Foto de portada: Santana de Yepes
Llega en moto a la antigua Abacería de San Lorenzo. Viene conduciendo este Día del Libro de 2024 desde una nave de un polígono situado a las afueras de Sevilla, donde de lunes a viernes pilota un programa de televisión: Mesa de Análisis en Canal Sur TV. Teodoro León Gross (Málaga, 1966), acaba de publicar La muerte del periodismo (Deusto), una exhaustiva radiografía de la profesión periodística y de la política de los últimos años. La obra, que no es tan apocalíptica como exhibe el título, ofrece claves fundamentales de un oficio más necesario que nunca.
Aquella experiencia le cambió la vida a aquel veinteañero de miopía —ya operada—, cabello revuelto y pluma afilada, incisiva, incluso corrosiva, y muy crítica. León Gross aprendió la importancia del periodismo. El veneno de la actualidad acabó por devorarle y luego fichó como columnista de Diario 16 Málaga, aquella redacción de calle Faro, 4 con vistas al Mediterráneo, justo al lado de donde vivió y murió el poeta Jorge Guillén. Elaboró su tesis doctoral sobre el articulismo de Manuel Alcántara y al poco tiempo se convirtió en el columnista de referencia del diario Sur de Málaga.
Justo al acabar la frontera de los 50 ha tenido un frenético carrusel laboral digno de estudio con intensas travesías por El Mundo, El País, El Español, The Objective, Grupo Joly… hasta recalar en febrero de 2023 en ABC. Convertido en azote de los nacionalistas y del Gobierno de Pedro Sánchez, acumula casi 35 años de experiencia como articulista.
La muerte del periodismo, que se ha presentado en Madrid, Sevilla y Málaga a lleno por presentación, ya cuenta con una legión de lectores, no solo de políticos y periodistas y sus respectivos universos, tan íntimamente relacionados…. y contaminados en los que este profesor y periodista se presenta como un observador y testigo privilegiado.
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—¿Cómo es tu día a día en Sevilla?
—Pues es una vida exageradamente ordenada y marcada por el horario de comienzo del trabajo diario. Me levanto entre las cinco y media, seis menos cuarto aproximadamente. Algunos días voy a la radio, con Carlos Herrera en COPE o con Jesús Vigorra en Canal Sur Radio. El primer guion del programa lo comienzo a las seis o siete y media aproximadamente. Salgo de la productora a las tres de la tarde más o menos, ya cansado. Llego para comer entre las tres y media, cuatro menos cuarto. Me cuesta arrancar una última parte de la tarde, que por cierto es en la que escribí el libro durante los meses centrales del año pasado. Generalmente la tarde es muy tranquila, con lectura, una película, pintura…
—¿Es diferente a tu vida en Málaga? Aparte que era un ritmo, sobre todo durante muchísimos años, de articulismo diario y luego dar muchísimas clases a la semana.
—En Málaga, ya la propia universidad te somete a unas relaciones distintas, y la actividad periodística era más fuerte; pero sobre todo que Málaga es mi ciudad, es donde están los amigos de toda la vida, donde la socialización es mucho más previsible en ese sentido, que te llama un amigo para tomar una cerveza o para tomar un café.
—¿Hasta qué punto es importante para ti el mar?
—Para mí el mar es eso que algunos llaman la banda sonora de tu vida. Para mí es comenzar el día y tener enfrente desde la perspectiva del monte San Antón, que es donde yo vivo, esa imagen de la bahía, como la que tenía Manuel Alcántara, que vivió muchos años en Madrid, y a partir de 1969 ya se compró la casa de Málaga. Al principio iba en verano, luego empezó a ir algún período más. En los 80 vivía medio año y hasta que llegó a vivir en Málaga, y a ir solo ocasionalmente a Madrid. Manolo siempre hablaba de eso, de lo duro que se le hacía una vez que la mirada se acostumbra a tener delante del mar, lo difícil que es prescindir de eso, y tener un paisaje distinto. Sevilla es una ciudad hermosísima, y mi barrio, la calle San Luis, no es precisamente un mal lugar, pero es verdad que es otra clase de horizonte. Si no has vivido frente al mar tampoco lo echas de menos.
—Para muchos el mar es solo un sitio de vacaciones.
—Eso es. Un sitio agradable, pero no esa referencia continua, diaria. Como decía Alcántara, esa pista de aterrizaje de gaviotas, como sigo citando al maestro, es cada día distinto, hay días que es una barra de esas de zinc, un mostrador de taberna, y otros días es un azul intenso; y otros días es el lago Mediterráneo, y otros días es un mar asilvestrado. Si el mar forma parte de tu paisaje tiene una integración moral de manera muy determinante.
—Durante toda tu vida has ejercido el periodismo en Málaga, la periferia, aunque un lugar con cada vez más importancia. Sevilla, que es capital autonómica, ya no es tan periférico, pero bueno, sigue siendo el sur. ¿Cómo valoras tener una perspectiva nacional desde un sitio periférico?
—Yo he sido un gran defensor de la periferia. Tuve mi oportunidad de irme a Madrid, en esos momentos de transición existencial. Tenía 27 años y elegí quedarme en Málaga. Y supe que era una elección, además, que ya iba a determinar toda la vida. Tenía una vida en Málaga que era gratificante y unas expectativas profesionales que estaban bien. El impulso de la ambición no fue lo suficiente como para renunciar al saber que vives en una ciudad en la que te gusta vivir. Y luego, pues, las paradojas de la vida y de la tecnología, a los 50 años, justo cuando ya había hecho una larga trayectoria de columnista en un periódico de provincias como era el diario Sur, llegó el cambio a El Mundo en enero de 2016. Yo había empezado en Diario 16 Málaga a escribir articulismo de opinión. En Málaga estaba muy bien; disfrutaba de la vida, de la universidad, de una presencia como columnista que era interesante, y no echaba de menos formar parte del periodismo nacional. Fue Rafael Porras, entonces director de El Mundo de Andalucía, quien me propone irme a El Mundo, que me daba presencia nacional. David Jiménez, entonces director, era cómplice de la operación. El Mundo había sido una trinchera muy crítica contra la Junta de Andalucía socialista y me resultó un proyecto muy tentador.
—Comenta un poco la oferta de El País con 27 años. ¿Fue una oferta académica o fue una oferta profesional?
—Fue una oferta profesional. Yo, por circunstancias, coincidí con uno de los directivos de El País. Yo ya escribía en Diario 16. Era una cosa relativamente abierta. En principio no era para escribir una columna de opinión, sino periodismo cultural. No llegó a producirse una negociación en la que desestimara la iniciativa. Porque, como te digo, lo pensé bien y sencillamente descarté la idea. Me ilusionaba el mundo académico y pensaba que desde Málaga podría hacer cosas. También estaba contento en el periódico.
—¿Cuáles fueron tus dudas para que al final decidieras no irte a Madrid?
—Pues mira… Esencialmente, mi vida en Málaga era la de alguien que está en su sitio. Es decir, alguien que tiene una actividad profesional, una perspectiva familiar, un entorno, y casi un paisaje del que no tiene el menor deseo de desprenderse. Con una oferta estelar no sé qué hubiera pasado. Por decirlo en términos ‘corleonianos’, una de esas ofertas que no se pueden rechazar.
—¿Y cuándo llegó la oferta de El País en 2017? Aparece siempre en la clasificación de los diez grandes diarios del mundo. ¿Lo veías como una culminación?
—Antonio Caño era director de El País y me proponen, ahí sí directamente, entrar con una presencia relevante en la web. La web ya no era acompañamiento, sino que la edición digital ya había alcanzado su protagonismo absoluto. El País era, evidentemente, una culminación profesional y ha sido el diario de referencia en España. Como tú decías, es un periódico que en la lista The Daily Press de John Merrill ha aparecido siempre entre los diez mejores periódicos del mundo. Y en ese momento puedo desarrollar la actitud militante más intensa que he tenido: el antinacionalismo en pleno Procés. En ese momento era un diario atractivo, crítico y sin perder su impronta socialdemócrata y un perfil liberal, como siempre ha sido característico de El País, que no ha sido nunca un diario próximo al socialismo propiamente dicho. El votante del PSOE lo podría tener como su periódico de preferencia, pero editorialmente era un periódico muy cercano a la socialdemocracia. Debuté en El País el 1 de octubre de 2017 con un artículo que, por cierto, funcionó bien, sobre el referéndum ilegal que ese día se celebraba en Cataluña. Fue como entrar y que te salga un toro bueno, un Miura bueno, que embiste por la izquierda templadito. Y la verdad, para mí ese período en El País fue extraordinario. Luego se produce la salida de Antonio Caño, algo traumático evidentemente, por mi vinculación personal, y con todo su equipo, José Manuel Calvo, Nacho Torreblanca… Al llegar Sol Gallego Díaz, que es una periodista que yo había conocido en Andalucía, que admiraba profundamente, me propone seguir o más bien no me plantea no seguir.
—¿No hay ninguna propuesta de cambio?
—No. Creo que era evidente mi línea profundamente antinacionalista y muy crítica con el Gobierno de Sánchez. También, por cierto, lo había sido con el Gobierno de Rajoy en el último período y con la estrategia que estaban siguiendo Pablo Casado y Albert Rivera en ese momento. Cuando se va Sol hay una serie de cambios más profundos. Llega a la dirección Pepa Bueno con la que yo había colaborado durante muchos años, en el Hoy por Hoy. Había sido mi jefa y había aprendido mucho. Tenía con ella una relación personal agradable. Anteriormente, se producen cambios en la cadena SER. Yo había sentido mucho apoyo de Daniel Gavela, pero luego cambiaron las cosas. Tras mi salida de la SER y de El País, fichó por The Objective, a quien estoy muy agradecido, y por El Español, en una etapa muy corta porque enseguida Pedro J. Ramírez pide exclusividad de sus columnistas en las cabeceras donde escriben, manteniendo una colaboración semanal con el grupo Joly.
—¿Y la oferta de ABC, donde escribes desde febrero de 2023 un artículo semanal para la edición nacional y otro para las páginas de Andalucía?
—Es una forma de coronar una trayectoria, una carrera. Es decir, es el gran periódico en el que mi maestro Manuel Alcántara se quedó sin escribir. Estuvo muy cerca y no llegó a hacerlo y siempre se quedó con el resquemor de no haberlo hecho y de alguna manera sentí también la mano de Manuel Alcántara guiándome.
—¿Qué es lo que te atrajo para fichar como director y presentador de Mesa de Análisis en Canal Sur TV, un programa diario de información y tertulia política en Andalucía?
—Que era un programa con una cierta entidad. Hoy no se hace televisión con medios extraordinarios, como los puedes tener en Canal Sur, una gran televisión pública, aunque sin comparar con los de Mediaset o Atresmedia, claro. Valoré estar a tiempo parcial como profesor titular del departamento de Periodismo de la Universidad de Málaga, pero no lo vi viable. El programa empezó el 9 de marzo de 2020 y cinco días después comenzaba el confinamiento. Tal vez eso ha marcado mi forma de vivir en Sevilla. Lo cierto es que en principio me resultaba inverosímil dejar la universidad porque formaba parte consustancial de mi vida desde hacía tres décadas.
—Alcántara dijo en una entrevista en El Mundo de Málaga (edición local de Unidad Editorial desaparecida en junio de 2016) que es juez y parte al ser profesor y periodista.
—En la universidad existe un perfil que se llama profesor asociado que lo que se propone es llevar perfiles profesionales a las aulas, es decir, que además de los profesores que hacen una carrera esencialmente académica haya profesores que transmitan sobre todo la experiencia y el conocimiento que da la propia experiencia profesional. Específicamente en mi caso han sido realmente dos proyectos paralelos. Cuando accedo a ser profesor titular en el año 2000 ya llevaba más de una década escribiendo en periódicos. Para un profesor de periodismo suma tener un perfil profesional además del académico.
—¿En qué momento te planteaste escribir La muerte del periodismo?
—En los últimos días del invierno de 2023, en una comida frente a la antigua bodega San Lorenzo, en Sevilla. En ese almuerzo estaban Ignacio Camacho, Rafael Porras, Isabel Cabrera y Manuel Mateo Pérez. Todo empezó con un comentario de Manuel Mateo Pérez, que es el responsable de la edición española de Publisher’s Weekly, y un periodista con el que tenía buena afinidad personal. En un momento determinado de la comida me dice tienes que hacer un libro.
—¿Qué fue el detonante en la conversación?
—No lo recuerdo. Le dije que llevaba media vida teniendo una novela en la cabeza y abandonándola. Me ha faltado convicción. Siempre he pensado que era mejor leyéndolo que escribiéndolo, que no iba a mejorar yo eso que podía leer.
—¿Una novela policíaca, quizá?
—He sido un gran aficionado al género negro. En una época lo leí todo, pero en ese momento no estaba pensando en una novela negra, sino en una novela política.
—¿Regional o nacional?
—Nacional, de política española, ambientada en la época actual.
—¿Tenías ya algo escrito?
—Solo un esbozo en la cabeza. Manuel Mateo entonces me dijo: “Acepta mi consejo: olvídate de la novela. Tienes que hacer un ensayo y sería deseable que fuera importante”.
—¿Por qué te veía más en el ensayo?
—Me dijo esto y al cabo de unos días volvimos a coincidir. Le dije que alguna madrugada me había venido la conversación a la cabeza y que a lo mejor tenía razón. “La tengo, hazme caso”, me contestó. Ja. Ja. Tenía un librito que quería escribir y que se iba a llamar Manual para jóvenes políticos sin escrúpulos. Quería poner en evidencia que la crisis del periodismo estaba poniendo las cosas muy fáciles a los políticos, poniendo los ejemplos de Trump, Pablo Iglesias o Pedro Sánchez. Evidentemente era un libro un poco satírico. Estaba escrito por un periodista que le cuenta al político lo fácil que lo tiene para aprovecharse de un periodismo muy débil (León Gross publicó en 2005 un libro con este título: El periodismo débil) y entonces me dijo que por ahí sí. Me animó a elaborar un índice y definir el objetivo.
—¿Deusto fue tu primera opción para publicar el libro?
—Realmente mi primera opción fue Deusto. Es una editorial que me gustaba mucho y el catálogo me había llegado directamente por su calidad. Me parecía que era un sitio estupendo para un ensayo. Tuve suerte porque en una reunión con el editor Roger Domingo le presenté el proyecto y me dio el ok rápido. Antes del verano del 2023 estaba ya contratado. Lo primero que hice fue recopilar muchas fichas de lectura que tenía hechas para mis clases en la universidad, pero que no había sistematizado ni organizado.
—En principio podría parecer una secuela de El periodismo débil y luego te diste cuenta que allí había más sustancia. Aunque también aparecen algunos puntos de tu anterior libro como el decálogo de Ben Bradlee.
—En el fondo aquel viejo decálogo de Ben Bradlee para The Washington Post sigue siendo un pequeño resumen del vademécum del comportamiento ético del periodista. Es decir, es evitar cualquier clase de financiación externa para la noticia, no pretender hacer la historia sino limitarte a contarla. Y luego acaba con toda la separación solemne y completa de información y opinión. En principio no estaba pensando en un ensayo clásico, que era como contarle al político la debilidad del periodismo. Decirle que lo tenía fácil para mentir, para influir en la agenda, que lo tiene muy fácil para que se publiquen informaciones de fuente única y prácticas profesionales que son malas praxis. Al cabo de un mes le escribí a Roger y le dije que no veía el proyecto. Una vez que había empezado a escribir, verme como periodista, escribiendo para políticos, contra el periodismo… Lo que me había parecido atractivo, por ponerme ante un espejo de contradicciones, me estaba empezando a resultar incómodo. Al final había medido mal. Y no era exactamente el libro que quería escribir. Roger me dijo que él lo había sospechado desde el primer momento. Entendía que era una posibilidad atractiva, pero también entendía que podría convertirse en algo incómodo para mí.
—¿El título fue una propuesta tuya o una propuesta de Roger Domingo?
—El título original era La derrota del periodismo, pero cuando le mando a Roger papeles me dice que más que la derrota estaba contando la muerte de aquel periodismo. Dudé mucho sobre ese título.
—¿Y el título no es un poco clickbait, una herramienta que denuncias en el libro?
—Creo que no. El editor tenía la convicción de que la idea fuerza del libro no era la debilidad o la derrota del periodismo, sino que es la muerte de una manera de hacer periodismo.
—Dejas muy claro que el periodismo no ha muerto, aunque quien no lo lea puede pensar que es contundente.
—Hay multitud de ensayos que se llaman la muerte del arte: la muerte de la música; la muerte de la novela de Eduardo Mendoza. La muerte de Dios, que nos lleva hasta Hegel con Fenomenología del espíritu. A Los hermanos Karamazov y su famoso: “si Dios ha muerto, ¿todo está permitido?”. A mí me interesa mucho algo que dice Ernst Gombrich, el legendario crítico vienés que se va al Reino Unido, en la Segunda Guerra Mundial, y que es uno de los referentes de la historia del arte. En su primera línea de su La Historia del Arte dice que el arte no existe, que lo que existe son los artistas. Porque hay artistas. Y yo ya estaba empezando a pensar que el periodismo no existe como el concepto que habíamos conocido, pero sí los periodistas. Claro que hay periodistas que hacen periodismo y a veces muy buen periodismo, formidable. Y pensando en todo esto asimilé el título.
—¿No crees que en realidad lo que ha muerto es el periodismo político, el que solamente recoge declaraciones y se deja influenciar? Bueno, y que tiene mucho poder. Tú mismo dices en el libro que es “antiperiodismo”, el trabajo que ejercen los jefes de prensa y directores de comunicación.
—Sí. Cuando yo hablo de la muerte del periodismo, no hablo de que el ejercicio del periodismo esté muerto. Hay ejercicio del periodismo. Es más, precisamente los avances tecnológicos facilitan que hoy en muchos sentidos se puedan ver los mejores ejemplos de periodismo que hayamos visto nunca. Porque se maneja una cantidad de documentación que convierten algunos reportajes y algunos informes documentales en piezas de una trascendencia colosal. Se escribe muy bien, hay gente con una formación extraordinaria y hay periodistas de primerísima división. Lo que ha muerto es el periodismo, lo que representó en la democracia liberal de la segunda mitad del siglo XX, que probablemente es el momento en el que el periodismo alcanza su máxima expresión. El periodismo es una conquista evidente de la modernidad, de las sociedades democráticas, que a lo largo del siglo XIX experimenta una evolución muy convulsa, en algunos momentos dramática. Es un período, por otra parte, también muy convulso políticamente… en España, bueno, pues imagínate: la Guerra de la Independencia, Fernando VII, las regencias, Espartero, María Cristina, Isabel II, Narváez, la Revolución del 68, la I República, la Restauración… Y el periodismo se estaba convirtiendo en un fenómeno de masas en todo el mundo y lentamente también en España, porque tardaría algo más en llegar, porque todavía el trabajador urbano tiene menos desarrollo, sobre todo si se compara con la Inglaterra y la Centro-Europa industrial. En las grandes ciudades el periódico se convierte en un elemento consustancial con la vida cotidiana. Cuando llega el modelo basado en la publicidad, se alcanza lo que necesitaba el periodismo, que es un modelo de negocio independiente. Es decir, ya no es un instrumento de agitación. Era un instrumento que ya daba transparencia informativa, que ya incomodaba al poder; ya se estaban dando desde el siglo XIX algunos de los elementos característicos de ese periodismo, pero solo con la publicidad se alcanza la independencia financiera. Y solo con la independencia financiera existe la independencia editorial. Además es tan atractivo como soporte publicitario, en un momento de gran efervescencia comercial, que atrae muchísima publicidad y por tanto se convierte en muy independiente y muy fuerte financieramente, y por tanto en muy independiente y muy fuerte editorialmente. ¿Todos? No. Tardarían todavía porque es un periodo de transición y progresivo. En el caso de España, además, tiene la evidente interrupción de la dictadura, que controla el sistema de medios y el sistema de periódicos. Tras las Guerra Fría surge un hito evidente: la guerra de Vietnam y luego el caso Watergate. La prensa estadounidense asume la doctrina de oposición permanente. Es decir, el periódico asume que no es un poder, que es un contrapoder. Es el momento en el que esto alcanza su máxima expresión. Es verdad que hay quizás una pulsión excesiva en el periodismo. Después de haber tumbado al presidente Nixon, parece que nadie va a ser un gran periodista si no termina tumbando a un presidente, un ministro, un presidente, al menos a un concejal. Tienes que tener una muesca, como mínimo una muesca en la culata de tu máquina de escribir. Y ese es el periodismo que en España, a partir de la Transición, años 80 y 90, pero digamos en ese momento en el mundo, en ese último tercio del siglo XX, es cuando alcanza una expresión, su expresión máxima. En ese momento el periodismo es un auténtico poder. Es decir, un político no empezaba el día hasta que no leía los periódicos. Y los leía con temblor en las manos y en las rodillas. Hasta que no descartaba verse en un titular, en una columna de opinión influyente, o en un editorial, no pasaba ese vértigo. Es entonces cuando el periódico, cuya potencia está basada en su modelo de negocio, entra en crisis.
