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Todos los ojos de Argo

Todos los ojos de Argo

Fue durante la pasada primavera, mientras daba un paseo por el Parque del Retiro. Me había bajado del metro en la nueva estación del Arte, con la intención de subir por la Cuesta de Moyano para echar un vistazo a sus libros. Ese es siempre un paseo agradable y placentero. Más arriba, el Parque del Retiro resulta ser como un recuerdo mitológico. Mientras escribo este texto, y sin saber si lo publicaré finalmente, pues uno nunca tiene el convencimiento pleno de si lo que escribe puede interesar a alguien, al verano, que no dura eternamente, le llegó su fin hace una semana. Lo que para algunos resulta inevitable, para otros es un c’est fini que suena como la canción de amor de Charles Aznavour. Y mientras el otoño, una vez más, discurre y se adentra en nuestras vidas, pese a toda la belleza, el amor o la depresión postvacacional de algunos, el mundo sigue siendo el mismo lugar feroz que meses atrás. Nada ha cambiado demasiado en tan corto tiempo, ni en mucho tampoco. El viejo mundo posee sus propias reglas naturales, y el resto, según queramos verlo, es la viva imagen de nuestro paso; esa humilde pincelada con la que asistimos a su peor o mejor transformación. Somos esa fastuosa masa suspendida en medio de la Vía Láctea y, que sepamos, alejada de noticias sobre otras vidas cercanas a la nuestra. Así es que, más solos que las rocas de Marte, ahí estamos; flotando en la Galaxia desde que comenzó el espectáculo de la vida y la evolución nos puso en pie. Acaso, transformamos nuestra vida y progresamos de desigual manera o forma, para, en definitiva, hacernos la puñeta los unos a los otros por los siglos de los siglos. A veces, la condición humana tienes estas vicisitudes, y pararse durante un tiempo a observar y pensar, otras. Y cuando toca, según cada cual, nos da por preguntarnos de dónde venimos, qué hacemos, o a dónde vamos. Pero el hombre es así, capaz de ayudar con fortuna o de atormentar al prójimo hasta su desaparición.

"Nuestra joven democracia parece abandonar lo que no hace demasiado tiempo fue cardinal en libertades y justicia"

Guerras, hambre, dictaduras, terrorismo, corrupción, inmigración ilegal, droga, trata de personas, desigualdad, y un largo etc. Da igual por donde uno comience primero: todos ellos y otros muchos son los viejos demonios que acompañan a la humanidad día y noche desde que estamos aquí. Y según qué momentos y geografías, lo seguirán haciendo hasta que la parca venga a visitarnos. Aunque algunos traten de disfrazarlos o disimularlos, negarlos incluso, con la triste realidad del buenismo exacerbado, nunca desaparecerán del todo, a nuestro pesar. Son nuestros viejos demonios reencarnados, una y otra vez, a lo largo del tiempo y de la historia, y por supuesto, instituidos y soportados por todos nosotros en mayor o menor medida.

Pero nuestra vida, en general, está impregnada de política a todas horas. Y con lamento, no hay más que ver o escuchar un rato los medios, parece que toda ella viva por sí misma fuera de la realidad. Nuestra joven democracia parece abandonar lo que no hace demasiado tiempo fue cardinal en libertades y justicia. Y no nos fue mal, teniendo en cuenta de donde veníamos. Recuerdo los años 80 y 90, que fueron años muy duros, con más ilusión y libertad que ahora. Como digo, ensimismados en sus egos particulares y en sus ansias de hacer única la verdad de su propio engaño, una gran mayoría de los políticos destilan bilis, indecencia y cutrez. Muy pocos concurren preparados para tan magna responsabilidad. Una gran mayoría son auténticos zotes con amistades peligrosas o carnet de partido, que se benefician del propio sistema cobrando un desprendido sueldo que, a ojos nuestros, quizás no merezcan. Son paseantes que parasitan, de un lado a otro, por los partidos y las legislaturas. Nos guste o no, amparados en nuestros votos, tienen montado su chiringuito de esta manera. Y aquellos que vinieron en su día a ponerle el cascabel al gato rodeando el Congreso, se quedaron dentro con la cinta en la mano y haciendo caja con la excusa de sumar.

