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The Bikeriders (o los chicos malos)

The Bikeriders (o los chicos malos)

El pasado fin de semana una amiga decidió tachar uno de sus propósitos de año nuevo y volvió a ver Casablanca nosecuántos años después. El compromiso prácticamente lo tenía adquirido conmigo, así que una cerveza de media tarde para cambiar impresiones era inevitable. Más allá de recordar a Carl como uno de los más grandes personajes menospreciados de la historia (“señor Rick, se está usted convirtiendo en su mejor cliente”), con una alarmante falta de originalidad nos vimos envueltos, casi de inmediato, en la discusión de Harry y Sally durante su viaje en coche a Nueva York:

H: Él quiere que ella se marche, por eso la hace subir al avión.

S: Yo no creo que ella quiera quedarse.

H: ¡Por supuesto que quiere quedarse! ¿Tú no preferirías estar con Humphrey Bogart que con el otro tipo?

S: A mí no me gustaría pasarme la vida casada con un tipo que tiene un bar. Las mujeres somos muy prácticas.

Mi amiga, al igual que Sally, estaba más inclinada a coger el avión con el recto Victor antes que quedarse a compartir la vida en el antro del pendenciero Rick, pero se reconocía excepción “porque las mujeres suelen sentirse atraídas por los chicos malos”. Yo le dije que, en realidad, éramos los hombres los que nos sentíamos atraídos por los chicos malos (no hay más que escuchar a Harry), entre otras cosas porque queremos ser como ellos. Y que si las mujeres tienen querencia por los hombres inconvenientes es para empezar cuanto antes su rehabilitación. La propia Ilsa lo deja claro en la conversación que tiene con Rick a solas en el despacho:

R: ¿Tengo que escuchar de nuevo que tu marido es un gran hombre que combate por una causa justa?

I: ¡También fue tu causa!

R: Ya no lucho por otra causa más que por la mía propia.

Ella quiere recordarle que fue un hombre con principios, partícipe de mejores causas, y de ese modo desnaturalizar al hombre por el que, supuestamente, se siente atraída. Pues si lo que quiere usted es un hombre recto, señora, váyase con Lazlo y deje de molestar. Es como esos restaurantes modernos que torturan un puerro hasta que sabe a tomate. ¿Y no es mejor servir un tomate directamente y ahorrarse el esfuerzo?

"Kathy es la narradora de la historia de un club de moteros ficticios, los Vándalos, para el foto-libro que un reportero, un trasunto de Danny Lyon, está preparando"

Pues de eso va Bikeriders, la ley del asfalto. De una mujer, Kathy (una Jodie Comer que ya anticipo candidata al Oscar), que tiene un novio que trabaja en la construcción, viste un peto vaquero y conduce una pickup y al que abandona para irse con Benny (Austin Butler), un maleante guapo que se rompe, que no tiene oficio ni beneficio, que viste un chaleco vaquero sin mangas sobre la preceptiva chupa de cuero y que monta en una Harley. ¿Para qué? Para intentar convertirlo en un respetable mecánico que viste mono de trabajo, bebe cerveza en el jardín familiar y no montaría en moto aunque su vida dependiera de ello.

Kathy es la narradora de la historia de un club de moteros ficticios, los Vándalos, para el foto-libro que un reportero, un trasunto de Danny Lyon, está preparando. Ignoro si el director de Bikeriders, Jeff Nichols, es partidario de Scorsese, pero su mujer narradora me recordó desde el principio a Karen (Lorraine Bracco) en Uno de los nuestros (que, por cierto, acaba con Ray Liotta en albornoz, recogiendo el periódico del felpudo de su casa unifamiliar y lamentando “ser un don nadie que tiene que vivir el resto de su vida como un gilipollas”). La historia es ficción pero el reportaje que Lyon publicó en forma de libro en 1968 (Aperture) fue en un club real, el Chicago Outlaws Motorcycle Club, y contemporáneo del artículo que Hunter Thompson, el lisérgico exponente del «periodismo gonzo», publicó en The Nation: Los Ángeles del Infierno: Una extraña y terrible saga.