—Pero ahora mismo, actualmente, en 2024, hay muchos políticos que temen exclusivas y primicias. Siguen dimitiendo ministros, siguen dimitiendo directores generales, concejales y se pone en la picota a alcaldes.
—Claro que sí. Y seguirá pasando porque siguen siendo sociedades democráticas, son democracias liberalmente deterioradas, pero sigue habiendo fundamentos de esas democracias.
—Pero como dices que el político ya no teme al periodista… Hay muchos ejemplos que gracias al periodismo de investigación el político tiene que dejar el poder.
—No. A ver, sigue habiendo poder en el periodismo, pero un poder muy debilitado, y sigue habiendo dimisiones cuando la fuerza de los hechos sencillamente lo hace insostenible. Claro; pero funciona de una manera muy averiada hoy en día. ¿Por qué? Porque ese periódico de final del siglo XX, esos periódicos, cinco o seis grandes cabeceras nacionales y luego sus reflejos regionales y locales, pero sobre todo esas generaban lo que podríamos llamar el relato informativo totalizador. Es decir, toda la sociedad compartía un relato informativo. Aunque El Mundo sacara una noticia incómoda para el Gobierno socialista, el votante socialista sabía lo que estaba publicando El Mundo. Aunque El País publicara una noticia incómoda para los dirigentes del PP, el votante de derecha sabía lo que estaba publicando El País. Y además, dentro de la misma presión y de la polarización o la confrontación que siempre ha existido, por supuesto, se sabía que eran cabeceras respetables. A los periódicos se les podría cabrear y llamarlos ‘El inmundo’ y ‘El sindicato del crimen’. Pero se sabía que componían un relato unificador para toda la sociedad.
—Ahora mismo, aunque no hay un relato unificador, el periodismo sigue actuando cada día, sacando buenas historias, exclusivas que ponen en la picota no solamente a los políticos, sino al poder económico, que es mucho más difícil todavía.
—¿Qué ocurre hoy en día? Se funciona en burbujas informativas, que tienen su sede en las redes sociales, no en los periódicos. Sabes que el porcentaje de lectores que entra a un sitio web a leer un periódico entero es mínimo. Las redes sociales funcionan mediante comunidades, sobre todo comunidades identitarias, lo que Pariser llama cámaras de eco. Es decir, el algoritmo está diseñado para atraer a gente que piensa como tú y crear grupos en los que te sientes cómodo. Y eso genera un problema de percepción porque te hace pensar que tu comunidad es la sociedad entera, como ocurría antes. Pero no: tu comunidad es una comunidad dictada por un algoritmo para que se produzca esa cámara de eco. Todo el mundo reproduce básicamente el mismo pensamiento y las mismas ideas. Y eso, además, alimenta el sesgo de confirmación. Es decir, te acostumbras a querer leer lo que quieres leer, a oír lo que quieres oír y a ver lo que quieres ver. Te acostumbras a que la información no te transmita la verdad, sino fortalezca y refuerce tus prejuicios. Claro, ahí es muy difícil, en muchas ocasiones, que penetre una noticia. Solo tienes que pensar qué ha pasado en las últimas semanas en España. En las burbujas de la izquierda la penetración de la noticia de la mujer de Pedro Sánchez ha sido muy pequeña. En la burbuja de la derecha la noticia del novio de Ayuso ha sido muy pequeña y muy matizada. Muy matizada, en un caso, por el relato de Ayuso y en otro, por el relato del Gobierno y del Partido Socialista. O mira lo que ha pasado con el dictamen de la Comisión de Venecia con diferentes versiones de un mismo hecho.
—Hace 30 años publicaste un artículo diciendo: “Un periodista sin rebeldía es un funcionario; un periódico sin rebeldía es una hoja parroquial”. ¿No está más en vigor que nunca lo que decías?
—Sí, es así. Un periodista necesita un medio y tener una posición moral donde poder ejercerlo. El problema es que la rebeldía es el resultado de la independencia y la independencia es el resultado de esa independencia financiera, de ese modelo de negocio. Y al final del siglo XX lo que se produce es un doble fenómeno. La crisis del modelo de negocio basada en la publicidad, que es sabido que termina en Google y en Facebook en buena medida, y dos errores estratégicos devastadores de los grandes editores. El primero se produce cuando los periódicos empiezan a integrarse en los grandes grupos multimedia. La empresa informativa había sido tradicionalmente una empresa muy autónoma basada en un modelo de negocio que funcionaba. Pero ese modelo de negocio funcionaba. Cuando los editores empiezan a integrarse en los grupos multimedia hay algo más que un ejercicio de miopía. El poder político de Estados Unidos, después del periodo que te he descrito y esto lo escribe Huntington en los años 70, sale escarmentado y dice, ojo, que el mayor poder en esta sociedad son los poderes de la comunicación. Y este tiene la capacidad de desestabilizar el sistema que, paradójicamente, empieza a absorber a la industria informativa introduciéndola en la industria de la comunicación. Y yo estoy de acuerdo con algo que decía el legendario director de Le Monde Jean-Marie Colombani: confundir información y comunicación es seguramente el origen de casi todos los males que ha experimentado el periodismo. Unos periódicos integrados cada vez más en la industria de la comunicación y no de la información estaban tendiendo a hacer más infoentretenimiento, a acercarse más a la tabloidización y a la espectacularización, y a adoptar los recursos propios de la prensa popular para hacerse más atractivos. ¿La consecuencia? El modelo se fue devaluando. Ese fue el primer error. El segundo error llegó con internet. Un producto tan caro como es la noticia, la buena información, porque el periódico se vende por 125 pesetas o por un euro, pero porque la mayor parte del diario la pagaba la publicidad. Era un producto muy caro con un montón de grandes periodistas haciendo grandes trabajos informativos. En el momento en que se difunde a través de internet gratis rompemos la conciencia y acabas con la idea de que hay que pagar por la información.
—En este sentido los políticos se aprovechan de esta debilidad y empiezan a sufragar directamente al periódico con los acuerdos institucionales. ¿No crees que la publicidad institucional prostituye al periodismo?
