Nacido en Sussex (Reino Unido) en 1951, Terry Hayes se crio en Australia. Estudió Periodismo y trabajó como periodista de investigación, corresponsal político y columnista en Sídney, y como corresponsal del diario The Sydney Morning Herald en Estados Unidos. Escribió los guiones de un gran número de películas, entre las que se cuentan Mad Max 2: El guerrero de la carretera, Calma total, Mad Max 3: Más allá de la cúpula del trueno, Payback, Desde el infierno o Límite vertical.
***
—El año de la langosta, como ya ocurría con Soy Pilgrim, es un thriller donde la tecnología juega un papel muy importante. ¿Hasta qué punto le resulta inspirador este mundo de hoy, hipertecnificado? ¿Qué papel cree que juega la tecnología en escenarios de guerra y tensiones diplomáticas como los que desarrolla en sus novelas?
—Hace unas semanas estuve hablando con una persona que se dedica a pilotar drones en Afganistán y me dijo que ya no tiene trabajo. Ya de por sí los drones sustituyeron a muchas personas en sus cometidos, pero ahora tenemos drones nodriza que almacenan treinta drones, cada uno de los cuales tiene un objetivo muy específico. Eso hace imposible para un piloto mantener el control guiado de todos estos drones. Sin embargo, la inteligencia artificial lo logra en cuestión de segundos.
Estamos ante un mundo en constante proceso de transformación. Desde tiempos inmemoriales, en las guerras el objetivo siempre ha sido aniquilar el mayor numero de adversarios posibles, minimizando tus propias bajas. Ahora eso ha cambiado. Las victorias en el frente de batalla no vienen determinadas por el número de bajas que eres capaz de causar en el enemigo, sino por la capacidad para desplegar todo tu poderío militar en el campo de batalla a través de robots y otros ingenios capaces de producir efectos más devastadores que los que producía el antiguo armamento. Eso lo estamos viendo, por ejemplo, en la guerra de Ucrania. En un futuro, todo ese arsenal será controlado enteramente por inteligencia artificial. En El año de la langosta hablo de un tipo de tecnología militar altamente evolucionada, como la llamada “tecnología de encubrimiento”, que está siendo usada por los servicios de inteligencia de todas partes del mundo. La Inteligencia Artificial tiene su lado positivo como herramienta bélica, en el sentido de que procura menos bajas en el frente de batalla, pero como escritor y humanista no puedo sino mostrarme preocupado con el modo en que usamos la tecnología. Gracias a ella hoy en día abrimos ciertos escenarios sin tener en cuenta las consecuencias que dichos escenarios pueden llegar a producir. De todas maneras, también es verdad que la tecnología evoluciona tan rápido que algo que era milagroso hace 30 años hoy en día nos parece algo obsoleto. La tecnología evoluciona rápidamente y se queda obsoleta enseguida. Recuerdo que en 1982, mientras preparábamos el rodaje de Mad Max, estaba yo en Australia junto al director de la saga, George Miller, y ambos nos quedamos boquiabiertos delante de una máquina que acababan de instalarnos en nuestro despacho. George me dijo: “¿Cómo diablos nuestro abogado en Los Ángeles nos está mandando una página de nuestro contrato y se está imprimiendo aquí en Sídney?”. Aquello era un fax. Pues bien, ¿hace cuánto que no ves un fax?
—Acaba de citar a George Miller. Usted atesoraba una larga trayectoria como guionista previa a su debut como novelista. ¿En qué medida escribir para el cine le ha influido en su narrativa? Porque tanto esta novela como la anterior son muy visuales.
