El imaginario de Tarantino todavía espolea el surgimiento distintas voces que, igualmente seducida por la cara B de los grandes géneros en los contestatarios setenta, abordan el western, el thriller, la comedia o el terror con un pie entonces y otro ahora, cuando todo el corpus cinematográfico parece dividirse entre taquillazo millonario y obra de ínfimo presupuesto. Películas como Strange Darling, estrenada en España apenas siete días antes que The Last Stop in Yuma County, parecen compartir pese a sus diferencias ese ADN indie, revoltoso y altamente cinéfilo en su concepción del cine. Y ambas consiguen, con muy pocos medios, un aspecto visual homologable a un cine de mayor presupuesto si uno sabe disfrutar de lo que está mirando.
La película de debut de Francis Galluppi, una de las ganadoras del festival de Sitges del año pasado, narra la tensa espera de una serie de variopintos individuos secuestrados por dos atracadores en un área de servicio en medio del desierto. Desprovista de la tosquedad que uno le presumiría a una cinta tan pequeña, salvo algunas lagunas de ritmo en su primera mitad producto de la intención clara de Galluppi de dejar hablar a sus personajes, la película acumula giros atrevidos en su última media hora gestionados con bastante fortuna por su director.
El humor negro que transmite The Last Stop in Yuma County, difícilmente comparable a los hermanos Coen, pero igualmente parsimonioso en su descripción de la dudosa moralidad de los protagonistas, está preñada de referencias cinéfilas evidentes, desde Malas tierras, del mismísimo Terrence Malick, a —por qué no— El diablo sobre ruedas, de Spielberg. Ese juego con la memoria cinéfila de un país maldito en donde todo el mundo porta un arma, así como con el sentir de cierto espectador que ya va peinando canas, otorga una pátina evidente de atractivo a la propuesta que, no obstante, Galluppi sabe llevar a un relativo buen término gracias a una cierta voz propia.
The Last Stop in Yuma County, por tanto, es un juego de referencias y apariencias, pero busca contar una historia y hacerlo a través de los personajes. Tiene cierta maldad, sabe inquietar e hila sus limitadas propuestas con talento visual. El cómo Galluppi deposita en su película ciertas decisiones morales en ciertos personajes, incluso a costa de cargarse la película anterior, está bañada de un evidente desencanto y crueldad, al margen del ejercicio de cinefilia y homenaje, por mucho que, también, se le pueda acusar de no tomárselo demasiado en serio.
Esa voluntad de jugar es, sin embargo, una virtud que descarga de autocomplacencia a la película, quitándole todo un peso de la mochila. La tensa espera por un camión de gasolina y ciertos episodios concretos del film (un consejo: eviten el tráiler) convierten esta evocación de los tiempos de la serie B de David Carradine, Lee Marvin y Burt Reynolds en un ejercicio menor pero eficaz, y como la quizá más ambiciosa (y manipuladora) Strange Darling, una muestra de los directores que quizá vienen y que deberían despuntar.
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