—Una publicidad institucional que representa una pequeña parte de la cartera de un medio, no es particularmente amenazante, ¿no? El problema es que cuando desaparece la publicidad comercial los periódicos y muchos medios empiezan a depender de la publicidad institucional, de las subvenciones, en definitiva, del dinero público. El equipo que teníamos en el departamento de Periodismo en la Universidad de Málaga bajo la dirección de Bernardo Díaz Nosty y luego lo ha hecho también Pedro Farias, con encuestas polietápicas para ir preguntando regularmente, cada par de años, a los directores de los medios de comunicación si se sintieron presionados, por qué y por quién. En aquel entonces todavía, en la transición del siglo XXI, por los anunciantes. A partir de la segunda década del siglo, por el poder político y las instituciones. Tienen razón Levitsky y Ziblatt cuando dicen en Cómo mueren las democracias que Donald Trump no se inventó nada. Lo que hizo fue acelerar una serie de cosas e intensificarlas al máximo. Trump se da cuenta de que los periódicos ya no dirigen la opinión pública. Esto es lo fundamental. Que alguien ganara la carrera presidencial en Estados Unidos con el 99% de los periódicos en contra era impensable antes, pero ahora te indicaba la influencia que tenía realmente. Pedían, masivamente, con muy pocas excepciones, el voto contra Donald Trump. La opinión pública ya no la vertebra la opinión publicada. No depende de la agenda informativa. Craig Silverman, editor de BuzzFeed, dice que las 20 noticias verdaderas e importantes que publican The New York Times, The Washington Post, The Boston Globe, etc. funcionan mucho peor que las 20 noticias falsas que se distribuyen por Facebook.
—El periodismo no tiene que estar solo pendiente de la audiencia. El público debería entrar en los buenos temas.
—Debería, pero no. En esas burbujas las noticias falsas son titulares concebidos con la lógica SEO, titulares con mucha habilidad de anzuelos para que la gente pique y pinche. Son titulares que también hay estudios que se recogen en el libro, en los que los valores negativos funcionan extremadamente mejor que los valores positivos, en los que la ira o el miedo consiguen una eficiencia incomparable con los titulares positivos. Por supuesto que los periódicos siguen publicando muy buenas noticias, pero su eficiencia es muy pequeña. Es decir, su penetración en las burbujas informativas es limitada y en cambio la efervescencia que tienen esas noticias falsas es muy alta. Evidentemente no significa que no se hace periodismo, significa que ya no existe ese rol que había tenido el periodismo.
—Hay muchos periodistas que son muy amigos de políticos que almuerzan o cenan constantemente con ellos o incluso se van de vacaciones juntos.
—Yo creo que eso hay que relativizarlo. Ben Bradlee, uno de los grandes periodistas de la historia del periodismo, reconocido por todo el mundo, tenía una relación muy personal con Kennedy.
—Pero cuando llegó al poder de The Washington Post mantuvo la distancia.
—Pero era su amigo. Y alguna vez hablaban por teléfono y le comunicaban noticias relevantes a Bradlee incluyendo el asunto de Bahía Cochinos y el periodismo todavía podía silenciar informaciones. Eso se rompe realmente con los Papeles del Pentágono, con la matanza de My Lai y con el Watergate. Pienso que la amistad habitual con un político es inadecuada para un periodista, porque nadie es completamente inmune a verse condicionado por sus afectos o por sus afinidades. Pero también creo que a veces tiene una cierta capacidad equilibradora, porque ciertamente el periodismo en algunas ocasiones ha llegado a juguetizar la política, como si el político no fuera un ser humano.
—Como si fuera un objeto de pim pam pum.
—Eso es. En ese sentido, a veces tener un cierto contacto te recuerda la dimensión humana que hay. Es decir, que no se puede destruir a las personas con la alegría que algunas veces…
—Sí, pero si esos políticos ponen a determinados periodistas de su cuerda ideológica en determinadas tertulias, están influenciando en el periodismo de una manera sangrante.
—Sí, pero eso no es el hecho de tener una relación con el político. Eso es porque los programas de las tertulias permiten que los partidos influyan en la composición de las propias tertulias. Pero no es por el hecho de que tú tengas una relación personal con un político. En cualquier caso, yo desaconsejo la amistad. Una cosa es tener una amistad y una relación con una cierta conciencia de la dimensión humana de alguien, no perderla de vista, y otra es, como tú has dicho, irte de viaje, reuniones familiares, etcétera, porque eso efectivamente…
—¿Y por qué los medios de comunicación aceptan que los políticos impongan a tertulianos en radio y televisión?
—A ver… en el mundo de la comunicación se ha asumido que de alguna manera la credibilidad de una tertulia se puede medir en que haya una aceptabilidad por parte de todos los grupos políticos. Y creo que eso es un error. Puedo entender que se busquen perfiles periodísticos de diferentes medios, de diferentes orientaciones, que sea una composición…
—Pero, ¿cómo puede ser que un periodista o un director de una tertulia o un director de un medio de comunicación sepa que un periodista tiene determinada orientación? ¿No piensas que es un problema que haya periodistas ideologizados y que estén descaradamente a favor o en contra de un determinado partido político?
—Sí, sí. A ver. Estamos en un clima altamente polarizado en el que aquel sistema de medios que miraba la moderación, que miraba al Centro por así decirlo, como aconsejaba Katherine Graham, la editora de The Washington Post: “No mires a los extremos, que te estás alejando de las mayorías: busca el espacio central, que es donde están las grandes mayorías”. Eso no significa ni renunciar a la verdad, sino que tu mirada no sea una mirada radical sino una que trate de ser lo más amplia posible y para eso hay que situarse en el espacio central. En una sociedad polarizada efectivamente se ha dejado de ocupar el espacio central y se ha tendido a ocupar espacios más en los extremos. Eso hace más evidente donde se coloca cada uno y eso crea un problema. El segundo problema es el sesgo de confirmación. Es decir, en el momento en que las audiencias no quieren la verdad sino quieren ver confirmadas sus ideas y prejuicios evidentemente hay una tentación para el periodista, que es peligrosa, y en la que creo que probablemente todos en alguna medida terminamos cediendo. Eres consciente de quién es tu audiencia y eres consciente de qué quiere oír tu audiencia y acabas alineándote con ella. Probablemente cualquier vía de salida para el periodismo entre otras cosas tiene que empezar por plantarle cara en ese sentido al lector.
—Y en ese sentido también unos problemas de los periodistas, sobre todo de la información política, es que si tienen el teléfono del alcalde, si el presidente del Gobierno se le pone al teléfono, cree que tiene un poder, y entonces compran argumentarios de los partidos políticos y eso se nota mucho en tertulias y en determinados articulistas.
—Sí, es triste pensar que alguien tiene poder por estar alineado con el poder cuando el periodismo tenía poder en la medida en que era un contrapoder, y eso seguramente es un gran retrato de la muerte de ese periodismo. Quien crea que por tener el teléfono del alcalde, del presidente, del ministro…
—O incluso el presidente de la comunidad autónoma puede pedir la opinión a un periodista sobre un tema determinado y quizá ese periodista cree que tiene un poder para poder influir sobre el político.
