La historia del hombre es, grosso modo, la de un mono que se reconoció en un charco de agua, domesticó el fuego, se supo mortal y quiso registrar su existencia y la de su mundo —sus infinitos mundos— en cuevas, vasijas, fichas de arcilla, papiros, fachadas, libros de bolsillo o iPads. Cinco milenios de Humanidad separan las primeras manifestaciones de escritura sumeria de los últimos e inquietantes algoritmos de IA. En la mitad de este camino, aquel bípedo implume con uñas planas empezó a servirse del cálamo y del traje de las ocas para escribir. Perfeccionó su tecnología y, en el siglo XIX, inventó la pluma estilográfica. La vislumbró por vez primera un español, Francisco de Paula Martí Mora, si bien la literatura oficial considera que, definitivamente, la inventó un americano, Lewis Edson Waterman. Siglo y medio después, el Saturno digital se dio un festín con la caligrafía, se empeñó en sustituir el clásico boli y papel por el smartphone y la tablet y hasta amenazó con hacernos más imbéciles. No caigamos en tremendismos: quienes manuscriben no son, ni de lejos, una especie en extinción; ahora bien, tampoco conviene descartar el calificativo “menguante”.
Escribir a mano, ese acto rabiosamente humano, esa estampa de una identidad, es para muchos un hábito, un placer e, incluso, una obsesión. Hay un zoco efervescente en el que se demandan y ofertan plumas estilográficas, bolígrafos, cartuchos de tinta y demás accesorios, ediciones limitadas y reediciones, etcétera. La pluma, desplazada por el boli en los años treinta del siglo pasado, resucitó en los ochenta como un símbolo de poder y distinción y, es evidente, como un objeto de coleccionismo. Las hay sospechosamente baratas, por 9,98 pavos en Amazon, y las hay, en tiendas hiperespecializadas, por lo que cuesta un piso en las afueras de Madrid: el precio de la Boheme Papillon Pen de Montblanc, que posee una cobertura en oro blanco, amarillo o rosa, según el gusto del comprador, con más de 1.400 diamantes y zafiros, supera los 230.000 euros.
Teodoro Rodríguez de la Pinta y Antonio Gómez Sánchez, Toni, se dedican, exclusivamente, a reparar plumas estilográficas y bolígrafos —algún cursi diría que también arreglan sentimientos; Dios nos libre de semejante pedantería—. Su quirófano de instrumentos de escritura responde al nombre de T&T Reparaciones SL, se ubica en la madrileña calle Fenelón, por San Blas-Canillejas, no muy lejos del estadio del Atleti, y tiene/ha tenido por pacientes al exministro Jordi Sevilla, al presentador Juan y Medio, al exlíder de CCOO Antonio Gutiérrez o a Arturo Pérez-Reverte. El negocio ronda los trece años y, contra todo pronóstico virtual, lejos de toser sangre, goza de buena salud. “Tenemos varios clientes jóvenes —cuenta Toni a Zenda—. La gente nos dice: «He metido a mi nieta, a mi hija…». Y están escribiendo también. Esto no se debe perder. No es lo mismo escribir en un ordenador, que no es personal, a tener tu propia letra. Es muy distinto”. Conversamos, sitiados por un ejército armado de tinta, con dos tipos fantásticos:
******
—Lo de T&T, ¿de dónde viene?
—Teo (T): Fue idea de un antiguo cliente que teníamos en Zaragoza. Gillette vendió a Newell, y Newell se llevó las reparaciones a Francia. Nos enteramos antes de que pasase y, entonces, empezamos a montar esto. Estábamos pensando en qué nombre ponerle y el cliente nos dijo: “¡Coño, poned T&T!”. Y ahí se quedó el nombre de la empresa.
