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Tremenda ingeniería cultural

Tremenda ingeniería cultural

Ahora que se ha puesto de moda la supuesta creatividad, el enunciado prolijo y el jugueteo a la hora de titular los libros y, más aún, los artículos de prensa, Manuel Florentín no se anda por las ramas y va directo al grano con un convencional gusto enunciativo para rotular su amazónica obra: Escritores y artistas bajo el comunismo. Censura, represión, muerte. El marbete principal expone sin que quepa la menor duda el asunto del monumental panorama histórico: cómo se vieron afectadas, y se siguen viendo en algunos lugares todavía, las gentes dedicadas al arte, a cualquier arte, por la nueva ideología establecida hace un siglo. Y el subepígrafe describe, de menos a más, dichos efectos: la falta de libertad, el sometimiento e incluso la expeditiva ejecución.

Coincide el trabajo de Manuel Florentín con otros recientes también voluminosos que abordan lo fundamental de aquel proceso revolucionario con la suficiente perspectiva histórica que proporciona el siglo largo transcurrido desde su arranque. Se trata del establecimiento por medio del terror de una ingeniería social radical que afecta a todos los órdenes de la vida, a la economía, por supuesto, y a las creencias, la vida cotidiana, la educación o las relaciones sentimentales y el sexo. De ello, y con la oportunidad que ofrecía el centenario del año 17, han dado cuenta las magníficas reconstrucciones históricas de Yuri Slezkine, La casa eterna. Saga de la Revolución rusa (Ed. Acantilado) y Karl Schlögel, El siglo soviético. Arqueología de un mundo perdido (Galaxia Gutenberg) que ya comenté en este mismo sitio web. Estos días, con motivo de otro centenario, el de la muerte de Lenin, van apareciendo bastantes obras que comparten esa intención de balance histórico.

"Quien no comulgara con ello y se apartara de una finalidad utilitaria, pagaba las consecuencias con los expeditivos procedimientos señalados en dicho subtítulo"

Yuri Slezkine y Karl Schlögel conceden solo un lugar a la experiencia cultural bajo el comunismo dentro de una realidad mucho más amplia. Florentín le dedica por entero sus muchos esfuerzos y energía. En realidad, su obra supone una explicación a lo largo del tiempo y de dimensión planetaria del realismo socialista, el nuevo credo artístico que vino a sustituir a cualesquiera formas burguesas anteriores, incluidas las contestatarias de las vanguardias, en principio simpatizantes de los cambios revolucionarios. Pero llegada la revolución al poder, se impuso una doctrina que, en esencia, subordinaba toda clase de creación al afianzamiento y propaganda de la política. Todo había que ponerlo al servicio del movimiento progresivo de la historia, dicho con la fórmula rutinaria convertida en dogma. Quien no comulgara con ello y se apartara de una finalidad utilitaria, pagaba las consecuencias con los expeditivos procedimientos señalados en dicho subtítulo.

De este proceso general da resumida y exacta cuenta Antonio Elorza en un sucinto y exacto prólogo que señala cómo la famosa exigencia de Stalin de que los escritores se convirtieran en “ingenieros del alma” derivó, con variantes según lugares y épocas, en el encierro de “la creación en el Gulag”. Por cierto, y dispénseme el paréntesis, casi nadie como Elorza puede explicar el proceso de las relaciones entre ideología y cultura en nuestro país desde una perspectiva analítica y crítica que conjuga conocimiento histórico, teoría política y experiencia personal. Por eso tendría que escribir sus memorias, que se beneficiarían de su lúcida y valiente independencia y de una escritura sin pelos en la lengua.

