Mi abuelo alemán perdió a un hermano en la Primera Guerra Mundial y a una hermana en 1945, cuando los soviéticos tomaron Berlín. Mi padre fue herido en la Batalla del Ebro y perdió también a dos hermanos, uno de ellos fusilado en Paracuellos. Mi madre y su familia se enfrentaron a dos conflictos bélicos: la Guerra Civil Española y la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus hermanos luchó en la Wehrmacht en Rusia y luego en Italia, donde se salvó por los pelos de ser fusilado por los partisanos al lograr refugio en la embajada española en Roma.
Soy hijo y nieto de aquellos europeos que vivieron en sus propias carnes esos años de violencia extrema que a punto estuvieron de acabar con el Viejo Continente. Todas esas circunstancias explican por qué he escrito Un mundo en llamas, donde no solo cuento lo ocurrido en las dos guerras mundiales, con un coste de unos 120 millones de víctimas (las cifras bailan dependiendo de las fuentes consultadas), sino también lo sucedido en las revoluciones y guerras civiles china, rusa, mexicana y española, así como en un sinfín de revueltas sociales, dos grandes genocidios (el del pueblo armenio y el del judío) y en el crac de 1929, una crisis económica global que trastocó la vida a millones de personas.
La fractura de valores morales y la concatenación de conflictos bélicos durante aquellas tres décadas llevaron al mundo al borde del abismo. Del mismo modo que la Primera Guerra de los Treinta Años (1618-1648) fue una serie de conflictos acontecidos en diferentes tiempos y lugares que los historiadores estudiaron más tarde como un todo, la Segunda Guerra de los Treinta Años puede ser analizada como un período continuo de contiendas en Europa que incluye en su fase final el enfrentamiento de Estados Unidos con Alemania y Japón.
Los factores que provocaron la gran matanza de 1914 son diversos. Uno de ellos fue la convergencia de las rivalidades políticas entre los estados con la competitividad económica entre grandes empresas europeas. Otro factor fue el imperialismo y la exigencia de Alemania de obtener un trozo más grande del pastel colonial. Entre 1880 y 1914 la mayor parte del mundo fue dividido en territorios que fueron explotados por una serie de naciones, aunque las más beneficiadas fueron Gran Bretaña y Francia.
Berlín había llegado tarde al reparto colonial, y no disponía de las materias primas necesarias que proporcionaban África o Asia para alimentar su creciente industria. A esos factores se podrían añadir dos más que explicarían la violencia extrema que se viviría a partir de entonces: la lucha de clases, que desembocó en la revolución rusa de 1917, y la irresponsabilidad de la clase política dominante, que no quiso redistribuir la riqueza.
En 1918, las naciones vencedoras impusieron a Berlín severísimas compensaciones económicas que causaron la indignación de los alemanes. Aquella bofetada a su orgullo nacional se convirtió en uno de los factores que iban a desencadenar la Segunda Guerra Mundial veinte años más tarde. El periodo de entreguerras fue una simple pausa en un conflicto bélico que comenzó en 1914, se reactivó en 1939 y concluyó dramáticamente en 1945.
Otros elementos que facilitaron el estallido de la Segunda Guerra Mundial fueron el auge del fascismo y del nazismo como respuesta a la amenaza comunista y las nefastas secuelas sociales y económicas del crac financiero de 1929, que fueron aprovechadas por el régimen populista del Tercer Reich para acabar con las democracias, cuya reputación en esos momentos se encontraba por los suelos. Es cierto que la historia nunca se repite. Pero aquel escenario repleto de dolor y calamidades recuerda en parte al que sufrimos hoy día en Europa y en otros lugares del planeta.
El libro se nutre de mis artículos y de las entrevistas a historiadores que he publicado a lo largo de más de tres décadas de trabajo como periodista. Su eje troncal se alimenta también de otra fuente indispensable: los libros publicados en los últimos años por los más reputados especialistas. Es a estos estudiosos a los que debo gratitud por haber hecho posible este libro. La bibliografía que he manejado refleja la deuda que he contraído con todos ellos.
Al ser una síntesis general que abarca un periodo tan amplio del siglo XX, el libro deja de lado los análisis más pormenorizados. Como autor, no me he podido sustraer al capricho de mis obsesiones y preferencias a la hora de elegir un episodio determinado de la historia, un personaje de la cultura, un militar o un político en detrimento de otros. He pasado por alto algunas zonas de Europa y he dedicado más espacio a lo acontecido en España durante su trágica Guerra Civil, un conflicto que configuró de algún modo la forma en que se iban a desarrollar los que vendrían a continuación.
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Autor: Fernando Cohnen. Título: Un mundo en llamas. Editorial: Crítica. Venta: Todostuslibros y Amazon
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