Alberto Olmos está estupefacto. Ha perdido la cuenta de las autoras que leyó y recomendó cuando nadie les hacía caso y luego han acabado ganando un premio. Diríase que es su último sentimiento por hoy, porque ya empieza a saberse vulnerable. Expresa sus sentimientos si le da la gana —«¡fascistas!»—. Pero es un tipo con dudas, no se crean. Lo que más le inquietaba de su obra Tía buena (Círculo de Tiza, 2023) —entonces proyecto— era que, por primera vez, «tendría que salir de mi casa y hacer preguntas a la gente y, por supuesto, encontrar a esa gente a la que hacerle esas preguntas», escribe.
Otro interludio «fantasmagórico» antes del epílogo final. Instagram. Dice Alberto que ha estado visitando —«constantemente»— esta aplicación durante toda la escritura. Le dedicaba entonces 40 minutos al día, tiempo que hoy ha reducido a 10. El trabajo que ha desempeñado aquí el periodista y columnista de El Confidencial y Zenda es antropológico, leído y empírico —Olmos parte de su separación a las puertas de cumplir el medio siglo de edad—.
Tener que citarse con chicas que había conocido le parecía al escritor un juego de poderes, más cuando se encontró frente a Lucía, que se sabía «tía buena» y le hablaba del «capital erótico» a alguien que vestía una sudadera con capucha del H&M. Lucía, por cierto, pagó las copas para que Olmos no creyera que por invitarla ya tendría derecho a acostarse con ella, acción que dejó al hombre en fuera de juego; él desconocía que eso fuera así. «Tienes poca calle», le espeta Lucía.
A Lucía le siguen otros nombres de entrevistadas: Carmen, Leire, X, Patricia, Elisa, Luna Miguel… Algunas no se reconocían como «tía buena», porque ser «tía buena» parece que se elige. También admite Alberto —por los testimonios recogidos— que no debe de ser fácil ser «tía buena». Tampoco ha de ser sencillo encontrarse en el pellejo de Olmos. Es un tipo incomprendido que tiene asumido que no se puede hablar con la gente. Le intimidan las personas como a chihuahua arrinconado.
Han llamado «pollavieja» a Alberto Olmos por haber escrito esta «investigación filosófica» siendo un «señoro». Él habla en el libro en nombre de todos los hombres heterosexuales, está en disposición de hacerlo; este entorno de códigos cifrados en los que subyace el poder sexual le pilla a más de uno con el pie cambiado, aun habiendo sido un guapo o una guapa en el instituto. Es conveniente concretar lo que las mujeres le explican acerca de ser una «tía buena» en época escolar —para pasmo de Olmos—: «tener quince años, ser muy guapa, liarse con un estudiante de cursos superiores con fama a su vez de guapo y sufrir de inmediato el acoso de las demás chicas de su edad». Esto abrió los ojos del escritor, pues su visión del bullying —confiesa— era muy reducida.
Se llega a Tía buena como lo hace un soltero a First Dates: entrando al restaurante al ritmo de “Cuatro rosas” (Gabinete Caligari). Alberto Olmos es un loser entrañable e ingenuo con el que sentirse identificado: «[H]abía que tener en cuenta que yo llevaba 27 años de rechazos, […] de gustarme chicas que no-me-hacían-el-menor-caso, algo que, lejos de ser una triste excepción llena de patetismo, constituye de hecho la norma de la vida amorosa masculina: que te gustan demasiadas chicas y que casi todas te rechazan, muchas veces porque es evidente para ellas que te gustan demasiadas chicas». Leer a Alberto Olmos produce talasofobia.
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Autor: Alberto Olmos. Título: Tía buena. Editorial: Círculo de Tiza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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