—Con una cierta posible ingenuidad como periodista te puedes llegar a creer. No, tú te das cuenta de que en este momento no somos percibidos como contrapoder, sino como una extensión de distintos poderes.
—¿Esta situación no se explica porque el ciudadano piensa que lo ocurre en el periodismo político o en la información política o nacional o el periodismo de opinión es todo el periodismo? ¿No hay otros periodismos donde no existe esta injerencia?
—Hay otros periodismos, por supuesto. Los periodismos especializados, por supuesto, cultural, el económico, aunque ha pasado por cosas parecidas. Hay aspectos del periodismo que no incomodan al poder y por tanto todo se ejerce sin ningún tipo de problemas. Sí, claro, el gran problema está en el periodismo de información general de actualidad política.
—Esa es la clave. ¿Hay muchas presiones en un medio público como Canal Sur, como director del programa Mesa de Análisis?
—No. No. He sufrido más presiones de la oposición que del Gobierno.
—Es lógico también, ¿no?
—Sí. Una televisión pública siempre es percibida por su agenda, que es una agenda muy institucional, muy vinculada a la gestión pública que es percibida siempre bajo sospecha de alineamiento con el poder político. Es muy fácil que la acusación entre las cosas, porque es casi de oficio, es de pura inercia. Si eres perezoso y no te quieres estudiar un tema, dices: “Canal Sur es la corrupción”. Ya tienes hecho un discurso gratis. A ver, las televisiones públicas evidentemente no han desarrollado mecanismos para garantizar una independencia eficiente.
—Quizá porque el periodismo es un segundo plato y lo importante en la dependencia institucional.
—Bueno, porque, a ver, para empezar, en las televisiones el periodismo no es el elemento fundamental. Eso para empezar. Son elementos de acompañamiento a una parrilla de programación. Otra cosa es que al político le guste o interese especialmente. Pero no. Canal Sur, por ejemplo, que tiene un equipo muy competente al frente y que ha ido mejorando la audiencia, tiene meses con altibajos, se enfrenta evidentemente a que el duopolio que representan a Atresmedia y Mediaset, que son las locomotoras de las audiencias. Pero yo diría que las presiones políticas son mucho más limitadas de lo que yo hubiera podido pensar. Lo digo con honestidad: no hay una fuerte presión política. Otra cosa es que me digas: cuánto de autocontrol o de autocensura ejerces. Ahí sí admito que cada cual puede hacer una especulación de hasta qué punto eso sucede con más o menos intensidad. En todos los trabajos se hace un ejercicio consciente de dónde está y de cómo ejercer su trabajo en un mundo donde brille más y vaya a tener más éxito. Intento afinar porque ni quiero lo obvio, ni tampoco afirmar lo incierto. Quiero decir, te mueves en una línea delgada en la que hay un vacío a un lado y a otro. Es fácil cometer errores y precipitarte. En ese sentido tienes que intentar defender tu trabajo. Sabes que no vas a estar nunca a salvo de la crítica política y bueno, pues lo que confías es que la audiencia sí respete lo que haces.
—¿No crees que desde hace un par de años te expones demasiado en Twitter con posiciones ideológicas poco centradas?
—Acepto la crítica. Es muy probable que sea cierto por la propia dinámica de las redes sociales. Pero a mí nadie me podrá acusar de ser una cámara de eco. Yo tengo un timeline grande en Twitter. Tengo muchísimos seguidores de diferentes perfiles: una colección de docena y media de haters pertinaces que están cada día, tras publicar mi tuit, recordándome a mis antepasados fallecidos. Lo que hago es jugar a las redes sociales. Me gusta ese verbo que utiliza un amigo mío. Jugar a las redes sociales.
—¿Pero eso no es hacer el juego también a los que polarizan?
—Bueno, en alguna medida, sí. Es una forma también a veces de agitar el debate.
—¿Para qué hace falta agitar? ¿Un periodista tiene que agitar? ¿No tiene que dedicarse a informar o a opinar?
—Bueno, es un formato de opinión, ¿no? Agitar el debate no es agitar la mentira. Tú puedes decir: no me gusta que emita opiniones tan contundentes. Pero a mí que me venga alguien y me diga públicamente: “Esto que has publicado es mentira”. Ahí me avergonzaría como periodista.
—Tu línea se fundamenta en darle importancia a las posturas antinacionalistas, o anti-Sánchez, que es evidente, o anti-Trump. Pero minusvaloras fallos del PP, tanto a escala nacional como regional. Y si hay errores o críticas a los populares, en muchas ocasiones los matizas dejando claro que Sánchez o este PSOE lo hace peor.
—No, no, que no descarto que aciertes y que yo me esté equivocando. Te digo que creo que en las redes sociales existe una cierta sensación de ser un terreno un tanto desacralizado para la provocación y para el juego. Seguramente se cometen errores y yo he cometido muchos errores, no tengo ninguna duda. En cuanto a esto, a ver, yo creo que en muchos momentos, especialmente cuando eres periodista de opinión, hay cosas que te mandan y seguramente a veces puedes perder la perspectiva. Creo que en este momento el sanchismo, alineado con los nacionalismos, es el gran problema que tiene España. A eso le dedico mi atención principalmente. ¿Qué tiene otros problemas? Sí. Por ejemplo, la sanidad. Es un problema y que hay que decirlo. Y que hay que ir exigiendo que haya correcciones y sí que creo que el Partido Popular por ejemplo, y yo lo he planteado en varias ocasiones, tiene una cierta desorientación estratégica. Creo que las alianzas con Vox, que me parece un partido indeseable, es un paso que había que dar, como ya escribí en su momento reiteradamente que sólo cuando Podemos entrara en el Gobierno, pasaría ese sarampión. Por desgracia, han sido ritos de paso inevitables. Creo que en este momento el Partido Popular es un partido mucho más cercano a la socialdemocracia de Felipe González que el Partido Socialista de Pedro Sánchez. Creo que el Partido Popular de Feijóo o de Juanma Moreno son partidos populares, que no son todos los PP de España, mucho más cercanos esa socialdemocracia europea que mira al centro, a las grandes coaliciones y a la institucionalidad, antes que apoyarse en los extremos. En ese sentido me parece que donde hay que poner el foco es en el sanchismo, en el nacionalismo y en el nacionalpopulismo. A diferencia de lo que ha ocurrido en Europa donde el trumpismo mediático ha sido un fenómeno de extrema derecha, en España ha sido un fenómeno de extrema izquierda. Lo introduce Pablo Iglesias y Sánchez se lo arrebata. Uno de los éxitos de Pedro Sánchez de la campaña del 23 de julio de 2023 es toda aquella literatura de los poderes oscuros mediáticos y económicos que confabulan contra el poder del pueblo y la representación de los ciudadanos.
—¿Te tienta ser político?
—Como a todo crítico literario en algunos momentos se le pasa por la cabeza escribir una novela, a todo periodista político en algún momento se le pasa por la cabeza ir a la política. He tenido en algunos momentos invitaciones para entrar en la política.
