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Toto construye, de Gunilla Wolde: Elogio del libre hacer

Toto construye, de Gunilla Wolde: Elogio del libre hacer

En los libros de Toto, como en los de su hermana Emma, de Gunilla Wolde, los personajes son blanco papel. El rotulador los dibuja en negro y luego éstos aguardan la aparición de los colores, que llegan con las ropas, los objetos, los muebles…

Su autora, referente de la literatura infantil sueca desde los años 60, conseguía con ello un aire intemporal, libros bien construidos, libros para durar mucho. Y esa construcción, tan presente en este volumen de la serie (Toto y Emma se convirtieron en un fenómeno internacional que mostró a lo largo de numerosas entregas la vida de dos niños en la Europa urbana de la segunda mitad del siglo XX —Toto construye, Toto cocina, Toto se disfraza… El primer día de Emma en la guardería, Emma y la varicela…) se basaba en principios sencillos pero muy efectivos: integridad de los personajes (una entereza de carácter que se visualiza también en el plano formal, desde su blanca cabeza hasta sus pies descalzos), simetría compositiva (cada apertura del libro muestra una imagen especular, los motivos se disponen como alas de mariposas), y libertad de espíritu (plasmada en la determinación de los personajes y en una mirada risueña).

"De nuevo vuelve la simetría especular, con Toto a uno y a otro lado de los tablones, reforzada por el pequeño Teddy, el peluche al que iremos viendo aparecer por diferentes lugares de la escena"

Los textos, breves, también se atienen al principio de simetría y economía narrativa. Las acciones se emparejan, las escenas de diálogo se estructuran dos a dos y la trama es tan clara como el dibujo. En el caso de Toto construye, la acción se ajusta de forma diáfana al título del librito (todos los de la serie eran de tamaño pequeño, casi cuadrados, pensados para las manos que tendrían que abrirlos: el pequeño Toto desea construir una casa y solicita ayuda a sus padres, pero éstos se encuentran muy ocupados por el presente: la economía doméstica, las noticias del mundo que aparecen en los diarios).

Ni corto ni perezoso (y aquí comienza la libertad de espíritu risueña, que mostrará la encarnación del proyecto educativo constructivista: un niño que aprende haciendo, que enseña a su amigo, un oso de peluche, mientras él mismo aprende; un niño que lidia con destornilladores y serruchos y clavos torcidos, entre tablones, con perfecta normalidad), Toto irá haciendo su casa, como un perfecto carpintero. De nuevo vuelve la simetría especular, con Toto a uno y a otro lado de los tablones, reforzada por el pequeño Teddy, el peluche al que iremos viendo aparecer por diferentes lugares de la escena, movido por una mano invisible que lo hace parecer vivo.

La risa se acentúa con las imperfecciones de la ejecución y el gracioso aspecto de juego (llena de agujeros carentes de función, la casa acabará pareciendo, merced al color amarillo, un cubista queso gruyer), y el final muestra un nuevo golpe de talento: a la presentación desnuda de la casa vacía le seguirá otra de la casa atiborrada, con toda la familia invitada a ocuparla, para degustar la merienda que también ha preparado el pequeño arquitecto. La comida es imaginaria, pero la casa ha sido construida con los mismos materiales (voluntad y entusiasmo) que el libro.

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Autora: Gunilla Wolde. Traductora: Paula Chazarreta. Título: Toto construye. Editorial: Pípala. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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