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Toma y lee (XI): Un viaje lento en el verano “D”

Toma y lee (XI): Un viaje lento en el verano “D”

Foto de portada: Agustín Rivera

En este omoshiroi que os sirvo en Zenda, publico una vez al mes un diario de lecturas y conversaciones sobre libros.

Si te apetece, toma y lee.

Sábado, 2 de julio

Tener 49 años y disfrutar cantando, bailando y hasta saltando en un concierto… en primera fila. Celebramos las primeras cuatro décadas de Danza Invisible. Siempre los tengo muy cerca, A este lado de la carretera.

Jueves, 7 de julio

Regresar al paraíso gaditano. Todo el verano por delante. Los días y sus noches. Cenando con amigos, conversando sin mirar el móvil, atrapando la vida. Póngame otro gerundio con naranja, por favor.

Viernes, 8 de julio

Asesinan a Shinzo Abe, ex primer ministro nipón. Entro en directo, vía Skype, en el programa de Teodoro León Gross en Canal Sur, para hablar del magnicidio y del polémico artículo 9 de la Constitución nipona. ¿Japón tiene Ejército? Pues claro que sí. Sus llamadas “fuerzas de autodefensa” son un eufemismo.

Jueves, 14 de julio

Desde hace un año soy más afrancesado y este julio reforzaré aún mi candidatura; ya lo irás comprobando, querido lector.

Curso de verano sobre el Ulises de Joyce dirigido por Antonio Soler con Felipe R. Navarro como secretario. Rodrigo Blanco Calderón, caraqueño de la Alameda de Colón, llega con elegancia al Ateneo. Antes de que empiece su sesión me anima a tomarnos algo en el Thyssen. Compartimos mundos literarios. Su fraseo incita a escucharle siempre con especial atención. Nada de lo que dice parece (ni es) superficial, impostado o prescindible.

En el coloquio, Justo Navarro, un bromista de alma cálida y verbo preciso, gasta pinta de señor muy seriote. También hace un encendido elogio al Ulises: “Es fácil perderse, y luego de haberte perdido, encontrar la salida”. Lúcido Eduardo Lago, experto rotundo en Joyce, con su rostro de permanente sorpresa y ganas de aprender algo más, le pregunta a Blanco sobre la influencia de Cabrera Infante. Y sentencia: “En cada capítulo presenta una técnica distinta. Revoluciona para siempre la novela a escala universal. Tenemos que aprender su lección”.

¿Tú eres periodista? Cómo se nota. Lo apuntas todo. Uno no sabe si eso es piropo o un veneno al que no puedes renunciar.

Viernes, 15 de julio

De repente, alguien se refiere a Albert Camus, y Juan Cruz, desde el público, hacia la mitad de la sala, aplaude a rabiar a los caballeros de la Orden del Finnegan’s.

—Voy a hacer un viaje lento —le anuncio a Cruz, que lleva una bolsa blanca echada a su espalda con algunos libros que ha comprado hace un rato.

De izquierda a derecha: José Antonio Garriga Vela, Antonio Soler, Malcolm Otero Barral, Jordi Soler y Eduardo Lago en el Ateneo de Málaga. Foto: Agustín Rivera.

Una fiesta la de estos caballeros de la literatura que celebran a Joyce en Málaga (Malcolm Otero Barral, Eduardo Lago, Antonio Soler, Jordi Soler, José Antonio Garriga Vela) y que modera Eva Díaz Pérez. No nos pongamos muy serios, continuemos jocosos, que hemos venido a divertirnos y a disfrutar del estilo literario como cada 16 de junio en Dublín. Con la Torre Martello, con hombres de hierro que lloran como niños. Una ruta de bares, el pub del cementerio, y otros tugurios donde no hay música y todo el mundo está cantando.

Qué grandes estamos esta mañana.

Martes, 26 de julio

El tren arranca a las 14.32. Fuera hace 41 grados. Dentro, el fresquito deriva en frío. 209 kilómetros por hora. Señoras mayores con esa cosa infantil de ir a su aire, como si no estuvieran en el vagón de silencio: ¿Está la Encarna más tranquila? ¡Ah!, ¿sí? ¡Qué alegría, qué alegría! A ver si tiene suerte. Vale, cariño, tesoro, ya nos veremos. Un besito a todos.

Toñi está leyendo, ensimismada, concentradísima, la página 99 de Manhattan Transfer. En la película del tren los chicos protagonistas viajan a Saint Malo. No quiero ver lo que nos espera. Guadalajara. ¿Qué son? ¿Alcornoques, algarrobos o encinas? Mira, los campos de lavanda. Huelen genial.

Leo en el iPad números atrasados de Abril, el nutritivo suplemento literario de El Periódico de España capitaneado por Álex Sàlmon. Escribe José María de Loma sobre Sonámbulos, de Alejandro Pedregosa: “La historia es el reflejo de ese tiempo que en toda vida se vive como si jamás fuera a llegar el otoño”.

Carlos Edmundo de Ory: “Los pájaros son pensamientos perfectos”.

Miércoles, 27 de julio

A las 11.05 atravesamos la frontera. Vamos en paralelo a la autopista y a más velocidad que los coches. El gusto del tren, aunque sean rigurosamente vigilados. Tengo que tener cuidado en este viaje con lo que anoto en el diario, no por el contenido, sino por la forma. A veces me dejo llevar por la escritura automática e incluyo letras inacabadas, como jotas sin punto, eses que parecen íes y alguna sin rematar.

La chica de enfrente es muy morena, tiene los ojos negros y viste una blusa verde y unos pantalones vaqueros. Es de Perú y está concentrada en la escritura en su ordenador portátil Mac. No sé si tiene mucho sentido escribir estas líneas anteriores. ¿Qué lee su compañera de asiento? ¿Lo has visto? Un poco más discretito, venga.

Toñi cierra los ojos intentando dormir. Antes me dice: “Cuando lleguemos a París, nos echamos a la calle”. Delante de nosotros hay dos madres, una estadounidense y otra alemana, hablando de cómo están pasando sus vacaciones. Bueno, sus no vacaciones porque hay que estar pendiente de los niños. Mira, Lisa, ellas también van a Disneyland. Las dos niñas rubitas, de unos 11 y 7 años, son de anuncio.

Mis pies (un 45 con deportivas) están cerca del pasillo, a punto de dar una zancadilla a la revisora que pide a los que todavía no la llevan puesta que se pongan ya la mascarilla. Pues yo no tengo. Tome esta y no se la quite.

Paramos 15 minutos en Perpiñán. Dos policías, armados hasta las encías, con chaleco antibalas (solo le faltaba el pasamontaña) hablan con un hombre que lleva una mochila. Los viajeros se preguntan: ¿será un polizón o un delincuente? Esto se anima.

Ahora dicen que la salida es inminente. “Esos chicos se han pasado de la raya, tendrían ganas de aventura”. Viajamos sin ellos. Se pierden un parque natural con flamencos, una tremenda balsa de agua. La luz entra en diagonal en el tren y me fijo en los que practican windsurf. El espectáculo dura mucho más de lo previsto. Al llegar a Montpellier una señora de unos 70 años con pinta de exploradora que lee un periódico con un titular impactante de sucesos busca cobertura con el móvil.

Acabo de empezar a leer El bello verano de Cesare Pavese.

Llegar a París, aunque sea como turista, aunque solo sean unas horas, aunque mañana te levantes muy temprano para viajar a otro lugar. En el Boulevard Montparnasse dudamos si entrar en el Eclet o en La Coupole, dos sitios míticos de este barrio, quizá mi favorito parisino, donde vivieron los más grandes artistas. En La Coupole parece que va a salir en algún momento Giacometti para recibirnos, como aquí glosaba Vargas Llosa. Los camareros son amabilísimos. En la mesa de atrás cantan el cumpleaños feliz. Él y ella, unos cuarentañeros muy elegantes y que parecen recién salidos de un afterwork, toman un vino blanco en la barra. ¿Quién dará el paso? Doisneau hubiera fotografiado ese primer beso.

En una esquina frente al cementerio de Montparnasse que visitaremos en la vuelta, me fijo en una placa que recuerda que entre 1937 y 1939 trabajaron Robert Capa, Gerda Taro y Seymour, mitos del fotoperiodismo.

