Mucha gente ha escrito sobre Los Soprano desde que esta serie debutó en las pantallas de la HBO en 1999, cambiando para siempre lo que sería la televisión del siglo XXI, pero para Alan Sepinwall y Matt Zoller Seitz este cometido resulta aún más especial, ya que ellos eran los críticos de televisión del Star-Ledger de Newark, el periódico que el mismísimo Tony Soprano recoge cada día, a menudo aún en su albornoz mañanero, al pie de su casoplón pagado con sus actividades mafiosas. Sin embargo, esto va más allá de una conexión meramente localista, ya que con el paso de los años ambos se han convertido en dos de los mejores críticos de televisión de Estados Unidos. Cuando entrevistamos a Sepinwall el año pasado, ya nos anunció que su siguiente libro sería sobre Los Soprano, y aquí lo tenemos ya, publicado cuando se cumplen veinte años del estreno de la serie: es un tomazo de autoridad, de 470 páginas (dos de ellas completamente en negro, estratégicamente colocadas, «quien lo probó lo sabe»), con reseñas de cada uno de los 86 episodios de la serie, un debate mano a mano entre los dos para tratar de interpretar su controvertido final, un homenaje al protagonista principal, James Gandolfini, tras su muerte, artículos antiguos escritos por los dos autores en el Star-Ledger, y no una ni dos ni tres sino hasta siete entrevistas con David Chase, el creador de la serie.
Sepinwall fue uno de los precursores, y es uno de los grandes maestros, de lo que él prefiere llamar «recaps», unas recapitulaciones de cada episodio que no son un mero minuto y resultado de lo que ha pasado en él, sino una deconstrucción de sus temáticas y de los significados más profundos de las escenas más importantes, junto con notas laterales curiosas o aclaratorias, todo ello hecho con pasión y mente analítica al mismo tiempo, y siempre muy amenas. 86 de esas recaps, totalmente rehechas a partir de los artículos originales de ambos, es lo que constituye la mayor parte del libro. La manera más provechosa de leerlas es justo después de ver cada episodio, pero si se recuerdan más o menos bien, puede uno empezar con ellas de corrido. En las notas abunda también todo tipo de detalles biográficos sobre muchos de los actores de la serie, desde que Annabella Sciorra (la vendedora de Mercedes que se lía con Tony) fue una de las víctimas de Harvey Weinstein, y por eso no ha tenido la carrera que habría merecido, hasta que algunos secundarios como los actores que interpretan a Johnny Sack, el jefe de Nueva York, y Bobby Bacalá, el obeso cuñado de Tony, no eran actores profesionales en absoluto, sino empleado de construcción y de casino de Las Vegas, respectivamente, a pesar de lo cual clavan sus papeles. Esto por no hablar del colorido pasado de Tony Sirico (Paulie Walnuts, el de las sienes plateadas).
Sin embargo, las «sesiones» con Chase por sí solas valdrían ya de por sí el precio del libro. Chase no es que sea un huraño a lo Salinger, pero no se prodiga excesivamente con las entrevistas, y aquí los autores saben sacarle todo tipo de detalles interesantísimos ya desde la primera pregunta («háblenos de su madre»), a menudo dejando al propio creador impresionado. En ella averiguamos cosas como que el concepto inicial iba a ser una especie de Los Simpson de carne y hueso, mucho más cómica y paródica. La mejor manera de imaginarse cómo podría haber resultado es saber que Tony Soprano iba a estar encarnado por quien luego terminó haciendo de Silvio Dante, el manager del club de strip-tease Bada Bing (Steve Van Zandt, cuyo otro empleo en la vida es ser el guitarrista de la E Street Band de Bruce Springsteen). Pero luego llegó la prueba de casting a Gandolfini y el concepto cambió totalmente, convirtiéndose en algo más serio, aunque reteniendo el humor negro que es una de las armas secretas de la serie. También se confirma que los huevos en la serie son como las naranjas en El Padrino (o el verde en García Lorca): anuncios de muerte.
Una de las razones del éxito de Los Soprano, aparte de que el tema de la mafia siempre resulta interesante, es que atrae a espectadores que buscan cosas diferentes: algunos vienen por el humor, otros por el drama familiar (¿cuánta gente se ha visto en las tesituras planteadas por Meadow y AJ?), otros por la temática moral y psicológica y, quizá los más, por ver gente matarse la una a la otra en épicas venganzas, y que protestaban cuando había demasiada conversación o demasiadas escenas oníricas. «Less yakking and more whacking» («menos parloteo y más matarile»). También fue la serie que validó el poner a un malo tan en el centro de la trama que uno acaba identificándose con él, o al menos deseando que no lo pillen los federales. De ahí vendrían luego Walter White en Breaking Bad o Don Draper en Mad Men, cuyo creador, Matt Weiner, trabajó en Los Soprano antes.
Hay un par de veces en la serie en las que se dice que con el estilo de vida que lleva, Tony Soprano morirá de un infarto antes de los 50 (su primo/sobrino Christopher se lo lanza como un insulto aquella vez que le hacen una «intervención» para que Chris deje las drogas). Gandolfini murió de un infarto a los 51, en Roma, descubierto en la habitación de su hotel por su hijo de 13 años, Michael, que ahora va a interpretar a Tony de joven en una precuela que se está preparando. En el libro se habla mucho de él, lógicamente, y de cómo en realidad era un oso amoroso, con un miedo cerval a la gente, el bullicio y la atención externa, tanto que a pesar de dejar asombrados a los del casting, se fue de él de repente y no quiso regresar, con el falso pretexto de que se había muerto su madre. Su manera de encarnar al personaje era darlo todo intensamente, y en las últimas dos temporadas ya le costaba mucho, del asco que le daba, tanto que decía que «no me puedo quitar su peste de encima por mucho que me duche». Por contra, Edie Falco (Carmela) es una actriz con memoria fotográfica que jamás olvida una frase toma tras toma y que es capaz de encender y apagar a su personaje como si tal cosa.
Y por último, ese final (aviso extra de destripes). Si Los Soprano trajo la moda del antihéroe como protagonista, también aumentó la del final polémico. Se menciona en el libro que para cuando Los Soprano terminó ya se llevaban tres temporadas de Lost (Perdidos), con su afición a los puzles narrativos y el sistema de comentaristas por internet ya había cogido vuelo, así que ese fundido a negro provocó toda una tormenta de teorías, contrateorías, especulaciones y conspiraciones (hubo gente que simplemente pensó que se le había averiado la transmisión) que aún dura hoy. Los autores dedican once páginas a debatir si Tony está vivo o está muerto tras ese fundido, y cuánto importa ello en realidad. Seitz incluso teoriza que a quien se mata, más o menos simbólicamente, es al espectador, de repente y sin que lo oigamos venir, dejándonos a todos sin la posibilidad de ver, vivir, saber, qué pasa después en la vida. ¿Qué dice Chase al respecto? Lean el libro para ver cómo se desliza por la cuestión, que básicamente contesta sin contestar del todo, aunque las palabras «death scene» se le llegan a escapar. Seguidas de un «fuck you, guys» a los entrevistadores. Es… el Tony de Schrödinger.
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