En Explicaciones no pedidas (2011), Piedad Bonnett escribe unos versos en los que con sólo cambiar la palabra lugares por libros el efecto lírico se convierte en una loa inesperada a esta obra inmensa que es Trueno, una de las grandes sorpresas de los últimos meses, que va más allá de la panorámica histórica, la autobiografía enmascarada, la oda a las bellas artes del Siglo de Oro neerlandés, la carta de amor al padre (James Cumming, 1922-1991), o la reivindicación de un grande de la pintura con bajo relieve popular como es el caso de Carel Fabritius (1622-1654). Los traigo aquí para que hagan la prueba: “Hay lugares / en donde todo lo que exitosamente nos habita / pareciera adensarse, ganar peso. / Nuestra carne es más viva, los oídos / creen oír cantar en el oscuro fondo. / Crece un bosque feliz en nuestro adentro / cargado de raíces.” Laura Cumming, crítica de arte en The Observer desde 1999, entre otros medios, ya se había enfrentado con solvencia y éxito a figuras destacadas del pincel (The Vanishing man: In Pursuit of Velázquez, 2016), y había apostado por la memoria familiar (On Chapel Sands: My Mother and Other Missing Persons, 2019), pero la hibridación entre estudio y vida, entre lo personal y lo profesional, se salda con nota en esta suerte de ensayo innovador que persigue los pasos del gran Fabritius, al tiempo que sirve como lienzo para organizar a partir del punto de fuga de la experiencia personal una autobiografía del gusto y una educación sentimental con la pintura como eje vertebrador.
Trueno —sólo hacia el final de la lectura se desvela la clave que conduce a Cumming a titular así su libro— habla entre otros muchos asuntos de la mañana de aquel 12 de octubre de 1654 en la que Carel Fabritius estaba en su casa de Doelenstraat pintando con un polvorín a la vuelta de la esquina. Trueno. Trueno. Trueno. Sabemos que Fabritius murió de sus heridas al cabo de una escasa media hora, cuando el crepúsculo ya declinaba hacia el lubricán. Y Laura Cumming nos conduce allí, a la fatal explosión que ahora implosiona en su libro y se expande de un modo poco frecuente en el ensayo, alterando sus medidas, los márgenes a los que se nos había habituado desde los inicios del género. En la estela de Eliot Weinberger, en la de Stephen Greenblatt, con ecos que llegan a la inmediata Laure Murat o a nuestro Ramón Andrés, la prosa opulenta de Cumming trata la vida, obra y milagros de un pintor que ha logrado también con su desgracia convertirse en el epítome del artista reverenciado por su singularidad, pese a haberse formado en el taller del maestro Rembrandt, discípulo de éste como su hermano Barent. El derroche de conocimiento y la perspicacia con la que aborda al personaje hacen que el libro se convierta en un insólito y proteico ejemplo para satisfacer la demanda de nuevos enfoques a lo que parecía delimitado desde hace décadas. Para nuestro solaz, la aventura que emprende Cumming en pos del genio y figura del desconocido pintor afincado en Delft —también cuna de Vermeer, con quien le une una ciudad, un tiempo y algo más que un idioma común: se ha evocado la posibilidad de que haya sido maestro de Vermeer, de quien era diez años mayor— se vuelve insustituible tras la lectura. Queremos saber, andamos ávidos por reseguir sus pasos y emprender la búsqueda de esos cuadros, profusa y sagazmente descritos por la estudiosa. Uno no sabía que podían gustarle tanto los paisajes cotidianos holandeses.
Es cierto, “los muertos no están ausentes, sólo son invisibles”, como escribiera Agustín de Hipona. La historia es conocida, pero la escritura de este ensayo de historia de arte, vida y muerte (al que le fuera otorgado el Writer’s Prize 2024 de No Ficción) guarda con su dispositio, en el modo de abordar lo que se imaginaba ya resuelto o de escaso interés, una verdadera poética del arte de contar. El relato traspasa la época, se ahonda como el agua en los humedales y polders de los Países Bajos, y se gana terreno al mar bibliográfico con el afloramiento de esta pieza en la que la vida de la propia Laura Cumming entronca con la del sujeto de estudio hasta convertirse en un modelo emparentado con las tretas retóricas de El affaire Arnolfini, de Jean-Philippe Postel, y nos obliga a repensar el abordaje de las monografías en clave artística. Sobre el pintor esquivo y sobre algunos de sus cuadros se aportan nuevos datos, con una sorpresa final para El jilguero, acaso su pintura más famosa. Como aquel cuadro superviviente, la prosa de Cumming tiene el poder de frenar el tiempo. Tanto da lo que se tarde en leer el libro (uno siempre tiende a ralentizar el ritmo para persistir en el placer cuando se aproxima el final de la experiencia), porque como Joseph Brodsky dijo de Fleur Jaeggy, su recuerdo iba a permanecer contigo hasta el último de tus días.
