Chelsea girls (Las afueras, 2024) es un potente autorretrato de la escritora Eileen Myles, una autora de culto y referente emblemático de luchas en torno a la libertad individual. El libro, publicado en inglés originalmente en 1994, comprende veintiocho capítulos —cada uno con su título— que se pueden leer de manera autónoma pero que en su totalidad esbozan la vida convulsa y singular de Myles en el noreste estadounidense en los años sesenta, setenta y ochenta.
Y, para que no quede duda alguna, la portada elegida es una fotografía en blanco y negro del rostro de Myles, al estilo de las biografías de personajes célebres. Se trata de una foto tomada en 1980 por Robert Mapplethorpe, conocido fotógrafo y novio de Patti Smith, en la que la autora se percibe a sí misma con honestidad al punto de que la llama glacial. “Parecía una estatua de roca brillante. Mis ojos se ven crueles y desconfiados… Tengo el pelo fatal… Da un poco de miedo. No entiendo quién era esa mujer. Pero no pasa nada. Es el pasado”.
Un pasado en el que la autora rompe despiadadamente la línea cronológica del tiempo con incesantes idas y venidas de un capítulo al siguiente: su infancia y adolescencia en el estado de Massachussets y su vida adulta en Nueva York —localizaciones geográficas repartidas en parecidas proporciones en el cuerpo narrativo—. La narradora, de manera directa o implícita, deja claro la edad que tenía en la mayoría de los capítulos: desde los 9 años hasta los 42 años. Es una propuesta vertiginosa y fragmentaria, como piezas de rompecabezas que, al armarlas, muestran la figura de la chica de la portada.
Entre los hilos conectores de los relatos está su gusto inicial por los hombres mutado a su adoración por las mujeres; su precaria condición económica persistente; incisivas reflexiones sociales; su adicción al alcohol, a las pastillas azules y a la cocaína (“Las vidas muy atravesadas por las drogas o el alcohol son siempre paisajes morales peligrosos”); su manera de ser impulsiva; las descarnadas escenas de sexo que nada tienen que envidiar a las de Charles Bukowski o Pedro Juan Gutiérrez; la relación conflictiva con un padre alcohólico y una madre severa y fría; y last, but not least: el nacimiento de una escritora hoy en día con una obra importante de unos veinte títulos que abarcan el ensayo, la ficción y la poesía.
La poesía, al mismo tiempo, ocupa un espacio importante. En Chelsea Girls cita estrofas de poemas suyos. Confiesa que su círculo de amigos de letras eran poetas, a la vez que resulta en una cruda crítica al oficio y, como ejemplo, la comparación con la profesión de un poeta con la de un mago de fiestas: “Empecé a pensar que el mago era una persona menos lista pero ligeramente más exitosa que la mayoría de los poetas que conozco. No sé cómo lo hemos hecho los poetas para no quedarnos nunca con algún trozo del pastel”.
En el capitulo “13 de febrero de 1982” cuenta la historia de cuando presentó su primer libro, el poemario A Fresh Young Voice From the Plains, en una fiesta en Nueva York con mucha droga y a la que asiste Allen Ginsberg, En ese libro se empeñó en que apareciera, como en Chelsea Girls, una foto suya en la tapa: “El flequillo torcido, bolsas debajo de los ojos. Mi cara hinchada y amorfa. Tomaba mucha anfetamina en esa época… En la contraportada estoy encendiendo un cigarrillo con mi lata de cerveza sobre el escritorio”. Su postura es la del desafío.
Eileen Myles tiene la valentía característica de los grandes narradores de no ficción estadounidenses. No tiene vergüenza alguna de despojarse. Nos lo dice desde la primera línea del primer capítulo: “No tenía nada que hacer ahí. O sea, ¿qué coño hacía yo viviendo con mi exnovia, su nueva novia y su exnovia?”. Es una narradora inteligente que selecciona estratégicamente la colocación de determinados episodios de su vida. Tienen que transcurrir nueve relatos y unas ochenta páginas para que en “Madras” se presente como una chica de quince años de Arlington, asidua de Harvard Square, que mantiene relaciones sexuales con chicos. Si el libro hubiese empezado por este capítulo nunca hubiese tenido el mismo impacto. Como cuando Joan Didion en Noches azules nos revela hacia la mitad de libro que su hija Quintana es adoptada. Decisiones de narradoras astutas.
Muchos de los relatos son de la cotidianidad. Nunca pasa nada realmente espectacular, aun con el consumo de drogas y alcohol. Y he allí la belleza de los relatos, con su sencillez y fuerza. Una de esas historias es la de Mary Dolan, la mejor amiga desde quinto de primaria hasta la universidad, en la que se presenta un perfil de hábitos y gente sencilla, una amistad entrañable. Y así como aparece Mary, como su mejor amiga, ya en su vida adulta tiene protagonismo contante Christine. Y cabe destacar que a lo largo del libro clasifica a las mujeres en dos tipos: las butch (marimacho) y las más femme. Dice que el año que llegó a Nueva York era una falsa lesbiana y no es hasta los diecinueve que se acuesta con una mujer.
Una singularidad de Chelsea Girls también viene dada por las muchas referencias a negocios y marcas que definen épocas y determinadas condiciones sociales: paquetes de Marlboro, sopa de tomates Campbell, galletas Lorna Doone, paquetes de Milk Duds, figuras Hummel de porcelana, mantequilla de cacahuete Skippy, champú Prell (“me acuerdo de la marca”), galletas Graham, whisky Old Thompson, un cuaderno de dibujo Aqua-be y, por supuesto, el festival de Woodstock, al que asiste.
Dos relatos de este cuerpo novelado son magistrales: “El alcoholismo de mi padre” y “Chelsea Girls”. En el primero cuenta la relación afectuosa con su padre cartero y la turbulencia en el hogar derivada de su vicio por la bebida, al punto de descuidar a sus hijos y dejarlos solos para irse a beber cuando iban, por ejemplo, a ver fuegos artificiales: “Mi padre más que un padre parecía un hermano mayor”. En muchos casos era difícil discernir si era bueno o malo: la vida como una broma.
“Chelsea Girls” es el último relato, que da título al libro, y se refiere a Chelsea, la zona de Nueva York en la que la comunidad LGTBI tradicionalmente era aceptada. Muchos tenían su vida forjada en torno al Greenwich Village pero era demasiado costoso y fueron acogidos en esa zona. Myles sostiene una relación con una camarera que la traía enamorada en una habitación pequeña del legendario y mítico hotel Chelsea, donde a la vez tiene un trabajo como asistente del poeta Jimmy Schuler, que ella define como cocinarle torrijas: “Y de pronto tu poeta favorito del mundo está allí tumbado. El que siempre te han dicho que es imposible conocer, que padece crisis nerviosas, que es un ermitaño y le gusta el sadomasoquismo… Su presencia y su atención eran tan fuertes, tan profundamente pasivas, y yo ahí con mis palabritas desesperadas que se terminaban cuando nos envolvía el silencio”. Unos versos de un poema de Eileen Myles se refieren a Nueva York, uno de los personajes con vida propia del libro, pero que a la vez son espejo de ella misma:
Toqueteo los pétalos en el metro
de vuelta a casa, es tan artificial,
tan oscura y tan hermosa.
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Autor: Eileen Myles. Título: Chelsea Girls. Editorial: Las afueras. Venta: Todostuslibros.
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