Lleva este Café Varela como prólogo en su letrero cuatro palabras: “Café de los poetas”. David Summers y Daniel Ramírez han venido para conversar sobre poesía, música, libros y escritura, como hacen de vez en cuando. Esta vez, en un salón, con público y a cuenta de la presentación del último poemario del periodista: Tus canciones y las mías (Aguilar, 2024). Cada historia encapsulada en un poema lleva aparejada una canción de los Beatles. Ramírez, igual que Summers, aunque de generaciones distintas, concibe la música de los cuatro de Liverpool como uno de los grandes descubrimientos de la vida.
“Párate y tómate un tiempo para oler las rosas”, recuerda el cantante de Hombres-G que cantó Ringo Starr. Reproducimos a continuación el diálogo entre Summers y Ramírez García-Mina.
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—Ramírez: Ya habréis visto que, en la puerta de este café, hay un mosaico de fotos gobernado por Antonio Machado. Él venía aquí a escribir. Vosotros habéis bajado las escaleras y os habéis encontrado con esto… Lo siento, ¡haber nacido cien años antes! Para paliar el desastre, he traído la compañía de David Summers. Bueno, él ha venido como Hombre G y yo como representante de Los Residuos.
—Summers: ¡Mi primer grupo! (se parte de risa)
—R: No es casualidad que le pidiera este favor a David. Hay una relación muy estrecha entre la manera de componer de los Hombres G y la de los Beatles. No sólo en cuanto a los temas elegidos: el amor, la amistad, la risa… También un parecido formal. Esa aparente sencillez. Todo parece muy fácil. ¡Y es tan difícil hacerlo fácil! Ocurría con las novelas de Baroja. Se hablaba del “cuidadoso descuido” barojiano. Lo más difícil es hacer algo sencillo y que sea bueno. Y ese es un gran éxito de los Beatles y de los Hombres G. Esa sencillez también ha sido muy importante para mí al escribir estos poemas.
—S: Como siempre que presento el libro de un amigo, no he preparado absolutamente nada. Y menos si estamos aquí, en casa, en el Varela, donde solemos vernos gente tan distinta, tantos escritores, periodistas, músicos, y poetas. Aprendiendo los unos de los otros. El libro de Dani me ha gustado mucho, creo que porque me he visto muy reflejado en él. Cuentas tu infancia de una manera poética. Me gusta esa manera de escribir. Yo también me niego a esclavizarme con los endecasílabos. Ordenas palabras para que tengan belleza y transmitan algo. Me ha sorprendido mucho verme tan reflejado en tus poemas.
—R: Los Beatles aportan ese parecido, esa invariabilidad, a generaciones tan distintas.
—S: Tú eras un niño en los 90 y un chavalín a principios de los 2000. Y tu banda sonora eran los Beatles, igual que para mí, que fui un chaval en los 80. Vas escribiendo sobre esos momentos tan bonitos en los que el niño se hace adolescente, en los que el adolescente es, al fin, el adulto que tantas ganas tenía de ser. Esos momentos que lo van impregnando todo de felicidad. Los Beatles tienen eso tan impresionante: hacen que nuestra vida sea más feliz. He aprendido mucho de ellos y sigo haciéndolo. Me han acompañado toda la vida. Cuando nos conocimos, no sabía que a ti también.
—R: Mucho.
—S: ¡Pues es una razón más para ser tu amigo! [bromea] Es que la música de estos tíos es eterna. Cuando mis hijos cumplieron diez años, salió el primer Ipod. Les regalé uno a cada uno por Navidad. Uno a Dani y otro a Lucía. Los llené con toda la música que tenía: rock, pop, reggae, clásica, flamenco… Escogí lo mejor que pude: Elvis, Ray Charles, los Beatles, los Rolling.
—R: Y triunfaron los Beatles.
