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Trabajo de campo

La delgada línea que separa la realidad de la ficción, y viceversa, es, indudablemente, una tónica que roza el estereotipo del escritor-periodista. La observación innata que posee el periodista y el coraje, esa especie de maldición y don al mismo tiempo, es lo que lo empuja a cruzar todos los terrenos pantanosos que encuentra a su paso tomando nota de lo que ve, de lo que siente. De ahí que siempre ande con una libreta en una mano y un bolígrafo en la otra. Esa forma de ser es su droga, transmutada en  una obsesión y adicción de las más peligrosas. El trabajo de campo a veces puede resultar llevadero, pero cuando quien escribe, quien investiga un hecho real que quizá más tarde le sirva como punta de iceberg o, por el contrario, como punto de partida para, desde ahí, en lugar de ascender, más bien colgarse la bomba de oxígeno a la espalda e ir descendiendo a las profundidades del océano, puede llegar a ser doloroso, desagradable e insoportable. Sobre todo, cuando le falta el aire o cuando se queda momentáneamente sin él al contemplar la barbarie que ve. Rodeado de oscuridad, de seres que aún no han sido descubiertos ni clasificados por los nuevos Darwins; rodeado de cadáveres que se toparon ya no sólo con un iceberg, sino con la verdadera causa que les llevó al naufragio: el Titanic, el suyo propio, que ya salía defectuoso desde Southampton. Difícil tarea la de aquellos que se encuentran en este escenario el reflejo del alma humana. Defectuosa. Agrietada. Profunda. Abismal. Oscura… y han de retratarla.

"¿Cuántos bandos existen en el mundo, no sólo en el contexto bélico, sino en el social, en el político…en el humano al fin y al cabo?"

Marie Colvin, una de las reporteras de guerra más reconocidas y leyenda del periodismo, asesinada en Homs (Siria) el 22 de febrero de 2012 mientras era testigo directo de las atrocidades que el régimen de Al Asad estaba llevando a cabo, solía decir que sentía que habría fallado como profesional y más aún, como persona, si no se enfrentaba a los horrores del ser humano, si no nos hacía llegar al resto del mundo lo que sucede realmente cuando los bandos optan por oscurecer la verdad y nos ponen una venda en los ojos a los demás. Para no ver. Para no opinar. Para no juzgar. Y, en el peor de los casos, para no tener conciencia de los hechos sucedidos.

¿Cuántos bandos existen en el mundo, no sólo en el contexto bélico, sino en el social, en el político…en el humano al fin y al cabo? Más o menos a esta pregunta trató de darle respuesta Truman Capote, el escritor nacido en Nueva Orleans el 30 de septiembre de 1924, en su obra más célebre después de Breakfast at Tifanny’s: A sangre fría. Uno de los clásicos que forman parte de la literatura del siglo XX y que nos ayuda a comprender un poco más algunos de los matices y características que conforman este siglo XXI. Convulso. Rebelde. Violento. La novela de no ficción de Capote, que diluye los márgenes del periodismo de reportaje y la literatura, plantea principalmente los dilemas morales que los conciudadanos de Kansas, de Holcomb concretamente, tienen respecto al cruel asesinato de una de las familias más respetadas, queridas y recordadas del lugar: la familia Clutter. Y además, presenta la disyuntiva que generó la sentencia que se impuso a los culpables: la pena de muerte. ¿Quién da la vida, quién la quita? ¿Dios o el hombre? Y deja entrever, gracias a las entrevistas que realizó Capote a los vecinos, investigadores, e incluso a los propios asesinos, cómo es verdaderamente la naturaleza humana. Sin embargo, destaca también el miedo y la indefensión como dos de las armas más poderosas y que más daño nos causan. Si les ha pasado a ellos, también puede pasarnos a nosotros. Nadie está exento de sufrimiento y tragedia, declaran los vecinos a lo largo del libro.

"Olvidamos que todos y cada uno de nosotros formamos parte del mismo enjambre, lo queramos o no."

Demasiados espejos encontramos en la novela de Capote. Sin ir más lejos, el agente especial Alvin Adams Dewey, obsesionado con la historia, con el caso, con las víctimas y las manos ejecutoras del crimen, es incapaz de llevar una “vida normal” y todo lo que padece, lo sufre con igual intensidad Truman, el periodista, el escritor… Otro espejo podría ser la mujer de Dewey, Marie, cuando dice: «(…) A veces, cuando vuelvo a casa después del trabajo, bueno, pues estoy cansada. Pero siempre hay café sobre el hornillo y a veces carne en el congelador. Los chicos encienden el fuego para hacer la carne, charlamos, nos contamos unos a otros cómo fue nuestra jornada y cuando la cena está dispuesta, me doy cuenta de que tengo muy buenos motivos para sentirme feliz y agradecida». De hecho, en vista de los horrores que siguen produciéndose en una guerra que empezó el pasado febrero y que todavía no ha llegado a su fin; en vista de las familias que día tras día, no sólo en Ucrania, tampoco en Rusia, sino en todos los demás países que ni siquiera tienen un minuto en las noticias por falta de interés, por ser “lo común”, “lo de todos los días”, que se ven obligados a dejar sus casas o su patria porque no les queda otro remedio, porque es una imposición o un decreto ley; en vista de las “sin velo”, que se han convertido en el mayor de los desvelos para los iraníes y el mundo entero; en vista de todo ello… Para quienes tenemos el consuelo de cenar caliente, bajo un techo y en libertad, no tenemos más remedio —al igual que la señora Dewey— que dar las gracias a quien sea o a lo que sea en lo que se crea.

"El trabajo de campo, el verdadero trabajo de campo, no sólo les compete a los profesionales que ejercen el periodismo o la noble profesión de la escritura"

Caemos por confiados, y creemos que las desgracias en contadas ocasiones nos llegarán a nosotros, pero cuando vemos al familiar, amigo o vecino, sufrir como nosotros, sólo entonces somos conscientes de nuestra verdadera indefensión y desprotección, pues olvidamos que todos y cada uno de nosotros formamos parte del mismo enjambre, lo queramos o no. Pero a diferencia de quienes no se cansan de intentar vendarnos los ojos —llámense jefes, altos cargos, políticos o dirigentes, aunque también gente como usted o como yo—, personas como Truman Capote o Marie Colvin fueron quienes nos arrancaron las vendas a conciencia para que fuéramos testigos, a su lado, del horror de la guerra, del horror de la naturaleza humana. Y al igual que ellos, muchos otros han seguido haciéndolo a favor de todos. Ahora bien, el trabajo de campo, el verdadero trabajo de campo, no sólo les compete a los profesionales que ejercen el periodismo o la noble profesión de la escritura o la literatura, sino que nos compete a todos nosotros. Como raza, como especie, como seres humanos. Para evitar la ceguera, y se haga lo que muchos han olvidado hacer: Justicia.

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