecular que me provoca la lectura. Convertir mi conmoción lectora en texto: alumbrar una criatura.

Una de mis obsesiones literarias parte de una obsesión cinematográfica: 1988, se estrena Remando al viento (Gonzalo Suárez) y descubro la que para mí será la gran historia de las historias. La-Gran-Historia-De-Las-Historias. 10 de abril de 1815, el volcán Tambora entra en erupción en la isla de Sumbawa (Indonesia) provocando una lluvia de polvo y ceniza conocida como “el invierno volcánico” que tintó el planeta de gris durante meses. Mayo de 1816, Mary Shelley, Percy B. Shelley y su hermanastra Claire Clairmont llegan a Villa Diodati (Ginebra, Suiza) con la idea de pasar un rutilante verano junto a su amigo Lord Byron y el médico de este, John William Polidori. Pero la lluvia, el viento, la humedad y el frío provocados por el Tambora son constantes y Lord Byron sugiere que cada uno escriba una historia sobrenatural para conjurar “el año sin verano”. Así lo hacen. Desde entonces, desde que vi aquella película, imagino a Mary Shelley sentada junto a la ventana contemplando el espectáculo de la lluvia y los relámpagos y escribiendo, enfebrecida, las páginas de su Frankenstein. Ella, tocada por todas las muertes adheridas a su piel (su madre, sus hijos), conocedora de la realidad de los resurreccionistas y quizás asistente a las autopsias con público que se celebraban por aquel entonces en Inglaterra, engendró en su sueño de la razón a un ser ¿monstruoso? extraviado en su propia soledad.

"¿Escribir sobre libros no me dará la oportunidad de, destello galvánico mediante, engendrar pequeñas criaturas a partir de creaciones ajenas?"

Mientras en Europa los cirujanos abrían cuerpos y cortaban miembros, en Ginebra Mary Shelley daba a su doctor Frankenstein el poder de coserlos y, galvánicos ambos, parir La Criatura. La historia de la creación de la novela es, para mí, tan fascinante como la historia que se cuenta en la misma, y desde mi conocimiento primigenio de ambas no han dejado de formar parte tanto de mi imaginario mítico como de mi mirada lectora.

¿Escribir sobre libros no será entonces un modo inconsciente de diseccionar y coser? ¿Escribir sobre libros no me dará la oportunidad de, destello galvánico mediante, engendrar pequeñas criaturas a partir de creaciones ajenas?

Regreso al inicio. Escribo desde la emoción y la conmoción, desde la sacudida y el trastorno provocado. Escribo con las palabras del libro leído retronándome por dentro, guiándome por un texto-criatura que será más el reflejo de mi lectura del libro que lo que podría escribirse del mismo desde un canon al que soy ajena.

"Leo. Concibo un espejo que refleje el libro y la lectura que hago de él. Escribo. Envío mi texto. Hola, pequeña criatura"

Escojo los libros que voy a leer por afinidades de lo más ecléctico: ya he leído al autor y quiero seguirlo, algún autor admirado ha puesto su foco en ese libro, confianza ciega en la editorial, temas que a estas alturas ya son fijación casi enfermiza (suicidios, locuras, relaciones familiares al límite, exilios interiores…) y también por la posibilidad del descubrimiento (cuántas veces la fosforescencia intuitiva hace match). Escojo los libros sin saber a priori si escribiré sobre ellos, pero al poco de iniciar la lectura, si activan algún resorte íntimo, ya sé que alguna criatura que obedece a pedazos de ese libro está gestándose. Mi método consiste entonces en dejarme llevar por la lectura, accionar mi código morse de subrayados, círculos, corchetes y oleajes, y deslizar mi escritura por un cauce paralelo al de la historia original, saltando de uno a otro en un reto que mira de reojo a Heráclito. Leo. Concibo un espejo que refleje el libro y la lectura que hago de él. Escribo. Envío mi texto. Hola, pequeña criatura.

"Esta es mi pretensión galvánica: un hilo electrificado que componga, más allá del libro inicial, más allá de mis textos, otras criaturas en otros lectores"

No siempre los libros se escriben con la voluntad de escribir un libro. Este fue el caso de Criaturas galvánicas. Cuando me llegó la propuesta de componer un atlas con los textos de mis lecturas, esta fue una sorpresa totalmente inesperada. Si, además de compartir los arrebatos post-lectura, hubo alguna intencionalidad en mi escritura de reseñas, era la de llegar a formar parte algún día del repertorio de colaboradores culturales de los suplementos que siempre han acompañado mis desayunos del fin de semana. Una intención-objetivo-pretensión fundamentada en la mitomanía por la página escrita y en el deseo de compartir espacio con críticos muy admirados. Pero las criaturas trazan su propio camino, sus voces llaman a otras voces, las piezas individuales se convierten en conjunto gracias a la invitación de Ediciones Franz, y su destello galvánico se ha concretado en este compendium de impulsos vehementes con los que deseo gritar al mundo: ¡lean estos libros, no lo duden, lean estos libros! Y cuando mi petición va acompañada de las entusiastas (en un guiño compartido) palabras del Epílogo del crítico cultural (él sí) Nadal Suau, siento que el sentido de la propuesta que engendró este libro, esta criatura de criaturas, no sólo se ha completado sino que se ha expandido.

Si en las tarjetas de presentación de Roberto Bolaño podía leerse “Poeta y vago” en mis tarjetas invisibles se lee “Recomendadora de libros”. Esta es mi pretensión galvánica: un hilo electrificado que componga, más allá del libro inicial, más allá de mis textos, otras criaturas en otros lectores; una nueva danza de convulsiones tónicas que pueda hacer sonreír a la doliente joven inglesa que escribía, resguardada de las tormentas, a orillas del Lago Leman en 1816.

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Autora: Gema Monlleó. Título: Criaturas galvánicas. Editorial: Franz. Venta: Todos tus libros.

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Los Sacramentos
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5 meses hace

Eres tan apasionada que me da miedo pedir tu mano. Estaré en el faro!