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The Bear, una zarpa de oso aprieta tu garganta

The Bear, una zarpa de oso aprieta tu garganta

Ahora que ya sabemos cuándo se estrenará la tercera temporada —el 27 de junio de 2024— de The Bear, me parece el mejor momento para recordar el capítulo más sobresaliente de las dos anteriores. Uno de los mejores episodios de ficción que hemos visto estos últimos años en las plataformas, a la altura de “San Junipero” de Black Mirror y de “Willing to Wait” de Succession. Christopher Storer no desperdicia ni un solo momento de los escasos 21 minutos que dura “Review” para regalarnos una obra maestra de la televisión.

Al principio de “Review” suena “Chicago” de Sufjan Stevens, un trampantojo para que te acomodes en el sillón con la defensa baja. “All things go / All things grow” canta el músico de Detroit mientras vemos en imágenes cómo ha evolucionado la ciudad del viento a lo largo de las últimas décadas. El creador de The Bear nos ha dejado a bordo de un frágil barco de vela en un océano inmenso en —falsa— calma.  Cambia la banda sonora: va a sonar en breve “Spiders (Kidsmoke)” de Wilco, pura distorsión. Todo será diferente en cuestión de segundos, un temporal bíblico se va a desatar ante nuestros ojos mientras descubrimos atónitos olas de diez metros pasando por encima de nuestras cabezas.

"Ya en el restaurante se pone en marcha una especie de plano secuencia frenético de 18 minutos"

Entramos en el restaurante, donde se pone en marcha una especie de plano secuencia frenético: Ebraheim lee en alto —con bastante dificultad— la elogiosa crítica que un periodista gastronómico ha hecho del risotto que accidentalmente Sidney le dio a probar; Carmen (Carmy) se enfada —ese arroz era una prueba, no formaba parte del menú—, Sidney le pide a Ebraheim que se calle, no lo hace, sigue con el artículo; Marcus hace donuts, Carmy no quiere que los haga, se los da a probar, un manotazo, ya no hay donuts; el nuevo programa de preventa está abierto por error, un pedido, dos, doscientos, ¡vamos a hacer jardinera, chefs!, no hay verduras suficientes, no hay carne para preparar todos esos platos;  Sidney y Jerimovich —el primo de Carmen— discuten —otra vez—, Sidney tiene un cuchillo, Jerimovich se gira y ella se lo clava en la nalga; ¡GUERRA! ¡GUERRA! ¡GUERRA! El vórtice de la tormenta nos engulle. El oso pone la zarpa en nuestra garganta y no la suelta.

"La guitarra de Nels Cline te taladra el cerebro, solo quieres que termine el puto capítulo, que acabe esa locura, pero no puedes dejar de mirar al oso a los ojos, ahí hay algo, ahí está todo"

El delirio sigue: las órdenes no paran de salir por la máquina, hay ruido, mucho, muchísimo, cacerolas que chocan, gritos fuertes, más fuertes, la cámara recorre la cocina sin concederte un solo respiro, la adrenalina te bloquea, la guitarra de Nels Cline te taladra el cerebro, solo quieres que termine el puto capítulo, que finalice esta locura de una vez, pero no puedes dejar de mirar al oso a los ojos: ahí hay algo, ahí está todo.  El oso aprieta su garra, un poco más, no es suficiente, un poco más… 

Y de repente, se acabó. Sidney se ha despedido, también Marcus, todos se han ido y Carmy no se ha dado cuenta. Los restos de donuts yacen esparcidos por el suelo —Carmen los prueba: están deliciosos; pone cara de por-qué-soy-tan-imbécil—, las sartenes grasientas aparecen tiradas por cualquier lado y las comandas fallidas están desperdigadas por los fogones. “I made a lot of mistakes / I made a lot of mistakes”. El campo de batalla está lleno de cadáveres. Otro Waterloo para Carmen. Todavía no lo sabe, pero queda menos para su desembarco en Omaha. Hay redención para el héroe; siempre tiene que haberla. Unos títulos de crédito y la pantalla se funde en negro. Todavía no te has dado cuenta, pero hace ya un minuto que el mar vuelve a estar tranquilo; ni resto de la tempestad. Wilco ha dejado de tocar. El oso apartó su zarpa de tu garganta.

¿Y si el oso soy yo?, piensas.

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