"Nunca hubo un medicamento tan poderoso para combatir muchos de nuestros males como el de la lectura. Ya se decía antes, todo está en los libros"

Pero como decía nuestro querido Javier Marías, vivir en el engaño es fácil. Y es que, en realidad, es nuestra condición natural y no debería dolernos tanto cuando descubrimos que vivimos engañados continuamente con respecto a muchísimas cosas. Ya saben, en España solemos usar como vieja tradición: o estás conmigo o contra mí. Pero no por ello, y a pesar de lo que apesta la nueva casta política, que no es tan nueva y en esencia produce el mismo hedor chanchullero por el que no hace mucho los mismos protestaban, con diferencia creo que España es el mejor país de esta Europa en derribo, por cuanto de bueno y de malo nos vino por mar hasta nuestras orillas a través de siglos de Civilizaciones y de Historia. Somos un país único y maravilloso, en donde el talento se esfuma hacia otros lugares porque aquí no somos capaces de hacer una buena. Diverso y plural, como dicen ahora algunas de las mentes cursis que acaban de poner una pica en Flandes y donde, gracias a ellas, la sencilla economía del lenguaje que todo el mundo entendía sin que nadie se sintiera excluido o molesto ha desaparecido en favor de una insoportable repetición morfológica y fonética que cansa hasta la náusea y provoca un mayor rechazo a la hora de leer. Pero, sin distraerme del propósito de por qué empecé a escribir este post, y hasta que lleguemos a los Jardines de Cecilio Rodríguez, diré que en el mundo siguen acomodándose los mismos tiranos. Ninguno ha desaparecido, y los que aún no han asomado, en algún momento lo harán en nombre de sus dioses, la patria o la democracia. Y así, como ignorados salvadores, se convertirán en vulgares dictadores. Como dice mi querido amigo Arturo Pérez-Reverte, lo nuevo, casi siempre, es lo viejo ya olvidado. Y por eso, siempre habrá hi de putas dispuestos a joderle la vida a los demás. O a favorecer la de los suyos, que también. Gente, en la forma y en el fondo, necia y sin escrúpulos, encargada de controlar y someter bajo su poder al resto haciendo que la vida sea incluso más peligrosa. En esta nueva etapa de nuestra vida tecnológica, nunca las estrategias de polarización social dieron tan buenos resultados como ahora, ni la psicopatía estuvo tan de moda. Y lo que es peor, esos clubes de palmeros y fans aborregados que se refugian con sus oraciones de silencio e indiferencia frente a su propia ceguera, o aquellos otros que anteponen sus propios intereses para medrar sobre la gran deshumanización que nos asola a todos. Soy joven, tengo cincuenta y seis tacos. Y todavía de los que piensan que no todo está perdido porque siempre se ganan algunas batallas. Y sobre todo, porque aún nos sustenta el amor y la belleza de los actos más nobles frente al espejo de la razón diaria. Así es que no queda otra que seguir lidiando, cada cual en su trinchera y siempre atentos y vigilantes para todo lo porvenir. Y de ese futuro, mezcla de pasado y presente, ni que decir tiene que los que más sufrirán las consecuencias serán, algunos ya las sufren, las generaciones venideras que, sin remedio a la vista, han sido desprovistas de valores y herramientas suficientes para hacer frente a una vida distópica, llena de manipulación y vacía de estímulos. Nunca hubo un medicamento tan poderoso para combatir muchos de nuestros males como el de la lectura. Ya se decía antes: todo está en los libros. Y aunque los libros no borren nuestros demonios, nos ayudarán a combatirlos o sortearlos mucho mejor que sin ellos, creo.

"El Parque del Retiro es, en parte, un pequeño recuerdo mitológico. Y como pocos lugares, el más emblemático de la capital"

Decía al comienzo que hablar de primavera sabiendo que el verano ha sido liquidado tiene algunas connotaciones. Quizás todas ellas pivoten sobre el anhelo que trae siempre esta hermosa estación y que nos habla de la revolución de un tiempo nuevo. Y aunque todas nuestras primaveras se apaguen como si de revoluciones se tratara, es ley de vida, siempre existirá otra que sostenga a las siguientes. Echada la vista atrás, como digo, fue en la mañana de un día entre semana a finales de mayo, antes de la Feria del Libro. Un día para caminar con el privilegio de la serenidad. Y es que mirar lo cotidiano, lo que nos rodea con absoluta normalidad, me hace reflexionar muchas veces sobre eso que Hannah Arendt comentaba sobre la libertad: “To the extent that we love liberties or freedom, we must never forget that we enjoy a rare privilege in geographical terms and also, at this time, historically” (en la medida en que amamos las libertades o la libertad, jamás debemos olvidar que disfrutamos de un raro privilegio en términos geográficos y también, en estos momentos, histórico).

El Parque del Retiro es, en parte, un pequeño recuerdo mitológico. Y como pocos lugares, el más emblemático de la capital. Interpretando al querido profesor Carlos García Gual, tal vez el paseo solitario y ensimismado haga hacerse más amigo de los mitos. Nadie al que le gusten los mitos está alejado de saber o conocer, pues siempre cuentan cosas extraordinarias. Y así, entre corredores y patinadoras, músicos improvisados, niños, padres, abuelos y paseantes de toda condición y edad, uno puede descubrir la Fuente de las Cuatro Náyades o Nereidas, la escultura de la diosa Diana, a Hércules trabajando contra el león de Nemea o frente a la Hidra de Lerna, la rosaleda del Fauno o la estatua de Venus.

"Muerto Argos, Hera recogerá sus innumerables ojos y los colocará como símbolo eterno en su ave favorita, el pavo real"

Mi camino discurría entre la algarabía de los montadores de la Feria del Libro por el prolongado Paseo de Fernán Núñez. «Pronto habrá una nueva cita con los escritores y sus obras», pensé. Por un momento me asaltó cierta melancolía al recordar que, de seguro, iba a ser la segunda Feria sin Javier Marías. Años atrás, ya me había pasado con otros escritores a los que apreciaba y quería, como con Juan Marsé o Javier Reverte. Pero todo ello me hizo pensar en la certeza que propician algunas cosas reales. Acaso, sobre la lejanía a la que la muerte nos acostumbra. Y es que los años desfilan y todas las sombras se extienden. Había seguido el paseo en cuesta, entre el verdor y la sombra de los densos árboles que jalonan el parque, hasta que, a lo lejos, el sonido nítido y estrepitoso de un pavo real llamó mi atención. Estaba cerca de los Jardines de Cecilio Rodríguez y, entre el tupido bosque de árboles, el eco del canto había sonado como en el interior de una selva exótica. Decidí refugiarme en los bellos jardines que beben a ratos entre lo clásico y lo andaluz. Crucé por el pabellón para jardineros y me senté sobre un banco de madera, al abrigo de la arcada de ladrillos, un rincón desde el que contemplar y oler la belleza del lugar. Había sacado de la mochila una pequeña cámara y parte del botín de libros de Moyano con la intención de hojearlos. La casualidad hizo que me detuviese en la lectura de un libro sobre los Poetas Latinos, en concreto, las Metamorfosis de Ovidio y el mito de Argos. Y tras un largo rato de silencio, envuelto en la armonía del lugar y la lectura, apareció ante mí un majestuoso pavo real.

