‘No es obvia esta belleza/ ni son tan evidentes sus mensajes,/ aunque nos zarandee./ Estamos aprendiendo, desde aquí,/ desde su interior, a desaprenderla./ Puede que así sepamos hacer algo por ella./ O, mejor, que entendamos/ cómo no se hace nada’, dicen los versos del poema La lluvia sobre el zorro, uno de los primeros y más a tener en cuenta dentro de este libro.
Carreteras que brillan en el bosque deja claras sus intenciones desde la vistosidad de su título, y la mención constante a lo largo de sus páginas de los versos de Louise Glück, sacados de Una vida de pueblo, refuerza la condición que Gairín quiere demostrar con la mayor naturalidad posible, valga la redundancia: la de un poeta afincado en la sencillez de sus afectos, del paisaje que lo rodea y le es suficiente para todas las inspiraciones que pudieran desarrollarse, del ambiente familiar. ‘Levantar una familia/ no es ninguna figura literaria./ Es un trabajo físico/ que solo puede hacerse con las manos,/ con los pies en la tierra,/ ofreciéndose al cuerpo’.
Se hace presente en ese aspecto la primera debilidad del libro. Las alusiones a la relación paternofilial, a los momentos de especial complicidad tratados desde la anécdota entrañable o la rutina cómicamente engorrosa, para uno no tienen excesiva relevancia lírica, no porque aquí estén de más, ya que están de más o de menos en cualquier otro libro, pero sí por haber sido reflejadas desde la mencionada naturalidad, y eso, una vez escrito, salvo excepciones, pierde rápidamente el candor que se pretendía transmitir. Es un elemento literario que únicamente se entiende entre quienes se encuentran en la misma tesitura. Lo mismo sucede cuando alguien quiere contarnos el luto por una muerte: de no acceder ese dolor al nuestro, se dará de bruces contra el muro de la indiferencia.
Considero mejor estas Carreteras… cuando se pierden en los vericuetos de ese magnífico bosque y paraje montañoso a los que acude con entusiasmo contagioso —aquí sí— en la totalidad de los poemas. El mencionado La lluvia sobre el zorro, El otoño o los límites del lenguaje, Los cerezos no son de nadie: ‘Me ronda la muerte, últimamente./ Estoy acostumbrándome a pensarla/ y la vida me ayuda:/ los árboles presumen/ cargados de cerezas/ y un par de colirrojos/ ha anidado en el porche./ Vemos por las mañanas a los padres/ traer el desayuno/ y oímos el piar de los polluelos./ Desapareceremos antes/ que las cosas de las que dependemos./ Es un mensaje alado:/ tú has venido a morir aquí,/ pero los pájaros y los cerezos/ nos vamos a quedar para tus hijos,/ para los hijos de tus hijos./ No hará falta que tú les dejes nada’, como buena muestra de lo anterior pero de forma más interesante al ser integrado en el espacio que fascina.
No obstante, el ahínco que se pone en las descripciones de la naturaleza tampoco es el adecuado en comparación con la majestuosidad que se deja entrever. He aquí su segunda debilidad, digamos. Uno ha echado en falta una reflexión más honda, una que se dejase arrastrar más por las fiebres y renacimientos que sí, se vislumbran en muchas de las creaciones, pero acaban eligiendo el comedimiento, cuando la naturaleza, en realidad, si tiene carta blanca, despliega toda su voracidad y atractivo sobre quien la mira.
Sirva este libro también para hacer un llamamiento al pensamiento ecológico frente al descuido generalizado de nuestros ámbitos forestales y montañosos y dominios de animales que no cesamos de usurpar. El brillo de estas páginas hay que agradecerlo y está en la apuesta esperanzadora de un poeta que ha decidido ser presencia muda ante la sombra, ante el bosque que se levanta para celebrar la distinción de los barrancos, el murmullo solícito del río y cualquier otro dulce fruto que nos provea de descanso ante el, a veces, embarrado fluir de la sangre. ‘El mismo tono,/ la melodía eterna/ de lo invencible./ De lo que llega a ser del aire’.
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Autor: Ramiro Gairín. Título: Carreteras que brillan en el bosque. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todos tus libros.
No deja de ser interesante, más allá de la crítica, cómo busca introducirse en la naturaleza de un modo demasiado sencillo quizá pero no por eso entretenido. Es lo que me parece. Un abrazo.