Philip y Elizabeth son lo contrario que James Bond. No solo trabajan para los malos (los soviéticos), sino que están casados, tienen dos hijos, y a pesar de que llevan una agencia de viajes en Falls Church (Virginia, en las afueras de Washington DC) como tapadera para su trabajo real de espías, nunca salen de Estados Unidos. Estamos en 1981, Ronald Reagan acaba de jurar el cargo como nuevo presidente, y bajo su mandato la retórica sobre la maldad intrínseca del comunismo soviético tensará tanto las relaciones internacionales que se llegará a pensar en una guerra en el espacio, mientras que el peligro nuclear hace que la gente de todo el mundo se piense muy en serio cómo se las apañaría en caso de holocausto planetario (en un episodio llega a verse el estreno de la entonces impactante El día después). En medio de todo esto, Mischa y Nadezhda (sus nombres rusos originales) intentan ocultar su identidad al vecino del FBI, criar una familia, tener contento al Politburó, enterarse de secretos de estado sin causar conflictos internacionales y, a ser posible, mantenerse juntos como pareja. Cuando ya parecía que el Top 5 de las grandes series dramáticas multitemporada de la historia de la televisión norteamericana estaba esculpido en granito (The Wire, Los Soprano, Mad Men, Deadwood, Breaking Bad), se presentaba este firme candidato a pelearles los puestos altos. El problema: que muy poca gente la ha visto. Y es una pena, porque está creada por un exempleado de la CIA que sabe cómo huir de fantasmadas peliculeras en favor de la credibilidad y del mostrar los efectos que un trabajo así causa en la humanidad de las personas. Ayuden a remediarlo.
[Aviso de destripes con pelucas varias en todo el texto]
A caballo del cambio de milenio, Buffy Cazavampiros recibió muchas alabanzas y atención crítica debido a cómo en sus historias los monstruos que aparecían eran metáforas sobre diversos problemas de juventud: el miedo a crecer, la incomprensión familiar, las relaciones abusivas, los engaños amorosos, el abuso de drogas, los cambios de humor, etc. Más adelante, Mad Men también usaba mucho las analogías, los símbolos y los temas clave en varios episodios para ilustrar diversas experiencias en el mundo laboral y social de los años 60 (por ejemplo, cuando Don Draper va a que le saquen una muela, esto ocurre en medio de un episodio trufado de decisiones difíciles y expeditivas, que ese detalle ilustra, acompaña y magnifica: la muela no es solo una muela). En The Americans esto no se lleva tan lejos, pero sí que es una serie que, so capa de tratar de espías durante la Guerra Fría, en realidad explora las dificultades de sacar adelante un matrimonio convencional en medio de presiones varias como el tener un trabajo demasiado exigente, el proteger a los hijos de los actos de sus mayores, el responder como individuos a los desafíos políticos y sociales de tu tiempo, el navegar opiniones opuestas y excluyentes entre los cónyuges, y muchas otras más. De hecho, es una serie que casi nunca explora el debate político entre el comunismo y el capitalismo más allá de dejar sentado desde el principio que él, Philip (Matthew Rhys), se encuentra tan cómodo con su vida americana (donde la electricidad funciona siempre y los supermercados están llenos) que desertaría sin dudarlo, mientras que ella, Elizabeth (Keri Russell), se mantiene firme a su misión original, pero más por ser una mujer de palabra que por tener un discurso ideológico bien hilado. Ambos saben esto el uno del otro, e incluso Elizabeth llega a ponerlo en sus informes al misterioso Centro en Moscú, de donde les llegan las misiones y a donde envían su trabajo vía radio oculta, mensaje cifrado o paquetes de contrabando. Y esto llegará a provocar que cuando les envíen a una supervisora nueva (Claudia, la siempre valiosa Margo Martindale) sometan a la pareja a un secuestro ficticio para testar su fidelidad, ante el cabreo de ambos. Es fácil trasponer una escena así a lo que sería una pareja normal y corriente: ¿a quién eres leal primero, a tu pareja o a otros, sea amigos, jefes u otros familiares?