—S: Viene un día mi hijo y me dice: “Papá, me gusta mucho un grupo que se llama «The no sé qué». Hombre, ¡dime algo más! «Cantan esta…» (Summers tararea «Twist and Shout»). ¡No sabía qué eran los Beatles! Le dije: “Dani, son los Beatles, tienes que escucharlos mucho”. Hoy sabe más de ellos que yo. Es un fanático. Yo también lo soy. Seguí su rastro. Conocí a Paul McCartney, a George Martin, grabé en Abbey Road… En tu libro están esos temas: la sencillez, la ternura, el amor a tu familia, a tus hermanos, a tu chica… Los Beatles te volaron la cabeza. Te hicieron más inteligente y mejor persona. Bueno, eso creo… (se parte de risa)
—R: Tú y yo, a pesar de las generaciones entre medio, descubrimos a los Beatles gracias a nuestros padres. El libro empieza con una frase de García Márquez: “Las canciones de los Beatles son la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos”. Dudé con otra frase que me gusta mucho, de un crítico latinoamericano, Emilio García Riera: “Oigo a los Beatles con cierto miedo porque sé que me voy a acordar de ellos el resto de mi vida”. Hay muy pocas cosas que hacemos en la vida y que, ya en ese instante, sabemos que vamos a hacer siempre. Recuerdo perfectamente el instante.
—S: Yo también.
—R: Estaba con mis hermanos en el salón. Mi padre puso el recopilatorio azul de los Beatles. Con sus canciones, echábamos a correr alrededor de una mesa de cristal que había en el centro. Hoy meterían a mis padres en la cárcel. Ya no se puede correr alrededor de las mesas de cristal. Acabábamos sudando todos. El primer poema del libro se titula “Empezar a empezar”, va en conexión con «Ob-la-di, Ob-la-da», una canción que les encanta a los niños. Cuando te pasé el libro, estabas de gira en México. Me contaste que tu padre también te dejó en herencia los Beatles.
—S: Me los descubrió mi padre, pero a él le pillaron un poco mayor. No era un niño como nosotros cuando los escuchó por primera vez. En el máximo apogeo de los Beatles, mi padre ya tenía veintitantos. Su generación creció con Antonio Machín. En la España de los 50, los jóvenes escuchaban boleros.
—R: Pero se enganchó.
—S: Le gustaron mucho. Estaban sus discos en casa. Recuerdo uno muy raro, Oldies but goldies. Hoy es difícil de encontrar: una especie de recopilatorio que sacaron poco después de separarse. Estaba una canción, “Bad Boy”, que solo metieron ahí. Luego estuvo inédita muchos años. Ya sabes que han ido sacando todo lo que han encontrado.
—R: Incluso los han resucitado con inteligencia artificial para lanzar la canción inédita de Lennon.
—S: Esa canción que te decía, “Bad Boy”, me volvió loco completamente. Llegaba del colegio y la ponía corriendo. No hacía más que poner esa canción. Después, fui estudiando su música. Les escuchaba y pensaba: “¿Cómo hacen una canción? Usan mucho las palmas, las panderetas”. Pero no siempre lo hacían igual. Variaban las estructuras. He aprendido muchísimo de los Beatles.
—R: En esos grandes descubrimientos de la vida es muy importante el entorno. Porque mucha gente, en algún momento, siente el impulso de escribir, de crear algo, pero no se decide a enfrentar el folio en blanco. No se deciden porque sienten ajena esa costumbre. Tú creciste rodeado de tu padre, tu tío y sus amigos. Manuel Summers y todos aquellos que fueron algo así como los dientes incisivos de la democracia que nacía. Mordían todo lo que pillaban y le daban la vuelta.
—S: El entorno es fundamental, es verdad.
—R: Me refiero a vivir desde niño de manera natural que alguien se siente a escribir. En mi casa, todos hacían música. Mi padre dirige un coro, mi madre hizo la carrera de guitarra clásica, mi hermana es hoy violinista barroca. Yo era la oveja negra. Me gustaba estar jugando en la calle. Me apuntaron a chelo, fue un desastre. Me pasé al piano, otro desastre. No había manera de que ensayara. Pero estaba en un entorno donde se vivía con naturalidad la relación con el arte. No de manera dirigida o forzada. Simplemente, lo veíamos. Hoy me gano la vida remando en la galera de un periódico, escribiendo para la radio… Tú lo hiciste al revés. Creciste en un entorno de escritores y no sólo te ganas la vida, sino que has tenido un éxito brutal haciendo música. Ese recuerdo de la infancia seguro que nos ha empujado a escribir.
—S: Cuando yo era niño, no me imaginaba la vida de otra manera que siendo artista. Lo que mis hermanos y yo vivíamos en casa nos llevaba a ese camino. Empecé a estudiar Ciencias de la Información. Mi hermano Manolo, que está por aquí, también. Queríamos seguir los pasos de nuestro padre. Queríamos hacer cine, poner historias en pie. Mi padre me aconsejó que aprendiera a tocar la guitarra para ligar. Me decía: “A las chicas les gustan mucho los chicos que cantan”. Empecé fundamentalmente por eso.
