«El novelista español Arturo Pérez-Reverte escribirá una serie de novelas de aventuras de tipo folletín, ambientadas en los tiempos del Siglo de Oro español, con un personaje central: el capitán Alatriste, que «no era el hombre más honesto, ni el más piadoso, pero era un hombre valiente». La primera novela de la serie se presentará el próximo 9 de diciembre en Madrid, declaró ayer en Francfort el director de la editorial Alfaguara, Juan Cruz, y anticipó: «Será como un estreno de película y habrá una gran sorpresa». El autor de la serie faltó ayer en Francfort, porque Pérez-Reverte se encuentra en Sarajevo metido en el rodaje de la película sobre su novela ‘Territorio comanche’. En cambio sí acudió a la rueda de prensa el escritor mexicano Sealtiel Alatriste, quien cuando conoció a Pérez-Reverte le fascinó por su apellido. El novelista le prometió que lo usaría como nombre del protagonista de alguna de sus novelas. La ocasión no tardó en producirse.» [enlace a la noticia original de El País]
En otro lugar de Zenda, Juan Cruz menciona algo más sobre los primeros esbozos de Alatriste, pero esta cita de arriba fue lo primero que se vio en la prensa española sobre una saga de novelas que veinte años después ha llegado a un tipo de fama especial, la que alcanzan quienes consiguen que incluso gente que no ha leído el libro o visto la película de que se trate conozcan a sus personajes. Sea a través de haberse leído cada entrega varias veces, de haber visto series y películas relacionadas, de haber disfrutado (u odiado) su presencia en el colegio, o incluso por medio de alguna parodia o broma visual, todo el mundo en España (y parte del extranjero) sabe quién es Diego Alatriste. También, y de la misma forma en que cualquiera de nosotros podemos decir que conocemos a alguien que es un poco quijote o un poco sanchopanza, un poco donjuán o un poco lazarillo, en no pocas ocasiones se oye decir a alguien que también conoce a una persona que es un poco alatriste. Y es que cuando un nombre propio puede usarse como adjetivo, significa que ese personaje ha cuajado en un retrato, o al menos una sensación, reconocible en el mundo real. Puede que sean los silencios habituales, las palabras bien escogidas y al grano cuando se decide a hablar, las personalísimas reglas individuales seguidas a rajatabla incluso cuando chocan unas con otras, la sensación de poder ser el mejor aliado o el peor enemigo, el fatalismo no exento de humor negro, o el ir por la vida cazando solo o en muy escogida y nunca permanente compañía, pero quien conozca al personaje literario sabe ver una cualidad alatristesca en otra persona en seguida y con gran claridad.
Esa es una de las razones por las que la saga ha tenido éxito y continuará teniéndolo dentro de muchos años. Tras siete libros, reunidos ahora en un solo volumen de 1800 páginas, Todo Alatriste, a veces puede resultar difícil recordar qué lance ocurrió cuándo o cuántas veces tales personajes han cruzado verbos o aceros, pero el sentido alatristesco de la vida permanecerá siempre dentro del lector una vez que lo haya conocido.
Pero en fin, por rematar pronto la parte más factual de la reseña, recordemos rápidamente los datos principales de la saga. Las novelas recopiladas se publicaron entre 1996 y 2011, son siete, con el plan de que sean nueve al menos (y a este respecto, Arturo Pérez-Reverte ha dicho que no habrá nuevas entregas en los próximos años, dejando la saga en barbecho por ahora), y en ellas se trata de las aventuras vividas por un soldado cuarentón de los tercios de infantería, Diego Alatriste, vistas por un muchacho, Íñigo Balboa, hijo de un compañero muerto, que a los 13 años de edad, en 1623, se va a vivir a Madrid con él desde su Oñate natal. Durante los siete libros y cinco años siguientes, ambos pasarán por Madrid, Sevilla, Flandes, Italia y el Mediterráneo de levante a poniente, a veces en servicio formal de armas, a veces contratados a título individual en calidad de hombres de hígados, y en otras ocasiones guardándose privadamente de caer en las redes equivocadas.
Cada libro, dentro de la temática general del Siglo de Oro español, se ocupa de un tema más destacado: ‘El capitán Alatriste’ (1996) es una presentación general de Madrid como Villa y Corte en el año del novelesco (y real) episodio de la visita/cortejo sorpresa del príncipe Carlos de Inglaterra a la hermana de Felipe IV. En ‘Limpieza de sangre’ (1997) el foco cae sobre la religión y la Inquisición. En ‘El sol de Breda’ (1998) abandonamos Madrid (y España) para irnos al frente holandés a vivir la guerra de diversas formas: encamisadas nocturnas, batalla a campo abierto, asedio de bombardeo y caponera cavada bajo las murallas enemigas, e incluso motines, duelos y reyertas en campamento propio, por culpa de mujeres y reputación, por si los calvinistas y luteranos no fueran enemigos suficientes. En ‘El oro del rey’ (2000) la trama principal conecta con la importancia del oro que llegaba a España desde América (y se iba tan pronto como llegaba), y la acción transcurre en una Sevilla cervantina y quevedesca como nunca, de bajos fondos llenos de pícaros, rufianes, jaques y carne de cañón en general. Para cuando apareciera la siguiente entrega, Pérez-Reverte ya sería miembro de la Real Academia Española, debido en gran parte según él mismo ha dicho a Alatriste, y dedicando su discurso de entrada precisamente a ‘El habla de un bravo en el siglo XVII’.
