Un año

En su boca aún se mece como las olas de mar el sabor dulce de la saliva. El último beso ha sido una corriente eléctrica y húmeda de silencios incómodos y de reproches contenidos. Sabe que es su deseo y le prometió respetarlo, aunque eso le provoque el mayor dolor que ha sentido nunca. La venganza en este caso no tiene cabida, pues lo que siente por él ni es capricho ni deseo, es amor, un amor incondicional, un amor tan real que lo único que quiere para su vida es su felicidad. A cambio ella se quedará con las prendas de un amor consumido durante el año que han vivido juntos.

Mira al bebé que mece entre sus brazos, aterciopelado como la arena devorada por el tiempo. Duerme, sin ser consciente de que nunca conocerá a su padre y de que crecerá siendo para ella la llama viva de los abrazos nocturnos, los besos salvajes, la pasión desmedida y los juramentos incumplidos. Levanta la mano y acaricia con suavidad el éter a modo de despedida, él desde la barcaza construida con madera nueva y restos de barcos hundidos, lianas trenzadas y ungida por el pegajoso y ambarino pez rompe la distancia entre los dos con un beso que surca el vacío para estamparse como un susurro en sus labios.

— Dile adiós a tu padre— se dirige al pequeño que al sentir el escalofrío que recorre la piel de Circe abre sus ojos, saliendo del sueño, y la mira contrariada.

La barca, desdibujándose en el horizonte, le hace recordar…

***

—¿Quién anda ahí?— Se atreve decir por fin Circe. Se ha dado cuenta de que en realidad no puede ser un animal lo que escucha acercándose, ella está muy acostumbrada a convivir con animales, desde hace siglos no tiene otra compañía más que la de ellos y la de algún marinero que imprudentemente se ha acercado demasiado a sus costas y ha caído en sus garras. Suena a pasos de hombre, pero es imposible, los he trasformado a todos, piensa. Entorna sus ojos, intentando fijar una vista algo cansada y adaptarla a la tenue luz de un amanecer lavanda y jaspeado por borrones de nubes borrascosas. Sin darse cuenta, la noche ha pasado y el día se levanta con resaca.

"Mi nombre es Odiseo, vengo desde Troya y os solicito el asilo debido a los huéspedes"

De repente un rostro se perfila entre los matorrales violáceos. Es un rostro de hombre, moreno, curtido por los años y los daños. Circe da un respingo hacia atrás, estaba segura de que había transformado a todos los hombres, qué ha pasado, se pregunta, de dónde ha salido este. Se yergue, saca pecho intentando parecer hostil y predispuesta para el ataque. Sus pupilas se expanden y contraen por el miedo, mueve el cuello para desentumecer sus cervicales, echa sus hombros hacia atarás y recoloca las vértebras de su espalda, su columna vertebral emite un pequeño crujido que le provoca alivio, el cabello por el movimiento se ha desordenado sobre sus hombros y su rostro, una mueca de desagrado aparece en su boca.

—¿Quién sois, extranjero? ¿Cómo habéis llegado a mi Palacio? —su voz suena extraña, la ira y el miedo se han unido para salir de su pecho.

—Mi nombre es Odiseo, vengo desde Troya y os solicito el asilo debido a los huéspedes —el aplomo de sus palabras esconde lo que Euríloco le ha revelado hace apenas unas horas. Es guapa la bruja, piensa, eso no se lo había dicho.

—Bien, así es, Odiseo, es la tradición entre gente de bien. Mi hogar es vuestro hogar, si tenéis hambre y sed, dentro de Palacio tengo algunas viandas preparadas para el desayuno. Acompañadme —Es guapo el hombre, piensa Circe. El nombre de Odiseo le suena, lo ha oído de boca de algún marinero. A veces no tiene tanta prisa en transformar a los hombres, a veces se deleita unos días con ellos, les da cobijo y hace que la mantengan informada de lo que ocurre más allá del horizonte conocido. Y, sí, está segura, algo le han contado sobre él, algo sobre una guerra, algo sobre una tal Helena, algo sobre la astucia del hombre, ahora le entra la curiosidad, pero no puede dejarse embaucar, intuye que no es de fiar, algo en su piel se lo susurra, ha aprendido que hay que hacer caso a las vísceras cuando se empeñan en advertirle del peligro.

"Odiseo bebe, no sabe dónde está el veneno que usará para transformarlo, pero sí sabe que no le hará daño"

Circe se da la vuelta y deja descubierta su espalda, Odiseo acaricia la espada, es el momento para atacar, el corazón comienza a latirle fuerte y un ahogo asoma por su garganta, da dos pasos ligeros y se para en seco cuando Circe levanta el primer pie para subir los escalones que dan acceso al pórtico marmolado de un Palacio que en otro tiempo debió ser una maravilla y ahora luce cubierto de enredaderas, musgo y excrementos de animales. Un león le observa desde arriba, su mirada es amenazante. No es el momento.

—Toma, extranjero. Este vino está cosechado aquí en mi isla, nuestras uvas doradas como rayos de sol, al madurar producen este color tan singular —Circe le extiende una copa, Odiseo jamás ha visto tal manufactura, no es de barro, es de un material translúcido que deja ver el líquido en el interior.

Odiseo bebe, no sabe dónde está el veneno que usará para transformarlo, pero sí sabe que no le hará daño.

— Aquí tienes miel de nuestras colmenas, queso de nuestras ovejas, dátiles, pan recién horneado y una carne de cerdo exquisita, una matanza reciente —Circe deja escapar una media sonrisa, el cerdo ha sido transformado esta misma noche.

Odiseo es consciente de que la carne pertenece a uno de sus hombres y siente un río de arcadas que le asciende por el esófago para quemarle la boca. Disimula como puede y toma queso, miel y dátiles.

—Para el desayuno, es demasiado. Prefiero comer ligero.

Circe disimuladamente toma la varita que reposa sobre una mesa auxiliar. Odiseo se da cuenta y echa mano a la espada que guarda bajo su túnica, cuando Circe se gira para tocar con su varita al hombre, siente la fría punta de la espada sobre su cuello y una cascada de recuerdos la sobresalta.

—¡Bruja! ¿Dónde están mis hombres? ¿Qué has hecho con ellos?

Circe se revuelve y lo toca con la varita, pero no pasa nada…

 ***

De todo aquello ya ha pasado un año, un año en el que supieron transformar el odio inicial en un amor que ha dado su fruto, un hijo, Latino, en su vientre se gestan otros dos vástagos, ella aún no lo sabe. Un año en el que le prometió que, si algún día deseara volver a su hogar, se lo permitiría, el día de cumplir su promesa ha llegado, aunque se queden sin cumplir tantas que él le hizo. Un año en el que se enteró de cómo pudo evadir sus encantamientos, supo por fin que sabía sido asistido por el dios de la hechicería, aquel al que se había olvidado de nombrar, Hermes. Un año en el que no opuso resistencia a sus caprichos ni sus pasiones. Un año en el que les devolvió la forma humana a sus hombres.  Un año, que, en definitiva, transformó su vida para siempre y su forma de concebir los sentimientos y el amor. Un año en el que sintió el placer de la compañía humana y sus miserias, un año que ahora parte en una barcaza que ya se mezcla con el horizonte.

Circe suspira, una lágrima recorre su rostro, y se da cuenta llevaba un año sin llorar.

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Fina García Pérez
Fina García Pérez
1 año hace

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