—Es cierto, visualizo mucho lo que escribo. Es más: dudo mucho que pudiera afrontar la escritura de una novela como El año de la langosta si no tuviera esa capacidad para visualizar a los personajes en acción. Yo no sé realmente si eso proviene de mi experiencia como guionista o si me inicié escribiendo para el cine gracias a dicha capacidad. De hecho, yo a los diez años leía libros como Drácula o Cumbres Borrascosas, que no sé si eran muy recomendables para mi edad pero que pude llegar a comprender gracias a esa capacidad de visualización, con lo cual aquello me condujo inevitablemente al mundo del guion. Y no creo que escribir novelas sea, en el fondo, tan diferente. De todas maneras, también tengo que decirte que visualizar no es lo mismo que ver y que aquellas imágenes que acontecen en el mundo real y que se manifiestan ante ti siempre van a ser mucho más poderosas e inquietantes que cualquier escena que tú hayas podido elaborar con tu imaginación. Piensa por ejemplo en la primera secuencia de Mad Max 2, película que escribí junto a George Miller. ¿Te acuerdas de esas dunas del desierto con todos esos motoristas vestidos de cuero? Eso lo escribí yo, pero cuando llegamos al set de rodaje y lo vi materializado, sentí una inquietud real que no había sentido mientras escribía dicha secuencia. Con esto quiero decir que al final, tú como escritor lo que tienes que hacer es intentar trasladar algo de ese imaginario a la página en blanco, ya sea escribiendo una novela como El año de la langosta o una película como Mad Max 2. Que lo logres o no ya depende del efecto que eso llegue a provocar en los lectores.
—¿Es usted muy exigente con aquello que escribe? Se lo pregunto a propósito de los más de diez años transcurridos entre el éxito de Soy Pilgrim y la publicación, ahora, de El año de la langosta. Lo normal es que cuando un autor publica un best seller como aquel se ponga enseguida a trabajar en una nueva obra, aprovechando el eco de su anterior novela.
—No es cuestión tanto de exigencia como de que uno tiene otras prioridades que atender en la vida. En estos diez años mi mujer y yo hemos tenido cuatro hijos y he querido volcarme en su educación, supongo que porque yo tuve una infancia complicada con una madre con problemas de salud mental. Eso me ha llevado a priorizar la paternidad sobre cualquier otra cosa durante este tiempo. Dicho esto, también es verdad que escribir El año de la langosta me llevó mucho tiempo desde que tuve la primera idea. Me acuerdo que pensé que sería interesante explorar las posibilidades que te da un personaje, como el protagonista de esta novela, que no solo quería salvar el mundo sino también salvar a su familia. Enseguida asumí ese personaje como punto de partida, y a partir de ahí fui tirando del hilo que me ofrecía para darle una estructura narrativa a la historia, para lo cual desarrollé un profuso trabajo de investigación. Pero he de confesar que nunca tuve muy claro hacia dónde me llevaría esta historia. Para mí, parte del encanto de escribir consiste justamente en eso, en enfrentarte a lo desconocido. Me encantaría decirte «esta historia nace de esta experiencia», o «sentí una revelación que me condujo a escribir sobre esto», pero si lo hiciera te estaría mintiendo, porque nunca he funcionado así. La oportunidad nunca viene a tocarte la puerta, hay que cogerla según se presenta, eso es algo que siempre he tenido muy claro. Jamás pensé que escribiría una novela como esta, o como la anterior, tampoco que trabajaría como guionista. Las cosas, simplemente, se han venido dando así, y yo lo que he hecho es aprovechar la situación.
—Aparte del personaje protagonista, ¿hasta qué punto la estructura de esta novela vino dada por los escenarios donde se desarrolla? Tal y como describe esos paisajes tan inhóspitos de Afganistán o Siria, estos denotan la misma importancia que ciudades como Viena o Berlín en la tradicional novela de espías y, de paso, nos ayudan a asumir un cambio en las relaciones geopolíticas.
