Los primeros momentos tras el final de la Guerra Civil son un periodo trágico en infinidad de aspectos pero salpicado también de momentos extravagantes, estrambóticos, increíbles y sin embargo, completamente ciertos, según nos narra Juan Eslava Galán en su última novela.
En La tentación del Caudillo: Nueve meses que no estremecieron al mundo (Planeta), Eslava Galán nos presenta una España arrasada recién concluida la contienda; un país devastado física y anímicamente, en donde en torno a la figura, casi sacralizada, de Francisco Franco surge una corte de los milagros, plagada de arribistas, místicos de nuevo cuño y pícaros de toda laya. Una corte milagrera, dos de cuyas figuras más prominentes son completamente reales e históricas: la propia esposa de Franco, Carmen Polo, y un fraile benedictino, Fray Justo Pérez de Urbel, quien fue el primer abad de la Basílica del Valle de los Caídos. La erudición del fraile sobre la Edad Media, trufada con un sobrevenido misticismo acerca de la figura del “caudillo”, le llevarán a montar (con el desmesurado interés de su esposa), una estrambótica búsqueda de una joya con poderes mágicos que pudo haber pertenecido al rey Salomón. En tanto, Franco quiere entrar en la recién comenzada guerra mundial al lado de Hitler para obtener lo único que en aquel precisamente momento e interesaba: trozos del pastel norteafricano entonces en manos francesas y que el dictador consideraba como irredentas.
“Franco era soso, muy soso. No confiaba en nadie. Era anodino pero astuto. Era un gallego descreído con todo. En lo único que cree es en que tiene la oportunidad histórica de fundar un imperio, una idea, de la que luego con el tiempo se irá desengañando”, cuenta Eslava en entrevista con Efe. Lo que se cuenta en la novela, o “ensayo novelado”, como también la denomina Eslava (que incluso salpimenta sus voluminosas 800 páginas con notas al pie, al más puro estilo ensayístico), “es real”. Y también es “real” —comenta— que muchos de los generales franquistas irán aflojando sus ansias imperiales a medida que “van cediendo a la tentación de los sobornos para no entrar en la guerra” que les hicieron sobre todo los británicos y que, como recuerda Eslava, ha estudiado con profusión el historiador Ángel Viñas.
Eslava nos presenta también una narración con grandes dosis de fino y negro (o por lo menos “gris”, como dice él mismo) humor, lo que hace menos amargo el trago de volver a encontrarse una España atestada de muertos de hambre y de muertos cada noche o cada madrugada fusilados ante un paredón.
Con el hambre, como en tantas otras veces en la historia de España, surge la picaresca, y con ella “la desvergüenza”, porque aquella “era una realidad absolutamente siniestra”. Por ello, considera Eslava “es muy necesario el humor, porque aclara mucho las cosas, que de este modo pierden esa solemnidad falsa y ya se dejan ver tal cual”.
Eslava considera que “siempre se está politizando la historia” y en época de Franco “hubo un sahumerio continuo” hacia su figura y en parangón con ciertos episodios del pasado español, sobre todo de aquellos que reforzaban esa idea de “imperio” tan del agrado del dictador y sus acólitos. “Aún no hemos sido capaces los españoles de analizar de manera libre y desapasionada” la etapa franquista, señala Eslava, para quien lo ideal sería “escribir libros de historia sobre hechos de hace 2.000 años pero tratados como si hubieran sucedido ayer, y libros sobre hechos de ayer pero tratados como si hubieran sucedido hace 2.000 años”. Y pone como ejemplo el cine histórico que se hacía entonces, sobre todo en la primera década del franquismo y que era puro cartón piedra, y el cine histórico sobre la Guerra Civil y la posguerra que se hace ahora. “No estoy de acuerdo con el cine histórico que se hacía entonces, como tampoco lo estoy con el que se hace ahora sobre aquella época y que parecerá ridículo con el paso de los años”, destaca Eslava.
Arribistas, pícaros y pomposos ignorantes metidos en política por medro o ambición siempre han existido, sostiene el autor, quien de modo muy gráfico afirma que “el único puesto importante al que puede acceder un perfecto ignorante es el Parlamento”. “Si miramos los políticos que hicieron la Transición, vemos que era gente con fuste. Los de ahora son una colección de mindundis”, afirma.
Como telón de fondo de este penoso escenario Eslava sitúa a la educación, que vive una situación de “deterioro” porque, a su juicio, se planifica por políticos “que solo piensan en los cuatro próximos años, cuando para tener un sistema educativo decente es necesario pensar en plazos de al menos 20 años”, porque “es una cuestión de Estado”.
Y volviendo a Franco, el protagonista omnipresente y omnipotente de este “ensayo novelado”, y del que Eslava afirma que “la gente joven ya ni siquiera sabe quién fue”, no hay que olvidar —recalca— que, tras esa figura de “ancianito venerable” que le caracterizó los últimos años de su vida, se encuentra alguien que “estuvo matando gente hasta dos meses antes de su muerte”.
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