Reconozcámoslo: la lengua francesa no es como la esperábamos. Ni suena tan bien, ni es tan romántica como nos la vendieron. Ya la habíamos estudiado antes de venir al país galo, pero a nuestra llegada descubrimos que la cotidianidad se encarga de desmontar cuanto somos capaces de idealizar. Así que dedico una nueva edición de trampas de la lengua a esas pequeñas decepciones que esperan al recién llegado.
Una vez conocido el “argot”, que además es una palabra francesa que hemos adoptado, nos encontramos con términos imposibles de descifrar, de los que nadie nos había hablado, y que no aparecen en el diccionario. Se trata de marcas francesas, tan ancladas en la cultura popular que se han convertido en nombres propios. “Sopalin” (que se pronuncia “sopalán”), por ejemplo, designa a un rollo de papel de cocina y “K-way” (que se pronuncia “caué”) a un chubasquero. Solo podemos imaginarnos por dónde van los tiros con “scotch”, que deducimos es el sinónimo de “celo” o “cinta adhesiva”, que hasta tiene verbo: “scotcher” (pegar con celo). Fácil de comprender cuando pensamos en el español “fixo”.
Una de las primeras cosas que aprendemos en el país galo, y de las que tampoco nos hablaron en clase de francés, son los tacos e insultos, todas esas palabras que dosificamos en nuestra lengua materna, pero que no tenemos ningún reparo en decir en el extranjero, porque esos nuevos fonemas no quieren decir nada para nosotros y aún no asociamos el carácter peyorativo que aprendemos desde nuestra más tierna infancia. Lo que prueba que la carga cultural implícita en cada palabra no se aprende de forma inmediata, con la simple memorización de sílabas. Son términos que, por supuesto, no reproduciré en esta página, para dejar al lenguaje coloquial la parcela que le corresponde y que el lector descubra el placer de aprenderlos por sí mismo en su próximo viaje. Pues para asimilar como se debe cada vocablo aprendido necesitamos leerlo, escucharlo y saber cómo dejarlo caer en una conversación, sin que aparezca como algo fuera de lugar.
Para acabar, hay palabras cuyo significado real solo se aprende cuando cambiamos de país, ya que evocan conceptos difíciles de entender sin haber experimentado ciertas cosas antes. Es el caso de “après-midi”, estandarte de la confrontación entre las culturas española y francesa, pues es una palabra que no existe en español y que define el estilo de vida centroeuropeo. Podríamos traducirla por “tarde”, pero nos equivocaríamos. Para ser exactos, el “après-midi” es el periodo del día que va desde las doce (“midi”), que es la hora a la que se come en Francia y en la mayor parte de Europa, hasta las seis de la tarde, cuando los franceses salen de trabajar, marcando el inicio de la noche (o de la segunda parte de la tarde, según cómo se mire). El final del día se hace tan largo que necesitan dos palabras para designarlo: “le soir” y “la nuit”. Difícil de entender cuando nuestras costumbres están tan alejadas de las de nuestros vecinos. Porque, si en condiciones normales es el hábito el que crea la palabra, en el caso del extranjero es la palabra la que crea el hábito, que antes era desconocido. Al final, con el paso de los meses y los años, nos adaptaremos a esa nueva cotidianidad, acostumbrándonos a las particularidades de la cultura local y comprendiendo los infinitos matices que una simple palabra puede transmitir.
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Llevo muchos años viviendo en Francia y nunca he oído en un bar o en un restaurante la palabra “fiasco” o “fiasque”. Será que no los frecuento mucho…
“el “après-midi” es el periodo del día que va desde las doce (“midi”), que es la hora a la que se come en Francia y en la mayor parte de Europa, hasta las seis de la tarde, cuando los franceses salen de trabajar”
No estoy de acuerdo. En Francia se dice: “On se voit demain matin, vers 13h?” Y nadie dice: “Rendez-vous demain après-midi, à 12h15”. Y no se come a las 12, sino entre 11h30 y 13h30.