—R: Tu padre tenía razón. Habéis ligado un rato, ¿eh? Más de lo que cualquiera podríamos imaginar.
—S: Sí, mi padre tenía razón (se rie). Veo en el público a José Vicuña, productor de películas de mi padre. Qué placer verle después de tantos años. Yo también quería hacer pelis. Mis canciones son historias, peliculitas, relatos cortos musicalizados. En el principio, también es muy importante dedicarse a lo que parece fácil. A mí, al principio, hacer canciones no me suponía un gran esfuerzo. Luego vi lo equivocado que estaba.
—R: Requiere muchísimo esfuerzo.
—S: Mucho tesón, mucha persistencia. Me meto al estudio a las nueve de la mañana y salgo a las diez de la noche. Me zambullo en un océano y estoy ahí, buscando tesoros todo el día, intentando ver qué hay detrás de las rocas. No quiero salir del agua. Hacer lo que me gusta me permite trabajar tanto tiempo sin cansarme. Nos dedicamos a intentar que la gente sonría, baile, cante. Es un trabajo precioso, como el tuyo. Tú trabajas en un periódico, pero eres un poeta. Lo que te gusta es escribir poesía pero, como escribes muy bien, puedes dedicarte al periodismo.
—R: Me gustaría que habláramos ahora de la forma de las canciones, de ese elogio a la sencillez que son los Beatles y también los Hombres G. Muchos años antes de conocerte, supe que tenías a los Beatles en la cabeza cuando componías. No sé, en “Dulce Belén”, esa canción tan bonita que dedicasteis a una chica del barrio que murió… Ese final a coro es muy Beatles. Las palmas de “No grites mi nombre”; los coros en el estribillo de “Me siento bien”. Admiro mucho esa sencillez, intento practicarla cuando escribo. No tengo las herramientas de los grandes poetas. Disfruto de la complejidad de la métrica en la lectura, pero no es mi camino para escribir. Dudo de que, por ahí, pueda tocar el corazón de alguien con un poema. Conozco mis limitaciones.
—S: En eso, en la sencillez, los Beatles son geniales.
—R: Y vosotros sois el gran paradigma de eso en España. Historias con principio y final, la narrativa… La canción como historia contada. Tú sueles citar a John Lennon para decir que conviene escribir las canciones como si se le escribieran a una persona en concreto. Creo que con los poemas pasa lo mismo. Yo puedo discernir perfectamente a qué persona, anónima o conocida, le escribí cada uno de ellos. Soy incapaz, quizá por deformación periodística, de levantar poemas desde la ficción.
—S: Hay que escribir de lo que uno tiene a su alcance, de su círculo más pequeño, de tu amor, de tus amigos, de tu barrio, de tu familia. No conviene ir más allá. Lennon tenía razón: una canción es para una sola persona. Luego, la magia está en que cualquier persona que la escucha y dice: “Esa persona soy yo”. Porque todos disfrutamos y sufrimos con las mismas cosas. A todos, en el fondo, nos pasa lo mismo. Las grandes canciones, los grandes poemas, dejan de ser de quien los escribe.
—R: Me vienen a la cabeza muchas canciones vuestras.
—S: A veces me preguntan… “¿No te sientes raro cantando canciones sobre las niñas del colegio?”. No, porque el espectador sabe que yo ya no soy ese que canta… ¡El que canta es él! Esa canción ya no es mía, es de él. Yo solo transmito una historia. Escribiendo hay que decir la verdad. Si no te atreves porque eres muy tímido, dedícate a otra cosa. Hay que tener morro y poca vergüenza para desnudarse. A través de mis canciones, se puede deducir cuál ha sido mi estado de ánimo en cada momento de mi vida. En tu libro también veo eso: mucha verdad, mucha realidad, mucha veracidad en tu corazón. Y has tenido la valentía de escribirlo. Un chaval flipando con los Beatles, compartiendo la vida en el colegio, en la universidad, en el curro.
—R: Sobre eso que cuentas hay una frase de Manuel Azaña, que también pasó por este Café Varela, que se cita mucho: “Escribo de mí mismo porque soy el hombre que tengo más a mano”.
—S: Henry Miller decía… “Sólo tenemos derecho a escribir sobre nuestra propia vida”.
