Ricardo Martínez Llorca ha escrito una novela psicológica, Hidrógeno, cuya protagonista es una chica que sufre una deformación facial: tiene media cara cubierta por una mancha cuyo origen la medicina no sabe explicar. Unos gemelos —que además son los narradores— se propondrán resolver el misterio del estigma y, ya de paso, de su identidad.
En este making of Ricardo Martínez Llorca explica el origen de Hidrógeno (Lastura).
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Lo demostró Mary Shelley en su novela más famosa, cuando el doctor Frankenstein crea a una criatura a partir de diversas partes y esta criatura reivindicará ser más, mucho más, que la suma de las partes. Se trata de crear vida y no de provocar que exista un organismo. Pero el trabajo del creador partía de la unión de tantos retazos como fueran precisos para completar una obra. Aquí está una pequeña relación de ellos: reproducir la estructura de una novela policíaca, con sus periodos de investigación; programar los elementos sorpresa para distribuirlos a lo largo de la trama; poner sobre el tapete aquello que no nos gusta de la ciudad, sobre todo que la gente no se conoce, y sostener a los personajes sobre ese sustrato; maldecir las instituciones y colocar esa maldición como decorado; crear unos personajes contradictorios y hacer que sobrevivan en un tiempo convulso, casi me atrevería a decir que necesariamente convulso, como el que sucede a partir de septiembre de 2001; creer que sí existe el bien y el mal, y que en realidad podemos elegir mucho más de lo que nos figuramos, como el hecho de vivir sobre la pierna que nos falta o sobre la que tenemos si nos quedamos cojos; negarse a que la muerte sea el gancho que meta al lector dentro de la novela, y a cambio crear un motivo con el que todos podemos sentirnos identificados, que es el de vernos como diferentes y, por momentos, como monstruosos; y, lo que es tal vez más complicado a la hora de construir un relato, crear una voz y mantenerla a lo largo de las páginas, una voz que en este caso es plural —de hecho comienza siendo primera persona del plural— pero se desdobla para que así el narrador, que participa y lleva a cabo la investigación, pueda estar hasta en dos sitios al mismo tiempo.
Todo esto está muy bien, es un reto, pero podría parecerse a una nevera en la que alguien guardara órganos clonados como reserva para sus propios trasplantes y así ganarse la inmortalidad. La inmortalidad no debería ser una idea biológica, o no debería resolverse a través de la biología. La inmortalidad significa vivir como si el tiempo fuera un sentimiento y no la suma de minutos. Estamos convencidos de que el tiempo se puede contar, pero esta idea pertenece al reino de los mercados, en el que se creó el reloj, donde se suman los días y las semanas, las partes, lo que se puede medir. ¿Cómo escribir pensando que uno no está venciéndose hacia ese reino? No teniendo prisa. Una novela está por entero dentro de la cabeza de su creador, lo que sucede es que uno no ve los detalles hasta que va arrimándose a ella, incluso caminando por sus calles. No es necesario tener prisa, porque la prisa también pertenece a los mercados. Si quieres acabar pronto, escribe aforismos o microrrelatos. Aquí puedes dominar el tiempo narrativo, y conviene demostrar que eres capaz de hacerlo. Para los que estamos acostumbrados a escribir novelas más bien cortas, colocar una nota en la pantalla del ordenador sugiriendo «no tengas prisa, nadie te espera en ninguna parte» es fundamental.
Así y todo, falta por saber cómo dar vida a la narración. Uno debería escribir sobre los temas que se le imponen. Acostumbrados a las notas de prensa en las que claramente se describe quién es víctima y quién victimario, si uno ha conocido algún caso próximo se da cuenta de que lo que necesita conocer es el relato completo, pues nadie es del todo bueno ni malo del todo. Contra esa costumbre, contra esa manera de crear lugares comunes, de intentar explicar asuntos complejos con razones demasiado sencillas, está escrita esta novela, titulada con el nombre del primer elemento del sistema periódico, pero en la que espero haber introducido más, muchos más, incluidas las tierras raras.
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Autor: Ricardo Martínez Llorca. Título: Hidrógeno. Editorial: Lastura. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.
Me sorprende que el autor de esta autorreseña, que no escribe mal, tenga ideas tan pueriles. Imaginemos a la alternativa a una sociedad sin esa cosa inefable que el autor llama mercado. Estaríamos en una dictadura atroz, porque alli donde no hay mercado no habría democracia ni libertad, solo socialismo en estado puro y duro, o sea, hambre para la inmensa mayoría y vida de lujo para la nomenclatura del Partido.