—Más que inspirarme esos escenarios lo que me resultó llamativo es que, hoy por hoy, esa zona del planeta se ha convertido en una caldera en permanente estado de ebullición. Lo que allí se cuece no solo tiene un interés geoestratégico en el ámbito del Medio Oriente, sino que nos afecta a todos. Es por eso por lo que me parecía interesante llevar la acción de la novela a un punto caliente que, hoy por hoy, marca el epicentro del trabajo de las agencias de inteligencia. Cuando presencié los atentados del 11-S en vivo, enseguida me di cuenta de que aquello representaba algo nuevo, algo difícil de asimilar, y aquella sensación, que fue la que me inspiró a escribir Yo soy Pilgrim, subyace también en esta nueva novela. A diferencia de los años de la Guerra Fría, que tuvieron como centro de operaciones las ciudades que has citado más alguna otra, hoy en día estamos inmersos en una guerra caliente, como es la Guerra contra el Terrorismo. Hay algo perverso en este tipo de conflictos si piensas que Al Qaeda únicamente precisó de 250.000 $ para financiarse en sus inicios y que, por el contrario, Occidente ha destinado billones y billones de dólares intentado erradicar este fenómeno. Visto así, el terrorismo resulta incluso rentable, lo que hace que genere mayor inquietud si cabe. Y fueron este tipo de reflexiones las que me llevaron a ese espacio geográfico para ambientar mi novela, un lugar sin ley que, como tal, genera un desasosiego adicional.
—Hay un enfoque muy interesante en el tratamiento de los personajes, hasta el punto de que el lector puede asumir las razones de cada uno de ellos, con independencia de que dichas razones inspiren las acciones más execrables.
—Es que el bien y el mal son conceptos muy relativos. Alguien que combate en la defensa de la libertad, o en lo que él considera que es la defensa de la libertad, puede ser perfectamente percibido como un terrorista por otros. Mira lo que está pasando en Gaza. Cuando estaba escribiendo El año de la langosta siempre visualizaba una situación de conflicto y de extrema miseria, y me preguntaba cuál era el origen de esa situación. Vuelvo al ejemplo de Gaza. Si soy un ciudadano palestino que ha sido expulsado de su tierra, cuyos hijos permanecen malheridos en un hospital tras haber sido bombardeados, ¿cómo no voy a legitimar las acciones de Hamás? Si por el contrario soy un ciudadano israelí cuyos hijos fueron al festival y acabaron en manos de Hamás siendo torturados, ¿cómo no voy a exigir a mi gobierno que actúe contra los palestinos? A mí, como escritor, no me toca juzgar, pero si quiero escribir sobre el tema lo mínimo que tengo que hacer es tomarme un momento para ponerme en el lugar de los unos y los otros y observar, a través de sus ojos, aquello que sucede a su alrededor. Siempre hay alguien que tiene un propósito cruel y otro alguien que quiere impedirlo, pero probablemente ninguna de esas personas resulte víctima de sus acciones, ya que éstas siempre terminan por afectar a terceros. Las tumbas están llenas de gente anónima que se encontraba en el lugar equivocado en el momento más inoportuno. Por mucho que uno construya un personaje que funja como villano, es muy importante conferirle la dignidad que le aporta tanto su inteligencia como sus motivaciones. De lo contrario no estaría ejerciendo de novelista sino de propagandista. A mí lo que me interesa es la complejidad de las historias que cuento, una complejidad que está inspirada por la complejidad del mundo en el que vivimos. No solo los héroes dirimen sus propios dilemas: también los villanos, o aquellos que significamos como villanos, lo hacen.
—¿Estamos abocados a una tercera guerra mundial, tal y como se infiere leyendo su novela, o semejante elucubración tiene algo de distópico?
—Hay una teoría que apunta a que las ambiciones imperialistas de las naciones europeas no concluyeron con las guerras napoleónicas sino que se perpetuaron hasta la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, yo creo que ese espíritu imperialista prevalece en algunas naciones, como Rusia. Es muy difícil resistir al poderío económico, financiero, militar y a la falta de escrúpulos del gobierno ruso. Los ucranianos, en este sentido, tienen las de perder, y si al final intervienen Estados Unidos o la OTAN ese sería un escenario que nos abocaría a algo parecido a una tercera guerra mundial. No sé, es un tema complejo, como lo es este mundo globalizado en el que vivimos y que yo mismo trato de entender cuando escribo una novela como El año de la langosta.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: