Un año desde que tomó la decisión que le cambiaría la vida. Un año que abandonó a su familia en el continente para instalarse en una isla. Un lugar aislado, alejado de su patria y de los suyos, un lugar inhóspito, un lugar solitario, un lugar al que decidió marchar por amor. Ahora se da cuenta de que el amor no llena todos los vacíos. Llegó sola a la casa de Laertes y allí solo encontró soledad. La soledad de la esposa, la soledad de una reina. No trajo en su equipaje amigas o parientes que le hicieran la vida más agradable. Las nobles de Ítaca no eran muchas ni muy amables. No le perdonaban su matrimonio con Ulises. Esperaban que eligiera a una de ellas, una mujer de su pueblo, una mujer que reinara junto a él con sus mismas costumbres y casi con su misma sangre. Pero no, eligió a una extranjera, una extraña de comportamiento huraño según las malas lenguas, un corazón salvaje según las buenas. Se equivocan: Penélope no se considera ni una cosa ni la otra. Su carácter rebelde ha sido moldeado durante años por su madre, pero aún late bajo ese aspecto hierático.
Los reproches de Penélope se convertían en leves susurros gracias a las nocturnas palabras de Ulises, que sabía cómo amansar a la fiera que ella llevaba dentro. El colchón ardía con las llamas de una pasión desmedida pero pasajera. Pronto ese amor que quemaba plantó su semilla y comenzó a crecer dentro de ella. Cada día más gorda, cada día más pesada, cada día más inestable emocionalmente, cada día más sola. Encontró una compañera en su suegra, Anticlea, una compañera que pertenecía a una generación anterior y que no la entendía. Se volvió a confinar junto al telar y lo hizo su confidente. En él comenzó a trenzar sus sueños y esperanzas. Y así pasaron los meses, llorando, engordando y echando de menos su hogar, mientras Ulises desahogaba sus ganas en otras piernas.
—Son cosas de hombres, Penélope. No se lo tengas en cuenta. Ellos tienen necesidades que deben satisfacer, y en tu estado es peligroso. Él te quiere… —le dijo Anticlea, para apaciguar los reproches de Penélope al enterarse de las habituales escapadas de Ulises.
Cosas de hombres, siempre cosas de hombres. Eran las palabras mágicas para justificar las infidelidades, para justificar las malas palabras, para justificarlo todo. A los hombres se les permite todo, las mujeres debemos reprimirlo todo.
******
Un año hace desde que Penélope llegó a estas costas y está a punto de parir. Un heraldo llegó a Palacio hace unas horas, traía noticias del otro lado del mar.
—Penélope, debo marchar —le dice Ulises, entrando de sopetón al gineceo, donde Penélope, sentada en una silla baja, siente una contracción y se rompe por el dolor.
—¿Por qué? —dice aún con gesto contraído.
—Debo ir a la guerra.
—¿Por qué? —las pupilas de Penélope han conquistado el iris de sus ojos.
—Por un juramento.
—¿Qué juramento es ese, si en esta tierra no hay enemigos?
—Se lo hice a tu tío, a Tindáreo.
—¿A un rey extranjero, por muy tío mío que sea?
—Sí, a un rey extranjero. Di mi palabra y debo cumplirla. Helena ha sido raptada.
—¿Y dejas a tu mujer sola, a punto de parir, para ir tras otra mujer, la mujer más bella de la Tierra?
Penélope no oculta sus celos. Mil veces Ulises le ha contado que la pretendió, que ansiaba conseguir su mano, pero que cejó en su empeño al ver la cantidad de hombres con los que competía y prefirió a alguien por la que no tuviera que competir, por la que no tuviera que luchar, y entonces la conoció a ella.
—Lo juré.
—También juraste hacerme feliz y no dejarme nunca.
—Pero… lo otro es un orkós, un juramento sagrado sobre la laguna Estigia. Y esos juramentos no se pueden romper.
—Esos no, pero sí los que me hiciste a mí. Sí, los que llevas haciéndome desde que con engaños me trajiste aquí.
—¿Con engaños?
—Promesas, siempre promesas. Promesas que jamás pensaste cumplir, ¿verdad?
—No digas eso. Te lo prometí y pienso cumplir mi palabra. Envejeceremos juntos, criaremos los dos a la criatura que llevas en tu vientre. Tendremos más, tal vez un ejército que lleve mi sangre. Te dedicaré más tiempo, pero ahora debo partir. Es mi obligación.
—Tu obligación es quedarte aquí junto a mí.
—Penélope, no te enfades. Será una operación rápida. Las naves ya están dispuestas para partir. El resto de caudillos ya se encuentra esperando en Aúlide. De ahí a Troya solo hay unas jornadas. No nos esperan. Será una incursión rápida. Antes de que la luna cumpla dos veces su ciclo estaré aquí, junto a ti y nuestro hijo. Y entonces todo cambiará. Te lo prometo.
Penélope se da la vuelta, sabe que la conversación ha llegado a un punto muerto. Su decisión está tomada. Al alba partirá. No tendrá con quién compartir sus quejas ni tampoco la dicha del recién nacido. Será reina sin rey en un reino que no es el suyo. A merced de sus suegros. Ahora más que nunca necesita aliadas, mujeres que la entiendan, mujeres de su edad que la comprendan. Se jura no llorar, resistir, mantener esa imagen de mujer resiliente, hecha a los problemas y a las penas. Otra contracción atraviesa sus entrañas. El bebé llegará, pero Ulises marchará y tal vez una vez más rompa sus promesas y no vuelva. Tal vez…
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: