“Easy-going”. Si me permiten la licencia, el adjetivo inglés que define esa cualidad de determinadas personas, cada vez menos abundantes (en Twitter de hecho ni siquiera existen) y que alude al trato fácil, su personalidad relajada e incluso su simpatía, me parece mucho más precisa que sus equivalentes patrios. ¿Por qué escribo esto?
Tom Hanks es muy easy-going. Y su primer libro, Tipos singulares (Roca Editorial, 2018) es igualmente accesible. O, perdón, easy-going. Se trata de un libro de relatos cortos, hasta 17, y ya sabemos qué puede significar eso en un autor novel. Se trata de un volumen un tanto irregular, con bajos importantes (las tres historias con las que Hanks se empeña en retratar a Hank Fiset) pero generalmente equilibrado en su apuesta por la ligereza. Es más, el protagonista de Forrest Gump y Philadelphia logra una cualidad difícil: que esa amabilidad impregne cada una de las historias, incluso sus dos o tres iteraciones dramáticas, y que ésta se transmita al lector.
Hanks, coleccionista de máquinas de escribir, ha escrito cada relato con una diferente. Un fetichismo que se nota en “Estas son las meditaciones de mi corazón”, donde una muchacha compra una máquina de escribir y la cambia por otra. “Bienvenido a Marte” narra la terrible decepción de un muchacho, en la que pese a un terrible descubrimiento, nadie muere y todo sigue adelante. No ocurre lo mismo en “El pasado es importante para nosotros”, con ecos de alguna historia romántica de Richard Matheson o incluso aquellos “Cuentos asombrosos” en los que muchos colegas de Hanks abundaron en el pasado.
El riesgo es el de siempre con estas cosas, que esa alegría generalizada se confunda con trivialidad. A menudo es así, pero casi siempre se trata de una apuesta deliberada del autor: su primer relato, “Tres semanas agotadoras”, es brillante en este sentido. Narra las intentonas de una pareja de amigos de convertir su relación en, ya saben, algo más (y en el que aprovecha además para dibujar a un cuarteto de colegas que aparecerán de cuando en cuando en sucesivas historias, agregando un leve acento de complejidad a su mundo). Resulta imposible, pero Hanks lo cuenta con ese fluir de sus comedias de los 80 y 90, cuando su faceta cómica y —ejem— “easy-going” funcionaba en toda su plenitud. Si despreciaron a Hanks entonces o ahora, quizá sea mejor mantenerse alejados.
Pese a ello, el actor-escritor no necesita justificar su libro como un ejercicio de soberbia, ni siquiera a la necesidad de compartir con el mundo su punto de vista. Quizá prefieran acceder a otra novela reciente de un actor metido a escritor, Sean Penn. Hanks ha aprendido de sus mejores directores la capacidad de, simplemente, intentar contar una historia ambientada en unos Estados Unidos no exactamente ideales, pero donde sí existen buenas personas. El humor no es cínico, ni siquiera particularmente afilado, y por eso no se percibe un esfuerzo por resultar inteligente, políticamente correcto o incorrecto. Y en ausencia de pose, queda el relato. No todos funcionan, ya lo hemos dicho, pero hay algunos que están muy bien (“Un mes en Greene Street») y que delatan a Hanks como un observador cándido pero no estúpido, una evolución de ese americano ideal de los 50 desprovisto de un lado oscuro particularmente profundo, pero en absoluto un gilipollas. No tiene por qué haberlo.
El que haya que repetir esto no hace sino sumar un punto adicional a un libro como Tipos singulares, un antídoto de dos tardes para el cinismo disfrazado de inteligencia, ese lodazal en el que chapoteamos todos los días.
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Autor: Tom Hanks. Título: Tipos singulares. Editorial: Roca. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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