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Tomás Sánchez Santiago: la ficción de la memoria

Tomás Sánchez Santiago: la ficción de la memoria

Uno entra en los libros de Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) para descubrir o constatar, a las pocas páginas, que no querría abandonarlos nunca. Pertenece a esa estirpe de escritores secretos que en silencio pergeñan páginas memorables que rara vez obtienen el eco que merecerían, y por eso se congratula uno de que poco a poco unos cuantos críticos perspicaces y ciertos jurados reparen en su dominio del lenguaje, su forja de un estilo tan rico como irrenunciable, su capacidad para levantar mundos que son radicalmente personales y, justamente por eso, terminan perteneciendo a todos sus lectores. Tomás Sánchez Santiago se venía dando a conocer como poeta —así se presentó en Amenaza en la fiesta (1979), y en ese rol se fue afianzando con La secreta labor de cinco inviernos (1985), Vida del topo (1992), Lo que sobra de los sueños (1993), En familia (1994), El sigilo (1999) o Lo bastante (2004) hasta que en 2006 se reveló como un novelista portentoso gracias a un premio, el Ciudad de Salamanca, que tuvo a bien reconocer su primera incursión en un género que resultó dominar como pocos lo han hecho. No conozco a ninguna persona que haya leído Calle Feria y haya permanecido impasible a su influjo. Aquel libro, en el que Sánchez Santiago regurgitaba su propia infancia para tejer desde una pequeña calle de Zamora —con el centro situado en una tiendecita cuyo toldo, con el rótulo Calzados Sánchez, aún sobrevive en la vieja ciudad anclada al Duero— un descomunal tapiz de alcance universal, fue pronto aplaudido por quienes tuvieron la fortuna de atraparlo entre sus manos. «Una gozosa invitación a extraviarse en un laberinto multiplicado, sin hilo de Ariadna que conduzca a la salida», escribió Ángel Luis Prieto de Paula en El País; «Una novela fundada en la humildad radical de quien atiende a las pequeñas cosas, a las palabras justas, al empeño en lo modesto y verdadero», lo saludó Eduardo Moga en Quimera; «Una novela esperada que apuesta por la épica de lo cotidiano y el compromiso con una calle que es reflejo moral de un mundo», detectó Fulgencio Fernández en El Mundo.

"La alta literatura vino en este caso acompañada por las ventas, porque un buen número de lectores se vio gratamente interpelado por el verbo de Tomás Sánchez Santiago"

No era hiperbólica ninguna de esas apreciaciones, porque Calle Feria, además de una novela portentosa, era varias cosas a la vez: un tratado heterodoxo de historia urbana, un compendio de narraciones orales, una galería de personajes estrafalarios y entrañables, una colección de estampas que transitaban entre la costumbre y el surrealismo y un permanente juego de autoficción que tan pronto incorporaba al festival extravagantes informes de censura como se deleitaba en la transcripción de las críticas cinematográficas que pergeñaba para la prensa local uno de los individuos más memorables de los muchos que caminaban por sus páginas, en las que para rematar había celebradas irrupciones de figuras tan reales como el pianista Miguel Berdión, la artista Delhy Tejero o el poeta Federico García Lorca. La alta literatura vino en este caso acompañada por las ventas, porque un buen número de lectores se vio gratamente interpelado por el verbo de Tomás Sánchez Santiago y la edición no tardó demasiado en agotarse. Se convirtió así en una pieza de culto, una joya sólo rastreable en librerías de lance, y a menudo a precios prohibitivos, hasta que la editorial segoviana Isla del Náufrago se avino a rescatarla allá por 2014.

Años de mayor cuantía

Calle Feria

Tanto tardó Tomás Sánchez Santiago en alumbrar otra novela —aunque prosiguió su ya consolidada trayectoria poética: El que desordena (2006), Pérdida del ahí (2016)— que pudo pensarse que sería autor de un único libro, lo que tampoco habría estado nada mal teniendo en cuenta la envergadura de la pieza. El año pasado, sin embargo, llegó la feliz noticia de su regreso a la narrativa de largo aliento con Años de mayor cuantía (Eolas), un volumen que proseguía y renovaba la senda abierta en Calle Feria para dotarla de una trascendencia aún más profunda. Se presentaba este nuevo título acompañado de un lema, Memoria y fábula, que podría resultar obvio —¿no es la memoria, en todos los casos, una pequeña gran fabulación?—, pero que incorporaba, en realidad, la gran clave de esta nueva entrega, porque en ella su autor emprende un viaje por distintos hitos aparentemente menores de su biografía que, de una u otra forma, terminaron delimitando las fronteras de su carácter. Así, se describen o se glosan o se reconstruyen —es decir, se imaginan, porque la imaginación no deja de ser un desquite de la memoria— episodios sucedidos en esa Zamora que Tomás Sánchez Santiago ha incorporado al olimpo de las ciudades irremediablemente literarias, pero también en otras —como Madrid, Salamanca o El Burgo de Osma— en las que el escritor fue dejando retales de sus trabajos y sus días. No quiere decir eso que el libro sea una concesión al ombliguismo, tan tristemente habitual cuando los narradores optan por situarse a sí mismos en el centro de sus tramas, sino que Sánchez Santiago hace uso de su experiencia y su generosidad para mirar alrededor y mostrarnos los estratos más débiles, y en consecuencia menos visibles, de la España que echó a caminar, herida y somnolienta, tras una guerra civil, aceleró el paso a la par que agonizaba un dictador y creyó llegar tan lejos que hasta se permitió dormirse en los laureles de una opulencia efímera. En ese recorrido nos cruzamos con unas monjas que salvan a un tierno infante de perecer bajo las astas de un buey, un pirotécnico catalán que instala su pequeño taller a las orillas del río, un cocinero que trata de evadirse en una noria del aburrimiento que a diario le invade a las cinco en punto de la tarde, un conserje antaño agresivo al que el paso del tiempo convierte en un despojo, un taxista salmantino que solivianta con sus soflamas patrióticas a un grupo de estudiantes o unos internos de un psiquiátrico que involucran al profesor recién llegado a sus dominios en un extraño juego de jeroglíficos. Y así, a medida que avanza la evocación personal, se va dibujando también la epopeya colectiva de un país que es el nuestro a lo largo de un tiempo que nos perteneció y engendró éste que ahora pasa y del cual somos hijos.

Comercio de «Calzados Sánchez», en la calle Feria de Zamora

"Años de mayor cuantía constituye, pues, un nuevo golpe en la mesa de Tomás Sánchez Santiago, lo que es tanto como decir que ha supuesto una buenísima noticia para nuestra literatura"

Años de mayor cuantía constituye, pues, un nuevo golpe en la mesa de Tomás Sánchez Santiago, lo que es tanto como decir que ha supuesto una buenísima noticia para nuestra literatura. De ello dan fe el que, desde su llegada a las librerías hasta la fecha, haya obtenido reconocimientos de tanta envergadura como el Tigre Juan, que se le entregó a finales de 2018, o el Premio de la Crítica de Castilla y León, que le fue concedido la semana pasada. El lanzamiento inminente de un volumen, El murmullo del mundo (Trea), en el que recopila sus colecciones de prosas mínimas, bocados selectos y exquisitos, certifica que el autor se encuentra en plena forma. De él dijo Óscar Esquivias que ama las palabras hasta el punto de que, al leerlo, uno tiene la impresión de que besa cada una de ellas antes de escribirlas. A mí me gusta definir su poética —ya lo he hecho más de una vez— sirviéndome de las mismas fórmulas que emplea el narrador de Calle Feria para describir la gran virtud de uno de sus personajes más inolvidables: «Tenía el don de contar, o sea, el don de atascar la vida en el tiempo y mantenerla allí quieta, sin poder ninguno para hacer envejecer las cosas de la existencia, mientras él relataba una película o contaba una historia lejana».

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Calle Feria

Años de mayor cuantía

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