—¿Se puede decir públicamente?
—Tuve mi momento en Ciudadanos en 2015 y he tenido también alguna oferta para cargos periféricos, pero no para política, en el Partido Popular. También la tuve en el pasado por parte del PSOE.
—Y cuando acabe tu etapa en Mesa de Análisis, ¿te seducirá entrar en política?
—Tengo 58 años. Veo los 60 cerca y esa es como una especie de penúltima frontera antes de la jubilación, que puede ser a los 70 años… deseablemente. Es una etapa final. Yo creo que es una edad avanzada para entrar en política. La política es una acción para gente más joven, tienes que tener otra energía, y además una ambición de futuro que se da más que en estas edades, aunque tampoco creo que esta sea una edad que te invalide. Me cuesta imaginarme yendo a la política. No voy a decirte de este agua no beberé, porque no lo sé, pero si me preguntas si lo pienso o lo veo te diría que no.
—Hace tres semanas presentando La muerte del periodismo en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UMA dijiste que volverías a la universidad.
—Veo que al final de la etapa de Mesa de Análisis mi futuro pasaría por el regreso a la universidad y completar mi entidad académica. En su momento, cuando podría optar a la cátedra, pensé que no era mi momento. Y no lo era porque en ese periodo anteponía la actividad profesional a una serie de factores que yo creo que son consustanciales con la actividad académica: crear equipos y grupos de investigación. También transmitir ese conocimiento en gente más joven. Pero si ahora volviera es probable que sí me decidiera.
—¿Te ves escribiendo más libros?
—El libro me ha requerido la disciplina de un horario ya de por sí exigente y limitador, pero hay ensayos que sí me gustaría escribir. Por ejemplo, La muerte de la verdad o algo en torno a la propia verdad, que yo creo que es el factor clave de la crisis del periodismo: si la verdad no importa, el periodismo no importa.
—¿En un par de años entonces se publicará en Deusto?
—[Risas]. No te voy a decir que no, pero tampoco sé si llegará el momento de esa novela que he pospuesto tantas veces en la vida y de repente diga: “No voy a posponerla más”. Ahora mismo no estoy escribiendo.
—En La muerte del periodismo expones muchos problemas, pero no aportas soluciones.
—No las tengo claras y no creo que sea yo quien tenga que dar soluciones. Si las tuviera intentaría buscar financiación y ser editor, pero no es el talento que uno tiene. Y confío en que los tienen ese talento sí acierten. Conozco profundamente por mi actividad profesional y por mi reflexión y por mi actividad académica ese sistema de medios y puedo afirmar que hay un periodismo que muere. También sé que los periodistas y el periodismo están ahí, que cada día se hace un periodismo importante y crucial para la sociedad.
—Con reporteros que se juegan la vida. En la obra no hay ninguna referencias a sus trabajos. Y de cronistas solo se cita a Leila Guerriero.
—Soy un gran admirador de los reporteros y cronistas. También de Leila Guerriero. La cito en un capítulo que se dedica al pesimismo en el periodismo cuando escribe en Zona de obras que las historias positivas y bonitas no dan premios, sino las historias duras. Es un hecho. Las grandes tragedias de la historia funcionan mejor que el descubrimiento de la penicilina, que seguramente es mucho más importante en términos de vida.
—¿No crees que el mejor periodismo es el de los reporteros?
—Como yo me dedico en el libro al periodismo de actualidad política no me interesaba especialmente el trabajo de corresponsales y de reporteros… hubiera sido desviarse un tanto. Sí creo que lo más importante del periodismo está en los hechos y en quienes están más dispuestos a llegar más lejos, que son los reporteros.
—España es un caso excepcional donde los articulistas o tertulianos ganan mucho más dinero y tienen mucha más presencia pública que un reportero o un periodista de investigación.
—Un tipo que esté ahora mismo en el Donbás y escriba crónicas de Ucrania gana menos que un tertuliano que pega gritos a primera hora de la mañana en una tertulia.
—García Márquez dijo que el periodismo era el mejor oficio del mundo.
—Si consideras que este es el mejor oficio del mundo porque es el que te puede dar alegrías más volcánicas que otro, pues probablemente sí. Quien tiene ese gusanillo del que hablas puede ver satisfecho tener experiencias orgásmicas haciendo su trabajo. En ese sentido, es un oficio extraordinario. No creo que ningún funcionario del catastro o funcionario judicial tenga experiencias semejantes a las que pueda tener un periodista cuando ve colmadas las pasiones periodísticas. Pero no, ahora mismo no. Decir que es el mejor oficio del mundo cuando estamos hablando de una industria descompuesta es una contradicción en los términos.
—¿Puede ser el mejor oficio, pero no la mejor profesión para ganarse la vida?
—Puede ser un oficio precioso, pero es una profesión amenazada.
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Las siguientes cuatro preguntas no se formularon en la entrevista que tuvo lugar en Sevilla el 23 de abril. Tras la reflexión de cinco días del presidente del Gobierno, León Gross accedió a contestar el 1 de mayo a estas cuestiones de máxima actualidad y relacionadas con el contenido de La muerte del periodismo”
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—¿Te ha sorprendido las continuas alusiones a La máquina del fango de Umberto Eco citadas por Sánchez?
—No, no me han sorprendido precisamente las alusiones a La máquina del fango que Umberto Eco utiliza tanto en su novela Número Cero, en la que retrata a los medios chantajistas, que es verdad que existen y que entroncan, por cierto, con los Muckrakers de un siglo atrás. Por cierto, Eco también veía la amenaza actual de las redes en ese mismo concepto. Era una expresión frecuentísimamente utilizada por Pablo Iglesias en sus artículos y recogidos en un libro titulado Medios y cloacas. Y en esas cloacas, naturalmente, el fango es el territorio natural o el ecosistema.
—¿Consideras que Sánchez debería especificar a qué y a quiénes se refiere con “pseudomedios”, páginas web y digitales?
—Pero los pseudomedios es un concepto impreciso y Pedro Sánchez debería explicar a qué se refiere con pseudomedios. Está utilizando esa bandera con una lógica populista, pero no tiene un criterio de lo que está planteando. Es verdad que esto no es fácil, pero sí existen modos de plantearlo, como el modelo francés, en el que lo que queda claro es que los medios pueden clasificarse, al menos distinguiendo los medios informativos como tales. Lo que ha hecho Sánchez es derivar la ira de la gente hacia los tribunales y los periodistas.
—¿Debe el Gobierno regular a los medios? ¿O son los propios medios quiénes deben hacerlo?
