Viajar con el objetivo de escribir un libro no deja de ser una excusa, el encargo ideal que te harías a ti mismo si fueses el jefe indulgente y candoroso que nunca tuviste. En realidad, itinerario prefijado, cuaderno de notas y grabadora se convierten en una coartada para andar por ahí holgazaneando sin sentir aguijonazos culpables por no estar haciendo algo productivo. En ocasiones me asaltan ese tipo de remordimientos (alguna herencia protestante oculta y molesta, supongo) pero al mismo tiempo a mí lo que realmente me gusta es viajar, leer y no hacer gran cosa. Así que para solucionar contradicciones por unos años y estar en paz conmigo mismo me propuse hacer una trilogía de crónicas viajeras.
Sin noticias de Ítaca es el último libro de esta aventura, resultado de años de recorrer fronteras y check points y de desgastar el pasaporte en tiempos de Trump y Netanyahu, el último viaje en realizarse y el primer libro que se publica, la punta del iceberg que a veces sí deja ver todo lo que hay debajo. Un recorrido de 3.500 kilómetros desde Tánger a las inmediaciones de Tinduf pasando por Marrakech, El Aaiún, el oasis de Chingueti o la antigua Villa Cisneros, hoy Dajla, atravesando Marruecos y Mauritania, recorriendo los dos lados del muro como objetivo.
Prefijado ese itinerario de antemano tenía claro también el hilo conductor del libro: ¿por qué nos movemos hoy por el planeta? En la narrativa de viajes el “rucurrucu” de la ruta suele ir tejiendo la urdimbre de la trama con una línea recta bastante reconfortante, cada encuentro es un giro de guión, cada imprevisto un regalo. Y así, con esta actitud de cazador-recolector, se echa uno al camino. Sólo hay que llevar un diario de viaje con algunos números de teléfono interesantes (no demasiados) para entrevistas, pegar la hebra, saber mirar y decir pocas veces que no. En estas condiciones África es generosa y suele convertirse en un festín. Debajo de todo eso está la salsa del plato: la documentación histórica. En los meses previos devoré libros sobre el conflicto del Sáhara y sobre la vida de otros escritores. Este viaje es bastante literario: no se puede pasar por Ceuta sin mencionar a Homero y Ulises, por Tánger sin hablar de Paul Bowles y por Tarfaya sin hablar de Saint-Exupéry.
Apañados también el esqueleto de la trama y los objetivos, quedaba lo más importante por resolver, la gran pregunta de los libros de viajes: ¿qué hacer con uno mismo? A veces nos cuesta soportarnos durante un día entero, así que acostumbrar al lector (un completo desconocido, si es que hay suerte) a tu presencia y a tu voz durante 170 páginas y cerca de 3.500 kilómetros no es ninguna tontería. ¿A qué altura ponernos? ¿Qué tono utilizar? ¿Cuándo echar el freno y no acaparar foco? ¿Narrador omnisciente, equidistante o protagonista? ¿Enseñar las miserias, las pequeñas mezquindades, los momentos de malhumor y aburrimiento que inevitablemente todo viaje regala? ¿Cómo contarnos dentro de la aventura y elegir entre el abanico de posibilidades que hay entre Indiana Jones y “Curro se va al Caribe”?
En toda escritura autoficcionada siempre hay un proceso de autoedición un poco tramposo: elegir qué anécdotas, reflexiones e información mostrar de nosotros que le vengan bien al relato, la dosis justa que nos convierta en un personaje interesante y un ser humano aceptable, dando por hecho que el lector entrará en el juego y podrá distinguir entre ambos, que no le darán ganas de pegarnos una colleja en público y aún más intentar que no se canse de nosotros lo suficiente para que le queden ganas de volvernos a soportar en un segundo libro. Fácil desde luego no es. En Sin noticias de Ítaca hay inevitablemente dosis importantes aunque controladas de “Enrique Vaquerizo”, y he de agradecerle que él siempre me ayude a crear todo un personaje y a desencallar el relato si embarranca en cualquier duna. Como viajero es imprudente y descuidado, se desespera a menudo y se desorienta fácilmente, pierde cosas y mete la pata.
Situar a un viajero o turista lamentable a kilómetros de casa hace que la historia siempre pueda estar lista para recibir el viento en las velas y ayuda a cruzar, como en este libro, el más espantoso de los desiertos geográficos o creativos.
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Autor: Enrique Vaquerizo Domínguez. Título: Sin noticias de Ítaca. Editorial: Laertes. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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