Sabemos que Fabritius mostraba sujetos suavemente iluminados sobre fondos claros, que estaba interesado en los efectos espaciales complejos, en la armonía de colores fríos para generar luminosidad, así como en los fondos claros para el retrato (al contrario que los oscuros de su maestro Rembrandt) o en el dominio de la técnica del “pincel cargado”. Pero más allá de eso, lo que uno desea al finalizar el libro es emprender el viaje para visitar los Fabritius desperdigados por el mundo, ahora que se le ha hecho entender más y mejor la pintura de la Escuela flamenca, un microcosmos, nunca mejor dicho, para aprehender el mundo de entonces y hacer provisión para el de hoy. Sí, tal vez Dios esté en los detalles. Si así fuera, seguro que habrá rastros de él en la prosa elocuente, prístina y emocionante que Laura Cumming convoca en Trueno.
—————————————
Autor: Laura Cumming. Título: Trueno: Una historia de arte, vida y muerte. Traducción: Sion Serra. Editorial: Crítica. Venta: Todos tus libros.
-
Ecos que el tiempo no acalla
/abril 12, 2025/Hoy hablamos de Edgar Allan Poe (1809-1849), cuyos Cuentos completos (Páginas de Espuma, 2025) acaban de publicarse en la que, con toda probabilidad, es la edición definitiva del titán de Boston: íntegros, comentados, ilustrados, con una traducción especializada, y en un formato de lo más atractivo. El volumen está coordinado por dos pesos pesados de la narrativa en castellano: Fernando Iwasaki (1961) y Jorge Volpi (1968). Además, cuenta con sendos prólogos a cargo de dos auténticas maestras del terror y lo inquietante —las mismísimas Mariana Enriquez (1973) y Patricia Esteban Erlés (1972)—, una traducción reluciente realizada por Rafael Accorinti y…
-
Las 7 mejores películas judiciales para ver en Filmin
/abril 12, 2025/1. 12 hombres sin piedad (12 Angry Men, Sidney Lumet, 1957) 2. Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, Billy Wilder, 1957) 3. Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, Otto Preminger, 1959) 4. Algunos hombres buenos (A Few Good Men, Rob Reiner, 1992) 5. Anatomía de una caída (Anatomie d’une chute, Justine Triet, 2023) 6. Saint Omer (Alice Diop, 2022) 7. Veredicto final (The Verdict, Sidney Lumet, 1982)
-
Gombrowicz: La escritura imperecedera
/abril 12, 2025/No debemos olvidar a quienes, haciendo novela o ensayo, no dejan de escribir en torno a sus íntimas pulsiones y avatares, tal es el caso de Proust, Cansinos Assens, Canetti, Pavese, Pitol, Vila-Matas, Trapiello… Dado que los escritores no son gente de fiar, eso que se nos ofrece como «diario» con frecuencia no es tal cosa, pues hay sobrados ejemplos de obras presentadas como tales cuando en realidad no hacen sino mostrarnos, sin ataduras, el atelier donde el autor se refugia para crear. Por no hablar de los textos auterreferenciales como, por ejemplo, los Cuadernos de Paul Valéry —trabajo inconmensurable…
-
5 poemas de Ferozmente mansa, de Amelia Lícheva
/abril 12, 2025/Dice Gema Estudillo que la voz poética de Amelia Lícheva filtra, analiza y comprende la vida y que es necesaria para traducir el mundo. Y añade: “La vida cotidiana, las relaciones interpersonales, los problemas sociales o la incomunicación son algunos de los temas para los que Lícheva debe conformar ese lenguaje nuevo. Sus logros no pasarán desapercibidos para el buen lector”. En Zenda reproducimos cinco poemas de Ferozmente mansa (La tortuga búlgara), de Amelia Lícheva. *** Último tango La tarde trata de recordarse a sí misma ligero el viento y blancas nubes, pero el sol no se rinde y brillando…
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: