Incluso los que no son muy de comedia romántica conocen la escena más célebre de Cuando Harry encontró a Sally. Están los dos personajes en el neoyorquino restaurante Katz’s. Sally no solo le informa, también le demuestra a Harry que las mujeres pueden fingir un orgasmo sin mucha dificultad. Al acabar los gemidos, una señora, mirando a Sally, le dice a la camarera: “Tomaré lo mismo que ella”. Ya saben, nada como ver a alguien disfrutando en exceso con algo para que ese algo se convierta ipso facto en objeto de deseo.
La semana pasada, en la presentación a la prensa de la colección, llegó la pregunta. ¿Cómo animar a una lectora joven a que vaya más allá de La metamorfosis kafkiana que leyó en el Instituto y pruebe con otras historias? ¿Cómo convencer alguien de que Austen es mucho más que la autora predilecta de los directores que practican ese subgénero conocido como Cine de tacitas? Sabido es que para estas cosas no hay receta que funcione, con garantías plenas de eficacia, y consiga que los más jóvenes se pongan a leer a los clásicos o que los mayores curioseen en las librerías fuera de la mesa de novedades. Volviendo al orgasmo del principio, Del Molino respondió a la pregunta que “exponiendo nuestra pasión, sabiendo transmitir el placer enorme que te proporciona su lectura”.
En esto de los escritores escribiendo sobre escritores y de entusiasmos compartidos, fue ejemplar La infancia recuperada, de Fernando Savater. Este libro, que pronto cumplirá cincuenta años, es tan libro sobre libros ajenos (La isla del tesoro y decenas de maravillas más) como libro puramente savateriano. Exactamente lo mismo podemos decir de las Dos tardes con Kafka de Vilas, las dos de Espido con Austen y las que nos propone Del Molino con Roth. Puede que sean encargos pero son, que nadie lo dude, encargos muy apasionados.
Son ensayos breves —dos tardes, no más— para todos los públicos. “No hay aquí lecciones magistrales ni monografías de especialista”, avisa Del Molino, como editor invitado al principio de cada libro. A sus autores —y volvemos por última vez al inicio orgásmico de este texto— también les pasó eso de querer tomar lo mismo que habían tomado autores que escribían sobre otros escritores y no disimulaban el fervor. Así, a Vilas, por ejemplo, se le reveló otro Quijote después de leer el libro que le dedicó Vladimir Nabokov a la obra de Cervantes. A Espido le voló la cabeza lo que Simone de Beauvoir escribió sobre Colette y Virginia Woolf en El segundo sexo. “Era muy joven y solo había ido buscando en los libros la grandiosidad de la emoción y la perfección del estilo, pero nunca me había detenido de esa manera en la psicología del personaje, y en cómo cada autor reflejaba una voluntad literaria incluso contraria a la época. Inició también mi preocupación por la construcción de personajes femeninos sólidos”.
La lectura que hizo Andrés Trapiello de Benito Pérez Galdós cambió la mirada de Del Molino sobre el autor de Fortunata y Jacinta. Por eso, este último considera fundamental que los escritores compartan esas lecturas y cambien la forma que tenemos de ver la tradición, el modo en que nos relacionarnos con ella. “Eso”, añade, “sucede de manera informal constantemente. Con la colección vamos a sistematizarlo. Se trata de aprovechar ese grado de intimidad y de profundidad que puede tener un escritor que está escribiendo como lector entusiasta y a la vez está reflexionando sobre su propia obra y sobre quién es él como escritor, porque hablamos de obras que configuran nuestra propia identidad”.
Dos tardes con Roth
Del Molino ha encontrado en Roth muchas de las cosas que le interesan, que le han marcado no solo como lector sino también como escritor. “Hay algo que seguramente ya estaba en mí pero que al descubrirlo en él lo he cultivado mejor, lo he ido afinando: me refiero a privilegiar la mirada sobre la tesis, estar predispuesto a dejarte sorprender por el mundo y no tener un anteojo, una idea preconcebida que intentas ilustrar con un ejemplo que ya has buscado de antemano y que se adapta a lo que tú piensas sobre el mundo. En momentos de flaqueza me ha ayudado pensar cómo lo hacía él”.