En ‘El caballero del jubón amarillo’, título heredado de su padre, volvemos a Madrid a empaparnos de teatro, tanto en las corralas de la ciudad como en la trama de la novela: Quevedo, gran amigo de Alatriste, escribe obras para la corte, el capitán Contreras, que si no es ficticio merecería serlo, o viceversa, aparece por allí, el mismísimo Lope de Vega nos ofrece una naranja de su huerto… y María de Castro irrumpe en la vida de prácticamente medio Madrid, desde reyes a criadas, con la compañía de teatro de Rafael de Cózar. Fue durante la redacción de esta novela cuando se completó el guion para la película de Agustín Díaz Yanes, ‘Alatriste’, que se empezó a rodar en 2005 (con un cierto grado de simbiosis entre ambos textos), y justo después de su estreno, en 2006, llegó ‘Corsarios de levante’, donde de nuevo abandonamos la península ibérica para embarcarnos por todo el Mediterráneo, un mar poco reflejado en la literatura española en esta época y visto aquí como charca en patio de vecinos que se odian, se saludan con un puñal en la otra mano y se hacen putadas continuamente: españoles, italianos, griegos, malteses, turcos, berberiscos, hasta ingleses y holandeses metiendo el hocico…
Y por último y por ahora, ‘El puente de los Asesinos’, donde la alta política internacional ocupa el lugar más importante, con una trama de magnicidio en una Italia donde los retratos hechos a Roma, Milán y a una Venecia gótica, invernal y siniestra brillan con luz (y sombra) propias. Tras esto ha habido una adaptación a serie televisiva, emitida en 2015 y protagonizada por Aitor Luna. Todo ello por 30 euros, o sea, menos de 5 por novela, en tapa dura, con ilustraciones de Joan Mundet (incluyendo nuevas láminas para los libros donde no participó al principio), y en una edición que cual Netflix en papel, incita a pasar una página más a pesar de la hora que sea o de que se haya acabado de terminar una de las entregas ahora mismo.
Lograr dejar sello en la gente es una marca de grandeza literaria, y Alatriste consigue hacerlo, incluso entre quienes se burlan o lo malinterpretan. Una de las cosas más valiosas de este volumen, aparte de los propios relatos recopilados, es la introducción de 45 páginas de Alberto Montaner, de la Universidad de Zaragoza, en la que, entre numerosos apuntes de gran interés para la comprensión de la saga, dice que «algunos comentaristas mal advertidos o directamente aviesos, por malicia o por ignorancia (cualidades que, por cierto, no son incompatibles), han confundido la actitud del novelista con una exaltación de las glorias hispánicas en la línea del más rancio tradicionalismo español, y más específicamente se la ha llegado a tildar de franquista, «esa palabra clave, vademécum de los golfos y los imbéciles» (la glosa, como no podía ser menos y aunque hecha a otro propósito, es del propio Pérez-Reverte, en ‘Mi propio manifiesto’)». Y es que dentro de una obra que resulta bien fácil de entender, quizá sea este uno de los puntos principales que resulta importante dejar bien claro dos décadas después, especialmente en un momento tan políticamente cargado como es el año 2016: por mucho que en un momento de sus «memorias» el futuro alférez Balboa diga que «España tuvo, durante un siglo y medio, bien agarrados a Europa y al mundo por las pelotas», pocas obras presentan una imagen tan desmitificada de lo que es la guerra en general, la lucha individual, la conquista de naciones, la avaricia de poder, la supuesta gloria militar y otra imaginería imperialista como esta saga.
Si es cierto que a veces Íñigo y Alatriste pasean por Italia o Flandes con cierto orgullo y confianza por su nación (vasco el uno, castellano viejo de infancia leonesa el otro), también lo es que lo hacen en medio del odio ajeno, del peligro constante y de los caprichos de reyes y generales, sabedores de que su vida, o peor aún, su integridad física, puede terminar en las próximas horas, días o semanas. Por todo ello, y dado que ambos son miembros de las tropas españolas de Felipe IV por decisión propia, los dos saben por qué lo son, por qué lo siguen siendo, cómo los han jodido y cómo los van a joder. No hay torero sin cornada ni encamisada sin cicatriz, sea en la carne o en el alma.
Una vez entendido esto (y superado, quien lo necesite) resulta más fácil sacar provecho de las aventuras de Alatriste. Porque más allá de la seriedad analítica o de las lecturas ideológicamente sesgadas, la saga entera, como se mencionó en un «podcast» de ‘La órbita de Endor’ donde participé en 2011, lleva la palabra «aventura» en el título y a mucha honra, debido al hilo conductor que la une con la picaresca del siglo XVII y los folletines del siglo XIX. El profesor Montaner trata todo ello con gran detalle e interés en la mencionada introducción al volumen, así que remito a ella, pero es de rescatar un grano importante: otra de las razones por las que Alatriste funciona es por la aquilatada mezcla de peripecia emocionante, estudio detallado pero sin pasarse de los caracteres de los personajes centrales y fuente de información sobre el Siglo de Oro. Todo ello hace a estos libros ideales para lectores jóvenes que puedan aficionarse a la literatura, la historia y hasta el debate ético, y seguramente el efecto colateral de esta saga del que más orgulloso esté Pérez-Reverte sea el hecho de que haya tantos profesores que la usen en los colegios en ayuda de varias asignaturas. Como es bien sabido, la razón educativa fue una de las chispas originales, como se puede escuchar en el documental que hizo National Geographic con motivo de la película, y en ese sentido puede darse por misión cumplida aun antes de haberse completado la serie. Y yo personalmente creo que de la misma forma en que me leí los sandokanes, los juliovernes y los corsarionegros de mi abuelo, alguien más joven algún día leerá mis alatristes. Y sé que no estaré solo en vivir dicha experiencia.
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Título: Todo Alatriste. Autor: Arturo Pérez-Reverte. Editorial: Alfaguara. Páginas: 1792. Edición: papel
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