“No tengo la obligación de saber quién soy”, dice la autora de este libro extraordinario e inclasificable. Los que somos menos sabios, nos pasamos media vida rumiando el “Mi patria es la infancia” de Rilke y la otra media intentando saber qué hemos hecho con lo que fuimos. A través de sus veintidós casas en cinco países (Bolivia, Brasil, Alemania, Estados Unidos y Barcelona, que es, sí, un país), Kremser recorre su historia y la de su familia.
Es una historia apasionante de amores mestizos (niños bolivianos con el uniforme nacionalsocialista) y secretos (de los que se respetan, de verdad); pero no es esa la historia en la que quiere detenerse Kremser. Sus casas, sus yoes, brasileña en Alemania, alemana en Brasil, sus lenguajes (el audiovisual que estudió, el narrativo que le ha dado una segunda vida) y, sobre todo, sus idiomas son la forma de construirse sin tener que definirse.
¡Y qué gusto! Veintidós casas y ninguna etiqueta, solo la curiosidad y la elección de idioma según cuándo, según con quién. Su historia es una historia europea, de ganas, y de respeto. Una historia que hace al lector reflexionar sobre sus mudanzas y sus pieles, sobre la posibilidad de cambio, de no saber quién eres y seguir siendo tú mismo.
P.D.: Son maravillosas, también, las ilustraciones de la autora y esa frase final de Julian Barnes: “Lo que acabas recordando no es siempre lo mismo que lo que has presenciado”.
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Autora: Stefanie Kremser. Título: Si esta calle fuera mía. Traducción: Palmira Feixas. Editorial: Entre ambos. Venta: Amazon
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