The Americans duró seis temporadas, exactamente lo que quisieron sus creadores, subrayando de nuevo que FX es una de las mejores cadenas a las que llevar tu proyecto, sobre todo si va a ser de alta calidad pero de poca audiencia. Dicho esto, la serie se libró de una cancelación temprana porque tuvo en cuenta los datos de audiencia de toda la semana del estreno, no solo los del público en directo el día de la emisión, ya que se dieron cuenta de que mucha gente grababa los episodios en DVR (2013, señoras y señores) o los veía en la naciente oferta bajo demanda más tarde. Esto significa que la historia va de 1981 a 1987, y al igual que ya sabes que el Titanic se va a hundir o que los nazis pierden la guerra, también sabes que a la URSS le quedan dos días y que varias de las misiones en que se ven envueltos nuestros protagonistas no llegaron a nada, a pesar de lo cual tienes que buscar una manera de mantener la tensión. De hecho, la idea original de Joe Weisberg, el creador de la serie y exagente de la CIA, vino del escándalo de los «ilegales» descubierto hacia 2010, agentes rusos que aún actuaban en Estados Unidos, pero como sus países ya no eran enemigos («¡estaban tomándose un descanso!», diría Ross de Friends), a la gente no le importó gran cosa, de forma que todo el proyecto se mudó a los 80.
La primera misión en que se ven envueltos los Jennings tiene que ver con lo que se llamó «La Guerra de las Galaxias»: desarrollar un escudo antimisiles soviéticos que cubriera Estados Unidos y Europa Occidental. Era un momento histórico en el que cualquiera de los dos bloques que se quedara mínimamente detrás del otro podía pagarlo caro en cuestiones de supervivencia (la bomba atómica así lo había demostrado), así que un invento tecnológico de este calibre tendría muy preocupado al rival del primero que pudiera conseguirlo. Según la retórica reaganista, el resto del mundo «no libre» buscaba con ahínco destruir su modo de vida, y en eso se basaron para multiplicar enormemente su gasto militar. También en otro episodio vemos el día del intento de asesinato de Reagan, pero mientras que para cuando el mundo se enteró de lo que había pasado ya se sabía la verdad (había sido un loco solitario, un tarado enamorado de la actriz Jodie Foster, que buscaba impresionarla), en Estados Unidos se llegó a afirmar que había habido políticos muertos (no los hubo), que Reagan jamás se recuperaría, y que había dudas sobre quién tenía los códigos nucleares en la mano y cómo iba a usarlos. Fueron unas cuantas horas de gran tensión, a lo 23-F en España (que había ocurrido solo un mes antes), pero que aquí alimenta la tensión de la trama: ¿cómo deben informar Philip y Elizabeth de todo esto, como que «ya vienen a por nosotros» o como que «ante todo mucha calma»?
En medio de la seriedad y la gravedad del tema, los 80 son una gran época para divertirse un poco con la manera en que se hacían las cosas entonces: teléfonos de cordón largo en la cocina, sofás ante la tele donde todos ven lo mismo al mismo tiempo (como por ejemplo el ilusionista David Copperfield haciendo desaparecer la estatua de la Libertad), mamotretos robóticos que reparten el correo en la oficina, y el inicio de los ordenadores personales (considerados solo como instrumento de almacenaje de bases de datos o maquinita para rudimentarios videojuegos). La serie no se detiene mucho en estas diferencias, la verdad, ni se pone nostálgica sobre aquellos años, pero sí que llegó a convertir las gafas, pelucas y bigotes falsos de la pareja en estrellas invitadas. Como se irá viendo durante la serie, ambos son espías muy competentes, en el sentido de que se preparan bien, no dejan nada al azar, saben por dónde van a salir antes de entrar y hacen sus deberes antes del examen. Cuando su vecino el agente del FBI Stan Beeman (Noah Emmerich) tiene una ligera sospecha sobre ellos nada más mudarse y entra (ilegalmente) en su garaje a ver qué puede rascar y no encuentra nada (a pesar de que sí que hay, y mucho), y cuando hasta la hija mayor, Paige, empieza a tener la mosca detrás de la oreja y tampoco encuentra nada, nos damos cuenta de cómo de importante es no relajarse y llevar todo el tradecraft que te han enseñado a rajatabla. Es mucho menos ostentoso que un zapatófono o un reloj que dispara dardos envenenados, pero mucho más importante en la vida real. Y esto se extiende a los disfraces faciales, cuya variedad provoca que cada vez que el FBI pide un retrato robot salga algo parecido pero diferente, de forma que no saben con cuántos agentes diferentes se las están viendo ni se parezcan del todo a los originales. También, por si acaso, se explica muy bien por qué Beeman, que vive justo enfrente y que se hace muy amigo de ellos, nunca sospecha hasta que es demasiado tarde: su primer y fracasado intento le hizo parecer paranoico, su trato posterior con ellos le hizo trabar una verdadera amistad en medio de problemas de pareja, y además los Jennings jamás intentaron usarlo como fuente de información, con lo cual nunca sospechó de que le tiraran de la lengua.
Una de las mejores bazas que tiene la serie, además, son sus personajes soviéticos (nunca usemos «ruso» y «soviético» como sinónimo, por favor), aparte, claro está de Mischa/Philip y Nadezhda/Elizabeth y de sus supervisores. Pero mientras que todos ellos están interpretados por actores angloparlantes, la embajada soviética, o Rezidentura, es también foco de parte de la trama, y en ella los actores son del este de Europa y hablan ruso. Podría pensarse que si al final los Jennings te caen simpáticos a pesar de ser el enemigo, la Rezidentura va a ser donde están los comunistas verdaderamente diabólicos, pero esto no es así más que en el sentido en el que lo mismo puede ser verdad en la oficina del FBI: en este oficio a la gente se la usa por su utilidad para conseguir lo que quieres, y cuando no te sirve se descarta. Si hay algo más por el medio a nivel personal, como una básica decencia humana o un simple intentar ayudar a la niña mona, quizá se evite el desastre, pero a menudo no ocurre así. En este sentido, la historia de Nina Sergeevna Krilova (Annet Mahendru) le rompe el corazón a uno, porque además se ve desde lejos que esta muchacha no va a acabar bien. También Oleg Burov (Costa Ronin) y el segundo rezident, Arkady Ivanovich (Lev Gorn) muestran el mismo tipo de motivos: gente básicamente digna que se ve obligada por la política internacional a ir más allá de lo que es honesto y ético (Oleg incluso intentará ayudar a desfacer entuertos en le mercado negro de alimentos cuando lo devuelvan a Rusia casi en desgracia). El propio Weisberg ha llegado a decir que no considera el comunismo como algo «malvado» en sí (evil era la palabra reaganita), y en ningún momento lleva a la serie por ese camino.
The Americans evita lo más repugnante de la guerra soterrada de espías de aquellos años, pero sí que hace pasar a sus personajes por experiencias desagradables, no ya solo en cuanto a arruinar vidas ajenas con amenazas, violencia, muerte y traiciones, a veces por el mero hecho de trabajar hasta tarde revisando las cuentas, sino teniendo que usar sus propios cuerpos como herramienta de trabajo: Elizabeth fue violada durante su entrenamiento en la Unión Soviética, a Philip se le enseño a tener sexo con hombres si era necesario, y ambos atraen a varios objetivos con el señuelo de su carne. Philip tiene que mantener interesado en él a una cría de quince años, hija de alguien importante, y llega incluso a tener que casarse con la secretaria del jefe de su vecino, por ser una fuente de información tan abundante e importante. Todo esto, en otra serie diferente, o en la vida real, se podría tratar como algo banal, o incluso sexy, pero en este caso se va viendo cómo, cada vez más, este tipo de existencia va minando la moral, sobre todo de Philip, que llega a tomarse un periodo sabático de casi tres años mientras su esposa tiene que redoblar sus esfuerzos, camas de hotel incluidas, para mantener el flujo de información a Moscú. A todo esto, los actores, Matthew Rhys y Keri Russell, llegaron a proponer a los productores una trama en la que los dos se separaban y se enfrentaban y se intentaban vender el uno al otro, todo muy peliculero, pero Weisberg y compañía se la desmontaron en seguida: sin ser una pareja ideal, son el centro de la serie, y nunca estuvo en duda que su destino final sería el mismo.