“Pino era bajito. Tenía la nariz torcida y se pasaba el día jugando al billar. Tenía la espalda tan llena de pecas que parecía oxidada” (El bello verano)

Jueves, 28 de julio

Cuando me desperté, ya estaba en Bretaña. Saint Malo a 23 grados es un cuento de hadas, Ávila en el mar, sí, y una piscina que se adentra en el agua con bañistas que se tiran de cabeza en el trampolín como si fueran nadadores de competición. A la playa acaban de llegar dos grupos de adolescentes (equipo naranja y amarillo) a practicar un deporte que se parece al béisbol. Una señora mayor en silla de ruedas disfruta del agua. Y hago fotos para acordarme. El móvil me recuerda imágenes de hace tres años. No me acuerdo de ese sitio. ¿Qué comimos? ¿Llevaba puesto aquel polito que ya no me pongo por esa mancha que jamás se quitó?

Un cielo que se encoge y se exhibe de repente. Casi todos van con camisetas con rayas azules y blancas, símbolo francés por antonomasia. En una tienda de souvenirs un muñequito repite como un loro todo lo que dices, incluso las risas, en todos los acentos. Querubines infantes se funden en carcajadas.

Foto: Agustín Rivera.

Pontorson es un pueblo pequeñito. Al hostel se accede a través de un código y una llave en la que hay que introducir una clave secretísima. La escalera huele a Los tres mosqueteros, dice Toñi. Quitamos peso de las maletas para subir más cómodos a la coqueta habitación. Escuchamos las campanas de la tarde en la Iglesia de Notre Dame, del siglo XII y XIII. Viajo varios siglos adelante: aquí solo veo hugonotes.

Cenamos en La Casa de Quentin. Ahora, finales de agosto, cuando paso a limpio este Toma y Lee, leo las excelentes críticas en Tripadvisor. En el momento que llegamos no sabíamos qué tipo de avituallamiento era. Esperamos unos minutos de cola. Antes de llegar el entrante, saco de la mochila mi cuaderno y apunto ideas y frases en el diario.

Este tipo con bigote y manos en los bolsillos, el que lleva bermudas marrones, tiene pinta de personaje fracasado en una comedia romántica francesa. El de delante, con sus gafas redondas y pelo rizado… y así en este plan imaginamos vidas. Ellos seguro que fantasean con las nuestras. Pedimos Les Jamelles, un Pinot Noir. ¡Pero no lo hemos dicho el tamaño! Petit, petit!

Me imagino en Pontorson aviones aliados de la Segunda Guerra Mundial. Hay que ver otra vez Dunkerque.

Viernes, 29 de julio

Nueva York, 2003.

Buenos Aires, 2005.

Mont Saint-Michel, 2022.

¿Qué tienen en común estos lugares? Muchas expectativas. Altísimas, demasiado elevadas, quizá. Y en los tres casos siempre el resultado de lo visto, de lo vivido, de la experiencia tan deseada, fue mejor de lo esperado. Bueno, Mont Saint-Michel —debo escribir y escribo—, porque lo hago en presente, es para enmarcarlo. No creía que subiríamos arriba del todo, ni que desde esa altura se vería tanto horizonte, ni que podríamos entusiasmarnos con cada sala, con los recovecos de un lugar de peregrinación.

La marea que sube y que baja ajusta las horas. Ahora hay que encontrar el coche. No, no mires hacia atrás. Sí, tu ojo ha retenido esta mañana tan completa. En la limosnería hablé japonés. En el refectorio vi que una pareja estaba a punto de sacar su tupper. Los monjes de la iglesia se han escapado de El nombre de la rosa. Y las gaviotas viajan en círculo. ¿Qué es eso que se ve al fondo?

Sábado, 30 de julio

Toñi sabía que era mi lugar favorito del viaje. Quizá favorito no sea la expresión más adecuada. El que tenía más interés, una obsesión. Ella ha venido por mí. Y le da pena y mucha tristeza pensar en las madres, novias y hermanas de los chicos, porque eran chicos, muy chicos, imberbes, presa fácil, soñadores, los que murieron en la playa. El horror de la ametralladora, disparos a discreción y los aliados avanzando sobre las tropas alemanas. Y gracias a ellos, a su valentía, tenemos libertad.

Omaha Beach, epicentro del Día D. El Desembarco de Normandía. Aquí estoy.

Estamos en la Rue Bernard Anquetil. Hay banderas francesas, estadounidenses y canadienses. No lo olvidaremos. Observo banderolas con las imágenes de los soldados que murieron. Algunos son de la II División de Infantería. Las imágenes son en blanco y negro.

Estas pinceladas descriptivas de lo que veo en este entorno que fue de destrucción y ahora rebosa vida. Una niña con un gorrito lila, de unos cinco años, con chanclas de color carne hace un pequeño castillo de arena, y lleva un bolso en plan bandolera. Viste una camiseta que dice Do you think about? Con el iPhone de la madre fotografía a una gaviota que está en una especie de desnivel de granito. Dan ganas de pasear y meterse en el mar. ¿Por qué no lo hago?

Foto: Agustín Rivera.

Su hermana, con gorro blanco, escucha las indicaciones de sus padres que le hablan del sitio. No creo que su memoria se acuerde cuando sea mayor de este día. Una pareja juega a los dados y dan cuenta de la puntuación justo en la explicación de lo que pasó el Día D.

En la avenida de la Liberación, dos galgos corren por la playa y una pareja toma un bocadillo en la orilla sentados en una silla verde. Intentan hundir sus pies. Una chica juega a las paletas. Al fondo se ven unos acantilados. Veo venir a un joven, que lleva la gorra blanca y negra hacia atrás, con una camiseta de los Detroit Pistons. Mañana no seremos lo libres que somos hoy. Hoy somos más libres que nunca, dice Toñi.

Voy a meterme en el agua. Está a 20 grados. Peligro con los bancos de arena. Disfrutamos de una brisa agradable. Es un Atlántico redomado, al menos hoy. Un francés va con dos baguettes en la mano y una pareja de argentinos comentan que aquí estuvo Obama. Sigo viendo imágenes de soldados muertos con fotografías de jóvenes con toda la vida por delante. En el museo memorial del Desembarco, con detalles de la vida cotidiana que contextualizan la barbarie, me sorprende que el documental se centre en lo obvio, lo ya sabido, que no ofrezca una narrativa rompedora.

En el cementerio americano las cruces blancas asoman entre los nombres de los soldados fallecidos. Y, al fondo, la playa del Desembarco. Tengo la misma sensación que cuando he viajado a Hiroshima y a Nagasaki. Es un momento muy especial de la Historia que jamás podemos olvidar.

Domingo, 31 de julio

El tapiz de Bayeux es el primer cómic de la Historia. En una de sus 58 escenas aparece representado el cometa Halley, que no vi en 1986. Volverá en 2061. Las batallas, la crueldad de la guerra, otra vez —hay que insistir —, está muy bien reflejada. Mide 70 metros de largo y la audioguía explica con claridad su importancia.

Justo del 1 de julio al 30 de septiembre se puede circular en esta carretera que bordea Arromanches-les-Bains a 70 kilómetros por hora. ¿A qué velocidad se podrá ir a partir del 1 de octubre? Un niño de unos 10 años, vestido con la camiseta del Celtic de Glasgow, juega al discóbolo con su padre, con el pelo canoso y camisa floreada y bermuda color caqui. Qué felices son.

La avenida 6 de Junio de Caen, donde nos alojamos, está vacía. ¿Nos volvemos al hotel o vamos por otro sitio? Juan Carlos tendrá unos 25 años. Es economista y colombiano de Cali. Su hermano vive en Bilbao. Duda si tras acabar su estancia en Caen, donde es camarero en un restaurante al borde del puerto, regresar a su país, quedarse en Francia o intentarlo en España.

En el hotel, donde se exhibe una competición de volley playa femenino en la televisión del salón de juegos, ganamos al futbolín a unos ingleses fans del Liverpool. Isaac, el niño, pedía más contundencia en el remate a su padre, que no goleaba: finish, finish! Juego a las damas. En la tercera partida aguanto cinco minutos sin caer fulminado. Al ajedrez ni lo intento. Siempre hay tiempo de hacer (más) el ridículo.

El viaje continúa.

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