Hay constancia de que los surrealistas hicieron de Cumbres borrascosas (1847), la novela de Emily Brontë, una de las principales referencias de su mitología. Siempre que volvía a ello, don Luis Buñuel puntualizaba: “Nosotros teníamos el amour fou por encima de todo”. Abismos de pasión, tituló el maestro aragonés el guion de la adaptación que escribió con el poeta Pierre Unik de Cumbres borrascosas. Lo dieron por terminado en 1930, pero el último heterodoxo español no pudo rodarlo hasta más de veinte años después, en México.
La influencia que Lord Byron ejercía en las letras inglesas cuando Emily Brontë publicó su única novela, con el seudónimo masculino de Ellis Bell —para evitar los prejuicios de la época ante la literatura femenina—, era absoluta. Hasta esa apoteosis del romanticismo nos remite Mariño Espuelas al empezar su trabajo. Pero no hay que olvidar que el romanticismo inglés —como el español, no en vano el texto acaba citando al don Juan de Zorrilla— siempre está horadado por lo tenebroso. Cumbres borrascosas no es sólo una historia de amor. Es la historia de un amor terrible, maldito —“loco”, para el deleite de los surrealistas—, estigmatizado por el orgullo de sus protagonistas, que acaba siendo el sentimiento irrefrenable que un ser despiadado, iracundo, siente por un alma en pena, un espectro que le llama para llevárselo al peñasco donde imaginaron una felicidad que nunca habría de concedérseles.
Más aún, como el Tenorio, Heathcliff (Laurence Olivier) también clama abiertamente al cielo cuando le reprocha a Catherine Earnshaw (Merle Oberon) que no hay ninguna esperanza para ellos mientras su corazón sea menos fuerte que su temor de Dios y del mundo. Ella, Cathy —que sabe por su propia experiencia que hay amores que matan—, tampoco se queda corta en impiedades. En una secuencia recuerda a Heathcliff que cierta noche se soñó en el cielo, mas los ángeles acabaron expulsándola del paraíso porque no pertenece a él. “Soy Heathcliff”, confiesa Cathy a Ellen Dean (Flora Robson). Ya ha llegado a ese punto en que los amores sin mesura, siempre en la linde del odio, hacen que un amante se deba tanto al otro que quiera ser el otro mismo. La entrega al ser amado y la posesión de él no son suficientes. “Te quiero más que a la salvación de mi alma”, espeta Alejandro (Jorge Mistral), el Heathcliff de Buñuel, a su Catalina (Irasema Dilian).
Experta en literatura fantástica y cine de terror, Alicia Mariño Espuelas no se olvida del reconocimiento debido a las otras versiones, que son varias y casi todas buenas. Especialmente la de Jacques Rivette, Hurlevent (1985). No en vano, estamos ante “una obra maestra que ha trascendido espacios y tiempos”. Ahora bien “nadie como William Wyler ha sabido recoger el lado extraño y sobrecogedor, la inspiración gótica y fantástica y el halo romántico de la obra de Emily Brontë”.
Y también fue Wyler quien, argumentando que Bette Davis estaba interesada en protagonizar una adaptación de la novela para la Warner, acabó por convencer a Goldwyn para que se adelantase a la competencia. El resto fue que Merle Oberon era inglesa —como Olivier, aunque la actriz era la estrella—, estaba en Hollywood bajo contrato de la Samuel Goldwyn Productions y el estudio tenía que poner en marcha un gran título para lucirla.
Pero antes que detenerse en los esplendores y las miserias del star system, que ya cansa volver a releer de puro manidos, muy acertadamente la autora prefiere referirnos ese amor más poderoso que la vida, que enajena a los personajes de Emily Brontë, o cómo la fotografía de Gregg Toland se implica dramáticamente en el argumento. Por así decirlo, es como el diálogo de la heredad maldita, de la finca que da título a esta historia inmortal.
El gran Ben Hecht —nos recuerda Mariño Espuelas—, junto con Charles Arthur el guionista de Wyler, era conocido como el Shakespeare de Hollywood. Desde luego, aquí tuvo que hilar muy fino para adaptar a la pantalla una novela larga y de estructura compleja, enmarañada, donde menudean los asuntos que entrañan otro asunto que explica a su vez un asunto anterior. Sin ir más lejos, en las páginas originales, tanto Heathcliff como Catherine tienen hijos en sus respectivos matrimonios con los Linton, vástagos que a su vez se casan entre ellos.
Y si el texto es digno de elogio, no lo es menos su edición. Primorosa donde las haya, se presenta profusamente ilustrada con antiguos fotocromos, carteles originales y fotogramas, con los cuadernillos cosidos al hilo, tapa dura y sobrecubierta. Por su tamaño, próximo a la miniatura, y por su esmero, hay algo en ella que ha venido a recordarme Los Pequeños Libros de la Sabiduría, la ya veterana colección —cumple un cuarto de siglo en este año— de José J. de Olañeta Editor.
Resumiendo, contenido y continente, forma y fondo, se aúnan para hacer de Cumbres borrascosas: El amor más allá de la muerte una auténtica delicia.
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Autora: Alicia Mariño Espuelas. Título: Cumbres borrascosas: El amor más allá de la muerte. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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