En esta novela hace frío, mucho frío. El mercurio del termómetro no consigue pasar de los seis grados, y el lector acaba con los huesos entumecidos y el corazón congelado. Alba y Miguel, los protagonistas de Ofensa al frío (Planeta), intentan que los rescoldos de su relación den calor a esa casa en la que están atrapados, pero no hay manera: las brasas no pueden ser atizadas. Un hecho traumático los devoró, la pérdida de su hija, y otra muerte del pasado amenaza con terminar con ellos. En ese libro de Toni Sánchez Bernal hay muertos, vivos que parecen fantasmas, espíritus en busca de segundas oportunidades y amor después de la muerte. Y no sé si lo he dicho ya, pero en estas páginas hace frío, mucho frío.
Hablamos con Toni Sánchez Bernal sobre médiums que ponen los ojos en blanco, de superar el dolor tras la muerte de un hijo, acerca de buhardillas más heladoras que el interior de un combi de Balay y de lo buenos que eran Mulder y Scully.
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—En Ofensa al frío hay espíritus, ¿cuánto hay de real en la novela?
—No soy un gran creyente del mundo del misterio y tampoco soy seguidor del espiritismo ni de filosofías similares. Lo que pasa es que por motivos profesionales llevo casi diez años en contacto con todo ese mundo. Al final, mi entorno ha estado formado por investigadores parapsicológicos, y me ocurría a menudo —aunque yo sea un incrédulo— que yo veía un rigor y una profesionalidad en estos espiritistas, pero la imagen que se refleja de ellos en las ficciones —películas y novelas— es muy diferente. Con ellos suele haber una pirotecnia muy gratuita. Eso me provocaba cierta frustración. Por eso, cuando empecé a escribir Ofensa al frío acepté esa responsabilidad de afrontar el relato sin las licencias habituales, para darle la mayor verosimilitud posible al contacto con el más allá.
—Pero la médium que aparece no deja de cumplir con el estereotipo.
—(Piensa) Yo creo que huye del cliché. Al hablar de médiums tenemos que distinguir dos tipos: la que vemos en algunos programas muy desafortunados de televisión, que aseguran que si les pagas dinero vas a poder contactar con tu padre muerto, que sueltan frases en latín y ponen los ojos en blanco; y luego están los otros: que no cobran, que pueden trabajar de día y no necesitan un entorno tenebroso.
—¿Cuál es la experiencia trabajando en grabaciones de experiencias paranormales que le ha impactado más?
—A ver. No he vivido ningún «proyecto de la bruja de Blair» (Risas). Aunque es verdad que no me he aburrido: he grabado una investigación parapsicológica en el andén cero de la estación fantasma de Chamberí, alertas ovnis…
—Su novela es puro conflicto: parte de la premisa de que estás obligado a vivir con tu ex.
—Me pareció un buen reto como narrador. Tienes un matrimonio que se ha querido tanto, y que ahora son apenas dos extraños. Pero que no se pueden separar, que están obligados a vivir juntos. Y claro, ¿cómo se gestiona eso? La escritura de esta novela me sirvió de exploración para encontrar una respuesta a una duda que tenía desde hace tiempo. En mi entorno más inmediato familiar, hubo un matrimonio joven que perdió a su hijo de pocos años. De camino al tanatorio, con mi pareja en el metro, hice un comentario desafortunado. Le dije: en dos telediarios han roto. Pensaba que un dolor tan grande, un tema tan inmenso como la pérdida de un hijo, les iba a separar irremediablemente. Sin embargo, mi pareja opino lo contrario: que ese dolor les iba a unir aún más y les iba a hacer más fuertes como pareja. Ese debate se quedó de alguna manera en mi cabeza, y regresó cuando empecé a escribir la novela.
—He buscado estadísticas sobre separaciones después de la muerte de un hijo. No he encontrado muchos datos y los que ofrecen tantos por cientos no son muy significativos. ¿Hay un mito sobre este tema?
—Sí. De hecho, el matrimonio que perdió a ese hijo sigue junto y ha tenido otra criatura. Estoy muy contento porque a mis amigos se les ve muy felices. Pero esas historias de parejas que pierden a un hijo, a una hija, normalmente en el cine o en las novelas, son todo un cliché: el marido se busca una amante porque la mujer está depresiva y anclada en el dolor. A la hora de construir esos personajes, intenté subvertir ese cliché: el protagonista no puede superar el dolor y es ella la que reclama que aún puede disfrutar de la vida.
—¿Cómo es ese frío del libro y que da título a la novela?
—Yo llegué a Madrid después de vivir en sitios cálidos como Alicante y Cuba; yo soy de Tarragona. Son lugares en los que hace frío un par de semanas, y te pones una chaqueta y listo. Sin embargo, en Madrid los inviernos son más duros. Cuando empecé a escribir este libro vivía en una buhardilla de 40 metros cuadrados, que estaba muy mal aislada térmicamente. Recuerdo estar con la primera versión de la novela con cinco capas de ropa encima (Risas). No estoy exagerando. Lo pasé tan mal que ese sufrimiento ha quedado reflejado en la obra. Además, como comentabas, el frío es un personaje más. Esta historia tiene detalles paranormales, y los expertos del mundo de la parapsicología aseguran que cuando suceden ciertos fenómenos baja la temperatura.
—¿Hay por ahí un guiño a Mulder y a Scully? ¿A Expediente X?
—Esa es una serie que gustó mucho. De hecho, hay un momento en el que el protagonista está viendo la serie en la televisión. ¿A quién no le gustan David Duchovny y Gillian Anderson en Expediente X y la química que tienen entre ambos? Esa fotografía tan cuidada, que surge porque no tenían presupuesto y deciden no mostrar casi nada y tener esos escenarios tan oscuros. Algunos capítulos son muy buenos. Es una serie que infectó a muchas otras que se produjeron después. No soy un loco del género de terror, no es mi favorito, pero hay ficciones como esta que me han influido, y también esa joya que es El resplandor de Stephen King. Aunque prefiero la novela a la película.
—Es que en España la película se la cargaron con ese doblaje.
—Sí. Menudo crimen.
—Su primera obra fue Morir, el último tabú. Le interesan más los muertos que los vivos, ¿no?
—Qué va (Risas). Fue todo un poco de casualidad. No soy ningún tipo de cenizo y tampoco estoy muy obsesionado por la muerte. Ese primer libro surgió porque debido a mi trabajo estaba muy en contacto con el mundo de la espiritualidad. Este tema me llamó mucho la atención: las diferentes versiones que hay del más allá. Entonces quise reunir esos diferentes puntos de vista en un libro. Casi a la vez se me ocurrió la trama de Ofensa al frío. En las dos obras hay muertos, pero repito que no estoy obsesionado con este tema.
—De todas las filosofías y religiones que investigó para esa obra, ¿cuál piensa que tiene una idea más acertada sobre la muerte?
—No sigo ninguna, pero respeto mucho al budismo y al hinduismo. También al espiritismo, pero al codificado por Allan Kardec, que es el que sale en la novela. Durante estos últimos años, en mis conversaciones con los espiritistas en alguna ocasión, desde el respeto y el cariño que les tengo, he intentado descubrir el cartón de sus argumentos, pero siempre respondieron de forma razonada a mis preguntas. Y eso es algo que agradezco, porque a mí desde pequeño me rechinaban los dogmas de fe. En la catequesis cuando preguntabas te respondían que eso era así y punto. Para eso era un dogma de fe.
—Terminamos. ¿Va a haber más historias de Miranda Delgado?
—Esa es la pregunta que más me hacen los lectores por Instagram y también los periodistas. Y me produce mucha alegría que sea así. Soy cauto, pero sí que me gustaría que Miranda tuviera una novela, o un par de ellas, como protagonista.
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