Ana Alcolea (Zaragoza, 1962), autora de obras como El medallón perdido (Anaya, 2001), El retrato de Carlota (Anaya, 2003) o La sonrisa perdida de Paolo Malatesta (Oxford, 2010), adscritas a la llamada literatura juvenil, o El brindis de Margarita (HarperCollins, 2020) y merecedora del Premio Anaya, Cervantes Chico y de las Letras Aragonesas publica ahora Todas las que fui en Prensas de la Universidad de Zaragoza.
El repaso de la vida de Georgina contado con su propia voz está dotado de una nostálgica mirada a la infancia, a los comienzos, y una especie de lamento irreversible por la prisa del reloj. Al conocer a la protagonista de la novela el lector comprende que todo lo pasado ha sucedido demasiado deprisa (también en su propia vida) y que en el momento presente, cuando Georgina relata su historia, parece que el personaje ha entrado en un carril de deceleración donde poco importa el tiempo y las prisas, donde lo único que le queda por hacer por primera vez es mudarse al barrio que hay detrás de las estrellas, lo que le da conciencia plena de haber vivido («Creen que la rapidez es mejor que la contemplación» p.127). A medida que la novela avanza y se conocen los cambios de ciudades que experimentó desde muy pequeña, también los cambios de idiomas y de profesores de canto, se aprecia en Georgina un tono quedo, como el de quien se acerca a la muerte pero sin querer abandonar la vida, dándose cuenta de que en realidad, todos los años vividos caben en la memoria lo mismo que una flor dentro de un tarro de cristal.
Hay lugar para todos los sentimientos en la novela, también para el deslumbramiento que sintió la protagonista cuando comenzaba a ser reconocida: rodeada de cierto lujo, de trajes de terciopelo, de bombillas amarillas en los camerinos de los mejores teatros, del aplauso del público que vibra… Todo eso que, por la temible vejez y sus consecuencias («Echo de menos a mis esfínteres mucho más que a mis amantes» p.29), sólo queda vivo en el recuerdo, tantas veces maquillado por el tiempo.
La novela cuenta, en realidad, el deterioro narrado a través de los comienzos, de la vida, cómo cambia la perspectiva con los años, lo poco que importaba que los días se sucediesen febriles y cómo ahora, cuando se toma conciencia de la caducidad, uno cuenta lo vivido en su juventud para tratar de volver a ella y tener más tiempo por delante. Ana Alcolea se hace eco, aunque de forma sutil, de las palabras del poeta José Hierro: «Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada».
En los capítulos finales, enlazando con el título de la obra, Georgina Escuer se confiesa «pienso más como los personajes que he interpretado que como yo» (p.301) y siembra una pregunta en el lector: ¿Acaso por interpretar otras vidas sobre el escenario llegó a olvidar vivir la suya? Es, quizá, una exageración si dijese que la percepción que da Georgina a lo largo de la obra es de una mujer apasionada pero vencida, que mantuvo durante todos los años previos a la vejez y al deterioro la firme convicción de derrotar a la muerte, de sacarle la lengua. Ella, adicta a las tablas de los escenarios, pensó que morirse era una escena nada grave, menos aún real.
En definitiva, esta nueva novela de Ana Alcolea, magistralmente escrita y con tintes poéticos sobre cada capítulo, actúa como un espejo donde cada lector puede verse reflejado y la confirma como lo que a través de sus personajes nos demuestra, lo que es: una narradora excepcional. Si este libro fuera una ópera, el público haría tambalear los cimientos del teatro con sus aplausos.
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Autor: Ana Alcolea. Título: Todas las que fui. Editorial: PUZ (Prensas de la Universidad de Zaragoza). Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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