De manera muy breve, y para quien no recuerde el mito de Argo, Argos en su versión latina, éste cuenta cómo Zeus (Júpiter para los romanos) se enamoró de Ío, una sacerdotisa de la diosa Hera (Juno en la mitología romana). Y una vez que se unió a ella, y para salvarla de los celos de su esposa Hera, la transforma en una hermosa ternera blanca. Sin embargo, Hera, que conocía las múltiples infidelidades de Zeus, le pidió a su esposo que le regalase la vaca, a lo que Zeus accede para no levantar sospechas. Así las cosas, Hera recibe a Ío como presente, y seguidamente le asigna como guardián a Argos Panoptes, el gigante de cien ojos, para que se encargue de vigilarla noche y día. Al final, Zeus ordena a Hermes (Mercurio para los romanos) que rescate a la vaca, algo que hará adormeciendo a Argos con la música de una flauta y decapitándolo después con su espada. Es por esto que a Hermes se le atribuirá el calificativo «Argifonte». Muerto Argos, Hera recogerá sus innumerables ojos y los colocará como símbolo eterno en su ave favorita, el pavo real. Ésta, en venganza, envía a Ío una Erinis y, picándola sin descanso, la obliga a huir por numerosas regiones de Grecia, Escitia, Asia Menor y África, donde acabará recuperando su figura humana y dará a luz al hijo de Zeus, Épafo.

"Se ha dicho que en los mitos griegos nos hallamos frente al pensamiento crítico, precursor de la lógica como misterio del universo"

Reposado, con una cadencia elegante, paseaba ante mí de un lado a otro del jardín. Era un auténtico centinela, cuya presencia llena de belleza me hizo pensar en el mito; en la lealtad del poderoso guardián Argos. En todos esos ojos desplazados y aumentados, plasmados ahora sobre enormes plumas que enfatizaban el vínculo entre lo humano y el mundo natural que transciende más allá de nosotros. Panoptes, el que todo lo ve, protector y vigilante de los secretos divinos. Brillante como la claridad mental, el conocimiento o la sabiduría. Como si el propio Argos hubiese decidido convertirse en el custodio del parque, éste, al principio, no me permitió que le sacase una foto sentado desde el banco de madera. Por un momento pensé en si se había convertido en mi guardián; era como una figura omnipresente e inquebrantable. Pero regresando al mito, había leído que el conocimiento hace que, tal vez, el hombre adquiera una dimensión divina. De ahí que Argos muera y al mismo tiempo se perpetúe en la cola del pavo real, como conocedor de un misterio descubierto por Hermes, quien seguramente le ofrece las claves concretas para redimirlo de su ignorancia y facilitarle la trascendencia. Y así, transformado para siempre en esa cauda pavonis, ser el adorno eterno del animal consagrado a la diosa Hera. Una metamorfosis que busca la delicadeza de lo eterno.

Se ha dicho que en los mitos griegos nos hallamos frente al pensamiento crítico, precursor de la lógica como misterio del universo. Y siendo así, al mirar hoy de nuevo la foto que disparé a mi guardián antes de abandonar el lugar, pienso que siempre surgen, tal vez, otras formas con las que prestar atención y vigilar el mundo que nos rodea. Quizás, con la humildad necesaria que se necesita para orientarnos en esta vida o pedir consejo antes de tomar una decisión frente a lo difícil de ésta. Una mirada atenta y generosa que evite cualquier canto de sirena que nos haga perder el cuidado y ponga en riesgo nuestras vidas o las de otros.

Mi corto paseo sobre esta historia ha llegado a su fin. Así es que aquí les dejo con otro ojo, el que está frente al objetivo de la cámara y que perpetúa la escena. Está entreabierto sobre la pared a modo de ventana, encima del banco de madera y que parece unir dos mundos donde se inmortaliza la vigilancia de Argos a través de los tiempos y lo que nosotros vemos a través de la naturaleza.

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