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Tragedia y grandeza del amor

Tragedia y grandeza del amor

En septiembre de 2008 recibí un correo electrónico de un viejo amigo en el que, de entrada, me decía que por nada del mundo hubiese querido contarme lo que a continuación iba a relatarme:

Un amigo común se había puesto “muy loco” y había matado a su esposa con un cuchillo; había herido a sus dos hijos dejándolos en estado grave; había atacado a su propia madre provocándole heridas en un brazo, y “en su locura”, se había querido suicidar cortándose la yugular y tirándose desde el segundo piso de su casa, intento que resultó fallido.

En esos momentos, me decía, nuestro amigo se encontraba en estado grave internado en un hospital, “en calidad de detenido”. La prensa de sucesos había consignado el caso y, pocos días más tarde, uno de sus dos hijos también murió.

"Hablé con amigos comunes, traté de reconstruir la historia de su relación sentimental, y llegué a esbozar la idea de una novela para indagar aún más, para ponerme en su piel"

Este acontecimiento me dejó en shock. ¿Cómo había sido posible que un hombre culto, con el que había compartido infinidad de lecturas, música, cine, arte; un hombre tranquilo que jamás había mostrado signos de violencia y que incluso intermediaba en las discusiones para aplacar los ánimos de la gente más rijosa; un hombre que adoraba a sus hijos y a su esposa; que había cuidado de su madre desde que, siendo él adolescente, se había separado de su padre; un hombre así, se hubiera convertido en el monstruo que los hechos y los periódicos describían? ¿Qué podía haber ocurrido en su mente para convertirse en un asesino, ingresando para siempre en los trágicos expedientes de la violencia de género?

A partir de aquel día comencé a investigar a fondo todo lo relacionado con la crueldad humana, la psicología de los asesinos, la naturaleza del mal y la violencia. Leí novelas, ensayos, estudios clínicos; estudié las circunstancias físicas, morales, psicológicas, los contextos sociales, los entornos familiares y personales que distorsionan la vida y convierten a las personas en criminales de todo tipo. Y seguí concienzudamente cada una de las muertes por violencia de género que aparecían en los medios de comunicación, explorando razones, tratando de encontrar similitudes y confluencias con el caso de mi amigo. Quería, ante todo, comprender.

Mi amigo estaba a diez mil kilómetros de distancia, padeciendo su justo infierno en una de las peores cárceles del mundo en Ciudad de México. No podía entrevistarme con él; no se lo permitían. Así que hablé con amigos comunes, traté de reconstruir la historia de su relación sentimental, y llegué a esbozar la idea de una novela para indagar aún más, para ponerme en su piel, para intentar atisbar la atmósfera y la profundidad de su delirio, el abismo desde el que había arrojado a la muerte a sus seres más queridos y su vida misma.

"Fue así que realicé un viraje buscando el resplandor del amor, el calor de su fuego como un refugio y una oportunidad para la vida"

Todo fue inútil. Y apenas tuve una intuición. De ella nació, diez años después del suceso tristemente protagonizado por mi amigo, el primer poema de Los amores idiotas, titulado “La maté porque era mía”. Pero su escritura apenas conjuró las emociones que se revolvían en mi interior, y sentí el impulso de seguir por ese camino, internándome en los territorios donde el amor o su ilusión, el deseo y su intención, la frustración y el egoísmo, trastocan la mente humana obsesionándola con el objeto de su devoción hasta llevarla a la locura, el maltrato, la violación, el suicidio o la muerte. De ese descenso surgieron, además del título del libro, varios poemas que culminan con uno de largo aliento que se titula “Saturno Huichilobos”, el retrato de una especie de deidad atroz que emponzoña los corazones.

Y entonces, leyendo los Cuadernos de Paul Valéry, me topé con unas frases que me hicieron comprender que, ademas de que acertaba con el título de la obra, era necesario compensar la obscuridad de lo que estaba escribiendo. Decían: “El amor es idiota. Pero, por una perversidad de las cosas de este mundo, se es idiota cuando no se ama. El amor es idiota pero es el único medio de sentirse uno la comprensión de la vida”.

Fue así que realicé un viraje buscando el resplandor del amor, el calor de su fuego como un refugio y una oportunidad para la vida; la sencillez de su grandeza cuando, como escribe Octavio Paz, “brotan alas en las espaldas del esclavo, el mundo / es real y tangible, el vino es vino, / el pan vuelve a saber, el agua es agua, / amar es combatir, es abrir puertas, / dejar de ser fantasma con un número / a perpetua cadena condenado / por un amo sin rostro”.

De esta forma, el libro se completó con una serie de poemas que intentan mostrar esa parte sensual y luminosa del amor. Estoy seguro de que no abarca en absoluto los horizontes que en un principio animaron mi vuelo, tratando de encontrar respuestas a las razones que impulsan a un amor idiota a destruir o exaltar aquello que ama. Pero al menos me ha dado la oportunidad de expresar un puñado de experiencias que me han conmovido sincera y profundamente.

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Autor: Carlos Rubio Rosell. TítuloLos amores idiotasEditorial: Renacimiento. VentaAmazon

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