—Que el Gobierno regule los medios es una contradicción en buena medida, porque los medios son un instrumento, los medios informativos, la prensa, el periodismo, digamos, es un espacio conquistado al poder a lo largo de la modernidad, para controlar al poder. Y si se le permite al poder ser quien regule a los medios, seguramente se perderán márgenes de libertad de expresión, libertad de prensa, derecho a la información. Cuidado con eso. Por supuesto, esto no significa que lo que hay esté bien. Recordemos que en el mapa de Halini y Mancini hay un espacio llamado liberal anglosajón, en el que hay una gran conciencia profesional. Y una idea, en fin, de la actividad profesional bastante consciente. Hay otro espacio que es el institucional, el centro europeo y nórdico, en el que sí hay instituciones que tienen la confianza de la sociedad y de los propios medios para que, en fin, la sociedad tenga fórmulas de control social. Y luego hay un espacio que ellos denominan desregulado, que es ese espacio del sur de Europa, aunque incluye a Francia, que viene de dictadura. Así que, digamos, hemos planteado un sistema de medios en el que hay carencias evidentes. Ni hay instituciones ni hay una autorregulación muy consciente por parte de los medios. Planteo en La muerte del periodismo una pregunta que me he hecho siempre: ¿cómo es que no hemos visto nunca a un periódico tomar una medida drástica en nombre de su código ético, en nombre de los códigos deontológicos? Yo creo que, claro, que hay márgenes para actuar y mejorar medidas, principalmente de transparencia, que yo creo que son convenientes. Publicar, por ejemplo, la financiación y las cantidades que se reciben, especialmente cantidades de fondos de instituciones públicas, aunque la transparencia debería ser completa. Creo que los sistemas de medición deben ser más precisos y, sobre todo, más transparentes. No permitir, en fin, esta broma en el que algunos manipulan descaradamente esas mediciones. En fin, creo que hay que abrir un debate riguroso, pero, desde luego, no desde el Gobierno, cuyos comités de expertos ya sabemos que tienden a ser, sencillamente, comités de carnet.
—Ahora mismo el debate de la publicidad institucional vuelve a estar en el candelero. ¿Debería detallarse cómo se reparte a los medios desde todas las administraciones?
—La publicidad en España requiere de transparencia y de racionalidad. Esto es evidente, sobre todo porque somos muy conscientes del uso político que viene teniendo desde hace décadas. Y esto un tiempo atrás era relativizable porque evidentemente cuando la cartera publicitaria era una parte secundaria, los medios no se sentían tan concernidos. Pero con unos medios debilitados la dependencia de las administraciones es creciente. Y en ese sentido están expuestos a que la independencia editorial se vea condicionada. Aclaremos que esto ocurre en todos los gobiernos, en todos los niveles de la administración. Pero es verdad que hay dos periodos estelares. El periodo de Zapatero, que alcanza los grandes récords, en el que se llegó a un gasto de 270 millones en 2007. En el periodo de Rajoy veníamos de la crisis y hubo que hacer recortes en todos los sentidos, pero bajó considerablemente. Con Pedro Sánchez se doblan las cifras de Rajoy: el año pasado se alcanzó la cifra récord de 193 campañas. Tiene que haber más transparencia y, por tanto, sí, creo que una ley de publicidad institucional es conveniente. Lo que ocurre es que a la vista del discurso polarizador, de la lógica populista con la que está planteando la cuestión Pedro Sánchez de su crisis de los cinco días de presidencia suspendida, ahora mismo inquietaría toda iniciativa legislativa. Porque no lo vemos como una forma de transparencia y racionalización, o un planteamiento de transparencia y racionalización, sino como una amenaza de control político. Digamos, orteguianamente, que no es eso. No es eso.
—Estudiaste de EGB a COU en el Colegio San Estanislao de Kostka de Málaga, de la Compañía de Jesús. ¿Te marcaron los jesuitas?
—Sí. Los jesuitas valoran el conocimiento, son elitistas, pero a la vez creo que tienen menos prejuicios que en otras órdenes religiosas, según tengo entendido. Aunque hay apellidos que pesan, vi bastante respeto por quienes eran los mejores, independientemente de su origen o de su condición y no necesariamente por su apellido. A mí me marcaron porque eran capaces de establecer un sistema en el que se cultivaba el respeto por el conocimiento.
—¿Qué es lo que más ha aprendido de los alumnos tras tres décadas dando clases?
—Que quien crees que está equivocado muchas veces tiene razón.
—Esta es muy de cuestionario Proust y la tomo del podcast de Javier Aznar Hotel Jorge Juan. ¿Cuál es tu idea de felicidad perfecta?
—No he caído tan bajo como para creer en la felicidad perfecta.
—¿Ni siquiera un instante?
—Ni siquiera por un instante. (Risas).
—¿Qué autor o novela está siempre en tu mesita de noche?
—(Silencio de cuatro segundos). Buena pregunta. Realmente la novela que a mí más me ha marcado es El Quijote. La leí varias veces como estudiante de Filología y como indagación. También como lectura placentera lo compartí mucho con mi padre que fue muy quijotista, muy cervantino. Incluso siempre me decía que aspiraba a morir como Don Quijote, en la cama, a sabiendas de que “en los nidos de antaño, no hay pájaros hogaño”. El Quijote es la novela que he leído más veces con más pasión y que más me puede influir. Y aunque evidentemente hay novelas contemporáneas que me han apasionado como algunos ejercicios de manipulación colosales que me han fascinado como A sangre fría… La montaña mágica es una novela influyente también para mí al igual que La Regenta, Tiempo de Silencio, sin duda, Crimen y castigo… Dostoievski en general. A riesgo de caer en el tópico de un aspirante a Miss Mundo El Quijote es la novela que he leído con más pasión.
—¿Serie favorita?
—Breaking Bad. Encontrabas todos los géneros y había capítulos que eran auténticas joyas.
—¿Y películas?
—El cine clásico negro me impactó mucho como El sueño eterno y El halcón maltés. Y la comedia clásica, no me han sido infiel en ningún momento de la vida como Las tres noches de Eva, Historias de Filadelfia, La fiera de mi niña y Con faldas y a lo loco que para mí forman parte del equipaje fundamental de mi vida… diría que quizás las películas que son películas que mandan, que me han influenciado ha sido la trilogía de El Padrino.
—¿Cuál es tu mayor cualidad?
—Um. Curioso. Quizá la tenacidad.
—¿El mayor defecto?
—(Silencio de siete segundos). ¿Mi mayor defecto? ¿La impaciencia? No sé si la impaciencia… luego te la voy a corregir. Voy a pensar en ello. Nunca lo había pensado.
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Se apaga el botón rojo del móvil. Fin de la grabación.
—Tengo verdadero interés en saber qué vas a hacer con esto.
—Yo también tengo interés en cómo queda.
Risas. Se va con la moto a la calle San Luis para escribir el artículo de ABC. Va con el tiempo muy justo. Luego irá a Canal Sur Radio para una entrevista en El Flexo de Paco Reyero.
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Casi dos horas después de la entrevista, precisa, vía WhatsApp, las respuestas a cuál es su mayor cualidad:
—Sentido del deber. Incluso, si puede formularse más ampliamente, sentido del deber con lealtad.
—Y defecto:
—Ensimismamiento, encerrándome en mí mismo.
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