Solo unas semanas antes de que se celebrara el 75º aniversario del Día D, Hulu estrenó una adaptación en seis episodios, de unos 45 minutos cada uno, de la novela de culto Trampa 22, publicada por Joseph Heller en 1961. Y si hace poco veíamos en Hermanos de sangre la historia de un grupo de voluntarios dispuestos a pasar por un férreo entrenamiento y ansiosos por entrar en combate antes de que se les acabe la Segunda Guerra Mundial, aquí nos encontramos con las peripecias de un bombardero deseoso de lo contrario: largarse de allí cuanto antes. Además de como ficción histórica, el libro original se ha calificado de comedia macabra y sátira absurdista rayana en la farsa, y está considerado como una de las novelas más significativas del siglo XX, aparte de gran favorita en muchos campus universitarios. Después de dos adaptaciones en los 70 cocidas, para mal, a la sombra de la excelente comedia televisiva antibélica MASH, George Clooney aceptó tomar los mandos de este nuevo proyecto, después de contestar a la primera propuesta con un expresivo «Fuck, no! Are you stupid?». Al final fue el australiano Luke Davies, devoto de Heller desde los 17 años, quien logró presentarle un guion aceptable junto a David Michôd.
[Aviso de bombas destripadoras en todo el texto]
El libro está escrito de forma no cronológica, y desde el punto de vista de diferentes personajes, convirtiendo a todos en un protagonista coral, así que la experiencia resulta un poco como armar un puzle (o las piezas de un avión derribado) para poder ver la imagen completa. Por contra, esta miniserie relata todo de forma cronológica, con muchos menos personajes y con un protagonista principal claro al que se sigue en casi todo momento: el teniente John Yossarian, encargado de soltar bombas por toda la península italiana desde un B-25 americano, en busca de ese anhelado día cuando por fin complete su cupo de 20 misiones y pueda volverse a casa. Interpretado por Christopher Abbott, da el pego como hombre en principio decente pero capaz de llevar alguna cínica obsesión demasiado lejos y arrastrar a otros con él por el camino. Por cuestiones de planificación, Abbott alguna vez tuvo que rodar escenas, en el set de Cerdeña, de cinco episodios diferentes con tres directores distintos, lo cual ayudó con esa impresión de locura solo medio planificada que es una guerra.
A diferencia de las tropas de tierra, que tienen que vivir sobre el terreno y adaptarse a lo que les vaya pasando, la experiencia de estos aviadores es muy distinta: se suben en sus aparatos, sueltan sus bombas (ni siquiera sostienen grandes duelos en el cielo contra barones rojos enemigos) y siempre vuelven a dormir a casa, una base en una isla mediterránea de sol perenne y buena comida. Incluso cuando la muerte interviene, esta ocurre lejos y sin dejar rastro visible, ya que la forma más común de dejar de fumar entre esta tropa es ser derribado en plena acción por la artillería antiaérea desde tierra y no volver a ser visto nunca más. De hecho, el propio capellán menciona esto en el único entierro que se ve en la historia, remarcando cómo normalmente oficia «servicios», más que funerales de cuerpo presente.
Al principio, la historia es más bien cómica hasta el punto de resultar paródica, como se ve en los ejemplos del nombre del general Scheisskopf (Shithead en inglés, Cabezamierda en español), el capitán Aardvark (Oso Hormiguero, y no es un apodo) o el sargento Major, a quien su padre, muy chistoso, le puso el nombre de pila de Major y el segundo nombre de Major, o sea, Major Major Major. Al llegar a sargento, se convierte en Sergeant Major, lo cual suena a «sargento mayor», y como eso resulta confuso, lo ascienden sin más, y por esa única razón, a comandante, o sea, major. Con lo cual este pobre hombre acaba siendo Major Major Major Major.
Aparte de este humor un tanto infantil (o de tradición quijotesca, si recordamos la lista de caballeros andantes que Cervantes se inventa en la imaginación de don Alonso), pronto sale a relucir en el libro el hallazgo que ha hecho que catch-22 se haya convertido en un concepto con nombre propio, el de la trampa imposible de evitar pruebes la solución que pruebes. La primera forma que Yossarian intenta para ser enviado de vuelta a casa es ser declarado loco, o enfermo mental. Pero para que te declaren loco, tienes que solicitarlo en persona. Y si lo pides en persona, no se te considera loco, porque demuestras la cordura y entendimiento suficiente como para proceder con la solicitud, así que no estás loco. Con lo cual, si te declaras loco no te lo aceptan, y tienes que volar, y si no te declaras loco estás perfectamente y tienes que volar igual. Este tipo de situaciones ahora se llaman en inglés un «catch twenty-two» a raíz de esta novela.
De hecho, la obra acaba especializándose en presentar varios otros ejemplos de trampas burocráticas, paradojas y razonamientos circulares que terminan provocando efectos inesperados, algunos de los cuales resultarían graciosos si no fueran desgraciadamente crueles. El propio Yossarian expresa uno directamente: su objetivo es «vivir para siempre o morir en el intento», y considera para ello más peligrosos a los superiores que lo mandan de misión que a los enemigos, que al fin y al cabo solo intentan matarlo porque se encuentra allí: si no hubiera volado hasta allí, nadie se metería con él. Otro ejemplo que se va cociendo a fuego lento es el del teniente Milo Minderbinder (otro nombre escogido porque suena gracioso), que empieza siendo el encargado del rancho en la base y acaba convertido en un empresario multinacional trapicheando a varias bandas con aviones alemanes, tomates italianos, whisky escocés, dátiles argelinos, alcachofas españolas, algodón egipcio, etcétera, lo cual le lleva a ser nombrado alcalde de Palermo y El Cairo, sha de Orán, califa de Bagdad, vicegobernador de Malta y dios del maíz, la lluvia y el arroz en varios países africanos. Pero claro, todo esto lo hace de una forma «sindicada» con la que todo el mundo se beneficia, ofreciendo incluso empleos a los colegas «cuando esto termine», así que todos sacan tajada y están metidos hasta las cejas con él. Sin embargo, sus tejemanejes acaban enredándose tanto que termina acordando con los nazis un ataque contra una base americana en la que los alemanes destruirán un número acordado de aviones yanquis, «milagrosamente» sin causar bajas, solo daños materiales. Al menos esto es lo que ocurre en la serie, donde Milo aparece simplemente como un pilluelo hacendoso y despabilado, muy típico americano por otra parte, pero en el libro sí que hay muchos muertos en el bombardeo y Milo acaba en un consejo de guerra, del que se libra pagando un carísimo abogado que convence al jurado de que, al fin y al cabo, lo que hizo grande a América es el capitalismo, como el que Minderbinder ha estado aplicando a rajatabla. Es extraño que George Clooney, principal motor detrás de la miniserie y uno de los grandes bastiones de lo que en Estados Unidos llaman Hollywood liberals, haya dejado fuera esta parte. Quizá haya sido para evitar acusaciones de cargar demasiado los dados ideológicamente.
No obstante, a medida que va transcurriendo el libro, la sátira sobre la burocracia en tiempos de guerra va haciéndose más oscura y macabra. Aparte de las ocasionales muertes en combate, está el caso de Michaela, una jovencita italiana que es violada y asesinada por Aarfy (el capitán Aardvark antes mencionado). Inicialmente Yossarian se muestra dispuesto a denunciar a Aarfy, pero luego, para acallar el asunto, el coronel Cathcart ofrece a Yossarian el Santo Grial: ser licenciado de una vez por todas. Durante dos años, Yo-yo ha intentado de todo: inventarse enfermedades, contaminar el rancho, usar un micro defectuoso para abortar una misión, mover líneas trazadas por el estado mayor en el mapa, e incluso, a la japonesa, completar sus últimas once misiones (cuando el cupo se elevó a 50) en solo seis días, haciendo turnos extra, presentarlas todas juntas a la vez y obtener las firmas y sellos necesarios antes de que nadie se diera cuenta y volviera a subir el cupo. Y Yo-yo, hasta ahora el centro moral de la trama, si es que hay uno, acepta dejar una muerte y violación sin castigar a cambio de su vuelta a casa.
El papel de la mujer no sale nada bien parado en la novela (esta fue una de las preocupaciones admitidas por Clooney), y este es uno de los principales ejemplos: el cruel destino de Michaela se utiliza meramente como una forma para que el general Scheisskopf pueda ahora vengarse de Yossarian porque este se había acostado con su esposa cuando aún estaban de entrenamiento en Estados Unidos. Ni siquiera al ver frustrado su plan decide Yossarian contar lo que sabe. Al revés, por seguir silenciando lo que pasó recibe una medalla y un ascenso a capitán. Luego mucha posturita paseándose desnudo por la base, pero los hechos ahí están. A otra chica solo la conocemos como «la puta de Nately» (la serie le pone nombre, Clara), y a la esposa de Scheisskopf tampoco se le da mucha cancha más que ser rubia platino y acostarse con Yossarian. Un cambio extra en la serie es que Yossarian sí consigue encontrar a la hermana de Clara en las calles de Roma, y le da el anillo que Nately había comprado para ella antes de morir, pero la chica parece no entenderle y piensa que Yossarian se lo quiere dar a ella a cambio de sexo. Una de las enfermeras de la base también tiene algo más de diálogo, y el tercero de los tres directores de la serie (Clooney y su colaborador habitual Grant Heslov son los otros dos) es una mujer, Ellen Kuras. Pero no resulta suficiente. Simplemente, hay que comprender que esto es una historia de hombres en guerra, escrita en los años 50 por un veterano que estuvo allí. El feminismo no le preocupaba mucho.
En 1998, un año antes de morir, Heller dijo en una charla que «en mi experiencia en la guerra no pasé por nada de lo que sale en Trampa 22 (excepto la muerte de Snowden). Yo era joven, era una guerra noble y nadie que yo conociera puso objeciones a luchar en ella». Sin embargo, empezó a escribir este libro, tenido como antibelicista, en 1953, a raíz de la guerra de Corea, y la de Vietnam la convirtió en texto de culto. Esta miniserie, por mucho que esté planteada más que nada de forma cómica e irónica, acierta más con las partes más oscuras que con las satíricas (a Clooney definitivamente se le ha quedado algún tic tras sus colaboraciones con los hermanos Coen), y visualmente es estupenda, aunque desde luego es un crimen desperdiciar a Hugh Laurie, pero aun así, es de esperar que atraiga a más gente a la obra original.
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