"Florentín constata el fenómeno con una infrecuente perspectiva que aúna el pulso reporteril del periodista que él ha sido, el conocimiento de su otro oficio, editor, y la documentación hemerográfica y libresca propia del investigador"

Manuel Florentín detalla con asombroso caudal informativo las relaciones urbi et orbi de los creadores, fundamentalmente escritores, con el comunismo. En la primera parte del libro relata los criterios generales de dicha relación, lo que el comunismo exige de ellos, y las consecuencias, la represión (“que no empieza ni termina con Stalin”), la delación, el arresto, las torturas, la farsa de los procesos judiciales, la reclusión en campos de concentración (el tristemente famoso gulag) o el internamiento en clínicas psiquiátricas. En las cinco partes siguientes lleva a cabo una minuciosa constatación de este tremendo abanico de modos de sojuzgar la libertad en la Unión Soviética, Europa del Este (en Hungría, Albania, Polonia, Checoslovaquia, Alemania comunista, Yugoeslavia, Rumanía y Bulgaria), América (sobre todo en Cuba), Asia y África (de China, Vietnam, Camboya o Corea del Norte a, con brevedad, al comunismo africano) y, en fin, los países occidentales no comunistas (donde obtienen un espacio reducido los compañeros de viaje españoles).

Florentín constata el fenómeno con una infrecuente perspectiva que aúna el pulso reporteril del periodista que él ha sido, el conocimiento de su otro oficio, editor, y la documentación hemerográfica y libresca propia del investigador. La cantidad de materia reunida resulta asombrosa. Aporta enorme volumen de datos, noticias e informaciones desconocidas en el ámbito de lo que un lector aficionado e incluso algo conocedor de la materia puede saber. Ocurre, en especial, con la Unión Soviética. Y proporciona una información ignorada pasmosa respecto de aquellos lugares que escapan a las referencias de un lector común de nuestro ámbito cultural e idiomático como quien esto escribe. El relato, denso y reiterativo por su propia sustancia, y para ser leído no de un tirón sino en muchas pacientes jornadas, resulta, sin embargo, ágil, y lo amenizan de vez en cuando los chistes que esa terrible práctica represiva suscitaba aquí y allá.

"Me habría gustado también que las páginas dedicadas a España tuvieran mayor amplitud. Y habría sido necesario que se le prestara a Gyorgy Lukács un semejante interés al de otras figuras destacadas"

Ante una enciclopedia de semejante volumen nada debe decirse como no sea el reconocimiento de su valor. Puede planteársele alguna mínima objeción o reparo, según suelen hacer los miembros de los tribunales de tesis doctorales para mostrar que algo saben del asunto y que se han leído el trabajo. Cayendo en este juego candoroso yo haría algunos apuntes. No destaca como se merece que lo fundamental de los disidentes rusos Andrei Siniavski y Yuri Daniel en la parodia de juicio a que se vieron sometidos fue su subversiva actitud de no aceptar la consabida confesión autoinculpatoria y no reconocer en público los crímenes políticos de que se le acusaba. Me resulta escasa la relación que se establece entre la persecución de la disidencia en la URSS y la guerra fría. Por ello echo en falta que no se recuerde la labor informativa y acusatoria del Congreso para la libertad de la Cultura, el gran organismo dedicado a la denuncia de la falta de libertad en los creadores en los regímenes totalitarios. Justo este centro financiado por la norteamericana Fundación Ford (en realidad una pantalla de la CIA) inauguró en 1953 su revista Cuadernos del Congreso… con un monográfico que ofrece una amplísima información y glosa de la represión artística soviética a cargo de un elenco de relevantes figuras del pensamiento y el arte. Me habría gustado también que las páginas dedicadas a España tuvieran mayor amplitud. Y habría sido necesario que se le prestara a Gyorgy Lukács un semejante interés al de otras figuras destacadas. La vidriosa aventura intelectual y personal del filósofo húngaro ilustra perfectamente las disyuntivas entre el poder y la cultura bajo un régimen totalitario. En fin, sobran las opiniones de algunos opinadores que no aportan nada a la materia, salvo puros juicios de valor subjetivos.

Pero todo esto son minucias y cicaterías ante un ensayo admirable que pone la piel de gallina al comprobar cuánto daño causa el fanatismo. Que invita, por otra parte, a conocer a los autores que dieron en sus obras testimonio con alto valor literario de su experiencia o que sufrieron la dictadura comunista (Ajmátova, Bábel, Bulgákov, Grossman, Soljenitsin o Pasternak, entre los más renombrados). Y que, en fin, no es inocente recreación de un pasado extinguido sino que su mensaje, su beligerante alerta, se proyecta sobre el presente.

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Autor: Manuel Florentín. Título: Escritores y artistas bajo el comunismo. Censura, represión, muerte. Editorial: Arzalia. Venta: Todos tus libros.

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