—R: Hemos hablado de la forma, vamos al fondo, a la luz de los Beatles, de los Hombres G. Incluso al cantar algo jodido, una ruptura, hay optimismo, hay luz. Creo que en el poemario también está eso. No ha sido de manera intencionada. Porque cuando escribes poemas, relatas la vida que va pasando. Fue al repasarlos cuando me di cuenta: hay cierta luz. Me alegró, fue como decir: “Qué buen momento”. Como tu canción.
—S: “Me siento bien”.
—R: Exacto. Lo cuento con un poema. Solíamos ir siempre al mismo bar, estábamos allí bailando hasta que amanecía y se encendían las luces. Volvíamos andando a casa. Mi amiga Elisa me cogía del brazo y me decía: “Si pudieras viajar al pasado, ¿adónde irías?”. Fantaseábamos con el Imperio Romano, la Revolución Francesa, la belle époque… Como el personaje de Midnight in Paris, esa película tan buena de Woody Allen, que estaba obsesionado con viajar al pasado para brindar con Hemingway y los escritores de la generación perdida. Un día, sin embargo, le dije a Elisa: “¿Sabes qué? Me quedaría aquí, no me iría a ninguna parte”. Se me ocurrió un verso que decía: “Cumplidos los treinta, estaba aprendiendo a vivir”. Y escribí un poema… Oye, David, tenemos que hablar de amor.
—S: Venga.
—R: ¿Tienes cierta sensación de Quijote? No sé si a ti te pasa. Trabajo en un periódico, vivimos tiempos de una gran agresividad social. Voy del Congreso de los Diputados a la redacción. “Oye, ¿qué tal? ¿Qué has estado haciendo?”. “He escrito un poema de amor”. Me miran como si estuviera loco. En la radio es algo distinto. He caído en un lugar que da lugar a la comprensión poética de las cosas: el humor de Alsina, la ironía de mis compañeros, el repaso lírico de cada semana que escribe el profesor Rodríguez Braun… ¡Él sí respeta las reglas de la métrica! ¡Abigaíl Lozano, su trasunto, tiene el talento de los grandes poetas! Pero es curioso: el amor no es el tema más común, pese a…
—S: Pese a ser el gran tema de todos los tiempos.
—R: Los grandes poetas orientales hablaban del amor como algo anterior al cosmos. Decían que un amor verdadero en la vida era algo anterior al mundo, la rosa regada en la creación. Todo ocurrió antes de verdaderamente suceder. Yo también pienso que es el gran tema… Jesús Quintero, uno de los tipos que más me ha impresionado, me contó una vez en la catacumba del Café Gijón que, cuando entrevistó a Pedro J., le preguntó: “¿Hace cuánto que tu periódico no publica una carta de amor?”. Lo dejó sin palabras.
—S: El amor y la música son las únicas cosas verdaderamente mágicas en la vida. Es muy importante poner en alza el amor y escribir sobre él. Insistir, insistir e insistir… Más ahora que hay tanto odio, tanto ofendido. Me da la sensación de que los jóvenes ven hoy el amor como algo viejuno, casi obsoleto. Las relaciones entre los chavales son muy fugaces, muy efímeras. Cada vez es más difícil que una pareja sueñe con asentarse, tener su propia casa, una familia… Se va perdiendo. Con nuestras canciones, los Hombres G intentamos ser una salvaguarda frente a eso. Queremos que la gente venga a nuestros conciertos y se enamore por un rato, que se olvide de la mierda que está fuera del recinto.
—R: El amor es subjetivo, pero universal.
—S: Sí, porque el amor lo ve cada uno a su manera. Si escribo sobre política, me pueden decir: “Estás equivocado”. Pero si escribo sobre amor, nadie me puede decir… “Oye, eso no es así”. Voy a seguir siempre haciendo canciones de amor. Es la misión más importante de mi vida. La ternura no sobra jamás.
—R: Mencionabas la política… Sólo me viene a la cabeza una canción política vuestra. Sobre Fidel Castro. Y no os equivocasteis con aquello que decíais del castrismo. Fíjate qué casualidad. Yo tampoco escribo poesía política y en el libro hay un solo poema de ese estilo. También es sobre Cuba. Estaba allí con Teresa, en una plaza de la Habana Vieja. Había unos niños jugando. Como no tenían pelota, habían fabricado una con los periódicos del régimen. No podía no escribir. Pensé en hacer un artículo para el periódico, pero la imagen era tremendamente poética. Esos niños, arrugando esa realidad deformada para convertirla en una pelota. Esos niños al contraluz, parecían de barro. Recordé la frase de Fidel Castro: “La Historia me absolverá”. Como diciendo, “las peores cosas que he hecho se me perdonarán en el futuro porque la revolución era necesaria”. Miré a los niños y pensé: “La Historia los absolverá”. Así termina el poema. ¿Hablamos un rato de la amistad?
