Ninguna duda puede caber respecto del sentido generalizador que Sara Mesa asigna a La familia. El artículo determinado “la” dice de forma inequívoca que su historia tiene alcance universal. No va a contar un caso singular que arracime una parentela formada por unos cuantos caracteres singulares y diversos, sino que tira por elevación para que esos miembros permitan un retrato total de la institución familiar. Mas no lo hace partiendo de una perspectiva abstracta o filosófica, sino con la pura mirada del observador.
La familia de marras está compuesta por los padres, Damián y Laura, Padre y Madre con mayúsculas enfáticas, núcleo seminal de “el Proyecto”, y por cuatro hijos, tres biológicos, Rosa, Damián hijo y Aquilino, y una niña adoptada, Martina. Representación del pequeño gran mundo del hombre, según buscaba la literatura clásica, los seis se diferencian lo bastante como para encarnar individualidades bien marcadas. La novela, en este sentido, pertenece a la narrativa psicologista, sin caer en la tentación de forzar extremos caracterológicos para reforzar las respectivas personalidades.
Tampoco muestra, sin embargo, caracteres planos y estables. Los niños maduran y evolucionan y los contemplamos desde el punto de vista de comportamientos infantiles o adolescentes hasta las reacciones de la madurez; así se corrobora la naturaleza durable en el tiempo de la idiosincrasia familiar (la trama argumental se extiende durante varios lustros). Este realismo de las mentes alcanza, no obstante, una extraordinaria figura en el Padre, un tipo de admirable profundidad que, en buena medida, es el motor de todos los conflictos de la novela. La ideación del personaje es magnífica. Damián padre es un fanático admirador de Ghandi, a quien emula siempre según sus interesadas conveniencias, controla y manipula sin clemencia a los suyos para entronar su totalitario Proyecto, anda entregado a dudosos empeños humanitarios y todo en él es una suma de falsedades, empezando por su ficticia profesión. El fantoche tiende un tanto a la caricatura, intencionada, pero, en un quiebro de última hora que no debo aclarar, se revela con inesperada complejidad y se transforma en alguien tocado por la verdad de lo humano puro y simple.
Esta evolución tiene un efecto impactante porque ahí, como quien no quiere la cosa, Sara Mesa le lanza al lector el duro mensaje de la novela, no otro asunto que la mostración de las falsedades sobre las que se soporta la institución familiar, y aún más allá, las relaciones humanas en general. Porque aunque la novela se focalice en ese núcleo primordial de la civilización occidental (quizás también planetaria) trasciende el problema hasta una característica humana.
A partir del hilo de Damián Padre se va formando el ovillo de asuntos que enreda Sara Mesa con la contribución de Madre, corresponsable no muy consciente del asentamiento de una tiranía meliflua, y de los hijos, cada uno con sus dilemas a cuestas. En ese ovillo hay hebras de los dramas familiares silenciosos, de la soledad vivida en un medio asfixiante, de la rebeldía humillada o valerosa, del miedo a infringir normas arbitrarias, el temor al rechazo… y, como auténtico leitmotiv, el secreto y el disimulo que marca tantas vidas y les amarga la existencia. Un mundo tan hostil como el que ya aparecido antes en la autora, solo que ahora resulta menos oscuro porque lo matiza algo en ella ausente, algunas pinceladas humorísticas, algunas ironías.
El asunto de la novela, la familia, como he repetido, podría ser una materia común, aunque mostrada con gran radicalidad. Pero donde Sara Mesa marca su sello propio es la forma, por otra parte de apariencia muy discreta. Nada vanguardista. El relato asume distintas perspectivas, conjuga las tres personas gramaticales y ofrece puntos de vista diferentes, e incluso contrapuestos, con lo cual se acentúa el realismo de observación. Por su parte, la construcción de la historia, en conjunto, muestra una novedad muy interesante, quizás ni siquiera deliberada. Los sucesos concretos se alternan y mezclan a lo largo del tiempo. Pero tienen una enorme independencia, y no solo porque agreguen personajes laterales al núcleo principal. El resultado es que la novela unitaria se fracciona en unidades algo sueltas que tienen la andadura del cuento. La familia viene a ser, así, un libro de cuentos hilvanados en una anécdota principal. Claramente, los epígrafes titulados “A estas alturas” o “Buenas personas” permiten su lectura como cuentos sueltos, que, además, forman parte de un engranaje mayor. En consecuencia, la novela se construye como un mosaico: ensambladas las piezas, vemos la estampa terminante del sistema opresivo que conforma la familia.
Sara Mesa utiliza un afilado bisturí para llevar a cabo su operación quirúrgica acerca de la familia. El trabajo meticuloso de la distanciada cirujana no constituye obstáculo alguno para que la historia tenga fuerte carga proyectiva. La literatura siempre nos pone ante el espejo. Nadie se librará de enfrentar su propia realidad con los cosas que oímos y vemos —La familia es una narración casi hablada y muy visual— en esta excelente novela.
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Autora: Sara Mesa. Título: La familia. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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