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Trifón Cármenes y los escolásticos de cafetería

Trifón Cármenes y los escolásticos de cafetería

La ciudad moldea a sus ciudadanos como un torno de alfarero, dotándolos de unos rasgos y características determinadas, incluso de un destino. Las calles, como dedos inflexibles, no cesan de formar y conformar los mismos arquetipos, transmitiéndoles sus genes de piedra.

La ciudad siempre reproduce a sus genuinos fantasmas, aunque algo transmutados por las necesidades y los requerimientos de cada tiempo, para no disonar demasiado con el espíritu de cada época o con lo que Ortega y Gasset identificó como sistema de vigencias. Su sesgo idiosincrásico, sobre todo en las ciudades circulares, es el que perfila y da color a la anónima amalgama de sus moradores.

Leopoldo Alas Clarín, cual Prometeo, entró en el secreto taller de Hefesto de Oviedo, no para robar el fuego de sus dioses sino el hálito de algunos de los moldes más singulares de sus arquetipos. Debido a ello, sobre todo en La Regenta y en la mayoría de sus cuentos, pudo dejar constancia de una sustantiva relación de personajes que como en una galería de espejos todavía continúan transitando por sus calles.

De vez en cuando, alguno de ellos adquiere tanta notoriedad que acaba reclamando la atención de los mentideros públicos, como en fechas todavía recientes aconteció con “Manolín, el gitano”, auténtica reencarnación del Pipá clariniano, al que Miguel Galano hizo un retrato que se expuso en el Museo de Bellas Artes de Asturias y hubo voces que llegaron a proponer tras su muerte —un tanto desorbitadamente— la realización de un monumento.

"A Leopoldo Alas Clarín le bastan unas breves líneas para realizar en Trifón Cármenes el daguerrotipo imperecedero del poeta de provincias"

En cuanto a donjuanes —o ligones— de Oviedo, Víctores y Barinagas, la lista no deja de ser bastante larga desde la edición de La Regenta. Pero en lo que sí me gustaría detenerme es en el retrato que hace Leopoldo Alas Clarín de los intelectualillos vetustenses, entre los que cabe destacar a Saturnino Bermúdez, el erudito local, licenciado en varias carreras universitarias, que hacía de guía de la ciudad en las visitas importantes; a don Amadeo Bedoya, un «don Saturnino Bermúdez de tropa» que «[n]o era un ladrón [de libros], era un bibliófilo»; y a Trifón Cármenes, que el autor de La Regenta —en el capítulo II— nos presenta a través de su encuentro con don Cayetano Ripamilán, como «el poeta de más alientos de Vetusta».

Parecen quedar pocas dudas sobre los principales modelos en los que se inspiró Leopoldo Alas Clarín para crear los personajes de Saturnino Bermúdez y de Trifón Cármenes. El primero recae sobre del catedrático Fermín Canella, que también tenía a Oviedo como centro de sus intereses eruditos, por lo que competía con Alas Clarín en conocimientos y saberes sobre su ciudad; tal vez en Saturnino Bermúdez se encuentre una de las causas del clamoroso silencio al que tras su muerte se sometió a Alas Clarín en el señero tricentenario de la Universidad de Oviedo, siendo rector, precisamente, Fermín Canella. Y en cuanto al segundo modelo, todo parece que se inspirase en Rogelio Jove y Bravo, que firmaba en la prensa sus poemas con el pseudónimo de Luis del Carmen. Rogelio Jove fue el fundador, con los hermanos Laruelo —tras la tala del emblemático Carbayón de la calle Uría—, y director del diario conservador El Carbayón, así como también catedrático de Derecho Político y Administrativo de la Universidad de Oviedo y presidente de la Diputación provincial.

Pero más allá de estas referencias personales, y de los modelos en los que el hacedor de Guimarán hundía el trinchante de su inspiración, se encuentra el mordaz retrato que el autor de La Regenta hace del intelectualillo provinciano.

"Los Trifón Cármenes no pierden la oportunidad de manifestar y de exhibir su erudición, como buenos escolásticos de cafetería"

A Leopoldo Alas Clarín le bastan unas breves líneas, alternadas en diferentes capítulos de su novela, para realizar en Trifón Cármenes el daguerrotipo imperecedero del poeta de provincias. Un poeta o poetastro provinciano que nos resulta sumamente familiar, ya que por desgracia su narcisismo anida sin peligro de extinción por los cafés de todas las capitales de provincia españolas. Cada ciudad, y no es ninguna exageración, tiene su Trifón Cármenes exhibiendo su egolatría entre un número de meritorios vates locales, buscando en todos los medios de papel o digitales los caracteres anodinos de su nombre. Los Trifón Cármenes no pierden la oportunidad de manifestar y de exhibir su erudición, como buenos escolásticos de cafetería, y entre café y un vasito de agua mineral son capaces de merendarse con sus acólitos a toda una generación literaria. Solo ellos, que no tienen sensación del ridículo, precisamente por ser extremadamente ridículos, se sienten los únicos merecedores de la gracia de Erató.

—De acuerdo, pero no se vaya por las ramas y dígame si por los cafés de Oviedo pulula algún Trifón Cármenes.

—Pues sí, ya le he dicho que la ciudad siempre reproduce a sus genuinos fantasmas, y Oviedo, cuna de Trifón Cármenes, cuenta con el más benemérito de toda España, aunque solo sea para honrar la creación literaria de su más insigne escritor.

—Bien, entonces, dígame su nombre, no ve que me tiene sobre ascuas.

—Verá, no seré yo quien se lo diga, sino que dejaré —utilizando las palabras de Leopoldo Alas Clarín con las que inicia La Regenta— que sea «el viento Sur, caliente y perezoso», quien susurre su nombre con su aliento fugitivo.

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