"Pero Nichols, como Lyon, como Thompson, como Kurt Sutter en su memorable Sons of Anarchy, nos saca del parque temático para cincuentones y nos muestra la realidad de estos proscritos"

Benny es miembro de un club de moteros de Chicago fundado por Johnny (otra interpretación para la historia del inconmensurable Tom Hardy). Es un tipo ausente, callado y con escasos dos dedos de frente. Si no fuera así de guapo sólo sería un zumbao, pero, como lo es (guapo), vamos a definirlo como un «maldito». Un poco como un James Dean del siglo XXI. La vida en el club está plagada de clichés que hacen suspirar a cualquiera que, como el que les escribe, atraviese por una grave crisis de los cincuenta: grupos de hombres hermanados que visten igual, beben cerveza de la mañana a la noche, no pierden mucho tiempo en la ducha, les importa todo un bledo (salvo su hermandad) y, por supuesto, conducen Harleys.

Pero Nichols, como Lyon, como Thompson, como Kurt Sutter en su memorable Sons of Anarchy, nos saca del parque temático para cincuentones y nos muestra la realidad de estos proscritos. Puro lumpen que viola mujeres en grupo, que asesina a sangre fría y que trafica con drogas y armas. Y que, además, se jacta de ello. En 1947 la American Motorcycle Association organizó una concentración de fin de semana en Hollister, California. Cuatro mil motoristas doblaron la población del propio pueblo y, a pesar de que se dejaron un buen dinero allí, fueron los disturbios ocasionados los que alcanzaron fama nacional, sobre todo por una foto que publicó la revista Life en la que se podía ver a uno de ellos borracho como un pijo sobre su moto, rodeado de botellas de cerveza vacías. Fuera una foto real o un montaje, como denunciaron los moteros, la controversia forzó a la Asociación a salir en defensa de los suyos, argumentando que, de todos los asistentes, sólo el 1% estuvo involucrado en actos de vandalismo. A partir de ese momento, todos los clubs de motos, empezando por los Ángeles del Infierno, incorporaron un parche con el 1% a su chupa de cuero.

"Nichols establece claramente la línea que separa los moteros atractivos, esos viejos fundadores del club que respetan sus códigos de los jóvenes pujantes que llevan la falta de escrúpulos al extremo"

Pero nadie está a salvo de caer rendido ante los encantos de estos fugitivos. En 1969 los Rolling Stones improvisaron un concierto de cierre de su gira por Estados Unidos en Altamont, California, junto con otros grupos de la época dorada de Laurel Canyon como los Fliying Burritos, Crosby, Stills, Nash & Young o Grateful Dead. Para garantizar la seguridad del evento, los Stones no tuvieron mejor idea que confiar en la capacidad disuasoria de los Ángeles del Infiernoporque eran hippies buenos”. La zorra al cuidado de las gallinas, vamos. Como se podía esperar, el concierto terminó en caos y un chico murió apuñalado por uno de los moteros, aunque el juez consideró que el hecho de que el chico empuñara un revólver era indicio suficiente de defensa propia (aprovecho para recomendar Hotel California (Contra), el libro en el que Barney Hopkins recoge ésta y otras historias de la mayor concentración de talento musical del siglo XX).

En enero de 2017, David Gistau fue enviado por ABC a Washington a cubrir la toma de posesión de Trump. Esta frase abría otra de sus crónicas sublimes: “Una vez dispersado el gentío después de la jura de Trump, algunos moteros hicieron bramar las Harleys en las calles al norte de la avenida Pensilvania, donde hubo choques entre policías y manifestantes”. Esa estética white trash que resulta irresistible por auténtica.

"Total, Ilsas de la vida, que a pesar de todo, cuando queráis os podéis ir con Victor y su causa justa en el avión a Lisboa, que ya nos quedamos nosotros con Rick bebiendo, jugando y no haciendo planes con tanta antelación"

En esta magnífica Bikeriders, cuyo subtítulo, mitad La ley del silencio, mitad Jungla de asfalto, me parece una genialidad, Nichols establece claramente la línea que separa los moteros atractivos, esos viejos fundadores del club que respetan sus códigos (un poco a lo Vito Corleone) de los jóvenes pujantes que llevan la falta de escrúpulos al extremo y se vuelven, incluso, contra sus mayores (un poco a lo Sollozzo). Y, como Brian de Palma en Carlito’s Way, nos recuerda que si se va a despreciar en público a Benny Blanco del Bronx cuando viene a mostrar sus respetos, más vale no dejarlo marchar si no es con los pies por delante.

Total, Ilsas de la vida, que, a pesar de todo, cuando queráis os podéis ir con Victor y su causa justa en el avión a Lisboa, que ya nos quedamos nosotros con Rick bebiendo, jugando y no haciendo planes con tanta antelación. A ver si al final resulta que los prácticos vamos a ser nosotros.

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