Meryl Streep se presentó al casting de Kramer contra Kramer en desacuerdo con la mujer que encontró en el guión. “Cuando Dustin Hoffman le preguntó qué pensaba de su personaje, Meryl fue clara: le parecía un ogro, ellos no habían sabido entenderla. Era fácil convertir a una mujer que decide no conservar la custodia de su hijo en una villana plana y simple”, cuenta Paloma Rando en Vanity Fair. “Según ella, su personaje necesitaba reescrituras, era importante que el público la entendiera”.
En 1979 Maryl Streep aún no era nadie. De Kramer contra Kramer salió con un Oscar bajo el brazo y una experiencia explosiva sobre la que armar una carrera. Dustin Hoffman la maltrató con la excusa de guiar a la primeriza hacia la descomposición que requería su personaje. La mortificaba mencionando a Cazale. La presionó. La abofeteó. Tiró una copa contra la pared en la escena de la discusión del restaurante. “La próxima vez me gustaría que me avisaras”, le reprochó con el pelo lleno de cristales. También la ridiculizó: “Meryl, ¿por qué no dejas de cargar con la bandera del feminismo y te dedicas solo a interpretar tu secuencia?”.
Ella propuso algunas reescrituras para su personaje. Al director Robert Benton le encantaron. La película mejoró. Streep se consagró. Aquí una buena historia para el 8 de marzo. Todavía la idea de que una mujer con hijo y marido coja la puerta porque se siente como el último trapo de la cocina es desafiante para bastantes cráneos con Twitter.
Aprovecho la coartada de Isabel Vázquez en la última Cultureta (hablamos de obras sobre padres e hijos, y ella mencionó esta película) para añadir dos cosas más. Primero, que en Kramer contra Kramer están todos los temas que nos traspasan. La infancia. La familia. La casa. El amor. El trabajo. La conciliación. La paternidad. La maternidad. Es un asombro tal concentración de trascendencia en el cuerpo de un melodrama urbanita de 70 metros cuadrados con música de Vivaldi y Purcell. Y, por si fuera poco, es una gran película. Que sigue envejeciendo mucho mejor que cualquier relación de pareja.
Y segundo. Que «trascendencia» significa que ese niño (cuyo actor, por cierto, fue nominado al Oscar con sólo 8 años, todavía el más joven de la historia) no va a olvidar en su vida cómo se hacen las tostadas francesas tanto como siempre me acuerdo de mi padre cuando corto una naranja (primero un corte redondo en cada extremo, luego cuatro o cinco cortes verticales como si fueran paralelos y vas quitando la cáscara con los dedos). Tiene una frase Almodóvar en Todo sobre mi madre que no se puede fingir, que no se puede inventar: “A los chicos que vivimos sólo con nuestra madre se nos pone una cara especial. Más seria de lo normal, como de intelectual o escritor”.
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