¿Y cuál es ese destino? Pues dado que es una serie sobre espías pero sobre la familia, es por ahí por donde los Jennings reciben lo que podría llamarse su merecido. Estamos en 1987. La hija mayor de la pareja, Paige (Holly Taylor) empezó a mosquearse hace años con las repentinas salidas nocturnas de sus padres, que a veces duraban días «para aplacar a clientes» varios. Siendo una chica modesta, estudiosa y muy bien comportada, por sí sola empezó a desarrollar una conciencia social que tuvo su primera expresión a través de la religión, en la iglesia protestante local. La asombrada reacción de sus padres varía entre el respeto a su hija, el sentido del deber familiar que quieren inculcarle, la aversión, como comunistas ocultos, a la parte religiosa de sus sentimientos y el deseo de fomentar la parte contestataria a lo peor del capitalismo, como por ejemplo ir a manifestaciones anti armas nucleares. Los episodios en los que tienen que contarle la verdad sobre quiénes son y cómo se lo toma ella son probablemente los más tensos de la serie, por encima de persecuciones, asesinatos y misiones a oscuras: después de todo el cuidado que han puesto durante más de quince años, ahora su vida depende de que su hija adolescente no le cuente algo de todo esto a una amiga o incluso al pastor Tim, que la tiene como su mejor feligresa (y no, por una vez no hay subtrama pederasta con un representante de la iglesia). Afortunadamente, el secreto no sale a la luz pública, pero entonces se plantea un nuevo dilema: ¿deberían tratar de reclutar a Paige? La idea ya lleva plantada en la mente del Centro desde hace años, y lo que se espera de los padres espías que viven en Estados Unidos es que introduzcan a sus hijos en el sistema, como nacidos ya en el país. Elizabeth accede solo si lo ve factible, pero Philip se opone por completo (resulta muy productivo que en su dinámica sea ella la férrea convencida y él el sensato con dudas, porque al contrario se caería demasiado en el cliché de que las mujeres son las que crean vida y la mantienen con su empatía mientras que los hombres son los brutos que lo rompen todo). De todas las crisis que ha pasado la pareja, esta es la más aguda, y no proviene de un enemigo, sino de su propia imagen como individuos y como familia. ¿El castigo final? Paige decide, literalmente, bajarse del tren mientras suena «With Or Without You», de U2: «No puedo vivir ni contigo ni sin ti». Philip y Elizabeth vuelven a ser Mischa y Nadezhda, contemplando Moscú por primera vez en casi dos décadas, libres pero sin sus hijos.
¿Es merecido o no? En principio, esta debería ser su condena de por vida, pero el público sabe que en dos años caerá el muro de Berlín, que la Unión Soviética se fragmentará en varias repúblicas y que para principios de los 90 ya no será un problema entrar ni salir, así que lo que parecía ser una cadena perpetua se verá conmutada por ¿buen comportamiento? La serie rehúsa continuar con lo que ocurriría después. Quizá un final feliz, quizá algún descenso a la desesperación y las drogas, quizá algún suicidio… Quién sabe. Como cantaba Sting (y qué pena que en una serie con una gran banda sonora no hayan escogido su canción «Russians»), «espero que los rusos también quieran a sus hijos».
(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)
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