—S: Venga.
—R: El otro día decía José Peláez que sólo hay dos grupos que, tantas décadas después, continúan estando formados por los mismos amigos que empezaron: U2 y vosotros. Habéis hecho muchas canciones sobre la amistad, pero el mejor canto a la amistad es que os subáis al escenario los amigos de siempre. Las canciones de los Hombres G evocan esa sensación de estar en un bar abrazado a tus amigos. En los Beatles, en tantas de sus canciones, ocurre lo mismo. En el libro hay un poema sobre todo esto que se titula “Los amigos sagrados”.
—S: Javi Molina, el batería, es amigo mío desde hace 50 años. Pero no es que lo conozca desde hace 50 años, ¡es que somos amigos de verdad desde entonces! Nos hemos visto casi todas las semanas durante 50 años. Nos echaron del colegio a la vez, nos fuimos al mismo colegio los dos, íbamos a la misma clase, nos libramos de la mili al mismo tiempo, fuimos juntos a la universidad y ahora recorremos juntos el mundo cantando canciones. Tres mil y pico conciertos. A Dani lo conocí cuando yo tenía 15 y él 17. Y a Rafa, cuando yo tenía 17 y él 20. Somos familia. También la gente que nos acompaña en las giras. El que menos lleva es Pablo, el técnico de sonido, y ya son 16 años. Sin mis amigos, no sería quien soy.
—R: Quería terminar hablando de “las cosas del principio”. Nuestro querido amigo Luis Alberto de Cuenca acaba de publicar un libro titulado El secreto del mago. El mejor poema dice… “Al final sólo importan las cosas del principio”. Son unos versos que nacen de otros versos, los últimos que escribió Antonio Machado: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Lo de Machado te hace plantearte muchas cosas… Con todo lo que había vivido, con todo lo que había pasado, la guerra, su hermano en el otro lado, la madre enferma… Y escribe sobre las cosas del principio: “Estos días azules y este sol de la infancia”.
—S: Luis Alberto es un maestro.
—R: Es un poema genial. Al final, lo importante son los cómics de El Jabato y de El capitán Trueno, el primer campo de fútbol que viste lleno, el primer amor. Garci me dijo: “No tengo mundo interior, tengo mundo anterior”. Es un gran hallazgo para envolvernos a todos. En el libro, concibo la nostalgia desde un punto de vista algo revolucionario. No es encerrarse en el pasado, sino volver para coger esa luz y proyectarla sobre el presente. Vosotros hacéis lo mismo con vuestras canciones. Cuando escribiste “Visite nuestro bar” estabais en el principio de vuestra carrera, pero ya hablabais de las cosas del verdadero principio. En el último disco está “La esquina de Rowland”, una canción preciosa sobre esto mismo.
—S: En una canción digo… “No es que la vida sea tan corta, es que es muy tarde cuando aprendes lo que importa”. Llega un momento en que te das cuenta de que lo importante de la vida estaba muy cerca desde el principio. Entonces empiezas a disfrutar de verdad. Dani, tú estás en un momento de la vida muy nostálgico. Y no sé por qué, ¡porque eres muy joven! Pero a mí, con tu edad, me pasó lo mismo. Cuando tenía 30, escribía sobre el paso del tiempo. Y me decían lo que yo a ti ahora. ¡Estás en la crisis de los 30! No sé por qué pasa, pero pasa.
—R: ¡Y tanto que pasa!
—S: Es un momento para recordar las cosas bonitas. Resulta inexplicable, pero te sientes un poco viejo. No es verdad, pero lo sientes. Estás en la mejor década de la vida. Para mí, lo que va de los 30 a los 40 es lo mejor. Tienes fuerza para hacer lo que quieres y la madurez para afrontarlo de la mejor manera. Es un tiempo cojonudo. En este último disco, me ha vuelto a pasar. He escrito así. Después de tantas giras y de tantos conciertos, me he dicho, como Ringo Starr: “Stop and take the time to smell the roses”. Es bueno regresar si se enfoca así. Te recarga de energía. Para y tómate el tiempo necesario para oler las rosas.
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