Se ha leído a Roth como escritor que prefigura el Holocausto, como judío o como albacea del Imperio Austrohúngaro. Del Molino nos propone leerlo como autor borracho, como creador profundamente marcado por su condición de alcohólico de la cual no reniega nunca. “Así soy realmente: maligno, borracho, pero lúcido», escribió el responsable de Job y La leyenda del santo bebedor en la dedicatoria de un autorretrato que se hizo en París en noviembre de 1938, seis meses antes de su muerte. El consumo descontrolado de alcohol va a más con los años y le va condicionando la escritura. “Lo que sucede es que va adaptando su debilidad y merma de lucidez; lo hace cambiando su escritura para poder seguir siendo constante, entregando libros y artículos. Básicamente rebaja su ambición. Ya no escribe novelas largas ni grandes epopeyas, no tiene la voluntad de contar todo un continente o una época. Se refugia en el mundo imaginario de la Galitzia de su infancia y se va poco a poco haciendo un escritor de miniaturas. Eso se ve muy bien en mi libro favorito suyo, El peso falso. La prueba de esa incapacidad es que dejó inconcluso su gran proyecto, que era escribir su autobiografía, de la cual solo nos ha quedado un cuento, Fresas”.
Dos tardes con Austen
Espido Freire ha declarado su intención obvia de despertar interés entre potenciales lectores por la novelista de Emma o Sentido y sensibilidad, pero también de aprovechar sus páginas y este 250º aniversario de su nacimiento para tratar de sacudir los equívocos y clichés que se han ido imponiendo y que muchas veces dificultan una adecuada comprensión de su mirada. Austen va sobrada de popularidad, pero es preciso, nos cuenta, leerla valorando más su capacidad crítica y su lucidez. “De lo contrario, sus novelas se convertirían en romances inofensivos, en los que el final feliz perdería las sutiles referencias que nos hacen leer entre líneas la intención de la autora: sin esas referencias, la sátira se convertiría en una historia más con final feliz”.
De hecho, en el canon literario, la consideración de que goza Austen está lejos de la que merece. Y no solo ella. “Tampoco la tiene Safo, Charlotte y Emily Brontë, Virgina Woolf, Emilia Pardo Bazán, Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Madame de Staël… Es lógico. Llevamos siglos teniendo una perspectiva de la literatura muy peculiar, por lo general centroeuropea y centrada en la idea de que las grandes historias las han contado los varones. El proceso de alfabetización de las mujeres durante el último siglo y medio indica que también queremos leer y participar de un mundo creativo en el que no seamos únicamente musas o receptoras, sino también autoras. Eso provoca a veces la tensión de si estamos incluyendo con calzador determinados nombres o es que no los hemos sabido leer o dar la importancia que tenían en su momento. Dentro de todo esto, Jane Austen es una de las privilegiadas. Es uno de los nombres más reconocibles, adaptados y leídos. Y sin embargo es precisamente por esa popularidad que no se le otorga la dignidad literaria que debe tener. Hoy es imposible acercarnos a la novela contemporánea sin reconocer cuál ha sido la influencia de la novela inglesa del XIX en general y de Austen en particular. Es importante seguir insistiendo en esto”.
Dos tardes con Kafka
En Vilas, su vocación de escritor está estrechamente ligada al descubrimiento, absolutamente imprevisible, de las obras completas del genio de Praga en la casa de sus padres. Optó por la estructura de diccionario para poder dar un poco de orden al caudal enorme de cosas que quería decir sobre el autor de El proceso. Un diccionario que, como no podía ser de otra manera en él, está lleno de sorpresas y junto a las entradas de nombres propios inevitables como Max Brod (”la obra de Franz Kafka es la fe de un hombre llamado Max Brod, que creyó que los papelajos que había dejado su anónimo amigo tras su muerte contenían el santo grial de la literatura”) o su amada Milena Jesenska (“Es obligatorio, terriblemente obligatorio, leer las Cartas a Milena”), hay otras para Elvis Presley o para las drogas (“Kafka no es literatura. Es droga. Te conviertes en el drogadicto perfecto. En el mejor drogadicto del mundo, porque quien te suministra la droga es el mejor camello del mundo”).
Cree además Vilas que la grandeza de Kafka no ha hecho, en realidad, más que empezar. “Nuestro terrible mundo político actual está sugerido, expuesto en la obra narrativa de alguien que murió en 1924. A mí eso me hace pensar que la fama de Kafka acaba de empezar. Kafka va a ser el escritor más importante de la historia de la literatura en siglos venideros”.
Hablando de grandeza, la grandeza de estos ensayos es que tienen las maneras idóneas para llevarte a otra grandeza, la de algunos de los mejores libros del siglo XX y el XIX. Ojalá. Las ventas dirán.
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