—Toni (A): Trabajábamos en Parker Waterman y, hace trece años, nos comentaron que se iban a llevar el servicio posventa de Waterman, que era donde trabajábamos. Una vez nos echaron, ya teníamos una primera base, por no decir que lo teníamos casi montado. Había clientes que ya nos conocían… Nos trajimos bastante trabajo, la verdad.
—T: Yo trabajaba en Parker. Parker luego lo compró Gillette. Gillette tenía Waterman, Paper Mate, Rotring… cogieron todo ese nicho de trabajo de escritura. Luego lo pusieron en venta, lo compró Newell, y Newell centralizó todos los departamentos de reparaciones en Francia, que es donde tiene la fábrica. Y ahí están.
—Usted, Teo, empezó en esto como en un cuento de Navidad.
—T: Me llamó un amiguete de Parker y me dijo: “¿Por qué no te vienes en Navidad para echarnos una mano para la venta?”. Tenía que coger bolígrafos, meter el muelle, el recambio y enroscarlo. En la siguiente Navidad, el chaval que reparaba se murió. Entonces me dijo: “¿Te gustaría ir?”. Dije que sí y, desde entonces, ¡han pasado cuarenta años!
—E hizo una especie de Erasmus estilográfico.
—T: Cuando empecé en Parker, me fui a Francia y a Inglaterra. Fue en el año 82 o así. Había un boom de escritura. Me dijeron lo de llevar reparaciones, me puse con ello y me dieron un curso de reparación de plumas estilográficas.
—Cuéntenme cómo es un día normal en su negocio.
—A: Viene el cliente, le damos de entrada cada una con su número de sobre y su número de cliente, sobre todo, para tener algo organizado el tema. Si te das cuenta, hay muchas plumas iguales.
—T: Nos dedicamos a la reparación de plumas estilográficas, y luego, bolígrafos, rotuladores y lápices.
—A: Él tiene la máquina de centrifugar… Yo me dedico más a mecanismos, que es un trabajo un poquito más lento.
—¿Con cuántas plumas trabajan?
—A: Según la época. Ayer (la entrevista se hizo el 19 de marzo) conté 93, me parece. De media, no creo que lleguemos a tantas.
—El tiempo de arreglo dependerá del roto de cada pluma, ¿verdad?
—Esta, por ejemplo, la tengo ya reparada. Lo que pasa es que me gusta probarla al día siguiente para ver que escribe, no te falla. Más o menos, la probamos durante un par de semanas.
—Pon que la das arreglada y luego vienen y te dicen: “Oye, que la pluma no escribe a la primera”. Hay que probarlas, darles un poco de tiempo. Eso nos lleva una o dos semanas.
—¿Qué suele ser lo más difícil de reparar?
—T: Las plumas antiguas de émbolos, las de ebonita. La pieza viene rota, hay que fabricarla, hay que ponerle el corcho, la abres y se te puede rajar…
—A: En esos cajones (las paredes están repletas de cajetines) hay piezas, capuchones, bolígrafos por marcas… Luego, hay piezas que no las venden en las casas.
—T: Tenemos a una persona mayor que se dedica a los plásticos, es químico.
—A: Entonces, este señor consigue una pieza, te hace un molde de silicona y, con ese molde, hace el trabajo.
—T: Esta pieza (nos la enseña), por ejemplo, es de un émbolo de Montblanc. Lo que hace es subir y bajar el émbolo en una Montblanc 146. Pues bien: esta pieza, tú la mandas a Montblanc y te cobra 115 euros por ponértela; a nosotros nos la hace esta persona y cobramos 32 o 38 euros.
—¿Y cómo sabe la gente de su existencia?
—Unos llegan por el boca a boca, otros por internet… Luego, todos los años hay dos ferias, una en Barcelona, el 12 y 13 de abril, y otra en Madrid, la primera semana de noviembre.
—Vienen expositores de todo el mundo: americanos, ingleses, alemanes… Nosotros exponemos piezas nuevas y antiguas y plumas completa. Sobre todo, recogemos reparaciones.
—Allí no puedes reparar: la gente te mete prisa y, en esto, no hay que tener prisa.
—¿Cuál es su cliente tipo?
—A: Un cliente culto, de mediana edad o mayor. También tenemos varios clientes jóvenes.
—Tengo entendido que tienen clientes conocidos.
—A: Es gente que escribe para el trabajo: Arturo Pérez-Reverte, Juan y Medio, Jorge Verstrynge, Jordi Sevilla, Antonio Gutiérrez, el que estaba en CCOO… Nosotros tratamos igual al VIP que a cualquier cliente. Ellos deben estar hartos de que les traten de forma distinta. Luego, eso sí, llegas a la familia y gusta contarlo: “Ha llegado no sé quién…”.
—T: Sacristán es una tienda, en la calle Mayor, de las más viejas de Madrid de plumas. Yo ya había visto a Arturo alguna vez allí, sabía que le gustaba lo de las plumas.
—A: Supongo que le dirían: “Pues esta gente te la puede reparar, una pluma que tendría estropeada”. Nosotros trabajamos con clientes de toda España.
—T: Cuando le vimos entrar aquí, nos quedamos flipaos. Podrían hacer una Montblanc propia de Reverte (risas).
—Supongo que traerán unos modelos de la leche.
—No tienen por qué. Hay plumas que, sentimentalmente, le interesan mucho al cliente. Otras, claro, le interesan por su valor. Esta Pelikan Toledo de un juez, por ejemplo (nos la enseña), está en los mil y pico euros.
—Da respeto tocarla. ¿Qué es lo más caro con lo que han trabajado?
—A: Recibimos una vez de Esther Koplowitz una Montblanc que era de oro y tenía incrustaciones de marfil de elefante. No sé si estaba en 40.000 euros la pluma. Hay plumas que son macizas de oro. Eso lo pagas, claro. También está el tema de exclusividad: que haya menos, que haya más… Una pluma se revaloriza porque no hay muchas; de otras hay más, y va bajando precio. Esta es una Montblanc 146 (nos la muestra). Esta está en unos 800 euros. Sin embargo, la puedes conseguir de segunda mano por 300 euros.
—T: Hay mucha segunda mano. Hay mucha gente que hereda la colección del padre, por ejemplo, y como no entiendan… Vamos, les hacen una oferta y se las quitan de las manos. Lo mismo tienen una colección cojonuda, el tío no lo sabe, viene alguien y le dice: “oye, te doy 15.000 euros”, y lo mismo la colección vale 60.000. La gente joven no entiende mucho.
—Y, para acabar: Teo, Toni, ¿cómo se presenta el futuro?
—T: Me da miedo eso. Mi hijo alguna vez me lo ha dicho, está estudiando: “Nunca me has dicho lo de quedarme con el negocio”. Y le digo: “Imagínate que dentro de cuatro años se va a tomar por culo el tema. Prefiero que estudies y si luego no te va bien…”. La verdad es que si te gusta la manualidad, da mucha satisfacciones.
—A: Montamos T&T en una época en la que estaba la cosa…
—…muy jodida.
—A: Estábamos en una crisis económica enorme. Íbamos los dos asustados, vamos, pero aquí estamos. La tradición de escribir a mano se va manteniendo. Hay gente que nos dice: “He metido en esto a mi nieta, a mi hija… y están escribiendo también”. Creo que no se debe perder. No es lo mismo escribir en un ordenador, que no es personal, a tener tu propia letra.
—T: Mira, empecé en este oficio en el 82 y, desde el minuto uno, cuando empezaron los ordenadores, dije: “Esto se va a tomar por culo en dos días, la gente no va a escribir con pluma”. Y joder… Hay mucha gente que escribe.
—A: Nosotros no paramos. Tenemos mucha gente que dice: “Yo, cada día, me dedico una hora a escribir”. Porque le relaja.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: